Dave Grohl, los Foo Fighters o el amigo inesperado (y II)

Habíamos dejado a los Foo Fighters creciendo en el mundo del rock, el cual comenzaba a dar síntomas de la crisis que se le avecinaba, como al conjunto de la música. Eran los años del «nu metal» (Linkin Park, System Of A Down, etc.), del comienzo del «americana» (Wilco, Ryan Adams, etc.), y también de la recuperación de sonidos cercanos al «garage rock» (The White Stripes, The Strokes). Ninguno de ellos se convertiría en hegemónico, y la escena comenzaría una irreparable fragmentación, con sus virtudes y defectos. Pero, para ese momento, Foo Fighters ya se habían ganado un hueco en la escena mainstream. Además, Dave no paraba de colaborar con amigos en otros proyectos, siendo el más reconocido su participación en el grupo liderado por Josh Homme Queens Of The Stone Age. Grohl se incorporó al proyecto para grabar el disco de 2002 «Songs for the Deaf», y el sonido stoner del que Homme ya había hecho gala en Kyuss, tendría su repercusión en el posterior trabajo de los Foo Fighters.

A finales de 2002 estaba en la calle «One by One», cuarto disco de estudio de la banda, un giro hacia guitarras aún más crudas, y con Chris Shiflett ya consolidado como el guitarrista solista. Además, en el disco colaboraron Brian May y Krist Novoselic. Este nuevo trabajo les llevó de nuevo al número 3 del Billboard americano, así como al número 1 en Reino Unido, Australia e Irlanda, consiguiendo en 2004 el Grammy al mejor disco de Rock. El disco, más crudo, nos ofrecía de nuevo un escenario similar a los anteriores de Foo Fighters: unos singles potentes y un conjunto notable, pero que se resentía en la comparación con los hits. Canciones como «All My Life», «Low» o la contundente, y en mi opinión uno de sus mejores temas de siempre, «Times Like These». A pesar de los problemas con las drogas de Hawkins, que en 2001 le dieron un gran susto, Foo Fighters crecían cada vez más en directo, confirmando una de sus señas de identidad.

Y llegamos a 2005 cuando publican «In Your Honor», un disco doble con una primera parte rockera, el tradicional disco de Foo Fighters, y una segunda más melódica y acústica. Fue una decisión arriesgada la de Dave y compañía. Lo mejor de «In Your Honor» es que ofrece la mejor canción de Foo Fighters, «Best Of You», todo un himno con una letra desgarradora, una canción que refleja como ninguna a la banda.

En el disco colaboraron además Josh Homme, John Paul Jones y Norah Jones. Mientras que el primer disco funciona, con temas como «No Way Out» o «DOA», el segundo se resiente más. De nuevo, Foo Fighters alcanzaron el 2 en el Billboard y en Reino Unido, convirtiéndose en uno de los discos más vendidos de la banda. Además, en los conciertos acústicos reincorporaban a Pat Smear, una noticia muy apreciada por los fans más tradicionales del grupo. En 2006 publicaron el típico disco de versiones acústicas de sus grandes canciones en directo, «Skin and Bones», que pasó sin pena ni gloria.

A estas alturas, la deriva de Foo Fighters resultaba peligrosa. A pesar de sus grandes hits y de haberse situado en la primera línea del maltrecho rock, generaban dudas. Y el disco de 2007, «Echoes, Silencia, Patience & Grace», lo iba a confirmar. Podemos afirmar que está entre lo más flojo de su carrera, a pesar del atronador y grandioso comienzo del disco con «The Pretender». Ese single le daría a Foo Fighters curiosamente su primer número 1 en el Billboard americano, así como en Reino Unido, Australia, Canadá, etc. El disco también nos regalaría uno de los vídeos más delirantes de los grabados por Grohl y compañía, con un impagable Dave: «Long Road To Ruin»

Pero, a pesar de nuevo a los singles, el disco no destacaba. Muy consolidados en directo, Foo Fighters publicaron en 2009 el consabido «Greatest Hits» de turno, en este caso incontestable. Ese mismo año, Dave Grohl volvió a la batería en un proyecto con sus amigos Josh Homme y John Paul Jones: Them Crooked Vultures. El disco homónimo contaba con un sonido más duro, en la línea del stoner de Homme, y fue bien acogido por crítica y público.

Y llegamos a 2011. Para entonces, ¿qué se podía esperar de un nuevo disco de Foo Fighters?, pues yo la repetición del mismo esquema de singles potentes y discos cada vez más irregulares. La primera sorpresa fue la reincorporación definitiva de Pat Smear a la formación. Una gran noticia que abría el debate sobre la posición de Shiflett, que se confirmó como guitarrista solista, pasando Smear a la rítmica.

Y, cuando no esperábamos mucho, llegó el gran disco de Foo Fighters. Sin un grandísimo hit de los habituales, «Wasting Light» cuenta con una coherencia y una calidad global que lo convierten en el mejor trabajo de Foo Fighters. Hay de todo, desde grandes canciones de rock («Rope», «Bridge Burning», «Dear Rosemary»…), pasando por sonidos más duros («White Limo»), hasta temas más comerciales como puede ser la destacada «These days». Y el resto de las canciones no se quedan atrás. En todo caso, la más floja sería «I Should Have Known», en la que participa Krist Novoselic y que trata de Kurt Cobain. Un vínculo con el pasado que también aparece con la presencia en la producción de Butch Vig, responsable de «Nevermind». Y dejan para el final la mejor canción del disco, bajo mi punto de vista: «Walk». Este vitalista tema te sorprende cuando va concluyendo el largo, con sus guitarras y su melodía. A la canción le acompañó otro destacado vídeo en el que Grohl emula al Michael Douglas de «Un día de furia», pero bajo la mirada divertida e irónica de Foo Fighters.

El disco fue un gran éxito de crítica y público. Alcanzó el número 1 en EEUU, Reino Unido y otros muchos países. Así, y con la triunfal gira posterior, Foo Fighters se confirmaban como una de las pocas grandísimas bandas de rock de estadio que quedan. El reciente anuncio de la retirada de Foo Fighters de la acción es una mala noticia ya que nos deja un poco huérfanos. Grohl y los suyos habían desarrollado un camino coherente y digno hasta situarse en lo más alto. Esperemos que este descanso no sea muy largo, y estamos seguro que Dave Grohl no va a pararse quieto. Si tenéis tiempo, os aconsejamos disfrutar de su directo:

Del «GRRR!» al «¡Uf!»

Atención, llevamos unas semanas dedicadas a escuchar las noticias referidas a la reunión de The Rolling Stones en su cincuenta aniversario. Siendo una de las más grandes efemérides del mundo del rock, no es menos cierto que esta reunión no deja buenas sensaciones. O, al menos, los Stones se nos han hecho muy viejos de repente. Sí, ya sé que esto es contradictorio, ya eran viejos antes. Pero vayamos poco a poco. Hay que comenzar señalando que Jagger, Richards, Watts y Wood son una gran empresa de marketing, una compañía en sí misma, que ha sabido rentabilizarse y sacar partido a todas las oportunidades. Durante casi dos décadas, a sus pocos discos originales les han acompañado giras mastodónticas con una infraestructura cada vez más creciente. ¿Y la música?, no había discusión, siguen siendo los más grandes y se hacen acompañar por una banda de acompañamiento de lujo. Pero los achaques de la edad y su cada vez mayor impostura, con un eficaz reparto de papeles entre el «auténtico» y guardián de las esencias rockeras Keith Richards y el calculador y controlador del asunto Mick Jagger, han dado lugar a un agrietamiento de los Stones.

En su última gran aparición, el documental/concierto «Shine A Light» de Martin Scorsesse, sobrio y eficaz pero sin alma, ya daba grima ver a los Stones rodeados de los Clinton y compañía. No, no nos caímos del árbol, como Keith Richards del cocotero, con aquella imagen. Pero explicitaba algo que no casaba con una cierta ideología que se transmitía en himnos como «Gimme Shelter». Libraba aquel disco la contundencia de los temas e invitados como Jack White y Buddy Guy, dejando a un lado la incomprensible presencia de Christina Aguilera.

Durante estos años también hemos vivido la reedición de su discografía, poniéndose a precios muy asequibles todos sus discos, así como las versiones extendidas de los clásicos «Exile on Main St.» y «Some Girls», con jugosos discos adicionales de grandísimas canciones. Pero lo más divertido ocurrió cuando Keih Richards decidió publicar su autobiografía, Life, en la que arremetía contra Mick Jagger desde todos los frentes y posiciones. Genio y figura, el bueno de Keith se postulaba de nuevo como el auténtico, el que conservaba las raíces del blues de sus inicios, el icono. Mick no se lo tomó muy bien, señalando que no volverían a reunirse los Stones. Además, y para más inri, y como queriendo dar la razón a Keith, montó un grupo con el inefable Dave Stewart, Joss Stone, un hijo de Bob Marley, Damian, y el responsable de la música de la película «Slumdog Millionaire», A. R. Rahman, una gran estrella en la India. Es decir un totum revolutum llamado SuperHeavy, algo que iba más allá de lo que cualquier fan medio de los Stones, o persona con una mínima sensibilidad musical, podría soportar. Este desastre produjo momentos irreparables como la canción, y el vídeo, «Miracle Worker».

Mientras tanto, Ronnie Wood luchaba contra la adicción al alcohol y Charlie Watts llevaba una vida más tranquila y relajada. La relación «pimpinilesca» entre Jagger y Richards llegaba a un punto culminante. Y ese no era otro que el cincuenta aniversario del primer concierto de la banda. Por lo tanto, un buen momento para poner en marcha de nuevo la caja registradora a lo grande. Un día se rumoreaba que iban a grabar nuevo material. Otro día era Ronnie Wood el que afirmaba que se iban a reunir. Salían imágenes en París, etc. Noticias todas ellas sujetas a un plan de marketing colosal.

Y llegaba el momento. El disco nuevo se quedaba en dos canciones en un enésimo recopilatario titulado «GRRR!». Dejando atrás esa portada, el disco nos ofrece cincuenta temas, todos los clásicos y más. Además, a ello se sumaban las versiones extendidas con más jugosas golosinas. Junto al disco, más novedades interesantes como el documental «Crossfire Hurricane», que nos devuelve a los primeros años de la banda. Y, por si esto fuera poco, la gira ansiada y deseada, que se quedó en cuatro exclusivos y carísimos conciertos en Londres y New York. Eso sí, a ellos se sumarán numerosos invitados, incluidos los rescatados Bill Wayman, el taciturno bajista original que se bajó del grupo en 1993, y el mítico guitarrista Mick Taylor que había abandonado el combo en 1974, siendo sustituido por Ronnie Wood. Taylor es uno de los integrantes de los Stones más respetados, siendo clave en su sonido tras la salida de Brian Jones. Es decir, ¿quién puede ofrecer más?, pues poca gente, la verdad. Sin olvidar lo más importante, su música y sus canciones.

Pero, como decíamos al principio, los Stones han envejecido de golpe. Y no hay mejor muestra que el vídeo del primer single de «GRRR!», «Doom and Gloom», que protagoniza Noomi Rapace, conocida por interpretar a Lisbeth Salander en la versión sueca de la saga Millenium. Pues bien, en el vídeo Noomi Rapace hace una potente y sensual actuación que no sólo se come la pantalla sino que también a Jagger, Richards, Wood y Watts, juntos y por separado. Ojo, la canción está bien, es muy stoniana, eso tampoco lo vamos a negar. Pero en las imágenes los cuatro stones, por mucho que Jagger lo intente, salen mal parados.

En fin, siempre amaremos a los Stones. Han sido los más grandes y tienen una cantidad maravillosa de canciones inmortales. En una de las pocas superficies comerciales que venden todavía discos, la portada del «GRRR!» me mira desafiante. Me quiere tentar, pero no caigo. Por el contrario, en el estante de las series medias están la gran mayoría de los discos de los Stones y pillo uno de los pocos que me faltan, «Between the Buttons» (1967). En su portada, The Rolling Stones lucen muy jóvenes, excepto el bueno de Charlie Watts que siempre fue mayor. Y lo sumo a «Beggars Banquet», «Let It Bleed», «Sticky Fingers», etc. Da igual en lo que se hayan convertido, siguen siendo los más grandes, a pesar de que hace mucho tiempo que abandonaron la autenticidad, aquella de la que hacían gala en la colosal «Gimme Shelter»:

Neil Young & Crazy Horse, «Psychedelic Pill»

Neil Young entrega su trigésimo quinto disco de estudio y lo hace junto a Crazy Horse, su banda más paradigmática, con la que facturó buena parte de su discografía. De nuevo con Frank «Poncho» Sampedro a la guitarra, con Billy Talbot al bajo y Ralph Molina a la batería, Young entregó el mediocre divertimento de «Americana» hace unos meses. Un disco de versiones que soprendió por el bajo control de calidad, como apuntaba en su momento Diego A. Manrique. A la vez que aparecía este disco, se señalaba que estaban preparando material nuevo. Y no ha habido que esperar mucho tiempo. «Psychedelic Pill» nos muestra el sonido característico de Neil Young & Crazy Horse, con esas guitarras expansivas que sirven de marco de referencia. Pero este disco no pasará a la Historia en la extensísima discografía de Neil Young. No es un mal disco, al contrario, tiene momentos muy interesantes, y seguro que a muchos fanáticos del canadiense les entusiasmará.  En este blog nos consideramos muy fanáticos de Neil Young, pero no nos vamos a dejar llevar por la pasión. Recogiendo las temáticas habituales de los últimos tiempos de la obra de Young, especialmente reivindicativas, comienza con la larguísima «Driftin’ Back», más de 27 minutos de duración, con todos los elementos reseñables de la obra de Young con Crazy Horse, pero que acaba siendo demasiado extensa, como una jam session que no acaba jamás. Hay momentos en los que literalmente te olvidas de la canción.

Le sigue la más rockera «Psychedelic Pill», que nos hace añorar el magnífico «Ragged Glory» (1990). Por un momento, es una vuelta a su pasado más contundente. «Ramada Inn» también se va de duración, casi 17 minutos, en otro momento de jam improvisada. Es un medio tiempo marca de la casa, pero no se hace tan pesada como «Driftin’ Back», y no sólo por el tiempo de duración. «Born in Ontario» es un homenaje de Neil a su origen canadiense, y es uno de los cortes más agradables del disco, divertido y juguetón.

«Twisted Road» es otro medio tiempo clásico, que no acaba de romper. Mejora la cosa con «She´s Always Dancing», que con sus más de 8 minutos no puede ni soñar con competir con los otros ejemplos. Y llega el momento más flojo del disco con «For The Love Of Man», una canción lenta y sin alma. Pero Neil no nos podía dejar sin otro estenso tema, «canción río» las llaman, como es «Walk Like a Giant», más de 16 minutos, un corte en el que destaca la distorsión, como queriéndonos decir que están aquí para dar guerra.

A pesar de los errores del disco, y de una cierta irregularidad, siempre es bueno tener un nuevo disco de Neil Young, y si es con Crazy Horse casi que mejor. Sus guitarras y melodías siguen siendo una inspiración, y más en estos momentos. Os dejamos con «Psychedelic Pill»: