Manic Street Preachers, «Rewind the Film»

índiceSobre Manic Street Preachers pesan siempre muchas sombras que, en no pocas ocasiones, han sido empleadas para cuestionarlos o no darles la posición que merecen en las últimas dos décadas del pop-rock. Marcados de por vida por la desaparición de Richey Edwards, letrista principal de la banda, en 1995, cuando comenzaban a hacerse un hueco como alternativa británica al grunge de Seattle, su trayectoria posterior les llevó hacia caminos más épicos y luego a caer en la segunda línea del rock. Además, su compromiso político, transversal en toda su obra, tampoco les situaba en un lugar cómodo. Sigo a Manic Street Preachers desde hace años y confieso que me gustan sus últimos discos, aunque para parte de la crítica sean irregulares, y alguno sí que es cierto que es menos afortunado.

Pero «Rewind the Film» me ha atrapado desde el primer momento, con esa portada difusa que dice muchas cosas. Y con una frase en el interior del libreto que acompaña al disco: «la verdadera generosidad para con el futuro consiste en entregarlo todo al presente», de Albert Camus (y aquí somos mucho de Camus). Manic Street Preachers firman un disco melancólico y nostágilco, aparcan en parte su épica para abrazar medios tiempos, con gran presencia de lo acústico, pero también de secciones de viento y de cuerda en algunos temas. Y alcanzan una muy buena nota, unido todo ello a unas letras bellas y tristes de Nicky Wire, dominadas en parte por ese paso del tiempo que parece llevarnos a la sentencia de Camus.

Pocos comienzos podemos destacar tanto como las tres primeras canciones de «Rewind the Film». «The Sullen Welsh Heart» tiene una letra dura, es nostálgica y cuenta con el contrapunto en los coros de Lucy Rose. «Show Me The Wonder» es una canción mucho más animada, con sección de viento incluida, que ha sido el primer single del disco. Y el momento cumbre del mismo es la demoledora «Rewind the Film», donde interviene un imponente Richard Hawley, en un duelo interpretativo con James Dean Bradfield. Una canción tremendamente melancólica y triste, que se te cuela muy adentro.

Este nivel no se podía mantener, y tanto «Builder of Routines» como «4 Lonely Roads», a cargo de Cate Le Bon, no impactan tanto. «(I Miss The) Tokyo Skyline» va ganando con las escuchas. «Anthem for a Lost Cause» tiene un punto épico gracias de nuevo a los instrumentos de viento. Prácticamente le ocurre lo mismo a «As Holy As The Soil (That Buries Your Skin)», en las que también tienen una gran presencia las guitarras acústicas. En esta parte final del disco destaca «3 Ways To See Despair», que recuerda a las composiciones más épicas de la banda galesa. «Running Out of Fantasy» es más acústica y «Manorbier» es un tema instrumental que no parece aportar mucho, salvo hacer de contrapunto a la canción más políticamente comprometida, la notable «30-Year War», una crítica feroz al ataque sistemático contra la clase trabajadora durante las tres últimas décadas, y señalada por los miembros del grupo como un tema anti-Margaret Thatcher. Atentos al estribillo: «I ask you again ‘What is to be done'»

James Dean Bradfield, Nicky Wire y Sean Moore han creado un gran disco, uno de sus mejores trabajos desde la década de 1990. Combinando la nostalgia, la melancolía y su rabia característica, ahí está ese cierre del disco, Manic Street Preachers nos sitúan en un tiempo y un espacio que parece desaparecer ante nuestros ojos, por lo que hay que «entregarlo todo».

Andrés Calamaro, «Bohemio»

108349_NpAdvSinglePhotoAndrés Calamaro vuelve en 2013 con «Bohemio», un disco que ha sido saludado por la crítica con un entusiasmo diríamos que comedido. Tras unos años en los que Calamaro generaba noticias por su vida personal y por su hiperactividad en las redes sociales, y con dos discos eclécticos detrás, «La lengua popular» (2007) y el más controvertido e irregular «On the Rock» (2010), Andrés regresa a la senda musical de los monumentales «Alta Suciedad» (1997) y «Honestidad Brutal» (1999). Claro, estar a la altura de estos dos clásicos del rock en español, dos hitos, especialmente el segundo con toda su carga detrás, es prácticamente imposible. Obviamente, el regreso de Calamaro ha suscitado toda clase de análisis, siendo muy celebrado este camino por los «talibanes del rock», que diría el propio Andrés.

Andrés Calamaro presenta un disco breve, apenas supera los 35 minutos, algo que puede sorprender al fan habitual, acostumbrado a su torrencial producción. Y es un trabajo en el que las letras vuelven a ser autobiográficas, «confesionales» como se señala en críticas, reseñas y entrevistas. «Bohemio» es un disco que precisa de varias escuchas para ir captando matices e interiorizando las letras, algunas muy destacadas, en las que Andrés se vuelve a desnudar. Basado en medios tiempos y con una sensación continua de nostalgia y melancolía, pero también de un cierto romanticismo, son reiteradas las referencias a las ausencias, no hay canciones que destaquen o deslumbren muy por encima del conjunto, como tampoco hay momentos en los que el disco pueda caerse.

El disco comienza con «Belgrano», el notable homenaje a Luis Alberto Spinetta, fallecido en 2012, con una letra de una enorme profundidad. Le sigue «Cuando no estás», primer single del disco, que incide en esa melancolía a la que hacíamos referencia anteriormente. «Tantas veces» suena muy autobiográfica y «Rehenes» posee un estribillo de los clásicos de Calamaro: «Vayamos pintados con sangre de los dos, siempre, siempre». En «Nacidos para correr», otra gran letra, la referencia es «Born to Run», y de nuevo aparece el recuerdo de los ausentes.

Otra canción que nos sitúa en sus clásicos es «Bohemio», donde Calamaro vuelve a ese romanticismo melancólico. «Plástico fino», con guiño a Radio Futura, es un medio tiempo más pausado, acelerándose el tempo del disco en «Inexplicable», más rockera. Autoafirmativa resulta «Dentro de una canción», con otra letra a considerar. Y termina «Bohemio» con la mejor canción el disco en mi opinión, «Doce pasos», un tema sostenido por el sonido de los teclados, que me recuerda incluso a Los Rodríguez, y con letra de Marcelo Scornik.

«Bohemio» es un buen disco, en el que Calamaro se aleja de cumbias, tangos y otros palos, y en el que las letras siguen manteniendo un elevado protagonismo. Más rock, más «Alta Suciedad» y «Honestidad Brutal», los fans más «talibanes» de Calamaro agradecemos esta forma de retornar, aunque respetamos sus anteriores virajes. Calamaro ha vuelto a firmar un disco honesto, imbuido por la nostalgia, la melancolía, el recuerdo y el romanticismo. En fin, Calamaro puro.