David Gray, «Mutineers»

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David Gray es un veterano de la escena musical británica al que el éxito alcanzó de forma inesperada cuando, después de que tres discos sin apenas trascendencia mediática situaran su carrera al borde del abandono, editó en 1998 White Ladder y, más de un año después, su single Babylon empezó a sonar insospechadamente y sin descanso en las radios de medio mundo hasta auparlo a una posición en la que nunca pareció sentirse cómodo. Para sus cuatro discos siguientes se dedicó básicamente a componer grandes canciones de folk-rock que no alcanzaron ningún éxito de dimensiones parecidas a aquél pero que le sirvieron para esquivar un próximo status de estrella a la vez que se acomodaba en una nueva posición fortalecida por la fidelidad de sus fans.

Cuatro años después de publicar Foundling (2010), su introspectivo y denso último trabajo de estudio en el que ya se adivinaba un cierto agotamiento, el cantautor de Manchester reaparece con un concepto más luminoso y vital para el que reclutó al productor y músico Andy Barlow (integrante del dúo Lamb) con el objetivo de que sus aportaciones redirigieran su sonido. Hasta hoy la música de Gray apenas había practicado ligeras incursiones en la electrónica incapaces de desbancar al protagonismo de sus poderosas melodías y a la potencia de su personal voz, y en este nuevo intento sigue sin conseguirlo porque las melodías y la voz continúan por encima de los arreglos.

Un disco de producción austera que se abre con una declaración de intenciones como Back In The World, con su piano casi monocorde y el protagonismo de la poderosa voz de Gray acompañada de una percusión casi trip-hop. As The Crow Flies tiene una estructura similar que crece sobre el bajo y las percusiones y Mutineer se sostiene sobre una preciosa base de cuerda que se acelera hasta culminar en rock. Beautiful Agony recupera el protagonismo de un piano a dúo con la voz del autor y una emotiva sección de cuerda.

A continuación se abre la parte que más nos recuerda al Gray acústico y folkie, como en Last Summer, con un destacado violín, en la cálida melodía en la guitarra de Snow In Vegas o el vitalismo de Cake And Eat It. Los coros finales en la intimidad de la voz y los teclados son lo mejor de Birds in the High Arctic antes del nuevo derroche vocal de The Incredible con sus coros apenas arropados por percusión y piano y la ácida y electrónica Girl Like You cercana al sonido Bristol. Los teclados y los juegos de voces a lo Bon Iver abren la última canción Gulls a los que se añade una discreta guitarra para ascender hasta el cierre del disco.

A buen seguro que sus incondicionales seguidores quedarán satisfechos con este Mutineers en el que David Gray renueva su sonido menos de lo previsto pero lo suficiente como para recuperar el consolidado carácter que pareció tambalearse en su anterior trabajo y que aquí de nuevo asoma inagotado.

Joana Serrat, «Dear Great Canyon»

índiceAtentos y atentas, que estamos ante uno de los descubrimientos del año. Durante los últimos meses, Joana Serrat ha aparecido en los medios especializados como una de las novedades más interesantes del panorama nacional. Nacida en 1983 y procedente de Vic, Serrat ha firmado un disco esplendoroso, «Dear Great Canyon», y con una historia detrás. Joana Serrat escribió y mandó una maqueta a Howard Bilerman, colaborador y productor de Arcade Fire, que algo tuvo que ver en la cantante catalana porque le respondió a la media hora. El resultado, la grabación de «Dear Great Canyon», su segundo disco tras haberse autoeditado «The Relief Sessions» (2011). Y en «Dear Great Canyon» encontramos una lista de canciones que se concentran en poco más de media hora, y que beben de la música de raíces norteamericanas. Unos temas que han sido compuestos por Serrat, al servicio de una voz privilegiada, en un disco que suena perfecto.

Con esos sonidos norteamericanos detrás, con el pedal steel omnipresente, y con canciones que derivan unas más al folk, otras al country, y en ocasiones a propuestas como las que realiza Bon Iver, entre otros, «Dear Great Canyon» es un disco que te impregna. Ya desde el principio, en una primera parte que Serrat denomina «Mountain Side», comienza con la mejor canción de su trabajo, «Flowers On The Hillside», un medio tiempo creciente que te llega directamente. «The Blizzard» no se queda atrás para dar paso a la más animada «Green Grass», donde todavía destaca más su personal voz. «Stop Feelin’ Blue» es más pausada, nos recuerda más al country, con el pedal steel al frente del tema. «So Clear» es otro de esos temas sobresalientes, también un poco más acelerado, con el toque country sin desaparecer. Y se cierra la primera parte del disco con «Summer On The Beach», un tema más desnudo y melancólico.

La segunda parte del disco, «Valley Side», se inicia con la hipnótica «Cold», otra canción para enmarcar, con protagonismo para las cuerdas y el banjo. «The Wanderer» se reafirma en la apuesta anterior, al igual que «The Secret (The Low-Down Light)», temas que van ganando con las escuchas. En «Yellow Rider» la incidencia del country es mayor. Y termina «Dear Great Canyon» con las sobresalientes «Placed Called Home» y «Came Out Of The Blue».

«Dear Great Canyon» es uno de esos discos que, de haberse publicado en otro lugar, tendría otra repercusión. Esperemos que Joana Serrat tenga la suerte que merece su trabajo y su talento, porque «Dear Great Canyon» es de esos discos que se quedan contigo y no te sueltan.

Amy Winehouse, el renacer del soul o el último gran icono del pop

amy-winehouse48355Se ha cumplido el tercer aniversario de la trágica muerte de Amy Winehouse (1983-2011), y toca recordarla , un homenaje a lo que fue, a lo que pudo ser y no fue, y a un hito en la historia de la música soul y del R&B que visibilizó un movimiento de reivindicación de las raíces del soul, y del resto de estilos más centrados en la música negra. «Back to Black» fue un disco que no ha perdido vigencia porque está repleto de tremendas canciones, refleja la deriva a la que se dirigió su autora, y contó con unos músicos del calibre de The Dap Kings, la banda que acompaña a Sharon Jones, una de nuestras favoritas. Pero vayamos por partes. Amy contaba con un talento descomunal, lo que le había llevado a formar parte del mundillo musical desde prácticamente su juventud más temprana. Con un registro vocal de impresión, Winehouse había llamado la atención y, en 2003, con sólo 20 años, publicaba «Frank» (titulado así por Sinatra) en una major como Island, que forma parte de Universal. El disco, derivado hacia el jazz, aunque sin perder de vista otros estilos, contó con una importante aceptación en Reino Unido, y sólo hay que ver la imagen que transmitía Amy en la portada y en los vídeos, con más peso, sonriente, incluso con una cierta inocencia.

En este disco no había grandes presagios de lo que vendría después, bueno, puede que algo de la capacidad autodestructiva de Amy se podría observar en las letras. El impacto mediático llegó en 2006 con «Back to Black», expandido en 2007 y 2008. Amy Winehouse había tomado prestados a The Dap Kings de Sharon Jones y contó con la producción en parte del disco de Mark Ronson. La gran mayoría de los temas los compuso en solitario Amy y en el disco participaron decenas de músicos, en una producción muy cuidada.

amy_winehouse_-_back_to_black_(11_tracks)_-_frontSe metió de lleno en el soul, junto con algún toque de ska, dejando un poco de lado el jazz. Creó un disco imperecedero que bebía de las fuentes de las grandes damas del soul, y se la señaló como digna sucesora. Fue clave en la revitalización de un género que, desde entonces, lanzó nuevas figuras con mayor o menor fortuna (Eli Paperboy Reed, Nick Waterhouse, Duffy, Adele, Mayer Hawthorne, etc.) y revitalizó carreras varadas (Sharon Jones, Charles Bradley, etc.). La portada de «Back to Black» ya nos muesta a una Amy distinta, más delgada, pero todavía sin ese pelo cardado que se convertiría en su seña de identidad y que la conectaba directamente con los 60. Incluso en el vídeo de «Rehab», Winehouse no había comenzado el camino de la autodestrucción que ya estaba encarrilado. Bueno, y si inicias tu disco con «They tried to make me go to rehab but I said, ‘No, no, no'», pues poco más se puede decir. «Rehab» y su estribillo fue un boom, pero allí había mucho más, canciones tremendas como «You Know I’m Not Good» (alto y claro), «Back to Black», «Love Is A Losing Game», etc.

Y después, el hundimiento. Formó una gran banda para los directos, pero en estos solía aparecer en lamentables condiciones. Se convirtió en una habitual de los tabloides y ya no era su talento el que marcaba su agenda sino sus escándalos. Imágenes lamentables, deterioro físico, el papel de su exmarido Blake Fielder-Civil, más malas compañías, etc. De Amy no se hablaba de su música sino de su polémica.

En una espiral demencial, y como la «autoprofecía que se cumple a sí misma», Amy Winehouse parecía destinada a ser otro icono de rock y el pop fallecido pronto. Suspendía conciertos, se hablaba de su recuperación, que estaba grabando, etc. Pero, el 23 de julio de 2011, encontraron su cuerpo y se unió al «club de los 27», fallecidos del rock ilustres a esa edad (Jones, Hendrix, Morrison, Joplin, Cobain). Enseguida, los medios de comunicación especularon, y dieron por hecho, que se había tratado de una sobredosis de droga hasta que, meses después, se conoció el resultado de la autopsia y su fallecimiento se debió a la ingesta de alcohol en grandes cantidades. Fue un triste final, que lamentablemente reforzó los discursos de la moral bienpensante.

Luego vino la explotación necrofílica. Había grabado una canción para un disco de duetos con Tony Bennet, y ahí comenzó. Pero lo peor fue la publicación de un disco póstumo, «Lioness: Hidden Treasures» (2011), con descartes y versiones. Junto con las reediciones de «Frank», «Back to Black» y nuevos directos. Ni que decir tiene, que fueron un éxito.

Amy Winehouse fue una estrella fugaz, subió muy alto y brilló mucho, pero su caída fue un estruendo. La autodestrucción de un talento, pero también con un contexto, y no me refiero al mundo del rock, que ayudó. Nos queda su legado, corto pero elegante y con clase, como el soul, una música a la que ayudó a regresar de unas catacumbas a las que había sido mandada por las modas imperantes. Se convirtió en la última gran esperanza del mainstream, desde un punto de vista de la crítica, posiblemente uno de los últimos iconos de la música popular. Y nunca podremos olvidar su versión de «Valerie» de The Zutons, que hizo suya hasta límites inimaginables.