La maldición de las ‘divas’ del neosoul y del R&B (I)

Aretha Franklin Google ImagesLa música Soul, y en su conjunto la música negra, es una de nuestras favoritas, esa a la que siempre vuelves, que está ahí para acogerte en todos los momentos, buenos y malos. Decenas de discos se agolpan en la estantería de grandes nombres del Soul, del R&B, del Blues, etc., dispuestos a echarte una mano. Esta música, tan determinante en el global de la música popular, del Rock y el Pop, ha sido una de las más interesantes de teorizar, tanto desde el punto de vista musical como desde el sociológico, al estar vinculada en sus inicios a la lucha por los derechos de una minoría segregada, pero también al conservadurismo más latente, posiblemente muy a su pesar y como una consecuencia no querida de la acción. Los nombres clásicos se amontonan uno tras otro, en unos años (realmente muchos menos de los que su trascendencia podría intuir) en el que eran el mainstream del pop y arrasaron con todo. Reflejaban también el anhelo de un grupo étnico por sumarse al «sueño americano», y la clase media blanca norteamericana la adoptó, para bien y para mal. Lo que vino después fue una desvirtuación del género, con las influencias de la música disco primero, el Hip Hop y el Rap después, y para finalizar el pop actual, algo muy difícil de categorizar y de analizar, que jibariza géneros, y de las que el Soul y la música negra no se han librado. Pero, también hemos asistido a una suerte de revival en la última década, que ha alumbrado figuras de primer calibre.

Pero en este artículo vamos a remitirnos al malditismo que ha acompañado a buena parte de las voces femeninas que encarnaron las distintas fases de esta música, consideradas algunas de ellas herederas de las más grandes e icónicas, y otras simples aspirantes que se quedaron en un segundo o tercer escalón. Ya desde el comienzo, allá por la década de 1960, el peso de las cantantes femeninas en la música Soul era muy importante. Procedentes en su mayoría del Góspel y los cantos religiosos, su voz encajaba como un guante en esta música que iba desde la explosión al intimismo, en baladas que acabaron siendo pervertidas en anuncios y películas. Los sellos icónicos (Motown, Stax, Atlantic, Chess Records, etc.) contaban entre sus filas a auténticas estrellas del Soul y sus derivados, desde Aretha Franklin (la Reina con mayúsculas) hasta los grupos femeninos como The Supremes (con Diana Ross a la cabeza), The Ronettes, Martha and the Vandellas, sin olvidar otras voces como Tammi Terrell, añorada en sus duetos magníficos con Marvin Gaye, Etta James, Irma Thomas, la Tina Turner más esocarada al Rock con Ike Turner, y The Staple Singers, entre una larga lista en la que seguro que me dejo nombres. Muchos de los grupos femeninos mencionados, así como en el resto de grandes artistas, estaban formados por hermanas y otros familiares, lo que le daba una seña de identidad y fraternidad muy elevada, aunque en no pocas ocasiones acabasen como el «Rosario de la Aurora».

índiceLa imagen que transmitían era icónica, en programas como Soul Train, que comenzó en 1971 y otros, el Soul y la música de color se desparramaban. Contradictorio y paradójico, esos trajes, esas coreografías y esas voces que sonaban como los ángeles estaban portando la mecha de la revolución a la vez que se integraban en la clase media conservadora. Con Motown a la cabeza, la sospecha nunca dejaría de ser un interrogante, especialmente con tipos como el capo de esta discográfica, Berry Gordy, a la cabeza. Sin embargo, la música que crearon inundó la música popular y la deuda de gratitud es eterna. Aunque estas maravillosas voces se encontraban batallando en un mundo que no les era nada favorable. Ya lo decía James Brown: ‘It’s a Man’s Man’s Man’s World’. Por mucho que Aretha Franklin gritase ‘Respect’, lo tenían complicado, muy complicado.

La cosa iría a peor con el cambio de década. La inocencia y candidez de los 60, mucha de ella impostada, darían paso a una revolución que iría del Funk a la música disco, y aquí la mujer iba a tener todavía muchas más dificultades. Es una década en la que el Soul se va destilando como influencia, pero que no tiene una posición central. La mayor parte de las bandas de funk son masculinas, y en la música disco encontraremos algunas ‘divas’ como Donna Summer o la inevitable Gloria Gaynor. Pero el Soul había quedado atrás, aunque la mayor parte de las artistas de la década anterior siguen en activo, y el papel de la mujer se centra en coristas y bailarinas. En 1980, una película histórica como The Blues Brothers reivindicará el Soul de la mano de Josh Belushi y Dan Akroyd, recuperando a grandes músicos de sesión de aquellas grabaciones de los 60 (con Steve Cropper y Donald ‘Duck’ Dunn a la cabeza) y a figuras míticas (Franklin, Brown, Charles, Hooker).

La década de los 80 no augura nada bueno para el Soul y la música negra en general. Con el Funk también diluido y la música disco deslegitimada, se produce una situación paradójica como es que dos de las tres principales figuras del Pop de esa década como son Michael Jackson y Prince (la otra es Madonna) son de color. Pero su música se va del Pop al Rock, y sus raíces están ahí pero no son predominantes. Mientras que las estrellas del pasado sobreviven, la gran esperanza es Whitney Houston, emparentada con la propia Aretha Franklin y procedente también de la música religiosa. La segunda mitad de la década de los 80 y primera mitad de los 90 serán suyas. Sin embargo, Houston encarna la evolución del Soul hacia ese concepto tan difuso como es el R&B, un género donde cabe todo pero que bebe de las fuentes de la música negra. Junto a Whitney también hace una aparición fulgurante Mariah Carey, otra cantante que encarnará los peores vicios del pop de los 90, que se centrará en parte en el R&B a través de discos sobreproducidos y cada vez más mediocres (ojo, que alguien puede decir qué pinta aquí Mariah Carey, pero en sus orígenes gozó de cierta respetabilidad). Y no podemos olvidar a Janet Jackson, que desde muy joven iría creando una carrera propia y que alcanzaría sus mayores réditos a finales de los 80 y la primera mitad de los 90, más escorada al R&B y otros sonidos más dance. Además, ya es el momento del Hip Hop y el Rap, de nuevas culturas urbanas, monolíticamente masculinas y con mensajes en buena parte de las ocasiones misóginos. La mujer pasa a ser un objeto con todas las letras, aunque la influencia del Hip Hop en el R&B se dejará notar en los 90. Mientras tanto, Whitney Houston se escora claramente hacia el Pop, a pesar de ramalazos Soul y Funk como su versión de ‘I’m Every Woman’ de Chaka Khan.

Curiosamente, en la segunda mitad de los 80 también hay un grupo de artistas que alcanzan su cuota de protagonismo procedentes de Reino Unido y que estarán imbuidos de las raíces de la música Soul y compañía. Una de las bandas que logró una mayor visibilidas será Sade, liderada por la cantante de origen nigeriano Sade Adu. Elegantes y sofisticados, también alcanzarían su lugar en el mainstream, y no podemos olvidar en esta lista a gente de la que ya casi nadie se acuerda como por ejemplo Lisa Stansfield, la cual derivaría mucho más hacia el pop.

Con Houston destrozando las listas, alcanzando su cima con la inefable The Boyguard, y con la inestimable ayuda de Carey, el R&B de los 90 avanzará en su posición predominante de la música negra y en buena parte del pop, en un edulcoramiento sin límites y que respondía también a su momento social, cultural y político. Más accesible que el Hip Hop y el Rap, casi para todos los públicos, será como un reverso de estos géneros, menos adaptados al mainstream, y generará propuestas como Boyz II Men, Luther Vandross (que ya llevaba una carrera más amplia), Babyface, el muy controvertido R. Kelly, etc. Grupos y artistas que se caracterizarán por un lado baladista y que tendrán en el Soul una de sus fuentes de inspiración. Y en el lado femenino nos encontraremos con un salto cuantitativo muy importante, bandas femeninas y artistas que destacarán en las listas, en las que tendrá un fuerte componente la imagen y con su correspondiente carga sexual en no pocos casos. Son las décadas de la MTV, que se va a hinchar de poner vídeos como los de TLC, uno de los mejores grupos de esta corriente, y aquí comienza esa maldición que atenazará a estas artistas, o a una buena parte de ellas.

U2, ‘Songs Of Innocence’

Hay veces en que el tamaño deja de importar. A veces puede ser más difícil dejar de crecer que ceder a la tentación de continuar siendo «la banda más grande del planeta», algo a lo que U2 han estado acostumbrados durante las últimas décadas y que tiene un enorme mérito, pero que no implica seguir siendo la más estimulante ni la más imitada.

Cada nuevo lanzamiento discográfico de los irlandeses posterior a The Joshua Tree ha traspasado las barreras de lo meramente musical para convertirse en un acontecimiento mediático, pero la potente capacidad de atracción de Bono y compañía (incluído su manager hasta 2013 Paul Mcguiness) corría el riesgo de patinar en esta decimotercera entrega por la decreciente repercusión de los últimos trabajos de la banda. Para combatirla recurrieron a la discutible e innecesaria maniobra de lanzamiento con la que sorprendieron el pasado 9 de septiembre de la mano de Apple y su plataforma iTunes cuyos resultados parecen no haber sido tan provechosos como calculaban, sobre todo en réditos de imagen.

índiceEn este Songs Of Innocence para el que han contado con hasta siete productores, con el ínclito Danger Mouse a la cabeza, e inaugurado etapa con el manager de Madonna (Guy Oseary) al frente, parecen remover mínimamente los cimientos sobre los que se habían acomodado en sus dos últimos trabajos, especialmente en el decepcionante No Line On The Horizon, pero los resultados no difieren demasiado de aquéllos. A estas alturas de su carrera tampoco sería justo pedir una nueva reinvención a quienes a principios de los noventa lo apostaron todo para crear algunos de los álbumes más arriesgados de la década, marcando el camino a algunas de las bandas más importantes de la actualidad como Coldplay o Arcade Fire (que precisamente en sus últimos trabajos parecen haber maniobrado con éxito como los irlandeses lo hicieron en su momento) pero en un caso como el de U2 quizás reduciendo la desmesura de sus producciones, tanto en sus grabaciones y campañas de comunicación como en sus directos, y haciendo un ejercicio de recuperación de las raíces de su rock, algo que vienen anunciando desde que grabaron All That You Can´t Leave Behind en el 2000 y que únicamente se ha traducido en un menor número de canciones memorables, hubiera supuesto la auténtica innovación. Pero esto solo son especulaciones de un aficionado en conflicto por conservar la fe en una banda que le ha aportado algunas de las mejores experiencias musicales de su vida.

Para presentar y abrir el álbum han seguido el mismo patrón que en sus dos últimos trabajos, recurren al guitarreo y la épica en los coros de The Miracle (Of Joey Ramone) que enganchan sin sorprender. Le sigue el medio tiempo de Every Breaking Wave cuyos teclados parecen haberles llegado rebotados de Coldplay. Se anima el ritmo en California (There Is No End To Love), guiño a los Beach Boys incluído, sobre el bajo de Clayton y la base electrónica. Con Song For Someone logran una balada en la senda de All That You Can´t Leave Behind con la ayuda de su viejo colaborador Flood. La emotiva Iris (Hold Me Close) destaca por el bajo ochentero y la mejor guitarra de The Edge, a la altura de The Unforgettable Fire. La base rítmica lidera el inicio de Volcano, pieza pop de logrado estribillo. Raised By Wolves es un rock demasiado fácil y Cedarwood Road se inicia a lo Led Zeppelin antes de dar paso a la omnipresente mano de Danger Mouse hasta el final del disco. Sleep Like A Baby Tonight añade un matiz al conjunto con sus arreglos dignos del minusvalorado POP. El cierre se abre al soul con la animosa This Is Where You Can Reach Me Now (dedicada a Joe Strummer) antes de terminar con The Troubles en la que destacan la voz de Lykke Li y el falsete de Bono junto al brillante groove contenido.

Ninguna de estas canciones va a hacer vibrar a sus seguidores tanto como los numerosos himnos que seguirán haciendo temblar los cimientos de sus repletos conciertos (más aún cuando pretenden una gira en recintos cubiertos) pero sí que les apartan del fondo tocado con No Line On The Horizon. Los irlandeses han permanecido cinco largos años en relativo silencio para componer unas canciones que contienen mucho de oficio y algo de una emoción que temíamos perdida, pero el grado de exigencia hacie ellos y el ruido mediático que despiertan con cada nuevo proyecto son tan grandes que resulta imposible abstraerse al consecuente aluvión de opiniones y críticas. Hay razones para pensar que una retirada a tiempo hubiera sido una solución o que han pecado de inmodestos en la forma de presentar este trabajo pero, aunque lejos de sus mejores tiempos, en Songs Of Innocence demuestran que aún son capaces de aportar buenas canciones y que conservan parte de la magia que les instaló hace casi treinta años en la complicada cima del rock.

 

Todos somos de Wisconsin o el valor de la amistad (‘Canciones de Amor a Quemarropa’)

arton1234Canciones de Amor a Quemarropa, de Nickolas Butler, Libros del Asteroide, 2014.

Nickolas Butler es un autor estadounidense que se crió en la localidad de Eau Claire (Wisconsin). Es un dato necesario para entender el debut literario de Nickolas Butler, Canciones de Amor a Quemarropa. Este libro ha sido saludado como una de las revelaciones de la temporada, una obra que aborda una serie de cuestiones vitales de las personas cuando entran en una madurez que, en tiempos posmodernos, se retrasan cada vez más. No nos encontramos ante una grandísima novela, aunque sí ante una creación más que notable y que te puede atrapar desde la primera página. Señalada su vinculación con la música porque uno de los personajes principles recuerda a Justin Vernon (Bon Iver), que nació en la misma localidad de referencia de Butler, y se indica a Vernon como fuente de inspiración del personaje, sin embargo la música queda en un tercer plano en una novela que tiene su base en la amistad, en su valor e importancia y en cómo se articulan una serie de relaciones entre unos personajes en los que uno de sus pilares de su mundo es esa amistad, esa lealtad incondicional.

Butler describe el escenario de una amistad fraguada desde la infancia entre cuatro personajes: Henry, el hombre que se ha quedado en la granja familiar; Ronny, exjinete de rodeo y con graves consecuencias para su salud por un accidente fruto de su adicción al alcohol; Kid, el triunfador en el mundo de los negocios que vuelve al pueblo desde Chicago; y Lee, músico de fama mundial de cuyo primer disco, Shotgun Lovesongs, toma prestado Butler el título de su novela y que nos dará varias claves de la misma. Junto a todos ellos, Beth, la mujer de Henry, con la que tiene dos hijos. Además, por la novela desfilan otros personajes y uno fundamental, el pueblo imaginario Little Wing, que adquiere un valor en sí mismo. Todos ellos están ligados a este lugar, tienen una lealtad a su comunidad, como la tienen entre ellos. Butler le da voz a los cinco personajes principales, en lo que es uno de los grandes aciertos de la novela, aunque son tres (Henry, Beth y Lee) los que llevan el peso de la historia, la cual en algunos momentos se aplana, pero que sigue una línea poética que no te abandona en ningún momento. Como tampoco lo hace su melancolía, que alcanza sus cimas en muchas de las descripciones de los entornos físicos y emocionales. El territorio va a desempeñar un papel fundamental, unas llanuras que se pierden en la inmensidad y que llegan a pesar sobre los protagonistas. Un territorio que empuja a la contemplación y al ensimismamiento, una de las jugadas más interesantes de Butler.

Canciones de Amor a Quemarropa es un canto a la amistad, en un momento en que la amistad sufre las consecuencias de los tiempos que nos han tocado vivir, para lo bueno y lo malo. Aplicando la máxima de Bauman, la amistad también se ha convertido en algo líquido, se ha quedado fragmentada, en espacios compartimentados. Lejos de considerar a la persona en su conjunto, la amistad ha devenido en un elemento de usar y tirar. En la novela de Butler, los personajes tienen un valor de la amistad en toda su dimensión, y cuando alguno comete un error en esa dirección, es penalizado. Son amistades basadas en una lealtad sin descanso, aunque también estas lealtades se renegocian. Y en esta novela, en la que Butler se centra en Henry, Beth y Lee, encuentras motivos para seguir creyendo en la amistad, pese a lo que pese.

Pero Canciones de Amor a Quemarropa tampoco se entiende sin Little Wing y los lazos comunitarios que defiende. Existe en toda la novela un desencanto por la vida urbana posmoderna y una idealización de la pequeña comunidad, que directa e indirectamente juega el papel determinante en esas relaciones fraternales que aborda el autor. Butler no se esconde en esa idealización, incluso la defiende con vehemencia en las entrevistas, y en su libro reniega de las grandes ciudades y lamenta la pérdida de esa arcadia en la que convierte a la pequeña comunidad. Hay que tener en cuenta las dimensiones de Estados Unidos y que, todo lo que queda entre las dos costas, es un amplísimo espacio con una elevada presencia de las pequeñas comunidades. Butler las sacraliza y dibuja sus espacios públicos, desde la iglesia al bar de veteranos, así como a sus celebraciones, cargados fuertemente de un espíritu comunitario, aunque pasa de puntillas por sus puntos débiles, que también existen.

Pero detrás de todo queda el asidero al que se agarran estos personajes, los cuales entran en el terreno de las dudas, del cambio, de vértigo que supone dar ciertos pasos (casarse, tener hijos, decisiones profesionales y laborales, residenciales, etc.), y ese asidero no es otro que el de la amistad, en el marco de ese entorno reducido. Nickolas Butler ha escrito una de las novelas más emotivas que yo haya leído en los últimos tiempos, una novela emocionante que te remueve y que no te deja indiferente, que te lleva a pensar, a pensar muchas cosas, a pesar de un final un tanto forzado. Y para ello, no podemos dejar de escuchar a Bon Iver, que aunque no sea Lee, su música tampoco se entiende sin ese espacio inmenso de Wisconsin.