Darlene Love, ‘Introducing Darlene Love’

252447La veterana Darlene Love (Los Ángeles, 1941) regresa a la actualidad de la mano de un nuevo disco, Introducing Darlene Love, producido por el gran Steven Van Zandt. Love es una cantante que comenzó a alcanzar la fama a comienzos de los 60 bajo la batuta de Phil Spector, y que luego quedó en un segundo plano. En los últimos años también la hemos podido ver en el fantástico documental A 20 pasos de la fama (2014), donde se presenta la historia de las grandes coristas de la música Rock y Pop, fundamentales en las grabaciones y directos pero que han quedado siempre ocultas tras los focos de los grandes focos que alumbran  a estrellas como The Rolling Stones, Springsteen, Michael Jackson, etc. Love pertenecería a esta categoría, aunque ella ha contado con una carrera propia, también en el ámbito de la actuación. Admirada por Springsteen, Van Zandt y compañía, el propio Steven se pone a los mandos y recluta a una cantidad de amigos para orquestar un disco al servicio de la poderosa voz de Love. El disco va entrando con ganas, aunque es cierto que al bueno de Van Zandt se le va en ocasiones la producción, con muros de sonido, cuerdas, coros y vientos por doquier, pero con las escuchas este Introducing Darlene Love es un disco notable en el que Darlene Love se sale, con una mayoría de temas más rockeros.

Comienza el disco con ‘Among the Believers’, un tema de Van Zandt, que supone un inicio atractivo con los vientos tomando protagonismo. Elvis Costello aporta una gran canción como es ‘Forbidden Nights’, con ese medio tiempo creciente que genera esa sensación de optimismo secular en buena parte de la música Soul. Una de las grandes mercenarias de la industria, Linda Perry, firma la correcta ‘Love Kept Us Foolin’ Around’, que en la voz de Love gana mucho. Y llega el turno a la versión del tema ‘Little Liar’ de Joan Jett, en la que Van Zandt da rienda suelta a las guitarras. Cuesta entrar, pero se llega, en la versión del tema de Costello como es la lenta ‘Still to Soon to Know’ con el también veterano Bill Medley. Llega el turno para otro medio tiempo, ‘Who Under Heaven’ de Jimmy Webb, sobrepasado de producción, para dar paso a un tema de Springsteen, ‘Night Closing In’, con el saxofón en primer plano y unos coros destacables.

En la segunda parte podemos encontrar un tema que deriva más hacia el Pop en su interpretación como es ‘Painkiller’ de Michael Des Barres y Paul Ill, y sigue con otra aportación de Springsteen, la épica ‘Just Another Lonely Mile’. Van Zandt firma uno de los momentos más flojos del disco, la lenta ‘Last Time’, pero la recuperación no puede ser mejor con el ‘River Deep, Mountain High’ de Phil Spector, Jeff Barry y Ellie Greenwich, popularizada en los 60 por Ike & Tina Turner y una de las mejores producciones de Spector, y en la que Van Zandt termina de venirse arriba. La fiesta no para con la brutal ‘Sweet Freedom’ de Barry Mann y Cynthia Well, coros y vientos omnipresentes y no impostados. Termina el disco con ‘Marvelous’, un medio tiempo de carácter espiritual de Walter Hawkins y sigue por la senda del Góspel con ‘Jesus is the Rock (That Keeps Me Rollin»), un tema más acertado de Van Zandt.

Disco que se disfruta el de Darlene Love, una voz de altura, una buena selección de las canciones, aunque algunas más efectistas que efectivas, y una producción de Steven Van Zandt que puede que en algunos momentos se pase, pero que sin duda ha buscado conscientemente.

Blur, ‘The Magic Whip’

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Este disco no es estrictamente una novedad (salió el veintisiete de abril pasado) y ha sido mucho lo que se ha escrito sobre él en todo este tiempo, pero se pueden considerar lógicos algunos de los reparos que han retrasado la hora de atenderlo; uno de ellos es la cuestionable conveniencia, suficientemente contrastada a través de los años, de la reunión de grandes bandas tras largos períodos de separación. En el caso de Blur esta situación viene agrabada por el desastroso resultado de su último trabajo conjunto (Think Tank en 2003) y la más o menos traumática ruptura de la formación, especialmente tras las graves discrepancias entre sus dos miembros más destacados, Damon Albarn y Graham Coxon. También se puede sospechar que una reunión de este tipo obedece principalmente a motivos económicos, lo que es detectable por olfatos mínimamente avezados, y esto también requiere de un período de desengaño. Por estas y puede que otras razones cuesta poner muchas expectativas en este tipo de regresos; seguramente sea un prejuicio, pero en general no suelen dar resultados demasiado buenos.

Lo cierto es que el caso de Blur venía comentándose durante años; habían dado conciertos, participado en festivales y sacado sencillos esporádicamente durante estos últimos años de separación y la rumorología siempre anunciaba una inminente reunión que no terminaba de producirse. Parece ser que la chispa definitiva se produjo tras la cancelación de un festival en Tokyo, lo que provocó que la banda se quedara atrapada allí durante cinco días que dedicaron a componer nuevo material, y todo ello aceleró la gestación de este disco y esta algo improvisada reunión.

Quizás este carácter circunstancial e imprevisto, lejos de presiones y grandes expectativas, haya tenido su importancia en el más que aceptable resultado de esta reunión de Blur; porque The Magic Whip nos devuelve a una banda lógicamente más reposada pero cuyo sonido les aproxima más a sus primeros discos que a los últimos. Como si hubieran asumido con inteligencia esta nueva e incierta etapa y combinaran los toques de su característica jovialidad con la experimentación que ya practicaron antes de separarse y que Albarn continuaría practicando en solitario.

Así los lúdicos arreglos de Lonesome Street desprenden una vitalidad adulta, como la divertida y original mezcla de guitarras y electrónica de Ice Cream Man, los coros festivos de Ong Ong o el estribillo juguetón de I Broadcast. Por otra parte hay canciones de mayor densidad, como en los aires orientales de New World Towers, en los sintetizadores de Thought I Was  Spaceman o en My Terracotta Heart. En otras hay mayor relevancia de la sección rítmica como en el pop grave de Go Out, en Pyongyang, en el acompañamiento de los bellos arreglos orquestales en There Are Too Many Of Us o en los aires soul de la destacada línea de bajo en Ghost Ship.

Poco más se les puede pedir si partimos de que la insolencia de los veintitantos es irrecuperable; han sabido reengancharse a los nuevos tiempos con inteligencia y sin perder las principales señas de identidad que les hicieron grandes en los primeros noventa, recreando con éxito parte de aquel sonido en varias canciones que no hubieran desmerecido en aquellos fantásticos discos de sus inicios.

Richard Hawley, ‘Hollow Meadows’

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Cuando se tiene tanto talento para escribir canciones y semejante habilidad para vestirlas, como es el caso de Richard Hawley, no es necesario trasladarse a Los Ángeles ni rebuscar en la posmodernidad para sorprender cada vez que te cuelgas la guitarra al hombro. De hecho la impresión que dan estas canciones, y el conjunto de su ya extensa carrera, es la de que no hubieran sido posibles lejos de su Sheffield natal y que una mayor disponibilidad de medios les hubiera restado parte de su valor.

Son ya siete los discos en solitario de Hawley y en todos ha sorprendido sin necesidad de variar su propuesta, si acaso en su anterior trabajo Standing In The Sky’s Edge se distrajo con la psicodelia, pero su fuerte personalidad siempre ha predominado. Después de tres años retoma en Hollow Meadows el elegante pop clásico al que nos tiene acostumbrados con un puñado de variadas canciones que encandilan sin salirse del tiesto. Arropada con delicadeza su cada vez más cavernosa voz, el sonido que resulta vuelve a ser cálido y natural.

El disco lo abre la elegante I Still Want You que ya presenta unos preciosos arreglos orquestales, a la que sigue el discreto aire oriental de The World Looks Down. Destaca en el conjunto la animada pieza pop Which Way, con bonitos coros incluídos, y que desde aquí proponemos para la próxima peli de James Bond. Serenade Of Blue y Nothing Like A Friend son dos sencillas baladas con protagonismo para la voz, y en medio la optimista Long Time Down, cuya apertura nos recuerda la sabiduría de Hawley a las cuerdas. También son preciosas las cuerdas de Sometimes I Feel, animada en sus bajas revoluciones y con una destacada psicodelia final. Abre el piano la lograda pieza clásica que es Tuesday pm, a la que sigue una ascendente ración de psicodelia pesada en Welcome The Sun. Heart Of Oak es puro rock de etiqueta, pleno de ritmo, y What Love Means pone el melancólico colofón acompañado casi en exclusiva de la guitarra.

Once canciones variadas pero reconocibles que nos devuelven el temple y el buen gusto de uno de los mejores músicos británicos de la actualidad; una nueva delicada colección de momentos y paisajes que Hawley recrea con su cálida y, al parecer, inagotable maestría.