Uno de los tipos más listos de la clase: Mr. Jack White (I)

El tercer disco de The Dead Weath 54ec9a35519f8er nos tiene que llevar a analizar la extensa carrera de Jack White, un tipo que, casi todo lo que hace, lo hace bien. Desde Los Restos del Concierto somos unos auténticos entregados a la causa de White y no le recordamos patizanos excelsos, y sí una trayectoria que avanza a través de numerosos proyectos: comenzando por The White Stripes, siguiendo por The Raconteurs y The Dead Weather, y acabando en su carrera en solitario, sin olvidar su faceta como productor, su sello Third Man Records y sus colaboraciones. Casi nada la criatura, y todo con los 40 recién cumplidos en este año 2015. White no para y parece que no tiene intención de hacerlo. A estas alturas de la película, no cabe duda que Jack White es una de las luminarias de su generación y que suscita el entusiasmo de la crítica, y que su carrera lleva tiempo cimentada en un cierto revisionismo pero al que le ha dado un toque muy personal, siempre con esas guitarras afiladas y brutales. El Garage, el Blues, el Rock & Roll…y otros palos, están muy presentes en su música, pero siempre con una autenticidad que no es impostada.

Jack White comenzó a sonar con su primer proyecto grande, The White Stripes, una formación minimalista y orgánica integrada por Meg White a la batería y por él a la guitarra. En sus inicios, allí por el lejano 1997, jugaban con una cierta ambiguedad y no se sabía si los White eran hermanos, matrimonio, etc. También tenían una imagen muy icónica, empleando en su estética el blanco y el rojo, como se veía en las portadas de sus primeros discos, desde el debut con The White Stripes (1999), publicado en una indipendiente. En ese contexto, The White Stripes, que provenían de Detroit, cuna del Garage con MCD o Iggy and The Stooges, y también muy vinculada al Blues, eran una especie de anomalía en un mundo del Rock & Roll que comenzaba el proceso de atomización. Todavía no se hablaba del ‘Americana’ y The White Stripes irrumpieron con fortaleza en ese salto de siglo, publicando un segundo disco en 2000 De Stijl, ganándose a una crítica que buscaba agarrarse a algo, pero los de Detroit no eran para un público masivo. The White Stripes se verían también inmersos en una especie de revisionismo con The Strokes a la cabeza, la ‘gran esperanza blanca’ y fallida del Rock & Roll. Y su consolidación se daría con White Blood Cellar (2001), uno de los discos de comienzos del siglo. La fuerza del dúo era inapelable, con Jack en una posición central, no en vano era el compositor de los temas, mientras que Meg quedaba en un muy segundo plano. Blues y Garage se mezclaban en ese minimalismo al que hacíamos referancia al inicio, con canciones como ‘The Three Kid Killed My Baby’, ‘Hello Operator’, ‘Hotel Yorba’, la versión de ‘Jolene’ de Dolly Parton, o temas tan redondos como ‘Feel In Love With a Girl’:

The White Stripes estaban a punto de dar un salto adelante. Mientras que The Strokes entraban en una barrena nunca superada, los White, que ya se habían descubierto como exmatrimonio, publicaban en 2003 Elephant, un disco que les dio a conocer a un público más amplio. Elephant era un poco más ecléctico, diversificaban también su estética, y contaba con una canción imbatible como ‘Seven Nation Army’, luego machacada como himno deportivo, y posiblemente el último gran himno masivo de Rock & Roll. Pero el disco tenía muchas cosas más como la gran versión, donde cantaba Meg, de ‘I Just Don’t Know What to Do With Myself’, y temas como la escorada el Blues ‘Ball and Biscuit’, la más épica ‘There’s no Home For You Here’, o la espectacular ‘The Hardest Button to Button’:

Señalado como uno de los discos del año y como uno de los principales del Rock & Roll de la década, Jack White comenzó a ganar visibilidad apareciendo como actor en la película Cold Mountain (2003) y siendo pareja de la actriz Renée Zellweger. Durante esos años, Jack comenzaría también a recuperar y homenajear a algunos de sus artistas favoritos, como fue el caso de la producción del disco de la veteranísima Loretta Lynn de 2004 Van Lear Rose, y es que en ese sentido White sí que transmite un respeto. Mientras tanto, el sonido de The White Stripes se iría endureciendo y haciéndose cada vez más barroco, más intrincado, con nuevos elementos, como si el corsé de la banda le superase a Jack. En 2005 publicaron Get Behind Me Satan, más oscuro y pantanoso en ocasiones, que no tenía un hit pero sí grandes temas como ‘Blue Orchid’ o ‘My Doorbell’. La crítica no lo recibió mal, pero es que White ya se había convertido en alguien casi incuestionable y en 2006 sorprendió con una nueva banda llamada The Raconteurs. Y es que estaba claro que The White Stripes se le quedaba pequeño y allí se juntó con un cantautor poco conocido entonces como es Brendan Benson, el bajista Jack Lawrence y el batería Patrick Keeler, formando una especie de supergrupo más diverso, con tintes muy claros de Power Pop y de incluso Psicodelia, donde las canciones las componían Benson y White, que también asumían las voces. El proyecto, uno de mis favoritos, debutó con Broken Boy Soldier y también fue muy bien recibido por la crítica, con temas tan potentes como ‘Steady, As She Goes’:

En aquellos años, White afirmaba que este proyecto no suponía la ruptura o desaparición de The White Stripes y, de hecho, sólo un año después publicarían su último disco hasta la fecha, Icky Thump (2007), que saldría en Warner, más luminoso que su anterior entrega y que iría ganando con el tiempo, un disco que tiene momentos muy curiosos como las trompetas de la versión de ‘Conquest’, un tema de 1950 de Patti Page, y ese vídeo impagable con White de torero (?!); el single que da nombre al disco, ‘Icky Thump’, un tema muy cañero y de los mejores de White, que mostraría parte del camino futuro; la más clásica ‘You Don’t Know What Love Is (You Just Do as You’re Told)’; el Blues de ‘300 MPH Torrential Outpour Blues’, etc. The White Stripes, o más bien el propio Jack White, se habían ganado su posición y quedaban como una de las principales bandas de Rock & Roll, con ese estilo revisionista pero con sello propio, muy orgánico, pero todavía la carrera de White iba a dar muchos giros porque The White Stripes no publicarían ningún disco más, seguiría con The Raconteurs y formaría The Dead Weather, y más cosas que demostrarían que White no iba a parar, como así ha sido y veremos en la siguiente entrega:

Josh Ritter, ‘Sermon On The Rocks’

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A quien haya seguido mínimamente la carrera de Josh Ritter no le sorprenderá que en su séptimo trabajo vuelvan a discurrir con fluidez las melodías más luminosas, un brillo que no se ha apagado ni en sus más complicados momentos vitales, como ocurrió tras su ruptura con la cantautora Dawn Landes que desembocó en su anterior y fantástico disco The Beast In Its Tracks. Otra vez la sencilla alegría de sus canciones vuelve a arreglarnos el día sin variar un ápice su propuesta, aunque diferenciándose de su anterior trabajo en un mayor acompañamiento instrumental en general y eléctrico en particular que complementa sin excesos la energía que siempre han transmitido incluso sus interpretaciones menos arregladas.

Encontramos en este Sermon On The Rocks una predilección por el folk ligero: desde la pureza de Young Moses al precioso medio tiempo ascendente de Where The Night Goes o el country más clásico de Cumberland, el piano de Homecoming o el protagonismo eléctrico en A Big Enough Sky. También destaca la sección rítmica en canciones como la cuasi-funk Birds Of The Meadow o en Lighthouse Fire así como las veloces recitaciones en el animado country que es Getting Ready To Get Down o Henrietta, Indiana. También hay tiempo de bajar un poco las revoluciones en Seeing Me Round, en la maravillosa balada  que es The Stone o el calmado tema que echa el cierre My Man On A Horse (Is Here).

Parece que el reconocimiento general se le resiste a este músico que discurre sin estridencias por los circuitos independientes de la escena norteamericana y al que puede que lastre su aparente ausencia de pretensiones. Su obra fresca y sencilla, a la que quizás le haya faltado el hit que le dé a conocer entre una mayor audiencia, encandila desde las primeras escuchas y en este nuevo trabajo vuelve a entregar un encantador conjunto de canciones que deleita como siempre lo ha hecho Ritter en lo que hasta la fecha sigue siendo una carrera sin apenas mácula.

Sons of Bill, ‘Love and Logic’

sobLo que se llamó en su día el ‘Americana’ y que ha consolidado una corriente que ya estaba ahí (esa mezcla del Rock & Roll, el Folk y el Country), sigue dándonos alegrías varias. Además de considerar uno de los discos del año el All Your Favorite Bands de Dawes, la lista de grupos y artistas que salen se amplía cada temporada. Teníamos ganas de dedicarle tiempo a este Love and Logic de Sons of Bill, cuarto disco de estudio publicado en 2014 y que recuperamos en este momento, y que ha sido un trabajo alabado por la crítica. Sons of Bill son un quintento de Virginia, formado por tres hermanos (Sam, James y Abe Wilson) y por la base rítmica que conforman Seth Green al bajo y Todd Wellons a la batería. No nos descubren nada nuevo bajo el son, es esa música que tanto nos gusta, esas melodías con esa presencia de lo acústico, y que transmiten honestidad. En Love and Logic se percibe una melancolía en gran parte de las canciones, apoyada en ocasiones en el pedal steel, como unos Wilco más tristones, y también ese Power Pop que es otra de las fuentes de influencia de parte de estas bandas. Curiosamente, son en estos temas donde los Sons of Bill brillan más, sin que esto desmerezca al resto. Igualmente, la combinación de las voces, las armonías que crean, recordándonos a The Jayhawks de los inicios por momentos, son destacables.

El disco se inicia rayando a gran altura, ‘Big Unknown’ es un gran tema, muy nostálgico pero que te atrapa. La misma línea sigue ‘Brand New Paradigm’, con esas voces que se ensamblan a la perfección y ese estribillo. Más Folk y acústica resulta la también notable ‘Road to Canaan’, donde colabora la cantante Leah Blevin, una preciosa canción, muy inspiradora. En ‘Lost in the Cosmos (Song For Chris Bell)’ homenajean a Chris Bell, mítico integrante de los primeros Big Star y toda una institución, otro tema triste que no rompe el nivel de los anteriores. Y llega uno de los momentos más destacables del disco, la más dinámica y precisamente con esa influencia del Power Pop ‘Bad Dancer’, una senda que no seguirán en muchas ocasiones.

La segunda parte del disco se inicia de forma más irregular, ‘Fishing Song’ es un medio tiempo triste, el piano cobra protagonismo, y ‘Higher than Mine’ es más intrascendente, aunque puede ganar con las escuchas. El bajón se supera con la vuelta a las influencias del Power Pop gracias a ‘Arms of the Landslide’, una canción fantástica. El final es para la más oscura ‘Light a Light’, otro tema triste donde tiran del pedal steel y con ‘Hymnsong’, en la misma línea pero más desnudo.

Sons of Bill se convierten en otro grupo a apuntar y tener en cuenta en esta larga, muy larga ya, nómina de artistas que siguen la senda del Rock, el Folk y el Country, generando discos muy interesantes y que no parecen tener fin.