Van Morrison, ‘Keep Me Singing’

rs-246885-rs-van-morrison-01Allí estábamos, de nuevo Van Morrison. Habíamos ‘roto’ con su cadena de novedades tras el insustancial Keep it Simple (2008) ya que el piloto automático era más que una evidencia. Sí, no pude dejar de adquirir el maravilloso directo con el que celebraba el clásico Astral Weeks (1968) y que publicó en 2009 bajo el título Astral Weeks Live at the Hollywood Bowl pero ya no pude con Born to Sing: No Plan B (2012) ni con el disco de duetos del año pasado, Dues: Re-Working de Catalogue. Cuando se anunció el nuevo disco, Keep it Simple, algo se movió en mi interior. Me picaba mucho la curiosidad, las críticas no eran malas (aunque tampoco eso es un indicador) y consulté a algunos amigos que lo habían escuchado antes. No pude resistirme, algo me tiraba hacia el nuevo disco del gruñón favorito del mundo del Rock & Roll. Quizá también esa maravillosa portada, que quería decir algo más que la cara de Morrison en primer plano de sus últimos discos (no, no nos compramos los discos por la portada, obviamente, pero genera un algo). Quizá la falta de expectativas haya ayudado a que disfrute de este Keep Me Singing, que cuenta con algún tema compuesto años atrás. No, no es una obra maestra, ni mucho menos. También hay piloto automático, no nos emocionemos. Pero, para mí, Van Morrison ha hecho su mejor disco desde la trilogía de la segunda mitad de los 90 compuesta por Days Like These (1995), The Healing Game (1997) y Back on Top (1999). Sin dejar de lado sus señas de identidad, generando un ambiente especial en esa mezcla de estilos a través de la que ha creado el suyo, es un disco que te lleva y que, aunque se resiente en algunos momentos, te reconcilia con Van Morrison.

El primer tercio de este Keep Me Singing está entre lo mejor del conjunto, con cuatro medios tiempos brillantes y preciosistas. La voz de Van Morrison suena cálida en la delicada ‘Let It Rhyme’, con esa sección rítmica, el órgano y el toque de la armónica. Sigue con el nivel, incluso casi lo supera, con ‘Every Time I See A River’, maravilla con sección de cuerda y sutiles vientos incluidos. Con ‘Keep Me Singing’ presenta un tema marca de la casa, manteniendo el pulso melancólico y donde destacan los coros, mientras que en ‘Out in the Cold Again’ suena más íntimo, se nota una cierta acomodación, pero gana con las escuchas y este toque de la guitarra acústica es muy destacado. ‘Memory Lane’ es uno de los temas más flojos, se queda a medias con ese tono nostálgico. Y, en ‘The Pen Is Mightier Than The Sword’, se anima bastante la cosa pero no acaba de quedarle bien en el tono del disco. Pero se recupera con una de las mejores canciones del disco, ‘Holy Guardian Angel’, ideal para una tarde de lluvia otoñal, la voz de Morrison vuelve a elevarse y confecciona un tema muy visual con unos coros muy sutiles.

La segunda parte de disco es más irregular. ‘Share Your Love With Me’ tiene como destacado al Hammond, es más clásica, como de los 50, pero tampoco convence. No ocurre lo mismo con ‘In Tiburon’, referencias incluidas a San Francisco, donde va in crescendo acompañado por una instrumentación más minimalista, convirtiéndose en otro de los momentos del disco. Otro valle se produce con la más jazzística ‘Look Beyond the Hill’, que no está a la altura, aunque se recupera con las influencias Blues de ‘Going Down to Bangor’, aunque no deja de ser convencional en la obra de Van Morrison. El final es más animado, rompiendo un poco con la dinámica del disco, la más R&B ‘Too Late’, y que tiene más empaque en directo, y ‘Caledonia Swing’, un instrmental donde destaca el saxo a cargo del propio Morrison y el Hammond de nuevo a cargo de Paul Moran.

Insistimos, no ha facturado Van Morrison una obra maestra, ni se le espera, pero por lo menos es un disco que se disfruta más que los de la última década y media. Y sí, hay esa sensación en ocasiones de que ‘esta canción ya la he escuchado yo antes’, pero es lógico. Keep Me Singing no estará entre lo mejor del año pero a mí me está haciendo pasar buenos ratos con Van Morrison como hace mucho tiempo que no lo hacía, a pesar de algunos temas más irregulares.

Aquella gente que dejamos de seguir (y que lo tienen bastante difícil para hacerlo de nuevo)

photoAcaba de publicarse el nuevo disco de Green Day, Revolution Radio, un disco recibido de forma tibia por la crítica. Hace unas semanas salía al mercado The Getaway de Red Hot Chili Peppers, que cosechó la misma valoración que el de Green Day. Cuando pienso en estas dos bandas, de las que tengo discos y que recuerdo con cariño, siempre me viene a la cabeza el momento en el que dejas de seguir a un grupo o artista porque sus discos te dejan de gustar o porque toman una deriva diferente que no te acaba de convencer. En algunos artículos hemos hablado de cómo olvidamos los nuevos discos de Sheryl Crow, la situación obvia de Oasis o de Coldplay, de cómo nos bajamos de las novedades de Van Morrison (brevemente porque he vuelto), o de cómo estuve a punto de hacerlo (no podía aunque tentado) con REM, por poner un ejemplo. Ahora, en esa categoría de riesgo entraría U2…ufff, No Line on the Horizon (2009) y Songs of Innocence (2014) han acabado prácticamente con toda la resistencia. Y tampoco sé si me atreveré con el nuevo trabajo de Lori Meyers, y me pasa lo mismo con The Gastlight Anthem. Pero dejar de seguir las novedades de grupos o artistas es algo habitual, los gustos cambian, no se puede mantener el nivel, te cansas, etc. Con algunos/as te queda una fidelidad casi absoluta, que no acrítica, como lo que contábamos de REM y también me pasaría con Pearl Jam, Neil Young, Springsteen, The Rolling Stones etc., salvo cuando les da por recopilatorios o lanzamientos que no aportan nada, e incluso sabiendo que son discos menores (miedo me da lo de los Stones para diciembre). Pero vamos a repasar la historia de algunas dejaciones que hemos realizado por significativas.

Oasis o el arte del autoplagio

La última gran banda británica (junto a Blur) tiene el triste mérito de una cuesta abajo que no puede ser otra cosa que un vacío creativo y la caída en el autoplagio. Recapitulemos, como jóvenes de la primera mitad de los 90 nos lanzamos como locos a por Definitely Medley (1994) y (What’s the Story) Morning Glory (1995), dos obras maestras con clásicos imbatibles. Noel y Liam Gallagher molaban más que Blur, con ese pose intelectual o por la impostura para competir con los de Manchester. Y Oasis iban lanzados, como un cohete para ser el grupo de la década pero…pero llegó Be Here Now (1997). El tercer disco no estuvo a la altura debido a que se notaba una reiteración en sus composiciones y que no estaban en el nivel de sus dos primeras obras, una cosa imposible. Había buenas canciones pero se les iba por encima de los setenta minutos. Be Here Now se podría haber tomado como un disco menor si no hubiese sido por lo que vino después y es que sus discos comenzaron a caer en calidad y a hacerse cada vez más intrascendentes, sonando más Oasis por las peleas entre Noel y Liam y por otros incidentes que por su música, lo cual refuerza ese tercer trabajo. Yo me planté en Be Here Now, mientras que Standing in the Shoulder of Giants (2000), Heathen Chemistry (2002), Don’t Believe the Truth (2005) y Dig Out Your Soul (2008) se quedaron en nada, y casi nadie los recuerda, y de hecho me costaría recordar alguna canción de esos discos. Oasis siguieron girando esos años con éxito hasta que Noel y Liam rompieron peras de aquella manera (cómo ellos sólo podrían haberlo hecho), pero sus discos en solitario tampoco han alcanzado el reconocimiento de la crítica. Obviamente, es muy difícil que los Gallagher vuelvan a juntarse (cosas más raras se han visto, eso sí), pero tampoco apostaríamos a que un nuevo material (improbable, insisto) fuese algo relevante.

La ambición desmedida de Green Day

A la vez que el Britpop se convertía en una burbuja exagerada, desde Estados Unidos llegaba el Neopunk. Bueno, a decir verdad el Punk y los sonidos más hardcores siempre habían estado ahí, Bad Religion, NOFX y compañía llevaban años. Pero habían quedado en un segundo plano, en los circuitos secundarios y universitarios. Sin embargo, el nihilismo del Grunge, el suicidio de Cobain y la depresión no podían quedar ahí. Las discográficas y la industria vio la oportunidad en aquellas guitarras aceleradas que remitían a The Clash y a Sex Pistols. No se podía romper con el Grunge de golpe así que mostraríamos bandas con un toque de autenticidad, que también es cierto que tenían. En 1994, Green Day publicaron Dookie con Reprise, una multinacional, y se convirtieron en una banda de primera línea con himnos como ‘Basket Case’, ‘When I Come Around’ o ‘Burnout’. Pero Billie Joe Amstrong, Mike Dirnt y Tre Cool llevaban casi una década de carrera, habían publicado ya dos discos, e incluso habían girado en condiciones muy precarias como las que se cuentan en muchos libros sobre la época. A raíz del éxito de Green Day, aparecerían otros veteranos como The Offspring que también contaban con dos discos anteriores y que se saldrían con Smash (1994). Canciones urgentes, autenticidad, rabia, etc., era el paso perfecto tras el Grunge. Pero la cosa no acabó de funcionar, Green Day irían cayendo un poco en un segundo plano con discos reiterativos (tampoco era una sorpresa) como Imsoniac (1995) y Nimrod (1997). Me quedé en el primero de ellos y, en 2000, llegaría Warning. Vendían, sí, pero la fórmula estaba agotada. Y, entonces, dieron la sorpresa. En 2004, imbuidos por la crítica a la invasión de Irak de 2003, Green Day sacarían American Idiot, una especie de ópera Punk que contaba con grandes temas, coherencia y trascendía a los esquemas previos, incorporando una cierta épica a la aceleración del Punk, incluso con cambios estéticos. El disco fue un éxito y los convirtió en una banda de estadio, rompiendo en parte con sus orígenes más Punk. Ahí volví a Green Day gracias a canciones como ‘American Idiot’ o ‘Wake Me Up When September Ends’. Pero luego ya no me llamó la atención 21st Century Breakdown (2009) y mucho menos la desmedida trilogía de 2012 ¡Uno!, ¡Dos!, ¡Tré!, siendo suspendida la gira por el estado de Amstrong, con algún vídeo poco afortunado incluido. Ahora ha llegado Revolution Radio que suena más de lo mismo, aunque se presenta como una vuelta a los orígenes pero no, y que ha cosechado críticas entre tibias y positivas pero sin entusiasmo, pero creo que mi época de Green Day pasó, me quedo con Dookie American Idiot, que muy de vez en cuando suenan en casa y les tengo cierto cariño, pero…

La incosistencia de Red Hot Chili Peppers

¿Cómo casa en una misma discografía Blood Sugar Sex Magik (1991) y Stadium Arcadium (2006)? Lo confieso, Stadium Arcadium es uno de los discos que menos he escuchado de todos los que tengo, y lo he retomado de nuevo, recordando los motivos de dejarlo a un lado. Los Red Hot Chili Peppers (RHCP) eran una banda que llevaba ya su tiempo, desde 1983, dentro de la escena californiana que mezclaba el Funk, el Rock, el Metal y otras influencias, allí estaban también Jane’s Addiction, por supuesto. La banda era muy irreverente, esas fotos con los calcetines en los penes, pero ya desde el principio estaban en EMI, una multinacional. También ha sufrido cambios de formación, manteniéndose de los originales Anthony Kiedis y Flea, pero perdiendo por el camino por sobredosis a su guitarrista original Hillel Slovak en 1988. Ese año también se incorporó a la banda Chad Smith y John Frusciante, figura capital en los RHCP. Con esa formación grabarían el Mother’s Milk (1989) y poco después entrarían en Warner, donde sus discos ya serían producidos hasta la fecha por el omnipresente Rick Rubin. RHCP se beneficiaron de la fiebre por lo ‘alternativo’ que generó el Grunge y canciones como ‘Under the Bridge’ y ‘Give It Away’ se convirtieron en himnos (y carne de emisoras nostálgicas). RHCP se situaron en la cima pero cayeron pronto con la salida del inestable y peligrosamente adicto Frusciante. Su sustituto parecía muy adecuado, Dave Navarro de los finiquitados en aquel momento Jane’s Addiction, pero la cosa no funcionó. One Hot Minute (1995) era un disco bastante flojo que les hizo perder parte de la posición mainstream que habían logrado. Pero la vida tiene cosas también curiosas y el retorno de Frusciante en 1998 dio lugar a Californication (1999) que, si bien no está a la altura del Blood Sugar Sex Magik, les situó todavía más alto. Hubo un giro en su música, se convirtió en algo más domesticado y de allí salieron hits como la delicada ‘Star Tissue’ o ‘Californication’, ‘Other Side’ o ‘Around the World’ y conquistaron al público, gracias también a un tono más melódico. Desde entonces, RHCP han seguido esta senda y sus discos se han resentido. Siempre acompañados por canciones efectistas a modo de singles, aguanté con el By the Way (2003) por temas como el que da el título al disco o ‘Can’t Stop’ y el ya citado Stadium Arcadium, que para colmo era doble. Luego, en 2009 Frusciante volvió a dejar la formación y fue sustituido por Josh Kinglofer, que era integrante de la gira desde 2007. Los dos últimos discos de RHCP, I’m With You (2011) y The Getaway (2016) son extraños para mí, no les he dedicado ni un minuto. RHCP seguro que lo revientan en directo y tienen canciones para ello, pero ya no me llaman la atención. Eso sí, siempre que escucho ‘By the Way’ o ‘Can’t Stop’ me vengo arriba, por no decir nada del incontestable Blood Sugar Sex Magik.

Yann Tiersen, ‘Eusa’

yann-tiersen-eusa-album-coverSon muchas las facetas en las que destaca el compositor francés pero sin duda que una de nuestras favoritas es la que ejerce en solitario frente al piano, como en este delicioso trabajo que acaba de presentar. Más allá de sus caras rockeras, minimalistas o experimentales, hacía tiempo que no retomaba la belleza de la música neoclásica de la que en el pasado extrajo obras tan hermosas como las bandas sonoras de ‘Good Bye Lenin’ o ‘Tabarly’.

Editado inicialmente en diciembre de 2015 como libro de partituras, nos llega ahora la versión sonora de este recorrido musical por la isla de Ushant (Eusa en bretón), lugar donde se asienta la comuna en la que reside Tiersen. Cada una de sus diez piezas está inspirada y bautizada como una localización concreta de la isla y van acompañadas de improvisaciones a modo de trayecto entre ellas además de extractos del sonido ambiente del propio lugar. De este modo nos traslada, desde el inmenso Studio 1 de Abbey Road, a las tierras brumosas de esta pequeña isla situada en la entrada sur del Canal de la Mancha.

Es este un trabajo en el que, en solitario, recupera la sensibilidad clásica que le proporcionara hace ya tiempo sus primeros reconocimientos, especialmente a partir del éxito masivo de sus bandas sonoras, y que había abandonado en sus últimos discos más experimentales, incluso con derivaciones electrónicas, y de más lenta digestión, aunque igualmente estimulantes.

Quienes tuvimos la oportunidad de disfrutarlo en directo en el teatro Bretón, en el lejano Actual de 2003, recordamos con especial emoción y cariño a este huidizo bretón, que vuelve a demostrar su enorme capacidad para extraer preciosas y cálidas notas, incluso de una fría y apartada isla del Atlántico como es Eusa.

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