‘Neon Bible’ o cómo Arcade Fire pasaron la reválida del segundo disco

Quedan muy pocos días para que llegue el quinto disco de Arcade Fire, Everything Now, que ya ha contado con varios y suculentos adelantos. Parece que siguen en la senda de su antecesor Reflektor (2013), pero de eso ya tendremos tiempo de hablar. Seguro que también les caen tanto las valoraciones positivas por parte de la crítica como los palos de costumbre por representar la esencia de ese mundo ‘alternativo’ o ‘indie’ si esto tiene sentido hoy en día, que la verdad no lo sé, y se les acusará de grandilocuentes, ‘intelectualoides’ e impostados, entre otras cosas. A mí me gustan mucho Arcade Fire y, hasta la fecha, no tienen disco malo. Aprovechamos que su nuevo trabajo está ya casi aquí para recordar su segundo largo, el siempre complicado y muy difícil paso tras el éxito del primero, el soberbio Funeral (2004). De est disco ya hemos hablado en ocasiones anteriores y la formación canadiense había sorprendido con su épica, barroquismo, grandes canciones y el uso de violines, acordeones y percusiones que les dotaban de una personalidad propia. Y, claro, el siguiente paso era muy difícil. Win Butler, Régine Chassagne y compañía decidieron no salirse mucho del guión, épica y barroquismo a raudales, aunque con algunos pequeños matices. El resultado, un gran disco como Neon Bible (2007) que, si bien no alcanzaba la excelencia de Funeral, tampoco dejaba indiferente. Diez años ya del segundo trabajo de Arcade Fire, el complicado segundo disco.

‘Black Mirror’ marcaba el inicio, sin dejar de lado la épica pero también con un toque de oscuridad en su sonido, y de nuevo esas percusiones y el teclado que marcaban parte de sus señas de identidad. Pero el primer pelotazo llegaba con la maravillosa ‘Keep the Car Running’, un tema más optimista y animado que, obviamente, no dejaba de lado el carácter excesivo de la banda, pero una canción que se convirtió desde el minuto uno en uno de sus clásicos. ‘Neon Bible’ es un tema más corto, con un inicio como sincopado y lento pero que luego va cogiendo forma con la melodía y en el que destacarán las cuerdas. En ‘Intervention’ vuelven a llevar la grandilocuencia y el barroquismo al extremo en una canción fabulosa, ese órgano del inicio que marca el tempo, los coros de Chassagne, etc. Muy opresivo me resulta ‘Black Wave/Bad Vibrations’ (el título ya lo dice todo), un tema más complejo, con esos cambios de voces, esa percusión que también atosiga. ‘Ocean of Noise’ por su parte comienza de forma lenta para luego ir creciendo, Butler se muestra susurrante, pero al final gana en intensidad y esas trompetas fronterizas son fantásticas para un final que es de lo mejor de la canción.

‘The Well and the Lighthouse’ tiene un punto más rockero pero el bajo también suena más ochentero, destacando como se combinan las voces y de nuevo esa épica que no falte. ‘(Antichrist Television Blues)’ es más del Rock norteamericano, al que luego abrazarían en mayor medida en The Suburbs (2010), obviamente pasado por el filtro de Arcade Fire, pero siendo una canción en donde se observa un tono más crepuscular. ‘Windowsill’ es un tema de comienzo lento de nuevo que luego va creciendo y que se convierte en una preciosa canción. Pero uno de los momentos determinantes del disco llega con la canción que seguramente mejor define a Arcade Fire, o al menos su primera etapa, la imbatible ‘No Cars Go’, que ya había aparecido en su EP de debut en 2003. Recuperar ‘No Cars Go’ fue un gran acierto, un tema que te lleva con esos violines nerviosos y acelerados, esos gritos del estribillo, esas percusiones, lo tiene todo. El final del disco es para un retorno a la oscuridad, suponiendo un gran contraste con la vital ‘No Cars Go’, con ‘My Body Is a Cage’, una primera parte más vital y de lamento, como de un Blues desnudo por parte de Butler, para pasar en la segunda parte del tema a otra parte todavía más angustiosa con un órgano predominante y una percusión como de marcha fúnebre. Un cierre que no te deja indiferente y que muestra hasta dónde estaban dispuestos a llegar.

El 28 de julio llegará el quinto disco de Arcade Fire, Everything Now, y estamos deseando escucharlo. Una de las bandas más importantes de panorama musical en la actualidad, a pesar de sus detractores, una banda que ha sabido permanecer fiel a su estilo a pesar de los giros que van dando y que, hasta la fecha, les han salido bien.

‘La cesta de la compra’ y el maldito éxito

Al fin y al cabo el éxito no deja de ser una circunstancia; nos puede hacer más o menos gracia pero no cabe duda de que entraña riesgos y que, una vez originado, controlarlo no deja de ser una ilusión. No siempre el éxito está justificado, desde luego hay casos que son inexplicables, pero la gestión de este sigue siendo un misterio más allá de las cualidades de, en este caso, el músico.

El caso de La cabra mecánica, con Lichis a la cabeza, y su La lista de la compra parece un ejemplo de éxito sobrevenido y desbocado, pero también de justicia, porque la carrera de Lichis ya había dado muestras de un enorme talento que al fin daba sus frutos después de diferentes proyectos. En concreto con La cabra mecánica había publicado tres discos animosos y mestizos cuando en este ‘Vestidos de domingo’, durante el verano de 2001, se ganaron a todas las emisoras a base de ingenio y desparpajo, y todo a raíz de la inspiración sobrevenida por una imagen de la folclórica, por entonces en decadencia, María Jiménez que culminaría en La lista de la compra, el hit que les aupó a un estrellato insospechado.

Como el propio Lichis afirmaría años más tarde cuando en 2009 le daba carpetazo, con el tiempo La cabra mecánica dejó de transmitir lo que de ella se esperaba y, lejos de identificarse con esa imagen provocada, me atrevo a decir, por la errática gestión del éxito (que culminaría con el No me llames iluso para el Cuponazo del que ha renegado en numerosas ocasiones) decidió emprender nuevos derroteros musicales. Pero antes debió lidiar con el éxito y las consecuencias que siguieron a esta estampa simpática y cañí, de arreglos sencillos e ingeniosa letra, que cerraba con brillantez junto a la propia María Jiménez. Sin duda una efectiva fusión de sones e imágenes ibéricas.

Y la historia siguió, cómo no. Tres discos después, uno de ellos en vivo, la banda se disolvió y Lichis publicaría en 2014 ‘Modo avión’, su disco más personal e influido por la tradición musical norteamericana, línea que continúa con ‘Mariposas’, publicado en marzo de este año. Lejos del ruido de los medios y exponiéndose más que nunca en sus letras, por estos nuevos derroteros Lichis va poco a poco deshaciéndose de pasados lastres y descubriendo una cara nueva para un valioso autor al que el éxito no sentó del todo bien.

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Ezcaray Fest o un arranque de altura

Ezcaray Fest 2017, Ezcaray (La Rioja), 21 al 23 de julio de 2017

El Ezcaray Fest se sumaba a la lista de festivales veraniegos de la región con una apuesta potente en varios sentidos. Primero, el cartel, diverso pero buscando a diferentes públicos. Segundo, con la intención de hacerse un hueco en la apretada agenda de esta clase de citas, superando la dimensión regional y de la zona de influencia de La Rioja, especialmente Rioja Alta. Y, tercero, una vez allí pudimos comprobar la producción del festival, sin duda uno de los puntos más destacados de una organización y promotores, Rock in Trio, que decidieron salir con fuerza. Obviamente, los primeros pasos suelen ser los más complicados pero las valoraciones son positivas de cara a su consolidación y a una segunda edición que ya está en marcha. Ezcaray, además, es una de esas localidades que dan juego para un evento de esta naturaleza, aunque también hay que destacar que hubo muchos visitantes de fuera, no solamente el público veraneante en la misma o del entorno.

El viernes 21 al mediodía comenzó el festival con un ‘Vermú Rockero’ en la coqueta Plaza de la Verduda, con las propuestas de Serendeep y El Cuarto Verde que congregaron en las terrazas de los alrededores a un público entre expectante y curioso. Para entonces, ya se veían por Ezcaray camisetas de uno de los platos fuertes de la noche, Berri Txarrak. La tarde nos traería un espacio principal en las traseras del Ayuntamiento, un recinto que impresionaba con un escenario que ya hemos visto en Azkena. Los riojanos Tobogán fueron los encargados de comenzar con la fuerza de sus canciones de su EP de debut, Vértigo (2016), destacando la actitud de Daniel Pérez a la voz y del resto de la formación, con Samuel Ayuso a la guitarra, Rubén Domínguez ‘Boogy’ al bajo, y Jorge Sánchez a la batería, versión de Nirvana incluida. El tiempo de espera para la salida de uno de las apuestas más destacadas del festival fue corto, León Benavente aparecieron para hacer un concierto impecable. Y es que no cabe duda que son una de las principales bandas de la escena nacional, con dos discos tremendos, y con un Abraham Boba brutal, una sección rítmica, Eduardo Baos al bajo y César Verdú a la batería a gran altura, y con los sonidos de la guitara de Luis Rodríguez que componen su personalidad. Inapelables en interpretaciones como ‘El Rey Ricardo’, ‘Ser brigada’, ‘La palabra’, ‘Las ruinas’, ‘California’, ‘Tipo D’, ‘La Ribera’, ‘Celebración (Siempre hacia adelante)’ o una de mis favoritas como es ‘Habitación 615’. El público se entregó a unos León Benavente que demostraron que juegan hace tiempo en otra liga. Como decíamos, Berri Txarrak era una de las apuestas fuertes del festival, y congregaron a no pocos seguidores y seguidoras. No estamos familiarizados con su sonido pero desplegaron una tormenta eléctrica y épica que tampoco dejó a nadie indiferente. Ya estábamos metidos de lleno en el día 22 para el cierre de la primera jornada con Marky Ramone, el batería más longevo de los Ramones, sobre el que caía el interrogante de cómo se enfrentaría al legado de esa eterna banda. Pero nos encontramos con un concierto intensísimo y acelerado, no podía ser de otra manera, en el que cayeron la mayoría de los clásicos de los Ramones y con un cantante que cumplió con creces para enfrentarse a una leyenda como Joey Ramone. El público disfrutó de lo lindo con unos temas que no necesitan presentación y la prueba más evidente es que de allí no se movió casi nadie tras Berri Txarrak y eso que se superaron las dos y media de una ya fría madrugada, pero la gente se fue con un gran sabor de boca.

El sábado el ‘Vermú Rockero’ se trasladaba a la icónica Plaza del Quiosco con Chelsea Boots y Funny Roman Numbers, en un ambiente de sábado con los bares de la plaza a rebosar. La tarde nos llevaría con otra de las grandes apuestas del festival, Belako. De nuevo muchos seguidores de los de Mungia se concentraron para ver a una de nuestras bandas favoritas. Y cumplieron con creces demostrando que van a más y que, lejos de acomodarse, asumen riesgos y evolucionan dentro de ese sonido mezcla Post Punk y New Wave, junto con esos toques electrónicos. Cristina Lizarraga volvió a encandilarnos, y Josu Billalabeitia a la guitarra y Lander Zalakain a la batería siguen destacando. Pero mención aparte merece la bajista Lore Billalaneitia, crucial en el sonido de Belako y que no deja de sorprendernos. Allí sonaron ‘Haunted House’, la celebrada ‘Sea of Confusión’, ‘Stop Contradictions’, ‘Zaldi Baltza’, ‘Key’, ‘Guk Emanez’, ‘Fire Alarm’ y temas de su inminente y esperadísimo tercer trabajo, que sonaron todavía más eléctricos, como por ejemplo ‘Render Me Numb’. Poco que decir de The BellRays, una banda de autenticidad declarada y que tendrían que haber tenido más suerte en su trayectoria en la que mezclan el Soul, el Garage y el Punk. Lisa Kekaula es una fuerza de la naturaleza y su voz no te puede dejar indiferente. A su lado, Bob Vennum a la guitarra electrifica una propuesta que siempre convence. Temas directos, sin concesiones, y versiones de los Ramones y del ‘Johnny B. Goode’ de Chuck Berry que encendieron a un público que no se perdió un detalle del concierto. Fue uno de los mejores momentos del festival, sin duda alguna. El final del mismo estaba destinado para los cubanos Orishas, que tuvieron su momento y, aunque no es la propuesta con la que uno se identifique más, lo cierto es que dieron un concierto profesional y entregado, con una banda detrás que construyó un sonido que convenció a la mayor parte de un público que no paró de bailar, pese al sirimiri que nos acompañó durante un rato. El cierre del escenario grande fue para La Raíz, la formación valenciana con esa mezcla de Reggae, Ska, Rock, Rap, etc., con guitarras y sección de viento como elementos destacados, y que llevó a la mayor parte del público joven presente en el Ezcaray Fest. En la línea de La Pegatina o La Regadera, con letras combativas y reivindicativas, los diez integrantes de La Raíz tenían a buena parte del público entregado.

El Ezcaray Fest se cerró con un evento familiar como fue ‘Rock en familia’ el domingo al mediodía. No cabe duda que la apuesta de los promotores ha sido muy fuerte y que habrá tiempo de mejoras y ajustes, que seguro que los debates (como en todos los festivales) sobre el cartel seguirán, y que el decidirse por el eclecticismo tiene sus puntos fuertes y débiles, aunque la combinación de públicos no salió mal en esta ocasión. Pero hay que destacar que el nivel de los conciertos fue muy alto en general, con independencia de los gustos de cada uno, y que la organización fue impecable. Ezcaray Fest ha sumado bastantes puntos a su capital simbólico con su primera edición y hay que celebrar y congratularse de que la región vaya contando con estas propuestas musicales. Ya estamos impacientes esperando la edición de 2018.