Wyclef Jean tenía un plan pero lo cambió

En 1996 un trío de Hip Hop se convirtió en una de las revelaciones de la temporada. Eran Fugees y con su segundo, y último, disco llegaron al número 1 con ventas millonarias. Lauryn Hill, Wyclef Jean y Prass Michel facturaron The Score, un disco accesible y de grandísima calidad que contó con singles de calado como ‘Fu-Gee-La’ y ‘Ready or Not’ y versiones que se colaron en todos los sitios, especialmente el ‘Killing Me Softly’ de Roberta Flack y, en menor medida, el ‘No Woman, No Cry’. Su primer disco, Blunted or Reality (1994), había pasado muy desapercibido pero con The Score alcanzaron una visibilidad que pronto finalizaría cuando cada uno de sus integrantes decidió iniciar su carrera en solitario. Aquí hemos rendido homenaje en más de una ocasión a Lauryn Hill, para Los Restos del Concierto autora de uno de los discos de la década de los noventa, el The Miseducation of Lauryn Hill (1998). Pero ahora nos toca ocuparnos del debut de Wyclef Jean, un Wyclef Jean presents the Carnival que cumple veinte años y en el que todavía los Fugees seguían contando con un cierto espíritu comunitario.

Wyclef Jean había nacido en Haití y emigró a Estados Unidos cuando estaba entrando en la adolescencia. Sus orígenes siempre lo han acompañado hasta el punto de marcar su carrera musical ya que fue candidato a la presidencia de su país en 2010. La presencia de ciertos ritmos caribeños está en su música y ha habido discos suyos de claro carácter antillano. Sin embargo, para su debut en solitario Jean apostó por la mezcla de sonidos que se hacía presente en los Fugees. Allí había Hip Hop pero también Soul, sonidos más acústicos y versiones y revisitaciones de temas que pueden parecer lejanos en principio, y más en aquellos años, a los sonidos del Hip Hop. A Jean le salió además un disco que se iba a los setenta y cuatro minutos, con veinticuatro temas, muchos de ellos interludios de turno.

Para su debut se rodeó de numerosos colaboradores y colaboradoras, comenzando por sus compañeros Lauryn Hill y Pras Michel, Celia Cruz, The Neville Brothers, el habitual John Forté, entre otros muchos. Y de allí surgieron versiones como el ‘Guantanamera’, tremenda, o la no menos fantástica ‘We Trying to Stay Alive’ donde revisitaban el mítico ‘Stayin’ Alive’ de los Bee Gees. Y allí también estaba la delicada ‘Gone Till November’, un tema fantástico que en su vídeo contó con todo un Bob Dylan sentado junto a Jean en un aeropuerto con una cara muy de Dylan. Pero había más temas destacados como ‘Mona Lisa’, ‘Street Jeopardy’, ‘Yele’ en la que canta en francés, o el cierre con la también muy antillana ‘Carnival’. No es menos cierto que el disco también pecaba de un cierto barroquismo y que esos interludios pueden resultar un tanto pesados, pero el debut de Wyclef Jean fue su mejor disco en solitario, aunque no alcanzó ni de lejos el reconocimiento de los Fugees.

En ese 1997 los Fugees se separarían y cada uno iría por su lado, aunque hubo un encuentro breve entre 2004 y 2006. Jean siguió publicando discos pero cada vez fue perdiendo más presencia aunque no dejaba de sacar algunos buenos singles, pero que también fueron quedando en un segundo plano, eso sí, sin dejar de lado su tono político. Su último disco precisamente ha sido en 2o17 Carnival III: The Fall and Rise of a Refugee. También se convirtió en especialista en colaborar con otros artistas de todo tipo como Destiny’s Child, Santana, Gloria Estefan o Shakira, entre otros muchos. Curiosamente, también colaboró con una banda que pudo tomar el testigo de Fugees, pero salvando mucho las distancias, como fueron los Black Eyed Peas, pero me quedo con los Fugees de largo. Wyclef Jean podría haber seguido el camino comenzado por su debut pero decidió coger otros.

 

José Ignacio Lapido, ‘El alma dormida’

Comenzaba a hacerse larga la espera de nuevo material de Lapido, cuatro años en los que ha girado su «Formas de matar el tiempo» (2013) además de hacerlo también junto a Quique González («Soltad a los perros») y reeditar y girar la «Maniobra de resurrección» de los 091. No ha tenido mucho tiempo por tanto para escribir y grabar este esperado regreso en solitario, la octava referencia de una carrera silenciosa y necesaria, poderosa e imprescindible, que sin aspavientos ha crecido hasta presidir el panorama rockero nacional. Fiel a su gente y a su estilo repite banda (a excepción de la incorporación de Jacinto Ríos al bajo) junto a Víctor Sánchez, Raúl Bernal y Popi González, y rearma su arsenal poético que vuelve a alumbrar su manual de rockero clásico con imágenes certeras para completar un conjunto que deslumbra sin accesorios. Vuelve a destacar el uso de las guitarras, mayormente en acústico pero también con momentos eléctricos, en unas canciones que siguen bebiendo de la tradición norteamericana. Y una vez más su poética directa, única, despunta como una de los mayores placeres y riquezas de una obra que sigue su camino apoyada en la solidez de los mismos pilares.

De entrada nos conquista con las poderosas guitarras de ‘¡Cuidado!’, alerta cargada de un pesimismo presente en todo el álbum, y con los lentos aires cercanos al blues de ‘Como si fuera verdad’. A continuación prolonga el desengaño en el medio tiempo a ritmo de country de ‘La versión oficial’ a la que sigue ‘Mañana quién sabe’ un sosegado amanecer de la esperanza tras el que irrumpen con energía el piano y las guitarras de ‘Nuestro trabajo’. ‘No hay prisa por llegar’ es un precioso rockabilly que transcurre con ligereza y ‘Dinosaurios’ un derroche de imaginación sostenido con brillantez por las guitarras. El rock llega con contundencia en ‘Lo que llega y se nos va’, a golpes de electricidad y poesía, antes de que ‘Estrellas del purgatorio’ vuelva a relajar el ritmo con acento folk, también brillante. Una guitarra grave y el bajo cobran protagonismo y dotan de oscuridad a la bella ‘Enésimo dolor de muelas’ para recuperar una desesperanza maquillada en el cierre emocionantemente culminado por las guitarras de ‘Escalera de incendios’.

Un trabajo más de Lapido, ni mejor ni peor que otros, simplemente una pieza más de una obra enorme que conserva la garantía de la coherencia y la brillantez y que, apegado a partes iguales a la realidad y a los sueños, sigue avanzando con la misma firmeza desde que arrancó tras la disolución de los cero en 1996. Sin duda una de las mejores noticias que en el panorama patrio nos ha traído este agitado año musical.

La M.O.D.A., ‘Salvavidas (de las balas perdidas)’

La Maravillosa Orquesta del Alcohol (La M.O.D.A.) es una de esas bandas que nos tienen atrapados en Los Restos del Concierto desde que los vimos en el BBK Live en un lejano ya 2014. Desde entonces, han caído más conciertos y hemos disfrutado de sus dos trabajos anteriores, los muy destacados ¿Quién nos va a salvar? (2013) y La primavera del invierno (2015). Con su mezcla de Folk y Rock & Roll y las letras de David Ruiz, unidas a su característica voz ronca, y todo ello con una rica instrumentación, se han ganado un merecido hueco en el panorama musical nacional. También hemos tenido numerosos debates acerca de su valor, algunos buenos amigos no acaban de verlos, gustos son colores. Por eso, su tercer disco también lo esperábamos con muchas ganas, con unas elevadas expectativas. Salvavidas (de las balas perdidas) se presenta como un intento de ir más allá, de avanzar sobre sus dos propuestas anteriores pero sin perder su identidad, constituyendo sin duda el trabajo menos accesibles de los burgaleses y también el menos logrado. No quiere decir que sea un mal disco, al contrario, pero sí que es cierto que mientras la instrumentación funciona bastante bien en muchos de los temas, algunas letras posiblemente merecerían un mayor trabajo. En este sentido, se observa un intento de la formación por superar sus propios límites aunque no es menos cierto que donde mejor funcionan es en esos himnos tabernarios que les enlazan con The Pogues, entre otros.

El comienzo va en esa dirección y ‘Mil demonios’ te atrapa con fuerza, es una canción combativa en la que destaca el acordeón característico de la banda. Con ‘La inmensidad’ comienzan con una serie de temas ambiciosos, es más oscuro, y Ruiz prácticamente práticamente frasea para darle más énfasis al mensaje, pero en algún momento la canción no acaba de funcionar tanto como promete. La misma situación se da con ‘Océano’, aunque también tiene algunos logros, mientras que ‘Una canción para no decir te quiero’ gana con las escuchas, es un tema que tiene un punto épico y melancólico que sí que encaja. ‘Héroes del sábado’ nos devuelve a una M.O.D.A. más reconocible, es una gran canción en tono himno y con una instrumentación fantástica que le da un peso más profundo, con una letra más compleja, y con un tono al final más rockero. En ‘O Naufragar’ sigue con el tono político, lo incrementa, y se pone más trascendental, es también más sombría y la voz de Ruiz resuena con fuerza y garra para explotar el tema en una segunda parte relevante.

De esta forma lo enlazan con ‘Himno nacional’, otra de las canciones más destacadas del disco, muy reivindicativa y que también va cogiendo fuerza con las escuchas. Interesante es ‘Campo amarillo’, un tema de carácter muy político y social y que mira a esos campos castellanos tan olvidados y en un segundo plano, canción emocionante pero que igual tendría que haber profundizado en algunas de las rimas. En ‘Los locos son ellos’ comienzan con la voz del cantaor Manuel Molina y es un tema muy diverso y complejo que en algunas ocasiones parece perderse. ‘Vals de muchos’ es un medio tiempo en el que Ruiz frasea y el cierre es para la fantástica ‘La vieja banda’, un tema más festivo que rompe con el tono sombrío de buena parte del disco.

Ahora sólo nos queda volver a ver a La M.O.D.A. en directo, lo cual estamos esperando, para disfrutar de sus viejas canciones y de los nuevos temas, que estamos seguros que ganaran en vivo. La M.O.D.A. ha dado un paso natural, una apuesta complicada que les reafirma en su identidad. Nosotros seguiremos defendiéndolos en los debates que procedan porque no nos cabe duda que son una gran banda.