Sharon Jones & the Dap Kings, ‘Soul of a Woman’

El 18 de noviembre de 2016 nos dejaba Sharon Jones, una de las indiscutibles protagonistas del revival Soul de la última década. Con sus Dap-Kings y de la mano de la mano del sello Daptone Records de Bosco Mann y Neal Sugarman, alcanzó la notoriedad con discos tan brillantes como 100 Days, 100 Nights (2007) o I Learned the Hard Way (2010), con una voz sobresaliente, una banda en una forma extraordinaria y un directo demoledor, como pudimos ver en Actual 2012. Su historia, que ya hemos contando, tiene todos los ingredientes de la superación, de la recompensa por mantener la fe en los sueños y de que nunca es tarde para alcanzarlos, y por eso su temprano fallecimiento fue tan injusto tras luchar duramente contra la enfermedad. Pero Sharon Jones dejó un grandísimo legado en forma de discos y canciones, y ahora nos llega su disco póstumo, un disco que estremece en todos los sentidos, un trabajo que afronta la situación que Jones estaba viviendo y no queremos imaginarnos el torrente emocional que supuso su grabación. Un disco que por momentos es contenido y por otros explota, con unas Saun & Starr tremendas a los coros, junto a Kevin Keys, y unos Dap-Kings para los que sobran las palabras.

El comienzo del disco es ‘Matter of Time’, una canción donde la voz de Jones se impone claramente y que tiene su continuación en una elegante ‘Sail On!’. ‘Just Give Me Your Time’ es una balada Soul clásica que parece sacada de los sesenta donde destacan los vientos. Por su parte, ‘Come and Be a Winner’ es una delicia de tema, con ese toque que le da la percusión, y que se convierte desde las primeras escuchas en una de nuestras favoritas. ‘Rumors’ tiene un tono vital y optimista, con un ritmo bailable fantástico. Y en ‘Pass me By’ vuelve a tirar de elegancia, un tema sutil con la instrumentación en un segundo plano, exceptuando ese órgano de fondo, y con Jones cantando de lujo.

La segunda parte comienza con una ‘Searching for a New Day’ que se basa en el Soul más setentero y vuelven a tomar protagonismo los coros. El final del disco va a subir la apuesta por la intensidad y la emoción, comenzando por una dramática ‘These Tears (No Longer For You)’, con unos vientos estremecedores. En ‘When I Saw Your Face’ retorna a los sonidos de los setenta, con un punto de la Blaxploitation. Pero uno de los temas más tremendos del disco llega con ‘Girl!’, compuesta por Bosco Mann, de nuevo empleando el dramatismo a través de los vientos y con una épica que te atrapa. El cierre es para ‘Call on God’, escrita por la propia Jones, con un punto más espiritual y que va creciendo en intensidad.

Terminas de escuchar el disco una y otra vez y te viene a la memoria ese momento en el que le diste un fuerte abrazo en Sharon Jones en el Palacio de los Deportes de La Rioja, allí estaba ella, agradecida de los elogios que iba recibiendo. Jones y los Dap-Kings cogieron el testigo de la música Soul clásica desde la autenticidad y se ganaron nuestros corazones y es que, como señalaba la propia Jones en la carpeta del disco «What comes from the heart, reaches the heart».

 

‘Electro-Shock Blues’, canciones como la vida

No puedo recordar muchos ejemplos en los que un músico se haya expuesto de la forma en que Mark Oliver Everett lo hizo en este disco que en 2018 cumple veinte años. Pocos testimonios musicales que expresen un desgarro tan sincero y directo, tan exento de efectismos y metáforas intermediarias, como este ‘Electro Shock Blues’ que, visitado dos décadas después, sigue produciendo el mismo desasosiego que cuando aún estaban recientes las traumáticas experiencias que lo originaron. Recapitulemos: tiempo después de, cumplidos los diecinueve, encontrar el cuerpo sin vida de su padre (el eminente físico Hugh Everett III) tras sufrir un infarto en su propia casa, llegarían las dos tragedias que propiciaron el disco; tanto el suicidio de su hermana Elizabeth (diagnosticada de esquizofrenia) en 1996 como el fallecimiento de su madre en 1998 a causa de un cáncer, propiciaron en Mark Oliver Everett (en adelante E, como también es conocido) la necesidad de enfrentar su pesadumbre y expresarla sin tapujos, musicándola sin las presiones ni directrices de un mercado sobre el que acababan de dar un exitoso primer paso.

Porque Eels venían de triunfar con su debut (‘Beautiful Freak’, 1996), un disco oscuro e irónico en el que ya se vislumbraban algunas de las obsesiones de E (Novocaine For The Soul, Rags To Rags, Your Lucky Day In Hell, Beautiful Freak), que siempre eran presentadas con un soterrado humor que suponía la principal diferencia con respecto al grunge (o postgrunge, porque muchos consideraban el movimiento ya finiquitado) en el que inicialnente fueron incluidos. En cualquier caso un excelente primer disco del que, quién sabe si propiciado por las circunstancias vitales de su líder, se desmarcaron de inmediato con un trabajo contra toda lógica comercial y cuyo destino ya parecía complicado desde su gestación.

Esta rápida reacción, necesaria y también forzada por las circunstancias de un E que había perdido a toda su familia en poco tiempo, les alejó de lo que podría haber sido una carrera de éxito convencional para iniciarlos en los cauces del inconformismo y la experimentación que regirían sus siguientes años, y fue ‘Electro Shock Blues’ el que inauguró esta nueva dirección.

Abre el libreto del cedé, trufado de viñetas y caricaturas, un bello poema de la abuela de E (Katharine Kennedy) antes de comenzar la transcripción de las crudas letras que lo componen, y es que la canción inicial no podía ser más elocuente ni descarnada: Elizabeth On The Bathroom Floor, breve y sencillo retrato de la desesperación por la que atravesaba su hermana en el que, por increíble que parezca, quiere abrirse paso algún color. Los primeros contrastes y juegos sonoros aparecen en la macabra Going To Your Funeral Part I, negro pasaje que también alberga esbozos de claridad, que se ven realzados por el inicio de Cancer For The Cure, extraña combinación de órgano y ritmo industrial que termina por dar resultado.

My Descent Into Madness es una pieza de soul camuflada con una preciosa orquestación en la que los violines se pasean realzándola junto al órgano; la derrotista frase final («I’m The Shit») puede dejarte helado. A continuación asoman en la desnudez de 3 Speed los primeros apuntes de los Eels que conoceremos años más tarde, más íntimos y folkies, seguida de Hospital Food que, al ritmo que marcan los metales y percusiones jazzeros, introduce una ironía que propicia la primera redención.

Electro Shock Blues recoge algunas escalofriantes palabras que su hermana Liz escribió en el psiquiátrico («write down ‘I am ok’/a hundred times the doctor says/I am ok/I am ok/I´m not ok«) acompañadas por unas débiles notas de piano. Un precioso chelo abre y sostiene Efils’ God, de una fría belleza que se templa durante el estribillo, a la que sigue la brillante emoción ascendente, casi cinematográfica, que enfrenta lágrimas y belleza en Going To Your Funeral Part II. Con Last Stop: This Town se anima un poco el conjunto; su alternancia de dureza, melodía y clasicismo, scratches y guitarras potentes, supone un lapso en la atmósfera general.

Baby Genius es la nana triste que precede a una de las piezas centrales del disco, Climbing To The Moon (en la que colaboran Grant Lee Philips, T Bone Burnett y Jon Brion), de sonido más tradicional, testimonial y decididamente bella, al igual que Ant Farm, de contenido algo más anecdótico pero de resultado también bello. Regresa la tristeza en Dead of Winter que, pesada y doliente, marca el inevitable fondo antes de remontar con The Medication Is Wearing Off, maravillosamente arreglada con teclados y líneas de guitarra que, después de la melancolía predominante, dejan alumbrar la esperanza que se prolonga en P.S. You Rock My World, el intenso cierre de discreta instrumentación que abriga la esperanzadora conclusión: «And maybe it’s time to live».

Su carrera comercial no fue demasiado buena, ni mucho menos como ‘Beautiful Freak’, pero contribuyó a delimitar el espacio sonoro que Eels ocuparían desde entonces. La banda continuaría sorprendiendo, experimentando y a menudo deslumbrando en una trayectoria que les conduciría hasta una música más íntima y cercana a sus raíces, insistiendo en el humor y la confesionalidad que, en un movimiento ajeno a su discografía, culminaría en la fantástica biografía de M. O. Everett ‘Cosas que los nietos deberían saber’, en la que además de los pasajes antes citados narraba otros episodios de su carrera musical y de su vida personal.

Por fortuna ‘Electro Shock Blues’ consiguió esquivar el malditismo al que su tono y su temática parecían abocarle (no es un disco de fácil digestión) e ir ganando en consideración hasta ser hoy valorado por muchos como el mejor trabajo de una banda que sigue acumulando fantásticas referencias. Un testimonio (una confesión) cuya traslación musical terminó por fructificar para, sobre el dolor, crecer hasta convertirse en esta bella enseñanza que nos ayuda a mejor atravesar la tristeza.

‘Yield’ o el último gran disco de Pearl Jam

Días de celebración del vigésimo aniversario del Yield, quinto disco de Pearl Jam y desde aquí, desde Los Restos del Concierto, no podíamos faltar. Con el tiempo, cabe preguntarse si este trabajo es la última gran obra de los de Seattle, partiendo de la base de que con su trilogía de comienzos de su carrera ya nos basta. Pero hay que contextualizar el momento del Yield y lo que significó en su momento, unos finales de los noventa en los que el Grunge era historia y Pearl Jam estaban viviendo su propio proceso. En primer lugar, venían de un disco que fue injustamente tratado en su momento, yo incluido, como fue el No Code (1996), y es que la gente estaba esperando que siguiese la fiesta de la trilogía Ten (1991), Vs. (1993) y Vitalogy (1994). Pero aquello no podía ser, Pearl Jam se habían vuelto más introspectivos  y tampoco parecía que fuesen a plegarse a la comercialidad más absoluta. Por otro lado, el Grunge había sido finiquitado con el suicidio de Kurt Cobain en 1994, hecho que afectó profundamente a Eddie Vedder. Incluso las contradicciones internas de la banda se ven en el documental Pearl Jam Twenty (2011). Con los años, No Code alcanzó el reconocimiento merecido y es un disco clave en la evolución de la banda, así como irían mostrando algunos de los pasos que llegarían de forma más explícita en Yield.

Eddie Vedder, Stone Gossard, Jeff Ament, Mike McCready y Jack Irons a la batería, que abandonaría la formación en 1998 por no querer salir de gira y que sería sustituido por Matt Cameron hasta hoy, abordarían su quinto trabajo de nuevo con la producción de Brenda O’Brien, que no regresaría a trabajar con ellos hasta el menor Backspacer (2009). El disco es más accesible que No Code y cuenta con una buena parte de temas con una estructura similar, esos comienzos más lentos y melódicos con un in crescendo que hacía explorar la canción. También es cierto que nos muestra a unos Pearl Jam con un sonido más madurativo, atrás iban quedando las urgencias del pasado. La mayoría de las letras eran de Vedder, pero la música estaba más repartida entre los integrantes de la banda. Y no cabe duda que el disco contaba con una unidad, es un trabajo que no tiene fisuras y que mantiene un elevado nivel a lo largo del mismo. También hicieron una buena elección de singles y regresaron al videoclip con el destacadísimo ‘Do the Evolution’.

El comienzo es muy acelerado, ‘Brain of J.’ es un tema muy rockero, con una fuerte presencia de las guitarras, aunque no será la pauta del disco. ‘Faithfull’ tiene un inicio más contenido para explotar a continuación, siendo una canción más compleja donde Irons lo da todo. Y en ‘No Way’ ya se sigue el mismo esquema, incluido un ritmo más machacón. Uno de los clásicos de este disco llega a continuación, ‘Given to Fly’, una canción muy emotiva que tira de la épica. Y el nivel no desciende con la melódica ‘Whislist’, con esa letra en forma de deseos de Vedder. En ‘Pilate’ la contención del comienzo de la canción es todavía mayor, Vedder canta incluso de lejos, y luego llega el estallido pero tiene un punto más melódico que temas anteriores. Y llega otro de los momentos del disco, la contundente ‘Do the Evolution’, una de mis canciones favoritas de Pearl Jam, en la que sueltan toda su fuerza y energía, ese riff es brutal, una canción muy inspirada de Gossard y con un vídeo de animación incontestable.

A continuación llega un interludio experimental a cargo de Irons para dar paso a una soberbia ‘MFC’, un tema en el que se abonan a la épica rockera. Y una de las aportaciones de Ament es la preciosa y melancólica ‘Low Light’, una joya escondida que rompe un tanto con la dinámica del disco. Vuelven a la tónica de canciones anteriores con la también destacada ‘In Hiding’ mientras que a ‘Push Me, Pull Me’ tiene un tono más experimental y oscuro, incluso angustioso con Vedder fraseando, aunque no deja de lado su fondo más melódico. El cierre es para otro giro, el ‘All Those Yesterdays’ que firma Gossard, otra canción preciosa y con un toque intimista, donde funcionan a la perfección los coros, cogiendo de nuevo fuerza hacia un final que te deja con un tono nostálgico. Tras unos segundos, aparece un tema escondido, un instrumental de reminiscencias orientales.

Yield llegó a lo más alto en muchas listas y puede decirse que supuso la culminación de una etapa que había comenzado con No Code. El resto de la trayectoria de Pearl Jam merece seguir siendo analizada pero no es el momento. Seguramente, y como decíamos, Yield se puede considerar como la última gran obra de Pearl Jam, un clásico de los de Seattle que, como toda su discografía, parece que no envejece.