Ben Harper & Charlie Musselwhite, ‘No Mercy in this Land’

Aunque se conocieron hace más de veinte años de la mano de John Lee Hooker no sería hasta 2013 cuando registraron su primera colaboración, en el mítico sello Stax, con el fantástico ‘Get Up’ que les reportaría merecidamente el Grammy al mejor álbum blues del año. Fue aquel un encuentro fructífero y sobrado de alma en el que Harper y Musselwhite congeniaron a la perfección en una colección de canciones que nunca perdía de vista las raíces más directas de la música negra.

Escrito en su totalidad por Harper, algunas canciones en colaboración con el resto de músicos Jimmy Paxson, Jesse Ingalls y Jason Mozersky, y grabado en sesiones con la banda al completo, en esta ocasión se desvían aún menos de las sendas del blues más puro (elementos secundarios de gospel o soul aportan diferentes matices) para extraer de sus productivos acordes diez piezas sinceras y auténticas. A sus 48 y 74 años respectivamente y con extensas carreras a sus espaldas, más ecléctica y expuesta la de Harper y rica y extensa la de Musselwhite, se recrean en las fuentes después de haberse movido (especialmente el prolífico Harper) por muy diferentes estilos que una y otra vez vienen a desembocar aquí.

Así han completado el listado de un disco que abre con un reef incendiario When I Go tras el que Musselwhite da un paso adelante y acelera en Bad Habits, al igual que en Love and Trust que ronda el gospel o en los golpes del blues más añejo de The Bottle Wins Again. Aparece el piano para aliarse con la armónica y los coros en Found the One o marcar la espesa cadencia de When Love Is not Enough antes de suavizar las guitarras en Trust You to Dig my Grave. Harper se atrevió a introducir en No Mercy in this Land referencias íntimas de la vida de Musselwhite, de modo que es la única en la que cantan ambos con un resultado mayúsculo, para insistir a continuación en el ritmo más clásico en Movin’ on y alejarse ligeramente de los cánones para cerrar al piano con la hermosa y doliente Nothing at All.

Ya acostumbrados a que Ben Harper realice discos de colaboraciones (con The Blind Boys of Alabama, Relentless 7 ó junto a su madre Ellen Harper), sus dos colaboraciones con Charlie Musselwhite están sin duda en lo más alto de esa serie. Aparcados The Innocent Criminals desde la realización en 2016 de ‘Call It What It Is’ , el californiano sigue sin bajar el nivel y vuelve a demostrar que es un hábil y exhaustivo conocedor de los orígenes de su música en esta sociedad que, junto a un armonicista de leyenda, completa ya dos trabajos soberbios que destilan la esencia del inagotable sonido de su país.

Ryley Walker, ‘Deafman Glance’

Mantiene firme su propuesta en este quinto disco (tercero en el exquisito sello Dead Oceans) este joven talento de Chicago que trata de actualizar su sonido concediendo papel a sintetizadores y programaciones en general poco apreciables y que no menoscaban el protagonismo indiscutible de las guitarras. De nuevo rodeado de prestigiosos músicos de su ciudad, logra conformar un sonido natural que no denota excesivos arreglos y que por momentos refleja el directo cohesionado de una banda tradicional.

No es fácil de ubicar el estilo musical de Ryley Walker, quizás menos psicodélico que en su anterior trabajo (‘Golden Sing That Have Been Sung‘, 2016) pero igualmente instintivo y esquivo por momentos, expresa una música adulta pese a no superar aún los treinta años, presidido por elementos de folk y jazz que le alejan de la comercialidad pero que destila una calidad instrumental por encima de la media, algo exigente pero al que sobran argumentos para ser disfrutado.

A modo de blues-folk pesado, con su conocida dejadez vocal, Castle Dome abre el disco dulcificada por los pasajes de flauta, seguida de la acogedora combinación acústico-eléctrica de la más jazzy 22 Days. En Accommodations saca a relucir el instinto hasta resultar algo atonal y arriesgada para a continuación experimentar, con resultados, en la intro sintética de Can’t Ask Why, cuya parte inicial suena lánguida y sugerente y la continuación suena firme y rotunda. Más ágil, Opposite Middle gana en viveza y reserva espacio para el lucimiento instrumental antes de que Telluride Speed adopte un sonido onírico y fluido entre abruptas irrupciones intermedias. Expired suena básica y sencilla hasta alcanzar un bello trenzado de guitarras; le sigue la sencilla expresividad de la demostración a la acústica de Rocks on Rainbow y el punto final, a modo de banda clásica, con la superior Spoil with the Rest.

Walker conserva el sabor sesenta-setentero y lo perfila con ligeros complementos tecnológicos que no alteran lo sustancial de su sonido, de hecho sigue sonando conjuntado y orgánico, sin exceso de producción y fresco en compañía de sus excelentes acompañantes, y entrega un trabajo que parece al margen de modas, carente de hits en potencia, pero en el que vuelve a demostrar una solidez y calidad poco habituales en músicos de su generación.

El exitoso debut de Manolo García en solitario

Sí, lo sé, parece mentira pero han pasado ya veinte años, veinte años ni más ni menos, del debut de Manolo García en solitario con Arena en los bolsillos (1998). Hace unas semanas publicaba Víctor Lenore un interesante artículo en El Confidencial sobre Manolo García en el que, de forma acertada en mi opinión, analizaba la deriva y cómo la carrera de García se había ido acomodando. Aunque hace mucho que tenía pensado escribir sobre este disco, que me marcó mucho en aquellos meses de 1998, no puedo estar más de acuerdo con Lenore. Y es que, escuchando sus discos posteriores, aunque yo me quedé en el tercero, Para que no se duerman mis sentidos (2004) que me pareció muy flojo, se notaba que iba a ser su camino. Y eso que en 2001 protagonicé algunas discusiones con amigos sobre su segundo trabajo, Nunca el tiempo es perdido, defendiéndolo frente a las acusaciones de repetición, como así sería. Todo ello coloca Arena en los bolsillos en una dimensión superior, y teniendo en cuenta que venían del cierre de El Último de la Fila, Quimi Portet y él habían llegado al final con un disco que mostraba su agotamiento, La rebelión de los hombres rana (1995). Pero El Último de la Fila conservaría, y lo sigue haciendo, un elevadísimo capital simbólico y una enorme cantidad de seguidores y seguidoras. Anomalía en la música española, arriesgados y costumbristas, sus discos triunfaban enormemente y algunos de sus temas son himnos generacionales, de «Querida Milagros», «Aviones plateados», «El loco de la calle», «Insurrección», a «Canta por mí» y «Como un burro amarrado a la puerta del baile», entre otros muchos. Además, decisiones como no publicar un recopilatorio o no hacer giras de reunión, que serían un éxito comercial sin duda, les han dado una mayor respetabilidad.

La separación de El Último de la Fila fue un duro golpe para todos y todas sus fans. Portet, siempre discreto en un segundo plano pero determinante en el sonido de la banda, debutó en solitario en 1997 con Hoquei sobre pedres y siempre ha desarrollado su carrera en catalán. Por su parte, García, el frontman pero siempre con esa imagen que no ha perdido de tipo normal y cotidiano, tardó un año más en publicar su primer disco y mejor trabajo, este Arena en los bolsillos que nos ocupa. Y García no renunció a los sonidos de El Último de la Fila, al contrario, aunque también haría sus aportaciones. Los seguidores y seguidoras de El Último de la Fila abrazaron este disco porque había mucho de continuidad y también porque sonaba muy fresco, más animado que la última entrega de la banda, y sin dejar de lado unas letras coreables, costumbristas de nuevo, incluidos los quiebros y requiebros marca de la casa, y con toques optimistas. Veinte años después, y tras mucho tiempo sin haberlo escuchado, Arena en los bolsillos sigue siendo un disco tremendo, un Manolo García que entregó catorce canciones (en realidad doce, las dos últimas eran versiones de otros temas del disco) que no se resentían, dando lugar a un disco muy homogéneo y sin fisuras, y muchas de ellas se convertirían en clásicos del Pop español.

El comienzo del disco es para «Prefiero el trapecio», un tema brutal con esa percusión y las guitarras, con una letra costumbrista basada en elementos de la cultura popular, y muy animada y directa. Sigue esa senda con una de las cimas del disco, «Carbón y ramas secas», con una letra muy interesante, también destacando el estribillo, las guitarras aflamencadas y la percusión, que será clave a lo largo del disco. «Del bosque a tu alegría» es un tema más pausado al comienzo, un sonido diferente con ese acordeón que le da un toque distintivo, aunque luego pilla una fuerza mayor, la batería fue clave y García canta con más fuerza. Y de «Pájaros de barro» no podemos decir nada, sólo que es incontestable, con ese tono que se mueve entre la melancolía y la nostalgia, con una letra con su punto caústico, pero que se nos grabó en su momento, con esa guitarra flamenca, el sonido del laud, junto a esa acordeón lejana y triste que le daba un tono portuario. Un acierto elegirla como primer single del disco, sin duda alguna. El nivel seguía alto con «Sobre el oscuro abismo en que te meces», un tema más animado y festivo, un punto Pop notable, un tema que también anota su punto caústico y enrevesado en la letra.

En «A quien tanto he querido» ganan presencia los sonidos arabescos y orientales, aunque es un tema con un tono más sombrío y oscuro, pero también muy intenso, siendo una de las mejores canciones del disco. En «Como quien da un refresco» se basa más en la melancolía, con un comienzo que marca, aunque luego crece en intensidad. Y «Zapatero», en ese mismo tono, gana en profundidad, es un tema que también se convirtió en uno de los favoritos del público. Con «A San Fernando, un rato a pie y otro caminando», otra de las cimas del disco, García apuesta por una vía más guitarrera y enérgica, y le funciona sin duda. «La llanura» nos remite a los sonidos más de El Último de la Fila, siendo un tema que también se saldrá un poco de la línea del disco.

El último tercio del disco comienza con un «Viernes» que es un tema más duro, de nuevo hacen su aparición unas guitarras eléctricas muy protagonistas que convierten a esta canción en una de las más animadas del disco. «La sombra de la palmera» se va al lado contrario, un tema de tono flamenco con García cantando muy bien. Y el final es para la revisitación en acústico de «Carbón y ramas secas», muy acertada y preciosa, y para la instrumental «Pájaros de barro». Un cierre que te deja todavía con un gusto mayor tras un disco que, como decíamos anteriormente, es la cima de su autor en solitario.

Muchas escuchas estos días de Arena en los bolsillos, de la discografía de El Último de la Fila, de otros discos de García…y no me cansa este trabajo. Y me lleva también a esos viajes en autobús a Bilbao para hacer el Doctorado, escuchando en un walkman la grabación del CD de Arena en los bolsillos, y se me vuelven a aparecer los mismos paisajes, las mismas sensaciones, los mismos sueños y anhelos, las mismas caras y rostros. Ese es uno de los poderes de la música. García no alcanzaría la excelencia en su carrera posterior, como hemos indicado, y se fue acomodando, aunque no dejó de llenar conciertos y mantenerse en la primera línea del Pop Rock español. Arena en los bolsillos era irrepetible y «Pájaros de barro» también.