Canciones para salvarte la vida y el relato generacional de Carlos Pérez de Ziriza

En uno de los capítulos finales de No olvides las canciones que te salvaron la vida. Una crónica generacional (Efe Eme) del periodista Carlos Pérez de Ziriza, el autor aborda el tema «Ready pa morir» de Yung Beef, uno de los máximos exponentes del Trap nacional, y uno no puede dejar de identificarse con sus reflexiones sobre el crecimiento de este estilo y la extrañeza que nos provoca a la gente que ya hemos entrado en una edad. Y es que Pérez de Ziriza ha construido, como bien dice el subtítulo de su libro, «Una crónica generacional». Obviamente, los dos autores de este Blog no podemos dejar de sentirnos identificados con la mayor parte de su libro ya que compartimos año de nacimiento y buena parte de las referencias que aparecen reflejadas. Nos podrán llamar nostálgicos, «viejunos» y cosas peores relacionadas con el revisionismo actual, incluidas acusaciones de anglofilia y todo lo vinculado con el «indie», aunque Pérez de Ziriza acierta en su desmitificación y en cómo era una tendencia en los noventa que no era para nada mayoritaria, pero esa es otra historia.

No olvides las canciones que te salvaron la vida está muy centrado en nuestras generaciones, aquellas que vivimos los últimos coletazos del Rock ‘N’ Roll en lo más alto. También aquellas que tuvieron en la esperanza de un futuro mejor un horizonte muy definido, aunque luego el castillo se vino abajo. Ahí también acierta Pérez de Ziriza, en esa contextualización desde finales de los ochenta hasta la actualidad, aunque las experiencias vitales puedan ser diferentes, pero es cierto que ciertos valores calaron en nuestras generaciones, sin olvidar esa década de los noventa que será fruto también de análisis y revisionismos en la dirección que se encuentra ahora los ochenta, tiempo al tiempo, y cuya segunda mitad da muchísimo juego.

Pero, volviendo a la música, Pérez de Ziriza insiste en el valor de la música, en la importancia de esa Banda Sonora que nos vamos construyendo y que nos define. No quiero imaginarme la cantidad de canciones que habrá dejado de lado en este proceso de creación de una obra en treinta capítulos, a canción por año, desde 1989 hasta 2018. Y claro, esos treinta años dan para todo: de la adolescencia a la juventud y a la edad adulta, de los estudios al mercado de trabajo, los enamoramientos y los desengaños, el matrimonio y la llegada de los hijos, la situación laboral, las noches de fiesta que parecían eternas, la amistad…en fin, que todo cabe ahí. Yo me iba haciendo mi propia lista de canciones en esos años y me costaba, me costaba, aunque lógicamente todas ellas forman parte de las que te salvaron la vida.

En cuanto a la lista, ya es una cuestión personal y de los gustos de cada uno pero, como decíamos, responde a muchos de los grandes nombres que sonaban a lo largo de estas tres décadas. Comienza con el «Debaser» de Pixies y termina con «¿Quién eres tú?» de La Habitación Roja, y van cayendo R.E.M., Teenage Fanclub, Los Planetas, Chucho, Primal Scream, Franz Ferdinand, Nick Cave & The Bad Seeds, Wilco, Richard Hawley, Arcade Fire, The National, León Benavente, entre otros. Puede sorprender ver el «Saturday Night» de Whigfield, justificado por su omnipresencia en aquel 1994, o la brutal «Crazy in Love» de Beyoncé, una canción tremenda, pero no hay muchas concesiones más fuera de un cierto canon. Me quedo con los capítulos dedicados a esos grupos y artistas que mejor representan una suerte de madurez, creo que aquí también hay un gran acierto del autor, con formaciones como The National, Wilco, La Habitación Roja, Richard Hawley, Arcade Fire o los propios Teenage Fanclub, seguramente uno de los mejores de todo el libro (junto con el de mis queridos Franz Ferdinand). Y es que, es la nostalgia la que nos mira aunque con una gran dignidad.

Muchas canciones que nos salvaron la vida, muchas más que tienen que hacerlo, y uno no puede dejar de poner esa sonrisa que se te queda cuando escuchas aquella canción de los noventa o de la primera década del siglo XXI, más de los noventa, y piensas ¡qué lejos! pero mereció la pena. Y nada mejor que escuchar una y otra vez a los fantásticos Teenage Fanclub, que insisto representan seguramente mejor que nadie el espíritu del libro. Haced la prueba, buscad esas canciones.

 

El trallazo de Green Day con «Dookie»

Dookie (1994) de Green Day cumple su veinticinco aniversario en este 2019, aunque aquí nos llegó ya entrado 1995. Fue uno de esos puntos de inflexión en las tendencias de la época, aunque como hemos señalado en no pocas ocasiones estaban lejos de ser mayoritarias. El Grunge, aunque volveremos a discos de Soundgarden y Alice In Chains de aquel año, del Vitalogy de Pearl Jam ya hablamos en su día, había dejado paso por un lado al BritPop y, por otro, a la elevación al mainstream de otros sonidos que llevaban unas décadas en un muy segundo plano, aunque con su impacto e influencia, como es el Punk. Y el Dookie de Green Day fue sin duda alguna el principal responsable. Obviamente, no es comparable al escenario de surgimiento de Sex Pilstols y The Clash, al contrario, ese «resurgimiento» del Punk tenía más matices, así como su desarrollo posterior. A Green Day se uniría poco después unos Offspring que a mí siempre me parecieron algunos peldaños por debajo, así como formaciones que lograron una mayor visibilidad como Rancid o los veteranos Bad Religion, ambos lejos del éxito de los anteriores. En cierto sentido, es un Punk Rock más domesticado que también se basaba en un entusiasmo juvenil, a pesar de que Green Day casi cumplían una década de carrera y era su tercer disco, el primero en una multinacional (Warner). Su trayectoria se había librado en el underground y en sus entrevistas de aquel año recordaban haber tocado en España en lugares como gaztetxes y demás. Sin embargo, en Warner vieron el potencial y la apuesta por lo tan de moda «alternativo» (etiqueta que tanto ha dado que hablar) permitía esa opción. Con un productor como Rob Cavallo, no cabe duda que el acierto fue absoluto con unas ventas por encima de los doce millones de discos y con hits como «Basket Case», «Longview» y «When I Come Around». Green Day, el trío formado por Billie Joe Armstrong, Mike Drint y Tré Cool, tenía la lección aprendida, canciones rápidas, de poco más de dos minutos y guitarras aceleradas, aunque también había espacio para sonidos más melódicos y una querencia por el Pop. Después del Grunge y su nihilismo y su «carga», Green Day sonaban como una liberación y un disfrute que también aceptamos aunque su fecha de caducidad también estaba cerca y sus consecuencias, no queridas, contribuyesen a otras tendencias menos afortunadas. Pero Green Day fueron un soplo de aire fresco.

Dookie podrá ser acusado de ser muy monocorde, pero sus canciones siguen funcionando. Comenzaba con la vitamínica «Burnout», Punk melódico que se clavaba y a la que seguía «Having a Blast», un mismo esquema con la guitarra a todo trapo y la sección rítmica siguiendo el camino. En «Chump» no se salían del guión para conectar con «Longview», que fue el primer single del disco, y donde ya había más matices como el papel del bajo, el in crescendo del tema y cómo llegaba al clímax. «Longview» era una gran carta de presentación del disco y en el mismo era seguida por la potentísima «Welcome to Paradise», una de las que mejor conectaba con el Punk primigenio. «Pulling Teeth» era más melódica, casi un medio tiempo que conectaba con el Power Pop incluso y a la que seguía su gran éxito, el tema que les colocaría en el mapa, «Basket Case», una canción que se te clavaba con su melodía y estribillo. «Basket Case» sonaba en las radios, en los bares y en todos los sitios.

La segunda parte daba comienzo con «She», de nuevo más melodía y deslizamiento hacia el Pop al comienzo para ascender a lo largo del tema, con el bajo de Dirnt en modo protagonista. En «Sassafras Roots» siguen en esa dirección y llega seguramente mi canción favorita del disco, una «When I Come Around», de nuevo más melódica y con un punto melancólico que no aparecía en el resto del disco, un tema menos festivo y con más matices. A partir de aquí, canciones de menos de dos minutos para ir cerrando con «Coming Clean», más dura; la muy Punk «Emenius Sleepus»; y la aceleradísima «In the End» donde la batería de Tré Cool se sale. El final es para «F.O.D.», con un Armstrong cantando sin apenas apoyo instrumental para acelerar a continuación. El tema se cerraba con la incorporación de «All By Myself» que cantaba Cool, un tema acústico a modo de coda.

Dookie fue un gran éxito de una banda como Green Day que permitía, junto al BritPop, seguir manteniendo la ilusión de lo «alternativo». Fue muy liberador, como decíamos antes, porque sonaba muy fresco, aunque estaba lejos del valor sociológico que había tenido dos décadas antes el Punk. La carrera de Green Day, a la que volveremos, no fue fácil desde varios puntos de vista, y ellos mismos han pecado en ocasiones de una cierta megalomanía. No tardaron mucho en sacar Insomniac (1995), que ya logró vender sólo la quinta parte de discos. Desde entonces, habría que esperar a 2004 cuando sorprendieron con el crítico y maduro American Idiot, que les devolvió a ventas similares a Dookie y a un reconocimiento de la crítica. Pero esa es otra historia que abordaremos próximamente en Los Restos del Concierto, mientras tanto, recordamos el entusiasmo juvenil de Dookie, ese disco de 1994 con cuyas canciones botábamos en 1995 en los bares y que nos hizo girar la mirada hacia un Punk Rock domesticado y accesible.

 

«69 Love Songs», el derroche de amor de The Magnetic Fields

Que veinte años no son nada cuando tratamos de obras de la dimensión de esta a la que el tiempo parece afectar de manera diferente al resto. Grabado y lanzado en EEUU en 1999 y editado en Europa al año siguiente, este mayúsculo recetario de píldoras para el amor y el desamor cumple veinte años con el vigor tan intacto como el poder excitante que contagió desde sus primeras escuchas.

Concebido inicialmente por el genio irrefrenable de Stephin Merritt como una colección de cien canciones con las que «presentarse al mundo», mayoritariamente escritas en clubes y bares de su Nueva York natal, se verían reducidas a sesenta y nueve antes de ser publicadas en un triple volumen de veintitrés cortes cada uno. Para interpretarlo con su habitual amalgama de instrumentos exóticos (ukelele, harpa, xilófono, ocarina…) y también con las guitarras, sintetizadores y demás instrumentos más tradicionales, se acompañó como otras veces por Claudia Gonson, John Woo y Sam Davol además de contar con otras muchas colaboraciones tanto instrumentales como vocales. Al abrir el libreto que acompaña a los cedés uno descubre una página completa enumerando los instrumentos que tocó el propio Merritt y se multiplica la admiración hacia su talento.

Sería el sexto disco de la banda radicada en Boston, editado cuatro años después del fantástico «Get Lost», y sin duda el más ambicioso y arriesgado. En él combinaban ejemplarmente la tradición pop con el aroma del folk y las aportaciones de una electrónica sencilla, creando melodías brillantes y sofisticadas que conservan un sabor clásico. Y todo esto presentado en una cantidad inédita que requería de una enorme exigencia creativa, algo al alcance de pocos.

Además de la característica voz de barítono de Merritt, el protagonismo vocal lo copmpartían LD Beghtol, Claudia Gonson, Dudley Klute y Shirley Simms, y el instrumental la mencionada retahíla de instrumentos, que aportaban originalidad y un matiz lúdico y experimental que enriquecía sin duda el resultado. Como nombrar todas las canciones sería demasiado extenso, citaré algunas de cada volumen no sin antes recalcar que en este disco se encuentra una de las mayores concentraciones de canciones valiosas que uno puede recordar.

https://www.youtube.com/watch?v=BCtzV3AC_II

Así el primero contiene maravillas folk como All My Little Words, piezas electrónicas que no pierden la sencillez ni el clasicismo como Parades Go By y otras de pop irónico y añejo como Let’s Pretend We´re Bunny Rabbits o I Think I Need a New Heart, junto con ejemplos más íntimos y desnudos como The Cactus Where Your Heart Should Be o The One You Really Love y otros de triste belleza como The Book Of Love o de romanticismo mayúsculo como Nothing Matters When We’re Dancing.

En el segundo encontramos maravillas cosmopolitas como Grand Canyon junto a bellezas clásicas al piano como Very Funny, minimalismo electrónico en If You Don’t Cry, ritmos africanos como los de World Love, el sabor de la tradición en Kiss Me Like You Mean It, de la lentitud pop en Papa Was a Rodeo o de la ligereza también tradicional y luminosa de The Sun Goes Down and The World Goes Dancing.

https://www.youtube.com/watch?v=Lchh1TsWrwA

El volumen tercero se abre con el rock sencillo de Underwear y la belleza del tecno simple de It’s a Crime. Luego originales líneas de bajo y sintetizadores elevan The Death Of Ferdinand De Saussure así como la sencillez que aportan las guitarras profundas de la enorme Yeah! Oh, Yeah!, además de incluir piezas íntimas como Queen Of the Savages junto a otras más contundentes como Meaningless o ritmos poperos como How To Say Good Bye y tradicionales sencillos como el punto final de Zebra.

Una obra en la que cabe lo mejor del pop clásico y del moderno junto a la música tradicional norteamericana, todo ello interpretado con elegancia y cuidado en un viaje que por momentos alcanza la excelencia melódica.

https://www.youtube.com/watch?v=l6rxP3m3PoA

En un esfuerzo que se supone ímprovo, y más para una persona como Merritt que a menudo rehúye la exposición de los medios o de los directos, la banda interpretó el álbum completo en siete conciertos (cinco en EEUU y dos en Londres) divididos en dos jornadas cada uno, en lo que tuvo que ser una experiencia única de originalidad instrumental.

Una hazaña compositiva y de interpretación por tanto la que supuso este disco, hazaña a la que Merritt se aproximaría en 2017 cuando grabó cincuenta canciones para celebrar su cincuenta cumpleaños en un recorrido vital que reunió en el también genial «50 Song Memoir», con el que volvía a demostrar un talento ágil y una sensibilidad única que parecen inagotables. Un reto enorme del que salió más que airoso y que sigue suponiendo uno de los mayores y más brillantes ejercicios de creatividad que le han sucedido al pop independiente en las últimas décadas.