Fabián y La banda del Norte, «El rumor de los tiempos»

A medida que continúa grabando discos (ya va por el sexto desde su debut allá por 2006) y recibiendo el justo reconocimiento general, va desprendiéndose de esa condición secreta que tanto nos gusta a los melómanos, pero da igual, porque su música continúa conquistando con la misma milagrosa cercanía y el mimo de lo libre y personal. Y es que, entre otras cosas, la obra de este leonés se caracteriza por una absoluta independencia que le lleva a mantenerse fiel al pequeñísimo sello La viejita música y al sonido de variadas raíces tradicionales que en esta ocasión se muestra por momentos más enérgico, sin desprenderse de la melancolía y el intimismo marcas de la casa.

Preciosas letras y arreglos clásicos (apenas algún ligero efecto sintético) para otra demostración de sensibilidad creadora e interpretativa, en esta ocasión escoltado por los cuatro miembros de La banda del norte, que nos recuerda su pertenencia por derecho a esa estirpe de autores integrada, entre otros, por ilustres como Quique González o José Ignacio Lapido. Sin grandes variaciones con respecto a su fantástico disco de 2016 «La fe remota», este nuevo trabajo se abre con El rumor de los tiempos, un rock ligero que conserva sus señas de identidad (guitarras, coros y teclados) y que en compañía de la banda suenan algo más contundentes, para a continuación dotar de sabor americano a la tierna Los ídolos y de lento ritmo de salón a la sentida Venlafaxina. Otra vez redobla la banda en San Juan, un medio tiempo ágil que, seguida de la preciosa balada Igual contigo, da paso a la estuoenda El rey pescador, de inicio cálido y acústico que gana potencia en su segunda parte. El bajo y la suave percusión brasilera rigen la fluidez de Satélite antes de destacar la energía eléctrica del rock clásico Artista. El final lo llenan de emoción el blues de amplio engranaje Cachorro y la desnuda tristeza de Tú no sabes qué es la lluvia.

Mantiene el elevado nivel por tanto Fabián en este disco que lo presenta tan diestro y verdadero como siempre. Diez canciones esenciales y sencillas, plenas de gusto y belleza, que ponen música y letra a algunos sentimientos sin caducidad que, por comunes, no dejan de seguir encantando.

 

Santero y Los Muchachos, «Rioflorido»

Hay talento por todas partes, mucho, puede que demasiado para la limitada capacidad de los medios y de los aficionados a la música, de otra forma no es fácil de explicar que una banda de la calidad de esta no haya obtenido antes la atención que su música merece. La banda de Valencia (compuesta por experimentados músicos, antiguos miembros de La Pulquería, Madnoise o Absenta entre otros proyectos) demuestra sus sobradas tablas con la continuación de su fantástico debut de hace dos años «Ventura», cuyo sonido han potenciado en esta ocasión con texturas más crudas y directas que destacan su procedencia rockera sin descuidar las aportaciones de otros sonidos preferentemente latinos.

Así se nos han descubierto Miguel Ángel Escrivá (voz y principal compositor), Josemán Escrivá, Soni Artal y Pau García-Serra en un trabajo cuidado con mimo y grabado en el palacio valenciano que da nombre al disco, y que contiene magníficos juegos de voces, virtuosas guitarras y unos textos bellos y extensos que conforman lo que ellos mismos han dado en denominar ‘rock reposado’, deudor de clásicos nacionales como Los Rodríguez o Los Ronaldos, junto a ecos de bolero, mariachis, reggae o Morricone.

Agradable nostalgia la que contagia Estamos bien para un primer acercamiento a las voces y guitarras que presidirán el disco justo antes de dos de sus cimas; el positivo medio tiempo de Mañana asesina, con guitarrazo eléctrico a cargo de El Twanguero incluido, y el primer sencillo Volver a casa, de entrada épica y precioso mensaje, también protagonizado por la contundencia de las percusiones. Algo canalla y ‘stoniana’ llega la más sencilla He de olvidarte, a la que sigue la guitarra cálida y latina de Octubre. Más nostalgia de la llevadera en la destacada El perdedor, poética y ligera en las guitarras y las voces, otra vez, antes de la balada a ritmo de folk de la bella Como todos. Maneras de bolero sostienen el ritmo y los coros de Algo más, así como las jamaicanas lo hacen con Para siempre no existe, para terminar con emoción y más nostalgia e intensidad en Guantanamera y el cierre en acúsitico pausado e instrumental de Tierra muerta.

Apenas altibajos y varias canciones fantásticas en este disco agradablemente inesperado que ocupa un lugar de privilegio entre la producción de rock patrio en este primer tercio del año, sin duda. Un trabajo que contagia sus buenas vibraciones, cargado de realismo y humildad, sobrado de gusto, talento y merecimientos para seguir creciendo en los próximos meses.

William Tyler, «Goes West»

Solo notas, nada de palabras. Solo instrumentos, nada de voz. Así se expresa este hábil guitarrista originario de Nashville que vuelve a conquistarnos con un cuarto trabajo (tercero en Merge) en el que avanza un paso para abrazar los estándares folk-pop con más canciones y más cortas. También más ritmo e igual calidez en este viaje junto a unos compañeros de campanillas entre los que se cuentan Brad Cook (a la vez productor junto a Tucker Martine), Griffin Goldsmith (batería de Dawes) o los guitarristas Meg Duffy y Bill Frisell para organizar un auténtico festín de las seis cuerdas.

Una delicia dejarse llevar de nuevo por las sugerentes composiciones de este antiguo miembro de Lambchop y habitual en las grabaciones de Hiss Golden Messenger, que regresa dos años y medio después de aquel «Modern Country» con el que nos transportaba a través de las tierras del sur de sus EE.UU. Parecido objetivo parece perseguir en este nuevo trabajo concebido en California, si acaso algo más rítmico y ligero, de mayor frescura y menor intensidad en general, para alcanzar una transmisión tan sosegada como la que obtenía en los anteriores.

Presenta la banda al completo desde la apertura con la delicada y variada Alpine Star para animarse a continuación a base de ritmo y baile sosegado en Fail Safe. Aparece la profundidad en la atmosférica Not in Our Stars y continúa con la sencilla calidez de Call Me When I’m Breathing Again y la calma rítmica de Eventual Surrender. Rebecca es preciosa, un abrazo placentero de polvo y sol, y Venus in Aquarius adopta un ritmo de suave marcialidad que va ascendiendo con la batería al frente. Se atenúa la percusión en la más fluida y suave Virginia Is for Loners, tras la que la relajada combinación de guitarras de Man in a Hurry da paso al vibrante cierre con Our Lady of the Desert, que crece y se apresura hasta, superadas diez paradas y casi treyntayocho minutos de trayecto, llegar a destino.

Una acogedora puerta de acceso a la Norteamérica más cálida, una muestra del espíritu que te asalta ante su inmensidad, una obra transmisora de armonía; en definitiva compañía de la mejor para dejarse llevar a través de cualquier páramo. Sin duda es una gran noticia la aparición de discos como este de vez en cuando para saborearlos sin prisa, tan grande como la virtud y tenacidad de este guitarrista que con este trabajo ya acumula una producción más que admirable.