Éxito y caída de Suede, «Tardes de persianas bajadas» de Brett Anderson

Hace un año y pico, nos quedamos fascinados por la primera parte de la autobiografía de Brett Anderson, Mañanas negras como el carbón (Contra), el carismático líder de Suede. Allí, Anderson nos contaba de forma brillante y ágil su infancia y juventud, caracterizada por la precariedad y cómo llegaba el comienzo de su triunfo musical con la creación de Suede. En esas páginas destacaban la relación con su novia Justine Frischmann (que luego fundaría Elastica) y su pareja compositiva Bernard Butler. Termina el primer tomo con el grupo a punto de despegar. Y el segundo, Tarde de persianas bajadas (Contra), lo retoma ahí. Nos encontramos con unas páginas diferentes, aunque Anderson mantiene el tono intimista y confesional. Sin embargo, no es menos cierto que Anderson apuesta por un estilo más barroco y que, en no pocas ocasiones, parece gustarse en su escritura, con metáforas e hipérboles, algunas más conseguidas que otras. Anderson retrata aquí el periodo que va desde el comienzo del éxito de Suede, con su disco homónimo de 1993, hasta el final de la banda en su primera etapa con A New Morning (2002), en 2003. Es una década de gran intensidad que convertirá a Suede en una de las grandes bandas del BritPop, del que Anderson reniega sin parar, no dejando de lanzar directas y sutiles pullas a algunas de sus figuras y a la prensa.

Anderson no ahorra casi nada, como en su primer tomo, y se lanza a contarlo todo, ya decimos que en no pocas ocasiones bajo una escritura más pretenciosa. Se pueden distinguir tres etapas claramente en su relato, que por otra parte es lineal como en la primera parte. El ascenso de Suede con Suede y, especialmente, Dog Man Star (1994), es un relato más directo en el que el protagonismo es la relación con la otra parte creativa de Suede, el ya mencionado Butler, que abandonaría la formación en 1994. La tensión entre ambos y, según Anderson, entre Butler y el resto es insostenible y eso deriva en un motor creativo que da lugar a un segundo disco fundamental. Pero el coste personal y emocional es elevadísimo y Anderson asume culpas en sus dificultades para gestionar estas cuestiones.

La segunda parte comprende el éxito de Coming Up (1996). Cuando se esperaba que Suede no pudiesen llegar más lejos, tras la salida de Butler, hacen un disco también referente. Es cuando entran en la banda el entonces adolescente Richard Oakes, que sustituye a Butler, y Neil Codling que se hará cargo de los teclados. El éxito de Coming Up se llevará unas cuantas cosas por delante pero Anderson se muestra muy orgulloso de ese disco, no en vano es el primero sin Butler, y recalca en no pocas ocasiones la capacidad de la banda para reinventarse.

La tercera es más amarga. Por un lado, Anderson cae en la adicción y su comportamiento es errático. Es un Anderson ya consciente de su posición, ha logrado el éxito y el dinero y hay reflexiones sobre esta cuestión, especialmente siendo consciente de su procedencia. En lo musical, está claro que es una etapa de la que Anderson casi reniega, en el caso de A New Morning indica que no tuvieron que haber sacado ese disco, incluso casi da la sensación de un cierto autoboicot. Con Head Music (1999), cambian de productor, dejan a Ed Buller, y buscan sonidos más modernos y electrónicos con Steve Osborne. Sin duda alguna, refleja el estado también de un Anderson errático. No quedan nada contentos con el disco, a pesar de lograr algún éxito pero la crítica no lo respalda, y para A New Morning la situación se complica, con Codling dejando la formación antes de su grabación debido a una enfermedad. El peso de las giras y el desgaste de la banda, así como la insatisfacción con los dos últimos discos, finiquitan Suede. Un fina que, aunque conocido y esperado, es abrupto. También destaca la descripción y análisis de su imagen y de la que proyectan los medios de comunicación, siendo consciente de esa situación y cómo, en un momento dado, entra en esa dinámica.

Anderson convence menos con este segundo tomo de sus memorias, aunque es un buen libro que no deja de engancharte. No cuenta muchas cosas de las giras y de los tópicos del mundo de la música, huye de forma consciente de ello, pero deja algunas pinceladas. Y sorprende el poco espacio que ocupan ocupan sus compañeros de toda la vida en Suede, Mat Osman y Simon Gilbert, que son la base rítmica de la banda desde sus comienzos. Esperamos una tercera parte, la que habla de la redención de Suede, cuando regresan en 2010 y van enlazando tres grandes discos, el último el año pasado, The Blue HourY es que, el propio Anderson es consciente de ese ciclo.

 

«Dog Man Star» o cómo Suede demostraron que iban en serio

Cuando todavía el BritPop ni estaba y casi ni se le esperaba, en aquel lejano ya 1992, una banda irrumpía en el panorama británico: Suede. Su debut con un disco de título homónimo desempolvaba el sonido más Glam de un David Bowie renacido en la figura de Brett Anderson. Hace unos meses, Anderson publicó sus recomendables memorias hasta el momento en el que Suede comienzan a asomar hacia el estrellato, fue en Mañanas negras como el carbón (Contra) y que aquí ya reseñamos. Suede también publicaron un discazo en 2018, The Blue Houry los veremos en el BBK Live en el próximo mes de julio. Pero nos toca regresar al pasado y, de nuevo, a un 1994 excelso, cuando Suede tardaron un año y medio en demostrar que su debut no había sido una casualidad sino que había madera de una banda clásica. Pero, a su vez, era el final de la primera etapa de Suede, que también comentamos en Los Restos del Concierto, ya que en 1995 Bernard Butler, la otra mitad compositiva de Suede junto a Anderson, dejaría la formación por diferencias con el propio Anderson. En 1994, el BritPop ya estaba emergiendo, Blur y Pulp eran una realidad, Oasis irrumpirían y los Elastica de Justine Frischmann (ex novia e ex integrante de Suede) ya rodaban. Por su parte, Anderson y Butler, junto a la base rítmica formada por Mat Osman a bajo y por Simon Gilbert a la batería, apostarían por una línea continuista, con ese sonido Glam y con esas reminiscencias vinculadas al Art Rock, y es que las pretensiones artísticas de Anderson venían de lejos. igualmente, Ed Buller repetiría en la producción. Y les salió un disco tremendo, otro clásico firmado conjuntamente con Anderson y Butler, otra pareja de banda británica como tantas otras y con las mismas tensiones (¿verdad Morrissey – Johnny Marr?), que dejaría unos cuantos singles de gran calado.

Para comenzar, una teatral «Introducing the Band» con un sonido asfixiante que daría paso a la descomunal «We Are the Pigs», donde las guitarras se imponen con fuerza y contundencia. Un single soberbio a la que le seguía «Heroine», una canción épica y nostálgica y con un Butler imponente a las guitarras. Y la épica continuaba con «The Wild Ones», otra de las canciones que se convertirían en clásicas en Suede, con la forma de cantar de Anderson en falsete y ese estribillo. La parte más experimental aparece con una «Daddy’s Speeding», con sección de cuerdas incluida. La huella de Bowie está más presente en una «The Power» que comienza en acústico y que también cuenta con sección de cuerdas.

La segunda parte incide en esa línea con otro de nuestros momentos favoritos de todo el disco, «New Generation», con las guitarras volviendo a ganar protagonismo y con la voz de Anderson adoptando sus tonalidades características. En «This Hollywood Life» apuesta por unas guitarras más rockeras, incluso más «sucias», que contrastan con la voz aguda de Anderson. «The 2 of Us» es una canción más intimista aunque también con el sonido épico característico, y aportando el punto más teatral con ese piano protagonista. Por su parte, «Black or Blue» sigue por el lado más teatral y afectado, es una canción casi sin instrumentación más allá de unas cuerdas de fondo, y con Anderson recurriendo de nuevo al falsete. Para el final dejan una canción como «The Asphalt World», más de nueve canciones para otra de nuestras canciones favoritas del disco, destacando la guitarra de Butler. El final es para la parte más teatral de Anderson con «Still Life», que vuelve por sus fueros y con unas cuerdas que van creciendo.

En fin, Dog Man Star es otro de los grandes discos de la primera mitad de los noventa del siglo XX. Anderson y Butler conformaban una pareja compositiva impresionante y duraron como Suede únicamente esos dos discos. Luego, Anderson supo remontar a Suede con Richard Oakes en sustitución de Butler e incorporando a Neil Codling, publicando otro disco soberbio, Coming Up (1996), aunque esa es otra historia. Suede siempre fueron por su lado, mientras que el BritPop conquistaba el mundo de la música popular los dos siguientes años e, incluso sin Butler, nunca nos han dejado indiferentes. Dog Man Star, otro gran disco de 1994, y van…

 

Suede, «The Blue Hour»

Los que seguís Los Restos del Concierto habréis observado que llevamos un otoño muy de Suede. Primero fueron las muy recomendables memorias de Brett Anderson, Mañanas negras como el carbón (Contra), en las que narraba su vida hasta que Suede comienzan a despegar. Después, abordamos su carrera que está claramente dividida en tres etapas. Y, ahora por fin, nos metemos de lleno con su octavo disco de estudio, The Blue Hour, tercero tras su retorno en 2013 al estudio con Bloodsports y continuación del fantástico Night Thoughts (2016). Y The Blue Hour nos ha parecido una maravilla, un disco tremendo en el que Suede siguen evolucionando con esa personalidad propia que han ido construyendo y lejos de acomodarse en repeticiones intrascendentes. Este es un disco más complejo que los anteriores, tiene una vocación de conjunto y hay una teatralidad y grandilocuencia que no se disimula y que encuentra en la forma de cantar de Anderson su canalización pero también en unos arreglos barrocos en ocasiones y oscuros. La composición recae en Anderson, compartida con Richard Oakes y con Neil Codling. A su lado, Simon Gilbert y Mat Osman siguen conformando la base rítmica mientras que en la producción entra Alan Moulder que en sus casi tres décadas de carrera como tal y como ingeniero, técnico de estudio y en otras labores se las ha visto con The Jesus and Mary Chain, My Bloody Valentine, The Smashing Pumpkies, Nine Inch Nails, The Cure, U2, Depeche Mode, The Killers, Arctic Monkeys, Wolfmother, Placebo, Foo Fighters, Interpol, Queens of the Stone Age, entre otros muchos. Suede han creado un disco muy potente, que va enlazando las canciones sin solución de continuidad. Y no es que sea un disco fácil, al contrario, precisa de varias escuchas pero te gana muy rápidamente.

El disco comienza con un tema como «As One», sonidos muy épicos con ese comienzo casi operístico, con unos coros brutales y con Anderson cantando en falsete en partes del tema. «Wastelands» es un medio tiempo ambiental y melancólico, una línea más clásica pero de gran intensidad. Y en «Mistress» siguen por la misma línea, ampliando la épica y Anderson cantando de nuevo de forma muy teatral y con unas cuerdas maravillosas. El comienzo del disco se cierra con un tema tremendo, «Beyond the Outskirts», un sonido épico con las guitarras y una canción muy emocionante. «Chalk Circles» es un tema corto que no deja la épica pero funciona como un interludio, ese órgano suena espectral y Anderson casi se podría decir que recita. Con «Cold Hands» recuperan el tono anterior, otra de las grandes canciones del disco, más rockera y de los pocos temas que pueden vincularse a los Suede más clásicos. Y llega «Life Is Golden», la mejor canción del disco, y para nosotros estará entre lo mejor de todo el 2018, un tema emocionante, emotivo, nostálgico, melancólico, con un melodía brillante y acompañado de un vídeo fantástico rodado en la ciudad ucraniana abandonada de Pripyat en Chernóbil.

La segunda parte comienza con la menor «Roadkill», Anderson de nuevo casi recita, y es una canción que da un poco de mal rollo pero con «Tides» el disco vuelve al nivel anterior, una canción que tiene un punto dramático, las guitarras están excelentes y el final es estruendoso. En «Don’t Be Afraid if Nobody Loves You» tienen un arrebato rockero y las guitarras suenan muy afiladas. «Dead Bird» es un interludio que da paso a un tramo final muy atmosférico, de hecho la instrumentación se reducirá en no pocas ocasiones a la sección de cuerda. Pasa claramente en «All the Wild Places» donde destaca de nuevo la voz de Anderson, y se enlaza con «The Invisibles», un tema impregnado de nuevo por la melancolía y la teatralidad. Tras estos dos temas más pausados, el final es para «Flytipping», una canción que comienza de nuevo con ese protagonismo de las cuerdas pero explota a mitad del tema con la incorporación al final de los coros del comienzo, lo que le da un cierto sentido circular.

Grandes Suede de nuevo, un disco que no se deja de disfrutar y que va ganando con las escuchas. Los británicos siguen estando en plena forma y ahora nos queda que vengan por aquí en los próximos meses. Brillantes.