‘The Crane Wife’, el definitivo impulso de The Decemberists

Formados en el 2000 en torno a la figura de Colin Meloy, recién licenciado en Escritura Creativa y curtido como músico en clubes y salas de Portland, el camino abierto por The Decemberists no siempre fue cómodo; no sería hasta la grabación del disco que nos ocupa que consolidarían el reconocimiento general además de una formación básica estable, que a día de hoy se mantiene. Al mencionado Meloy y los miembros fundadores Chris Funk (guitarras, banjo…), Nate Querry (bajo, chelo…) y Jenny Conlee (teclados, acordeón…) se uniría en 2005 el batería John Moen para conformarse como quinteto y repartirse la retahíla de instrumentos que acostumbran a utilizar en sus producciones.

De la pluma de Meloy habían salido tres discos previos con los que habían desarrollado una propuesta algo particular que combinaba elementos accesibles con otros más exigentes; así introducían referencias culturales e históricas y las musicaban con arreglos tradicionales, de lo que habían resultado una suerte de óperas-folk en las que alternaban influencias de lo más variopinto. De este modo habían grabado en 2002 y 2003 su debut ‘Castaway and Cutouts’ y  ‘Her Majesty the Decemberists’ y en 2005 un tercero, ‘Picaresque’, para el que contaron con la producción de Chris Walla (por entonces componente de Death Cab For Cuttie), y en el que desplegaban su arsenal de recursos y seguían puliendo su sonido.

Para ‘The Crane Wife’, primer trabajo bajo un sello importante como Capitol Records y para el que también contarían con Tucker Martine en la producción además de Walla, el autor se basaría principalmente en la antigua leyenda japonesa del mismo nombre (‘La esposa grulla’) además de otras referencias como ‘La tempestad’ de Shakespeare y diversos acontecimientos históricos como la Guerra Civil americana, la Segunda Guerra Mundial o el asesinato de JFK entre otros. En lo musical se mantendrían fieles al folk y lo aderezarían con elementos de rock progresivo y pop que, junto a destacados pasajes orquestales, reforzarían su apuesta y supondrían un impulso definitivo para su carrera.

El disco empieza por el desenlace; la brillante The Crane Wife 3 lo abre con un rasgueo de guitarra que pronto se rodea de potentes percusiones y arreglos que refuerzan su parte final. A continuación la descomunal The Island se divide en tres partes: una apertura de rock progresivo que pronto da paso a la intensa narración introductoria Come And See, seguida de una The Landlord’s Daughter que mantiene una veloz línea de teclado sobre la que van incrementando la potencia, y un cierre con la acústica y melódica You’ll Not Feel The Drowning desbordante de emoción a las cuerdas. En Yankee Bayonet (I Will Be Home Then) se intercalan las voces de Meloy y Laura Veirs en una narración ligera y emocionante, preciosa, y en similar línea O Valencia sería el hit del disco con sus trazas de pop urgente y coreable.

Basada en el magnicidio americano por excelencia, The Perfect Crime #2 resuena más eléctrica sobre los teclados y el bajo y, más agresiva y guitarrera, When The War Came desborda fuerza especialmente en su final. A continuación la íntima Shankill Butchers recupera la calma teñida de una triste belleza, igual que el pop emotivo y alegre ilumina Summersong. Para terminar llegan The Crane Wife 1 & 2: una primera parte preciosa en mantenido ascenso emocional, eléctrico y épico, y una segunda que conserva la emoción con pausa y sencillez para terminar plena de intensidad sobre guitarras, teclados y tambores. El brillante y esperanzador broche lo pone con apenas dos acordes Sons & Daughters, como reacción a los acontecimientos bélicos que acontecían hace quince años (léase en Afganistan e Irak), que cierra en una rotunda cima orquestal y coral.

Para muchos su obra más lograda, de lo que no hay duda es de que contiene varias de sus canciones más populares, presentadas en una estructura original pero sencilla, y de que es recordado con cariño por sus seguidores y considerado su despegue comercial. Tras un siguiente intento algo desmesurado pero más que reivindicable, como fue ‘The Hazards Of Love’, acomodarían en sus posteriores trabajos su andadura a unas estructuras menos conceptuales y más normalizadas que no han dejado de proporcionar alegrías y momentos pletóricos de una música que bebe sin complejos de la música popular estadounidense, rescatando instrumentos, historias y tonadas, para acercárnoslas con imaginación, gusto y emoción.

The Decemberists, ‘I’ll Be Your Girl’

Ya hace algunos años, concretamente desde que en 2011 lanzaron el brillante ‘The King is Dead’, que The Decemberists renunciaron al formato ópera-rock y comenzaron a estructurar sus discos de un modo más convencional. En ‘What a Terrible World, What a Beautiful World’ (2015) reincidieron con éxito en la misma fórmula y volvieron a demostrar el gusto y la maestría con que saben servirse de sus raíces musicales.

Este nuevo disco conserva en general la estructura, sin abandonar del todo su vocación narrativa, y apuesta por introducir elementos básicos de una electrónica que por momentos dan como resultado una especie de folk sintético que no termina de remodelar su sonido (de hecho se hace poco de notar excepto puntualmente) pero que tampoco desfigura unas canciones en su mayoría destacables. Para este nuevo proyecto se han hecho acompañar en la producción por John Congleton (John Grant, Spoon, The War on Drugs) que les dota de un mayor barniz pop e introduce elementos novedosos en algunas canciones de un listado en el que por encima de todo sigue predominando la querencia folk de Colin Meloy y los suyos. De hecho el disco lo abre una suerte de prolongación de sus dos últimos discos, la preciosa Once in my Life que pronto crece en intensidad sobre la percusión y los primeros sintetizadores para diferenciarse con respecto a sus otros discos en una mezcla de folk y electrónica que se prolonga con suavidad en Cutting Stone así como en Severed (sencillo de lanzamiento), que aúna guitarras y teclados con un concepto más enérgico.

Starwatcher se muestra más básica y contundente sostenida a golpe de percusiones y guitarras en una austeridad resultona, como en la preciosa Tripping Along, emotivo y cálido ejercicio de apenas guitarra y voz, que rompe con energía y ritmo Your Ghost, diferente sobre sus coros y teclados al igual que la divertida Everything is Awful, más potente a partir de sus guitarras. Sucker’s Prayer es un medio tiempo que recupera un sonido más orgánico y clásico, al que sigue el pop-rock deudor del glam de la festiva We All Die Young en la que destacan el solo de saxo y las voces infantiles. Rusalka, Rusalka/Wild Rushes es la única concesión dramática del disco y sus ocho minutos están divididos en dos partes, la primera más desnuda y oscura a la que órgano y percusión aportan intensidad, y la segunda más popular y ligera, que incluye violines y arpa, y se va poblando de voces para crecer en fuerza y emoción hasta el cierre más rockero. El punto final lo pone la optimista I’ll Be Your Girl, hermoso y cálido folk a dos voces de una sencillez casi minimal.

Como otros muchos discos surgidos de EEUU en los últimos dos años este ‘I’ll Be Your Girl’ nació como reacción al triunfo electoral de Trump pero opta por aceptarlo sin temendismos e incluso con humor en algunos pasajes, a su vez reduce la carga dramática y discursiva de sus letras manteniendo un toque de imaginación. Ya hemos apuntado los ligeros ingredientes de electrónica ochenta-noventera que añaden como novedad, y que matizan este trabajo con respecto a otros, pero sobre ellos terminan por imponerse la personalidad consolidada de la banda y su capacidad para redondear el folk hasta componer un trabajo de lo más disfrutable.