Y Franz Ferdinand nos pusieron a todos y a todas a bailar

Año 2004, estamos ya inmersos en el inicio del cambio de la industria musical. La crisis que se avecina es tremenda pero todavía se venden CDs. Como hemos señalado en otras ocasiones, el Rock ‘N’ Roll no lo está pasando en el sentido de su relevancia popular. The Strokes son la gran esperanza que luego no se concretará, The White Stripes ya han colocado «Seven Nation Army» y Jack White demostrará estar por delante de The Strokes, el «Americana» comienza a vislumbrar, Ryan Adams va creciendo y Wilco son una de las bandas de referencia. Pero las Islas Británicas tienen algo que decir, una vez más. Desde Gran Bretaña las cosas tampoco han pintado bien, tras el BritPop se dio paso a la entronización de Coldplay, a cuya estela desembarcaron Travis, Embrace y compañía. Atrás quedaban también los sonidos más electrónicos de The Chemical Brothers y Prodigy. Sin embargo, algo iba a pasar, algo que sería casi institucionalizado por la poderosa prensa musical británica como una segunda venida del BritPop pero que no iba tanto en esa dirección. Una nueva escena surgiría con influencias de la New Wave, el Post Punk, el hedonismo bailable de New Order y compañía, y la estela de las guitarras de The Strokes. Y allí emergieron los escoceses Franz Ferdinand, casi sin ruido, con un debut homónimo del que se cumplen quince años, un disco soberbio e indiscutible que acaba contigo. Junto a ellos, Kaiser Chiefs, Maximo Park, Bloc Party, Editors, The Kooks, los sobrevalorados Kasabian y, como colofón, los mejores de todos ellos, Arctic Monkeys aunque estos eran unos adolescentes cuando debutaron precisamente en el mismo sello que Franz Ferdinand, Domino. A todos ellos habría que añadir, desde Estados Unidos, el debut de The Killers, pero esa es otra historia. Ojo, Domino, una de las independientes británicas más importantes, se apuntó dos tantos en dos años de gran calado, y las dos bandas siguen con ellos. Pero volvamos a Franz Ferdinand que, cuando comenzaron, ya no eran unos chavales. En 2004, el cuarteto escocés estaba formado por Alex Kapranos (1972), Nick McCarthy (1974), Paul Thomson (1976) y Bob Hardy (1980). La verdad es que tenían todo para recibir palos por muchos sitios, desde su imagen hasta el propio nombre, el mismo del Archiduque austriaco cuyo asesinato en 1914 desencadenó la I Guerra Mundial. Pero, su sonido era algo que en aquellos momentos no estaba en las listas, canciones con guitarras afiladas pero hechas para la pista de baile, elementos del Post Punk pero muy vitales y hedonistas. También hay que destacar el diseño de la portada de su debut: el fondo negro, el color y la sencilla composición del nombre y el nombre del sello en la esquina derecha de abajo. Sobriedad, clase y elegancia, carta de presentación de una banda que con su single de adelanto, «Darts of Pleasure», había llamado la atención. Pero, lo mejor estaba por llegar, un disco que es un clásico y uno de nuestros favoritos no sólo de 2004 sino de toda la primera década del siglo XXI. Analizamos este gran debut de una banda a la que seguimos desde entonces.

Como decíamos, el disco no deja respiro desde una «Jacqueline» que comienza con Kapranos insinuante y luego da paso a las guitarras y a ese bajo Post Punk, una canción que va ascendiendo sin parar. «Tell Her Tonight» te lanza a bailar más si cabe, con diferentes giros a lo largo de la canción es un buen adelanto para lo que vendrá a continuación. Y es que luego aparece «Take Me Out» (¿su mejor canción?), la base rítmica con la batería de Thomson va imparable y las guitarras son adictivas, destacando un McCarthy que hace un trabajo fantástico en todo el disco, mientras que no puedes dejar de cantar su estribillo. Pero, espera, que no hay pausa con la también imbatible «The Dark of the Matineé», poderosísima y hedonista, con un toque melancólico que no aparece en el resto del disco. En «Auf Achse» se van más hacia el Post Punk de los ochenta, de nuevo el bajo de Hardy toma el protagonismo, es una canción con toques electrónicos que nos recuerdan a los New Order de los ochenta. Y, para cerrar la primera parte del disco, meten el acelerador con «Cheating on You», canción incluso más Punk pero dentro del estilo de Franz Ferdinand.

La segunda parte se lanza con unas guitarras de McCarthy y Kapranos aceleradas en «This Fire», con un Kapranos que va cambiando su forma de cantar y con un estribillo también coreable. Su single de debut, «Darts of Pleasure», aparece por fin, no cesan en el ritmo endiablado del disco aunque esta canción es más melódica en el tono de voz de Kapranos. Y, cuando parecía que poco más podían ofrecer, se salen con «Michael», una de mis canciones favoritas de toda la discografía de Franz Ferdinand, esas guitarras de nuevo y la forma de cantar de Kapranos…se salen. El cierre es para la también destacada «Come on Home», una vuelta a la mezcla del Post Punk y de los New Order de los ochenta, con el bajo de Hardy como protagonista; y «40′», una canción que alcanza el notable alto, la menos destacada, en la que adoptan un tono más «pausado» y «contenido».

El debut de Franz Ferdinand cautivó a la crítica y al público, vendieron más de tres millones de discos. Se convirtieron en una de las grandes sensaciones de lo que se llamaba la música independiente, junto a The Strokes, los entonces más interesantes The Killers, Arcade Fire y, posteriormente, Arctic Monkeys. No tardarían mucho en volver, You Could Have It So Much Better (2005) del que hablaremos en 2020, demostrando que estaban en racha. Desde entonces, no se han prodigado mucho como hemos señalado en otras ocasiones, tres discos más en trece años, una colaboración con Sparks, siendo su último trabajo el notable Always Ascending (2018), y recordamos todavía su tremendo concierto en el Mad Cool de 2018. Ahondaron en su vena más artística y experimental, sus resultados no alcanzaron el de su debut, pero siempre haciendo cosas interesantes. Para entonces, McCarthy ya había dejado la formación, ahora quinteto con Julian Corrie y Dino Bardot. Franz Ferdinand no inventaron la rueda, juntaron unos ingredientes de forma brillante y dieron con una fórmula que encajó en el momento preciso, ese 2004 en el que todavía seguía la fiesta y Franz Ferdinand pusieron parte de la banda sonora.

 

 

 

Mad Cool, el gigantismo festivalero y las transformaciones de nuestro tiempo, aunque siempre nos quedará Pearl Jam

Valdebebas (Madrid), 12 al 14 de julio de 2018.

Y pasó el Mad Cool, tercera edición de un festival que se ha convertido en algo más que un gigante y que ha levantado una enorme polvareda en valoraciones, análisis y críticas. Acabas apabullado leyendo todo lo que está escribiéndose sobre el Mad Cool y, cuando hablas con alguien cercano a la música o no, te preguntan en el minuto uno por el tema y acabas teorizando sobre la cuestión. Las siguientes líneas pretenden, por un lado, reflexionar sobre el festival y todo lo que le ha rodeado y, a continuación, detenerse en la música, que es lo que nos importa aunque también se ve mediatizado por lo anterior. Vaya por delante que yo disfruté de grandes conciertos en el Mad Cool 2018 en Madrid y que fui consciente del lugar al que iba. Pero, eso no quita para que muchas cosas te sorprendiesen, o no. Un cartel en el que estaban Pearl Jam, ocho años sin verlos, Arctic Monkeys, Queens of the Stone Age, Depeche Mode, Eels, Franz Ferdinand…ya era muy atractivo. Sí, vale, música para viejunos/as lo que nos llevará a hablar de la variable edad y de ciertas cuestiones sociodemográficas vinculadas a este tipo de eventos, ¿un cierto tipo de elitismo?, no tan fácil. Pero vayamos por partes y por todo lo que se ha hablado de Mad Cool y lo que nosotros vivimos.

Lo primero que había que destacar era el gigantismo de todo, de todo, la verdad. 80.000 personas es una barbaridad y gestionar todo eso tiene muchos riesgos. En ocasiones dio la impresión de que no se estaba preparado para ello, y eso fue palpable en la polémica entrada de final de la tarde del jueves 12. Aquello fue un caos que no nos tocó, entramos en 40 minutos a las 17:00 horas tras una vuelta sorprendente al recinto de IFEMA bajo un sol de justicia, pero eso es una broma con lo que tuvieron que pasar miles de personas horas después. Ese fue un error gravísimo que no ocurrió los días siguientes. Dentro, todo era inmenso y de nuevo las quejas vienen marcadas por las colas de las bebidas y comidas. De acuerdo, tienes 80.000 personas y tendrás que esperar, eso lo asumes, pero no un sistema de pago primero y servir después además de muchos camareros y camareras que se notaba que no tenían experiencia, bastante hacían soportando el tema. Las vueltas al centro de Madrid, en nuestro caso, fueron fáciles y rápidas pero, por precaución cogimos el Metro, funcionó muy bien, en vez de las lanzaderas del festival en autobús que habíamos cogido en previsión cuando no se sabía si habría Metro, 6 euros por cabeza dilapidados. Lo de Massive Attack fue de traca, con gente bastante decepcionada, y aunque la culpa en mi opinión fue de la banda no es menos cierto que, con los precedentes, la organización podría haber previsto un escenario con menos riesgos. Insisto, la culpa de la banda pero Mad Cool tenía que haber velado más por sus asistentes. El gigantismo del festival, reitero lo de las 80.000 personas, nos lleva a un modelo de forma de ir a conciertos, o al menos una muy mayoritaria, que se basa en el festival. El concepto de las «experiencias» está presente pero lejos quedan esas experiencias cuando estás yendo de lado a lado para no perderte al grupo siguiente que toca en menos de cinco minutos. Todo se basa en el más grande, más rápido y más cosas, un no parar a toda velocidad no vaya a ser que te pierdas algo y que no puedas hacer la foto o el vídeo que tienes que colgar en las Redes Sociales…en fin. Por otra parte, Mad Cool ha dado un golpe fuerte en la mesa y se ha llevado a bandas y artistas muy atractivos que se llevan al público. Ese es un problema, el hecho de que para ver a algunas de ellas tengas que pasar por este tipo de eventos supone valorar el precio a pagar, por ejemplo ver a tu banda favorita, Pearl Jam, a 150 metros de distancia. Por otra parte, la competencia se va reduciendo y, como cantaban ABBA, «The Winner Takes It All». A pesar de todas las críticas, Mad Cool va por ese camino y su gigantismo apabulla. Es el signo de los tiempos, no en vano Uber estaba omnipresente como patrocinador desde las estaciones de Metro, y debemos ser conscientes de ello, otra cosa es qué podemos hacer frente a ello y habrá gente que me diga que no vaya o que hubiese ido a ver a Pearl Jam a Barcelona. Pero vayamos a la música que es lo más importante para nosotros aunque, en mi caso, como sociólogo aprendí, o confirmé, unas cuantas lecciones del mundo posmoderno en el que vivimos.

Pearl Jam arrasan en una noche épica (12 de julio, jueves)

Imagino que, como mucha gente, nosotros llevábamos marcados los conciertos a los que queríamos ir y que, otra cuestión a valorar, nos fastidiaban los solapamientos. No sufrimos muchos de las bandas que nos gustan, pero alguno hubo. Como llegamos pronto y no había mucha gente tuvimos la suerte de estar cerca, muy cerca en medida Mad Cool, en el concierto de Eels. Secundado por una banda potente, Mark E. Everett salió dando una sensación de fragilidad pero eso duró lo que le costó enfilar con los covers de «Out Of Street» (The Who) y la fantástica «Rasperry Beret» de Prince. Eels apabullaron en poco más de una hora con un set cargado de guitarras donde brillaron sus clásicos más potentes, desde «Novocaine for the Soul» hasta «Souljacker, Part I». Mientras dejábamos en el escenario principal a Fleet Foxes perdidos en su inmensidad nos íbamos a la otra punta del festival a ver a Leon Bridges, que dio un gran concierto demostrando carisma e intensidad combinando temas de sus discos y sacando a relucir que sus nuevas canciones, las del controvertido Good Thing funcionaban muy bien en directo. Se acercaba la hora de Pearl Jam pero antes Yo La Tengo atronaban con su ruidismo y su buen hacer a la par que Tame Impala se lanzaban a su viaje psicodélico. Pero nosotros estábamos ya en la fase buscar sitio lo cual era complicadísimo, horrible más bien. Pearl Jam dieron un concierto fantástico, con una honestidad tremenda y demostrando que son la mejor banda del mundo, en mi opinión. Predominando sus dos primeros discos, pero con casi todas sus etapas representadas, nos dejaron agotados y hubo momentos muy emotivos como un McCready desatado (esos momentos de «Eruption» de Van Halen), Vedder tocando en acústico «Just Breathe», la inclusión de «Hunger Strike» en «Better Man», una enérgica «State of Love and Trust», el «Can’t Deny Me» dedicada a las mujeres que cambiarán el mundo, o las infalibles «Why Go», «Animal», «Do the Evolution», «Porch», «Black», «Rearviewmirror», «Alive» y el cierre de «Rockin’ in the Free World»…en fin, no parar durante dos horas de emoción tras ocho años sin verlos por España. De allí ya tocaba irse a descansar porque, la verdad, Kasabian como que no.

Seguimos sin no parar (13 de julio, viernes)

El viernes 13 prometía de nuevo un carrusel de emociones y todavía quedaban fuerzas. Ese día mantuvimos el ir pronto para evitar males mayores y la entrada se produjo sin problemas. De nuevo rodeados por el gigantismo del festival, destacaba la enorme presencia de jóvenes británicos que venían a ver a Arctic Monkeys. Nos perdimos a Kevin Morby por ver a unos Real Estate en plena solina que hicieron un buen concierto de Power Pop. Los gritos de At the Drive In nos convencieron menos y la siguiente cita era en el escenario grande para ver a Snow Patrol. Snow Patrol cuenta con algunas canciones convincentes pero su show fue deslucido, nos dejaron muy fríos y nos fuimos a ver a Morgan en una de las carpas y, amigos de Massive Attack, ellos sí que tuvieron que lidiar con los sonidos del resto de escenarios. Jack White era uno de los platos fuertes del festival y el de Chicago no defraudó. Acompañado de una banda muy contundente, White hizo un alarde de virtuosismo guitarrero mientras que iba combinando canciones de su carrera en solitario, de The White Stripes, así como un par de guiños para The Raconteurs y The Dead Weather. Ni que decir tiene que los momentos más celebrados fueron «The Hardest Button to Button» y, como no, «Seven Nation Army», canción convertida (ufff) en himno futbolero. Es el concierto que vimos más lejano pero había que salir de allí para ver a unos Arctic Monkeys que nos hacían temer lo peor, es decir, que buena parte de su concierto fuese dedicado a su menor, siendo indulgente, último trabajo. Pero no, aunque Alex Turner y compañía no renunciaron al mismo, y algún tema ganó como el comienzo de «Four Out Five», a continuación se lanzaron a una explosión guitarrera que contó con «Brainstorm», «Teddy Picker», «Why ‘d You Only Call Me When You’re High», «Do I Wanna Know», «Arabella», «I Bet You Look Good on the Dancefloor» o el cierre tremendo de «R.U. Mine?». Por cierto, me encantó que tocasen «505», uno de sus grandes tremas escondidos, y me sorprendió que saliesen ellos cuatro y tres músicos más. Por cierto, que el solapamiento de Arctic Monkeys con Alice In Chains fue sin duda el que más me dolió. Mientras se sucedía lo de Massive Attack, Franz Ferdinand no defraudaban con un breve concierto que nos puso a bailar con las pocas fuerzas que quedaban. Kapranos, inmenso, y compañía se basaron en su disco de debut de aquel lejano 2004 («The Dark of the Matinée», «Jacqueline», «Michael», «Take Me Out» y «This Fire») sin descuidar su notable último trabajo con temas como «Always Ascending» y «Feel the Love Go» que encajaban muy bien entre sus clásicos. Fue un no parar que se vio ensombrecido por las caras que se les quedaron a los que fueron a ver a Massive Attack a la vuelta al centro de Madrid.

No nos quedaban fuerzas pero había más (14 de julio, sábado)

De verdad que no, no quedaban muchas fuerzas para volver a Valdebebas el sábado por la tarde. Apabullados como estábamos, veíamos el recinto bajo el sol de las seis de la tarde y te lo pensabas. Hurray for the Riff Raff convencieron con su concierto, Alynda Segarra tiene mucho carisma y por momentos se transmutó en Debbie Harry. A continuación, Jack Johnson (que no ha envejecido nada) hacía un concierto transmitiendo buenas sensaciones pero monótono y también un tanto perdido en un escenario tan grande como el segundo del festival. Claro que luego llegaría la tormenta de fuego y furia de Queens of the Stone Age con un Josh Homme desatado y poniendo el recinto patas arriba. También le dio un fuerte ataque en relación a la zona VIP aunque esto también daría lugar a otra reflexión más amplia, y me quedo con el tweet de Alex Kapranos. El caso es que Homme amenazó con dejar de tocar si no se dejaba entrar a la gente a la zona VIP. El concierto siguió con una banda que en poco más de una hora y cuarto te dejó sin aliento. Homme y los suyos pasaron del Stoner a su Rock más melódico actual, siempre con esas guitarras pesadas y punzantes, que resonaron con fuerza en la noche madrileña con «A Song for the Dead» con la que cerraron, «Go With the Flow», «Little Sister», «Burn for the Witch» o las recientes «The Way You Used to Do», «My God Is the Sun», «The Evil Has Landed» o «Feel Don’t Fail Me». Con un par de minutos hubo que desplazarse unos metros para ver a Depeche Mode que contaban con muchísimos seguidores y seguidoras. Dave Gahan demostró ser un espectáculo aunque no es menos cierto que el concierto de Depeche Mode fue más efectista que efectivo, con mucho saber hacer, pero pero un tanto descompensado. Claro que, si cierras con «In Your Room», «Everything Counts», «Stripped», «Personal Jesus», «Never Let Me Down Again», «Walking in My Shoes», «Enjoy the Silence» y «Just Can’t Get Enough», pues apaga y vámonos, una barbaridad en definitiva. Pero nosotros no podíamos más y dejamos a mucha gente viendo a Nine Inch Nails.

Domingo por la mañana, agotados tratando de digerir tres días de música en Valdebebas y reflexionando y debatiendo sobre Mad Cool, los festivales y el modelo que se ha impuesto. Si miro atrás, me costaría mucho volver, la verdad, pero todo dependerá de nuevo del cartel. ¿Es el modelo que me gusta?, no, creo que es excesivo y que hay muchos grupos y mucha gente, que la sensación que te queda es de agotamiento y de haber disfrutado de algunas de tus bandas y artistas favoritos, mientras que la organización tiene que mejorar bastantes cosas. Pero, mientras voy pensando en Pearl Jam y «Corduroy» no dejo de ver el anuncio de Uber y a los chicos y chicas de Uber Eats…y pienso en el camino que llevamos. Y me diréis que soy un cínico porque Uber es un patrocinador que pone pasta para que venga Pearl Jam, porque puedo irme a otros festivales y salas, porque nadie me ha obligado a ir, porque estoy sosteniendo y pagando ese sistema…Vale, lo dejo para otro día.

Franz Ferdinand, ‘Always Ascending’

Puede que sea verdad que a Franz Ferdinand se ‘les pasó el arroz’ pero no cabe duda que algo queda. Y es que sólo hay que leer la diversidad de valoraciones que ha recibido su nuevo disco, Always Ascending, quinto trabajo de los escoceses con cambios en la formación incluidos, habiéndose convertido en quinteto tras la baja del guitarrista Nick McCarthy y la incorporación de Julian Corrie, que ha participado en la composición de los temas, y Dino Bardot. Junto a ellos, Alex Kapranos, Bob Hardy y Paul Thomson continúan con sus ritmos bailables aunque es cierto que hay menos espacio en este Always Ascending para esas guitarras y riffs característicos de sus inicios y más para los teclados y sintetizadores. Always Ascending no es un mal trabajo pero también es cierto que peca de algunos momentos irregulares y canciones que no acaban de funcionar, aunque a cambio también hay momentos gloriosos, y sí que es verdad que la melodía del ‘Take Me Out’ aparece de nuevo. Pero es un disco en el que también se observa algún punto más nostálgico y es que los años pasan para todos. Y es mejor disco que su predecesor, Right Thoughts, Right Words, Right Actions (2013), si nos olvidamos del experimento junto a Sparks que fue FFS (2015).

El comienzo ya te lanza arriba, ‘Always Ascending’ es un tema potente y discotequero, con ganas de seguir la fiesta, aunque al final les sale un tono un tanto barroco con ese teclado excesivo. Y la continuación no baja el tono, al contrario, gana con las escuchas, un ‘Lazy Boy’ más guitarrero y machacón y de nuevo con unos teclados ochenteros que se convierten en una constante en parte del disco. Luego llega el turno de un tema más pausado, ‘Paper Cages’, menos lograda y que ya no funciona tan bien, y lo mismo le ocurre con la invasiva ‘Finally’, donde las guitarras quedan en un segundo plano claramente. ‘The Academy Award’ es más nostálgica y con una melodía más oscura que también gana con las escuchas.

La segunda parte en conjunto baja el nivel, aunque tiene la mejor canción del disco. Si con ‘Lois Lane’ retornan a ese ritmo de teclados que no te suelta, ‘Huck and Jim’ resulta de lo más flojo de todo el conjunto, conjugando un tono épico al comienzo con una deriva irregular. Y ‘Glimpse of Love’ puede que sea un tema divertido, el teclado de nuevo es omnipresente, pero es una canción facilona. Claro que luego lo perdonas cuando llega todo un hit como ‘Feel the Love Go’, tremendo con un comienzo fantástico y un ritmo pegadizo, aunque la sombra de ‘Take Me Out’ es muy alargada, y la incorporación del saxofón es un gran acierto, habiendo algunos críticos visto la huella de Roxy Music. Una canción de las mejores de su repertorio que da paso al cierre, un insustancial ‘Slow Don’t Kill Me Slow’, donde Kapranos se pone excesivamente intenso.

Vale que los años 2004 y 2005, cuando publicaron sus dos primeros discos, no van a regresar, que luego se dejaron unos años por el camino, y que los años pesan, pero todavía mantienen un cierto pulso aunque también algunas lagunas. Eso sí, si me ponen en un bar ‘Feel the Love Go’, yo salgo a bailar.