«De akí a Ketama», una barbaridad

Volvemos a 1995. Sí, en junio de ese año descubría que Foo Fighters existían pero no era precisamente ese disco el que más iba a escuchar ese año. Hay que volver al contexto en el que nos encontrábamos en relación a la música nacional. 1995 es un año complejo porque representa un punto de inflexión sobre las grandes bandas que habían marcado el panorama durante los tres lustros anteriores. En 1995, Radio Futura ya no existían y Gabinete Caligari eran intrascendentes. En 1995, Héroes del Silencio y El Último de la Fila publicarían sus últimos discos, dejando una profunda huella en sus seguidores y seguidoras. A cambio, desde el underground emergía Extremoduro y Los Rodríguez se convertían en una de las bandas de la década. Pero había otro movimiento, más mestizo todavía, el que se vinculaba con la evolución del Flamenco y su relación con otras músicas, Pop incluido. Se llamó los «nuevos flamencos» y/o los «jóvenes flamencos», Montero Glez lo analiza muy bien en su recomendable último libro del que dimos cuenta en Los Restos del Concierto, el gran La imagen secreta (Pepitas de Calabaza). Recordemos también que Camarón había fallecido en 1992, y que ese mismo año Kiko Veneno regresaba con uno de los grandes discos de la música española de todos los tiempos, Échate un cantecito. Era el regreso de un resistente, de un protagonista en primera línea con Veneno y los hermanos Amador, olvidado durante años que creó una obra maestra. Más rumbero que flamenco, apoyado por Santiago Auserón, Kiko Veneno en 1995 publicó una continuación a la altura con Esta muy bien eso del cariño, del que hablaremos en su momento. Rafael y Raimundo Amador habían seguido su camino con Pata Negra, aunque también tendrían sus problemas lo que acabaría con la banda. Raimundo se juntó con Kiko Veneno y consolidó una carrera en solitario que también comenzaría en 1995 con Gerundina, donde los sonidos flamencos se entrelazaban con el Blues. Y no hay que olvidar a un Antonio Flores que fallecería en mayo de ese año, pero que estaba en lo más alto de su popularidad. Pero todo esto se queda a continuación de lo que fue el gran terremoto que vino desde el Flamenco: De akí a Ketama.

Ketama no eran unos desconocidos, aunque su trascendencia era mayor para los críticos y el público especializado que para el gran público. Formados en 1984 por José Soto «Sorderita», Ray Heredia y Juan José Carmona, hijo este último de Juan Habichuela. Los primeros años de Ketama transcurrirán en la discográfica Nuevos Medios de Mario Pacheco, clave en ese periodo en la difusión de los «nuevos flamencos». Con un estilo heterodoxo, se centrarán en la fusión de diversos ritmos, destacando las influencias africanas y orientales. Pero, con los años, su evolución será diferente. Sonidos más accesibles irán ganando espacio y también habrá cambios internos. Ray Heredia deja la banda para lanzarse en solitario. Heredia, figura de talento incalculable, publicaría en 1991 Quien no corre, vuela, pero fallecería ese mismo año sin haber cumplido los treinta años. A Ketamam, unos años antes, se habían incorporado Antonio Carmona, hermano de Juan Antonio, y su primo Josemi Carmona. Ketama seguían cosechando reconocimientos internacionales, telonearon a Prince en 1990 en España, pero todavía no habían dado el salto al gran público. También habían pasado de Nuevos Medios a Polygram, donde habían publicado Y es ke me han kambiao los tiempos (1990), Pa’ gente con alma (1992) que sería el último en el que intervendría Soto y El arte de lo invisible (1993) ya como trío.

Junio de 1995, no recuerdo el lugar, pero un CD me llama la atención, se llama De akí a Ketama. El diseño de la portada no es que sea para tirar cohetes. La sexta parte inferior la ocupa una foto de los tres integrantes de Ketama en directo. El disco estaba sonando, era una grabación en directo que habían realizado los días 28 y 29 de marzo los Cine Arte de Madrid. Ketama se rodearon de una banda brutal de diez integrantes, sección de viento incluida, y con invitados de lustre como Antonio Vega y Antonio Flores en su último concierto antes de fallecer. No lo pensé, me pillé aquel CD…y, madre mía, tremendo. No es únicamente la calidad de las canciones, del concierto, es la energía y el aura que desprende el disco. Veinticinco años después, sigue sonando igual. Unas semanas después de su publicación, que fue el 10 de junio, La2 lo emitió el 16 de julio, y aquello fue tremendo, además contaba con entrevistas a los protagonistas, la preparación del concierto…Aquello me convenció mucho más y se convirtió en uno de los discos de referencia. Ketama dieron protagonismo a un directo virtuoso y convencido, a la Rumba y a la Salsa, protagonistas, al Flamenco, y otros sonidos…Vamos a repasarlo.

El comienzo ya es una barbaridad, «No estamos lokos (Kalikeño)», posiblemente su canción más conocida, suena a lo grande, vientos y coros, percusión, un estribillo pegadizo…Y enlazan con «Verdadero», una de las joyas escondidas en el disco que tira también hacia otros sonidos, con el bajo en primera línea, y un final muy bailable. Antonio Vega aparece para hacer una interpretación muy sentida de «Se dejaba llevar por ti». La combinación de voces con Antonio Carmona y la elegancia acústica del concierto, junto con el toque de las guitarras más flamencas, le da una dimensión extra a la canción. «Loko» recupera la exuberancia con un comienzo que lleva directamente a la Salsa de Rubén Blades, de nuevo con los vientos y la percusión desatadas. La Bossa Nova se abre paso en «Flor de Lis», la versión del tema de Djavan, canción que va creciendo y que es una maravilla, con las guitarras acústicas siendo protagonistas. En «La cuesta La Cava (Ketama)» dan salida a sus sonidos de mestizaje más orientalistas y arabizantes, un instrumental donde incorporan un violín doliente, pero es solo una pausa.

«Acaba de nacer» es otra canción en la línea del disco, crece por momentos y sigue en esa combinación de Salsa y Rumba que funciona a la perfección, ojo otra vez a los vientos. En «Djamana Djana» recurren de nuevo al mestizaje, aquí es la percusión la que va a marcar el ritmo para unir sonidos de raigambre africana con la Salsa. «Problema» es una mis canciones favoritas de todo el disco, es otro de esos temas que quedan escondidos, un medio tiempo fascinante y elegante. El cierre va llegando con «Vengo de borrachera», con guitarras flamencas, más ortodoxa y otro clásico que se escora a la Rumba. Y casi como fin de fiesta aparece Antonio Flores para hacer «Vente pa’ Madrid», pocas palabras se pueden decir para otra de las canciones que brilla con luz propia. El final es para la flamenca «Bulería del olivar» con El Potito como cantaor invitado.

Estos días, he tenido mucho tiempo para escuchar con detenimiento este disco y otros de la banda. De akí a Ketama sigue siendo una barbaridad, no se me ocurre otro adjetivo calificativo. El año pasado lo revisaron pero no quise perder la magia que me supone este disco. Ketama vendieron cientos de miles de discos, ese mismo año los pude ver en una noche fría de invierno en el Teatro Bretón de Logroño donde pusieron a todas las butacas de pie a bailar. Tremendo. Era la misma banda que había grabado el disco. Ketama no conseguirían repetir su éxito con los discos posteriores, el más mestizo Konfusión (1997) y el más conseguido Toma Ketama! (1999). Para Dame la mano (2002), Ketama ya no estaban en mi lista de preferencias.

En 2004, la banda se disolvió. Había pasado su tiempo y su legado no fue suficientemente reconocido, a pesar de que me gustaría preguntarme si «Corazón partío» de Alejandro Sanz hubiese sido posible sin De akí a Ketama, por ejemplo, aunque es solo una hipótesis. También es verdad que los «nuevos flamencos» ganaron visibilidad y que La Barbería del Sur tendría alguna oportunidad, sin olvidar a Navajita Platea o la aparición de Niña Pastori. En lo que derivó todo esto, lo dejamos. Creo que Ketama merecen un mayor reconocimiento y, este disco en concreto, estar en un lugar de privilegio de la música española. Lamentablemente, con respecto a Ketama, como ha ocurrido con tantos otros y otras, han pesado no pocos prejuicios y estereotipos. En fin, ya sabemos que la Rumba fue capitalizada por los Gipsy Kings…

 

 

Montero Glez o la historia del Flamenco de las últimas décadas

A mediados de los noventa del siglo pasado, es muy difícil que no hubieses escuchado el exitoso De akí a Ketama (1995), que tendrá su recorrido en los aniversarios del año que viene. También habrá tiempo para Está muy bien eso del cariño (1995), segunda etapa de un Kiko Veneno renacido tras Échate un cantecito (1992), clásico de la música popular española. Raimundo Amador lograba una gran visibilidad y, en una escala superior, Enrique Morente y Lagartija Nick habían reventado las costuras de todo con Omega (1996). Fue el punto de inflexión de la eclosión del «Nuevo Flamenco» y/o «Jóvenes Flamencos» que se basó en el mestizaje del Flamenco con otras músicas, desde el Rock al Jazz, pasando por la Psicodelia, los ritmos africanos y cubanos, el Soul, etc. El mestizaje entre el Flamenco y otros estilos le dotó de una nueva perspectiva y abrió su base de oyentes y seguidores. Lamentablemente, a partir de esos años centrales de los noventa todo fue a peor. Como suele ocurrir, la cosa se banalizó y se acuñaron nuevos términos como «flamenquito» para definir un estilo basado en la fusión y el mestizaje. Aquellos años, algunos de los discos que más escuchaba eran los de Kiko Veneno, más escorado a la Rumba, Ketama, Raimundo Amador, a la par que recuperaba a Pata Negra y el debut de Veneno con el homónimo disco, el del chocolate, que Kiko Veneno y Rafael y Raimundo Amador habían publicado en 1977. Casi nada.

Todo esto viene porque mi querido amigo Sergio Pérez de Heredia acertó de lleno al regalarme el libro de Montero Glez La imagen secreta (Pepitas de Calabaza), ganador del premio literario Café Bretón y Bodegas Olarra. Nos encontramos ante un libro diferente y de gran altura, tanto en la forma como en el fondo. Montero Glez ha creado un fresco a base de ciento treinta y ocho instantáneas y esto tiene sentido porque el motor de su obra son el pinto Miquel Barceló y el fotógrafo Alberto García-Alix, autores de alguna de las portadas e imágenes más icónicas de la obra de Camarón de la Isla. Este último podría ser definido como el principal protagonista del libro. Un tercer artista sería Ceesepe, Carlos Sánchez Pérez, mítico pintor e ilustrador de ese periodo, pero falleció en 2o18 y su diálogo con Montero Glez sólo es posible a través de los recuerdos.

Camarón de la Isla y Paco de Lucía son dos figuras centrales en el libro, dos figuras que revolucionan el Flamenco. Son la base de todo lo que vendrá después, incluidos Lole y Manuel. Antes hay espacio para el guitarrista Sabicas que, desde Nueva York, hace los primeros intentos de fusión del Flamenco con el Rock. También para Smash y Las Grecas, reivindicados. Para nuestra generación, Camarón fue un mito, falleció en 1992 y su figura se alarga sobre la música popular. Paco de Lucía era otro genio, pero un genio más distante e inalcanzable. Más teórico, menos popular, pero de un talento descomunal. Paco de Lucía, con sus fusiones con el Jazz y su virtuosismo, era la otra cara.

Montero Glez atrapa en un libro que aborda la Cultura desde el final de las décadas de los setenta a los noventa. Hay una crítica fundamentada a la mercantilización de las manifestaciones artísticas, a la relación del capitalismo con el Arte, y por supuesto a la «Movida», contra la que carga en diferentes momentos, de forma también brillante. Hay otros personajes como Mario Pacheco, fundador de la discográfica Nuevos Medios (ojo al cuñado de Pacheco, que llevaba las cuentas de esta); el productor Ricardo Pachón; o el cineasta Iván Zulueta, icono del underground y director de Arrebato (1980). El libro discurre entre personajes y en una primera persona donde también cobran protagonismo calles y callejones, paredes y carteles, espejos y, en definitiva, el Madrid de esos años tan diferente del actual, con sus comercios, bares, salas de fiestas, etc. Por allí se despliegan Montero Glez y su entorno, en ese contexto de la «Movida» y también mediado por la heroína. Es una mirada a un pasado no tan lejano pero que ya parece olvidado y mitificado.

Ray Heredia, Rafael Amador, etc., aparecen como talentos que se perdieron por el camino. Aunque el protagonista es Camarón de la Isla, Camarón y su obra cumbre, La leyenda del tiempo (1979). Un disco que supone una ruptura, un disco que produce Pachón y por el que pasan Tomatito, Raimundo Amador, el importante percusionista Rubem Dantas, Kiko Veneno con «Volando voy», etc. Camarón de la Isla como icono de un tiempo, como representante de lo que pudo ser, del valor que tuvo que tener para Montero Glez el Flamenco y su mestizaje, desbordado por la «Movida» y sus derivados.

Montero Glez ha creado un libro fascinante, que se lee de una sentada prácticamente. Con Barceló y García-Alix como hilos conductores también, que van contando sus experiencias con Camarón, reconstruye un tiempo diferente, una parte de la Historia de este país desde un prisma diferente