‘Electro-Shock Blues’, canciones como la vida

No puedo recordar muchos ejemplos en los que un músico se haya expuesto de la forma en que Mark Oliver Everett lo hizo en este disco que en 2018 cumple veinte años. Pocos testimonios musicales que expresen un desgarro tan sincero y directo, tan exento de efectismos y metáforas intermediarias, como este ‘Electro Shock Blues’ que, visitado dos décadas después, sigue produciendo el mismo desasosiego que cuando aún estaban recientes las traumáticas experiencias que lo originaron. Recapitulemos: tiempo después de, cumplidos los diecinueve, encontrar el cuerpo sin vida de su padre (el eminente físico Hugh Everett III) tras sufrir un infarto en su propia casa, llegarían las dos tragedias que propiciaron el disco; tanto el suicidio de su hermana Elizabeth (diagnosticada de esquizofrenia) en 1996 como el fallecimiento de su madre en 1998 a causa de un cáncer, propiciaron en Mark Oliver Everett (en adelante E, como también es conocido) la necesidad de enfrentar su pesadumbre y expresarla sin tapujos, musicándola sin las presiones ni directrices de un mercado sobre el que acababan de dar un exitoso primer paso.

Porque Eels venían de triunfar con su debut (‘Beautiful Freak’, 1996), un disco oscuro e irónico en el que ya se vislumbraban algunas de las obsesiones de E (Novocaine For The Soul, Rags To Rags, Your Lucky Day In Hell, Beautiful Freak), que siempre eran presentadas con un soterrado humor que suponía la principal diferencia con respecto al grunge (o postgrunge, porque muchos consideraban el movimiento ya finiquitado) en el que inicialnente fueron incluidos. En cualquier caso un excelente primer disco del que, quién sabe si propiciado por las circunstancias vitales de su líder, se desmarcaron de inmediato con un trabajo contra toda lógica comercial y cuyo destino ya parecía complicado desde su gestación.

Esta rápida reacción, necesaria y también forzada por las circunstancias de un E que había perdido a toda su familia en poco tiempo, les alejó de lo que podría haber sido una carrera de éxito convencional para iniciarlos en los cauces del inconformismo y la experimentación que regirían sus siguientes años, y fue ‘Electro Shock Blues’ el que inauguró esta nueva dirección.

Abre el libreto del cedé, trufado de viñetas y caricaturas, un bello poema de la abuela de E (Katharine Kennedy) antes de comenzar la transcripción de las crudas letras que lo componen, y es que la canción inicial no podía ser más elocuente ni descarnada: Elizabeth On The Bathroom Floor, breve y sencillo retrato de la desesperación por la que atravesaba su hermana en el que, por increíble que parezca, quiere abrirse paso algún color. Los primeros contrastes y juegos sonoros aparecen en la macabra Going To Your Funeral Part I, negro pasaje que también alberga esbozos de claridad, que se ven realzados por el inicio de Cancer For The Cure, extraña combinación de órgano y ritmo industrial que termina por dar resultado.

My Descent Into Madness es una pieza de soul camuflada con una preciosa orquestación en la que los violines se pasean realzándola junto al órgano; la derrotista frase final («I’m The Shit») puede dejarte helado. A continuación asoman en la desnudez de 3 Speed los primeros apuntes de los Eels que conoceremos años más tarde, más íntimos y folkies, seguida de Hospital Food que, al ritmo que marcan los metales y percusiones jazzeros, introduce una ironía que propicia la primera redención.

Electro Shock Blues recoge algunas escalofriantes palabras que su hermana Liz escribió en el psiquiátrico («write down ‘I am ok’/a hundred times the doctor says/I am ok/I am ok/I´m not ok«) acompañadas por unas débiles notas de piano. Un precioso chelo abre y sostiene Efils’ God, de una fría belleza que se templa durante el estribillo, a la que sigue la brillante emoción ascendente, casi cinematográfica, que enfrenta lágrimas y belleza en Going To Your Funeral Part II. Con Last Stop: This Town se anima un poco el conjunto; su alternancia de dureza, melodía y clasicismo, scratches y guitarras potentes, supone un lapso en la atmósfera general.

Baby Genius es la nana triste que precede a una de las piezas centrales del disco, Climbing To The Moon (en la que colaboran Grant Lee Philips, T Bone Burnett y Jon Brion), de sonido más tradicional, testimonial y decididamente bella, al igual que Ant Farm, de contenido algo más anecdótico pero de resultado también bello. Regresa la tristeza en Dead of Winter que, pesada y doliente, marca el inevitable fondo antes de remontar con The Medication Is Wearing Off, maravillosamente arreglada con teclados y líneas de guitarra que, después de la melancolía predominante, dejan alumbrar la esperanza que se prolonga en P.S. You Rock My World, el intenso cierre de discreta instrumentación que abriga la esperanzadora conclusión: «And maybe it’s time to live».

Su carrera comercial no fue demasiado buena, ni mucho menos como ‘Beautiful Freak’, pero contribuyó a delimitar el espacio sonoro que Eels ocuparían desde entonces. La banda continuaría sorprendiendo, experimentando y a menudo deslumbrando en una trayectoria que les conduciría hasta una música más íntima y cercana a sus raíces, insistiendo en el humor y la confesionalidad que, en un movimiento ajeno a su discografía, culminaría en la fantástica biografía de M. O. Everett ‘Cosas que los nietos deberían saber’, en la que además de los pasajes antes citados narraba otros episodios de su carrera musical y de su vida personal.

Por fortuna ‘Electro Shock Blues’ consiguió esquivar el malditismo al que su tono y su temática parecían abocarle (no es un disco de fácil digestión) e ir ganando en consideración hasta ser hoy valorado por muchos como el mejor trabajo de una banda que sigue acumulando fantásticas referencias. Un testimonio (una confesión) cuya traslación musical terminó por fructificar para, sobre el dolor, crecer hasta convertirse en esta bella enseñanza que nos ayuda a mejor atravesar la tristeza.