De U2 volviendo al redil

No recuerdo cuántas entradas, no siempre elogiosas, hemos dedicado a U2 en este blog; probablemente sean una de las bandas que más espacio ha ocupado a lo largo de estos años, y es que el valor sentimental que tienen para muchos (entre los que me incluyo), junto a las controversias que siempre han despertado y el abundante material que han acumulado en más de cuarenta años de carrera, dan para tanto y para más.

Hace poco recordábamos el disco que publicaron en 2004, un «How To Dismantle An Atomic Bomb» tras el que comenzaría a evidenciarse el declive de su capacidad para sorprender y excitar como había sucedido hasta entonces con cada  lanzamiento, y ahora toca el anterior, el que publicaban en el 2000 y que era anunciado como el regreso a los orígenes de la banda tras el periplo electro-industrial de sus tres anteriores trabajos («Achtung Baby», «Zooropa» y «Pop»), un «All That You Can’t Leave Behind» en el que reculaban para avanzar sobre seguro y que no les quedó nada mal.

Para amarrar el resultado recurrían a sus dos productores fetiche, Daniel Lanois y Brian Eno, que les despojaban de parte de tecnología para recuperar un sonido más básico en unas estructuras más tradicionales y asimiladas en lo posible a lo que hacían en los ochenta. Sí que se sirvieron más de los teclados, sobre todo un The Edge que parecía estar descubriendo el piano, e hicieron alguna incursión acertada en el soul e incluso menor el folk, de lo que resultaría un disco bastante melódico, con descargas puntuales de potencia y los característicos pasajes de la épica que tan bien dominaban los irlandeses.

Podría decirse que les salió un disco de los llamados ‘de canciones’, es decir, un conjunto en el que cada tema funcionaba por sí solo y entre los cuales había algunos de una enorme efectividad, que les serviría para recuperar parte del terreno comercial perdido en los noventa hasta situarse como su cuarto mayor éxito de ventas con más de 12.000.000 de copias despachadas. Qué decir de sus dos primeros sencillos; una Beautiful Day que incluye los primeros teclados y se desata en guitarrazos en un estribillo lleno de energía, o  Stuck In A Moment You Can’t Get Out Of, bellísima y emocionante balada inspirada en el trágico final de Michael Hutchence. Después llegarían Elevation, pieza redonda de pop enérgico aunque devaluada por la sobrexposición, y el fantástico medio tiempo épico que es Walk On.

Kite está dedicada por Bono a su padre, poco antes de fallecer, y es uno de los habituales destacados que ocupaban una segunda línea en los discos de los irlandeses, In A Little While es una pieza de soul hermosa y sutil en la que Bono canta de maravilla, y en Wild Honey, cantada a dos voces, suenan lo más acústico que pueden. La parte final, quizás la más floja, se inicia con la profunda balada Peace On Earth, escrita tras los atentados de Omagh, a la que siguen When I Look At The World, caracterizada por sus componentes eléctricos y electrónicos, una brillante New York que carga sobre la sección rítmica y se desata en el estribillo, y un nuevo acercamiento al soul con Grace que sirve de suave colofón.

Lo cierto es que supondría su regreso a una primerísima línea, más popular y masiva, y que les reportaría nuevos reconocimientos en forma de premios (entre ellos siete Grammys) y de una general aprobación de la crítica que se prolongaría durante la Elevation Tour que iniciarían a finales de marzo de 2001. A diferencia de sus dos anteriores giras, esta fue diseñada para recintos cerrados y de una menor capacidad que permitiera más cercanía con el público, lo que les obligó a repetir actuación en un montón de ciudades, aunque rara fue la vez que no rondaron los 20.000 asistentes.

Si hablamos de cifras, algo que cuando se trata de los irlandeses hay que tomar con perspectiva porque de lo contrario pueden marear, los resultados fueron excelentes y supondrían su último gran éxito, prolongado en menor medida en su siguiente disco (el «How To Dismantle An Atomic Bomb» que vendió más de 8.000.000 copias) tras el que su declive comercial se acentuaría. Si hablamos de calidad, estamos ante uno de sus últimos discos reivindicables, en el que es evidente una mirada hacia la comercialidad que no hizo resentirse el más que digno resultado y que, si bien supuso el final de su excitante paso por los noventa, demostraba la excelente forma y la riqueza de recursos de una banda que se resistía a abandonar la vanguardia del éxito.

U2 entregados a la voz de Cash en «The Wanderer»

Apenas dos años después de «Achtung Baby» y continuando con la línea experimental (más si cabe) de este, el cuarteto irlandés publicaba en 1993 un «Zooropa» que, teniendo en cuenta sus últimas cifras de ventas y pese a alcanzar los cinco millones de copias vendidas, resultaría un pequeño freno a su trayectoria comercial y de una menor resonancia mediática tanto por su menor actividad promocional (en general son canciones porco incluidas en sus directos) como por su arriesgada propuesta artística.

Pese a todo se trata de un álbum que ha ganado en reconocimiento con los años, que incluía hits como Stay (Faraway, So Close!), además de otros como Numb y Lemon junto a varias canciones excelentes como Dirty Day o Daddy’s Gonna Pay For Your Crashed Car que profundizaban con acierto en una renovación de su sonido que prolongarían por lo menos hasta la publicación de «Pop» en 1997.

Antes de que Rick Rubin iniciara el relanzamiento de su carrera con la edición de la serie de «American Recordings», cuando su legado era todavía principalmente reconocido en Norteamérica y en el ámbito de la música tradicional, Johnny Cash irrumpió en el escenario del pop con esta gema de country posmoderno, esta sencilla pieza de desarraigo y espiritualidad escrita con tino para él por la banda de Dublín; pieza de folk vestida con arreglos exclusivamente electrónicos en la que fue The Edge el encargado de grabar unos tímidos coros para acompañar la portentosa presencia vocal de Cash y que terminaría por resultar una muestra sorprendente y un exitoso exponente de otra faceta nueva en la trayectoria de ambas partes.

Dos discos no tan menores: ‘Rattle and Hum’ y ‘Zooropa’ están de aniversario

Se cumplen treinta años de la publicación de ‘Rattle and Hum’ (1988) y veinticinco de ‘Zooropa’ (1993), dos discos muy diferentes que también encierran interesantes confluencias. Sucesores ambos de las indiscutibles obras cumbre de U2 y enmarcados en dos etapas creativas completamente distintas, al mirar atrás sorprenden las enormes diferencias estilísticas entre ellos a pesar de estar separados por tan solo cinco años; el primero fue escrito con la mirada puesta en el pasado y el segundo en el futuro, uno miraba a América y el otro a Europa. Por otro lado aunque ambos fueron considerados secundarios dada la forma en que se concibieron inicialmente (el primero como complemento a una ambiciosa película y el segundo como un EP que poco a poco se iría extendiendo) los dos han ido cobrando relativo valor por estar integrados en la época de mayor y más brillante productividad de la banda irlandesa.

Los cuatro dublineses nunca fueron precisamente un dechado de modestia (tampoco anduvieron nunca escasos de ambición) y desde sus inicios mantuvieron una clara referencia en el mercado norteamericano como objetivo a conquistar. Tras sus reivindicativos inicios fueron poco a poco adoptando sonidos y temáticas de la otra orilla del Atlántico y ya en ‘The Unforgettable Fire’ (1984) (y un año después en el EP en directo ‘Wide Awake in America’), y apoyados en la producción de Brian Eno junto a Daniel Lanois, pulieron e intensificaron una personalidad sonora que culminaría en su definitiva eclosión con ‘The Joshua Tree’ en 1997 (cuya gira de treinta aniversario también conmemoramos en este blog).

El éxito desmedido de ‘The Joshua Tree’ les proporcionó la capacidad de hacer una película de su gira por EEUU, que también sirviera de homenaje a la música popular norteamericana, y de posteriormente publicar un doble LP que incluyera algunas de estas interpretaciones junto a otras versiones, homenajes y nuevas canciones hasta completar una miscelánea que demostraría el gran estado de forma de la banda y su increíble capacidad para asimilar y desarrollar nuevos estilos musicales. Su resultado comercial fue espectacular (catorce millones de copias vendidas), no así el recibimiento de una parte de la crítica que los tachó de excesivamente pretenciosos.

Así fue que se atrevieron con versiones de The Beatles (Helter Skelter) o Dylan (All Along the Watchtower), junto a quien también interpretaron Love Rescue Me o Hawkmoon 69, grabaron junto a BB King (When Love Comes to Town) e incluyeron extractos de grabaciones callejeras e incluso de la famosa interpretación del himno nacional estadounidense por parte de Jimmy Hendrix en Woodstock en 1969, junto otros cortes grabados durante la gira norteamericana de ‘The Joshua Tree’ (Pride, Bullet the Blue Sky) o la versión de I Still Haven´t Found What I´m Looking For con el coro gospel The New Voices of Freedom. A ello añadieron diez canciones inéditas, entre las que una mayoría homenajeaba con sorprendente soltura a los maestros de la música norteamericana. Temas como Desire, Hawkmoon 69, Angel of Harlem, When Love Comes to Town, Silver and Gold, Love Rescue Me o God Part II, además de la primera interpretación vocal de The Edge en Van Diemen´s Land y el excelso cierre que suponía All I Want Is You, bebían directamente de las fuentes mencionadas y completaban un trabajo en su mayoría interpretado por una banda plena de forma e insolencia.

La concepción de Zooropa fue completamente distinta; inspirado y grabado durante la ‘Zoo TV Tour’ (gira de presentación del ‘Achtung Baby‘), lo que inicialmente fuera proyectado como un EP para su gira europea y pudiera haber parecido un simple remanente de la radical reinvención que acababan de llevar a cabo, fue creciendo hasta completar diez canciones que conservaban el espíritu inconformista e innovador de su predecesor. Su éxito fue menor para las cifras en las que se venían moviendo (cinco millones de unidades vendidas) pero hay que tener en cuenta que ‘Zooropa’ no contó con la previsión ni los desaforados medios de promoción de otros trabajos de la banda. La recepción de la crítica tampoco fue mala y supo apreciar la calidad y el riesgo de la propuesta aunque también dejó apuntes al respecto de la inconexión e irregularidad del listado final.

En manos por primera vez de Flood, que produjo el disco junto a Brian Eno y The Edge, y ya superado el efecto sorpresa con su anterior trabajo, continuaron experimentando si cabe más que entonces. La solemne apertura con los más de seis minutos de Zooropa, junto a una intrascendente Babyface, la sorprendente Numb (de nuevo en la voz de The Edge) y la extensa y chirriante Lemon conforman un inicio esclarecedor aunque, a mi parecer, menos inspirado que una segunda parte que contiene lo mejor del disco. Y es que Stay (Faraway, So Close) es palabras mayores y podría incluirse entre lo más destacado de su carrera, y la deshinibida Daddy’s Gonna Pay for Your Crashed Car o la oscura inspiración de Some Days Are Better than Others, The First Time o Dirty Day son aciertos indudables. El cierre a lo grande junto a Johnny Cash con The Wanderer también merece todos los elogios por el descaro de ambas partes y por la brillantez del resultado.

La banda acababa de escribir sus páginas más destacadas antes de publicarlos y, con el poder que les daba su reciente instalación en la cima, en ambos casos decidieron esquivar la lógica más inmediata. Escuchados en perspectiva cuesta reconocer a la misma banda tras las notas de ambos y eso engrandece aún más una trayectoria hasta entonces inmaculada, a la que aún quedaban cartuchos memorables, pero que rondaba la culminación de su etapa más memorable.

Varios lustros después (como no podía ser de otra forma) la historia ha cambiado mucho y la banda viene acumulando duras críticas a sus últimos discos (algo menos en el más reciente ‘Songs of Experience’ por lo que respecta a quien esto suscribe) en lo que puede considerarse un natural proceso de declive de complicada solución, pero no conviene olvidar que en su etapa de mayor efervescencia creativa, incluso en sus trabajos menos reconocidos, el cuarteto de Dublín era capaz de moverse por los terrenos más dispares con increíbles destreza y brillantez en unos años que exprimieron con generosidad hasta componer el grueso de un legado de enorme y duradero valor.