«Live from Mars» de Ben Harper & The Innocent Criminals o la excelencia en directo

En 2001, Ben Harper ya contaba con una carrera consolidada a través de cuatro discos de estudio, comenzando por el Welcome to the Cruel World (1994) y terminando por el primero firmado como Ben Harper & The Innocent Criminals, Burn to Shine (1999). La figura de Harper era muy respetada por la crítica aunque también era difícil encasillarle. Primero, porque era bastante ecléctico para entrar en el conjunto de lo «alternativo» tan de moda entonces, pero también contaba con esa presencia de las guitarras tan consustancial a esa etiqueta. Harper tiraba de Folk acústico, de Blues, de Soul, de Reggae, de Rock, para construir una identidad que, con los años ampliaría. También destacaba por su virtuosismo como guitarrista y en el pedal steel, clave también en su sonido. Con The Innocent Criminals, la banda con la que ha firmado tres discos (con el armonicista Charlie Musselwhite ha creado dos, y con The Blind Boys of Alabama y con su madre, Ellen Harper, así como con otra banda que bautizó como Relentless7, otros, sin olvidar los que firma en solitario que son los más numerosos, con siete). Pero, volvamos a 2001 cuando publicó el directo Live from Mars, que aparece con The Innocent Criminals. Un disco excelso y amplio, doble con veinticinco canciones, que en realidad son dos más porque las enlaza, y con dos partes bien diferenciadas. La primera, más eléctrica y poderosa con un mayor protagonismo de la banda, formada por Juan Nelson al bajo, Dean Butterworth a la batería y David Leach a la percusión. En la segunda parte, el sonido es acústico, Harper se centra en la guitarra y en su voz con un toque más intimista y cercano. El disco en su conjunto es fantástico pero es la primera parte la que brilla con más fuerza, tanto por la fuerza de las canciones por las interpretaciones. Welcome to the Cruel World y Burn to Shine aportan cada uno siete canciones, por cinco de Fight for Your Mind (1995) y cuatro de The Will to Live (1997), mientras que «Not Fire, Not Ice» es una canción nueva y hay tres versiones de las que luego hablaremos. Vamos a recordar este gran disco en directo de un Harper que siempre ha hecho gala también de un gran compromiso y de realizar canciones con mensajes.

Como hemos señalado, el primer CD es el eléctrico. Comienza con toda la fuerza de «Glory & Consequence», que gana muchísimo en directo con su riff y la percusión. «Excuse Me Mr.» también gana en directo con un Folk intenso y la percusión sigue siendo protagonista. En «Alone» juega con diferentes tonos creciendo hacia un punto más psicodélico. Vincula la canción con una intensa versión de «Sexual Healing» de Marvin Gaye, con un Harper que canta con emotividad y tirando del falsete. Luego sigue con un inicio pausado, y también con el falsete, de «Woman in You» para crecer con una grandísima fuerza con unas guitarras poderosas. Más ruidista y potente es «Ground and Down», impresionante. Otro de sus éxitos es «Steal My Kisses» con un punto más acústico, con bases de Hip Hop y con el bajo con el protagonista. Otra canción destacada es «Burn One Down» que tiene un punto Folk y de raíces, con un punto muy espiritual. El tono Folk se mantiene en «Mama’s Got a Girlfriend» con un punto Blues, una canción muy divertida y con una presencia del pedal steel. El Blues más contenido y con un sonido más ambiental llega con «Welcome to the Cruel World». El final se va con dos canciones que se extienden alrededor de los diez minutos. Primero, «Forgiven» en la que tira de su virtuosismo guitarrero comenzando con el tono acústico y ambiental, pero luego crece con una guitarra muy rockera tirando a la electricidad. Y el final es para la combinación de «Faded» y de «Whole Lotta Love» de Led Zeppelin que se impone con fuerza y furia. Tremendo.

El segundo disco, completamente acústico, se hace más largo aunque Harper demuestra en un tono mucho más intimista su fuerza. Comienza con la muy mecedora «Waiting on an Angel» y sigue con la muy lograda y emocionante «Roses for My Friends» en la que vuelve a hacer gala del falsete. En «Power of the Gospel» se va casi a los siete minutos para un tono muy contenido y con una parte instrumental de tres minutos, destacando su tono espiritual. «Pleasure and Pain» se hace más intimista y melódica si cabe y en «Please Bleed» vuelve a la mezcla de Folk y Blues con un punto de lamento. Uno de los momentos más álgidos es la versión del «The Drugs Don’t Work» de The Verve que está clavada y que gana en esa emotividad que le aporta Harper, prácticamente desnuda. El público está totalmente entregado en «In the Lord’s Arms» con un Harper muy confesional. En «Not Fire, Not Ice», canción nueva del disco, incide en mayor medida en el minimalismo y el intimismo. En «Beloved One» acelera un poco el tempo con un tono muy Folk de los setenta. «#3» es prácticamente instrumental y «Walk Away» es también muy celebrada por el público, con un comienzo muy contenido y que va creciendo. Harper casi frasea en «Another Lonely Day», otra canción muy bien recibida y que implica una gran emoción. El final es para «Like a King/I’ll Rise», dos canciones que se van por encima de los diez minutos, sonido más Blues en el que Harper vuelve a demostrar su virtuosismo como guitarrista y canta con garra.

Tras este disco en directo, que funciona casi como un grandes éxitos, Ben Harper no ha parado como hemos señalado. Es cierto que en algunos momentos ha puesto el piloto automático, o ha abusado de ciertas fórmulas. También su búsqueda de diferentes caminos le ha llevado a discos como el último, Winter Is for Lovers de 2020, que es un trabajo instrumental. Nos quedamos con este directo inmenso, Life from Mars, del que nos impacta su parte más eléctrica, aunque sin desmerecer la acústica.

Aquellos años 80 pre «Grunge»: Hüsker Dü

Para la mayoría de la gente que nos apuntamos al «Grunge» en 1991, ese año supuso el punto de inflexión con la irrupción de Nevermind de Nirvana y todo lo que ocurriría en esos tres años. Como dice mi querida amiga Begoña Yebra de Radio Euskadi, nos volvimos «intensitos», y con toda la razón. Aquellas bandas que tiraban de guitarras poderosas y sonidos melódicos, de rabia y fuerza pero también de una cierta pesadumbre, tenían unos hermanos mayores que habían abierto el camino, la mayoría desde sellos independientes y en el «underground», creando el camino para llegar al mainstream. Parte consiguieron subirse a esa ola y lograron reconocimiento, visibilidad y ventas. Los casos de Pixies, Sonic Youth o Dinosaur Jr. pueden ser los más evidentes. Otros, se quedaron en el camino bien porque se habían separado «antes de tiempo» o bien porque sus principios pues les impedían vincularse a ciertos modelos. Hace ya ocho años, pudimos disfrutar de un libro fascinante sobre estos años ochenta como fue Nuestro grupo podría ser tu vida (Contra, 1993) de Michael Azerrad. Allí estaban las bandas mencionadas pero también los otros, desde los Minor Threat a los Butthole Sufers o Beat Happening, por no hablar de nuestros adorados The Replacements. Allí también estaba la banda que nos ocupa, unos Hüsker Dü que son el ejemplo de cómo llegar antes de tiempo a los sitios. La banda de Bob Mould, Grant Hart y Greg Norton, separados en 1988, son capitales para entender el sonido que luego cristalizaría en el «Grunge» y aparecerían siempre como una influencia de las bandas posteriores. Teníamos ganas de recuperar algún disco de Hüsker Dü, tanto a modo de homenaje como de reconocimiento de aquella época, que Azerrad describe de forma clara y sin idealizaciones en su imprescindible obra. Como otras bandas, Hüsker Dü también dieron el salto a una major, en su caso a Warner con el disco que nos ocupa, el Candy Apple Grey de 1986. Las discográficas estaban observando que algo pasaba y no dejarían de lado la oportunidad, como se vio luego. Candy Apple Grey era el quinto disco del terceto de Minneapolis tras varios trabajos en la independiente SST (Black Flag, Dinosaur Jr., Meat Puppets, Minutemen, Sonic Youth, Soundgarden, Screaming Trees) que habían despertado el interés de la crítica y de una base de seguidores que iba creciendo. Discos seminales como Zen Arcade (1984) o New Day Rising (1985), urgentes y cañeros para una banda que iría perfilando su sonido hacia direcciones más Power Pop y acústicas, sin perder las esencias. Sin embargo, discos como Candy Apple Grey siguen sonando con fuerza y sin perder vigencia. Vamos con ellos.

El disco son diez canciones que combinan la furia Punk Rock con guitarras punzantes con sonidos más acústicos. Con seis canciones de Bob Mould y cuatro de Grant Hart, comienzan con «Crystal» que es un trallazo de Rock con guitarras furiosas y con Mould desgañitándose. Hart aporta «Don’t Wanna to Know If You Are Lonely» que deja la velocidad anterior para acercarse a sonidos más Power Pop y melódicos. Vuelve Mould con «I Don’t Know for Sure» que retorna al comienzo, más canónicos y con Mould de nuevo con toda la rabia. En esa intercalación de canciones, Hart retorna con «Sorry Somehow» que es una canción de nuevo en la que se escora al Power Pop y con unas guitarras muy logradas. Mould sorprende con la acústica e intimista «Too Far Down», muy cruda y emocionante.

La segunda parte comienza en el mismo tono con otro tema de Mould acústico que se va por encima de los seis minutos, «Hardly Getting Over It» también convence. Hart presenta una más rockera «Dead Set on Destruction» que es una canción que se sale de las aportadas por Hart anteriormente. «Eiffel Tower High» (Mould) regresa a las canciones Punk Rock del inicio. El cierre desciende levemente el nivel del disco con «No Promise Have I Made» de Hart, muy intensa y atmosférica, y con «All This I’ve Done For You» que es de Mould y en la que las guitarras urgentes son las protagonistas.

Hüsker Dü tendrían tiempo de un disco más, Warehouse: Songs and Stories que publicarían un año después, en 1987. Sin embargo, como bien cuenta Azerrad, la situación interna de la banda ya era muy complicada con Grant luchando contra sus adicciones, lo mismo que Mould, y con otras tensiones. El caso es que, como hemos señalado, en 1988 se separaron y sus integrantes siguieron caminos diferentes. Bob Mould creó Sugar y luego ha contado con una carrera en solitario muy valorada, además de ser reconocido como influencia clave por gente como los Foo Fighters, con los que ha colaborado. Grant Hart no lograría una trayectoria como la de Mould, falleciendo en 2017 a los cincuenta y siete años. Y, finalmente, Greg Norton contaría con una carrera mucho más discreta. Imprescindibles Hüsker Dü.

 

 

«Out of Time» o cómo R.E.M. asaltaron el «mainstream»

Vale que nos queda poco para llegar a la cincuentena y que nuestra mirada nostálgica está presente en ciertos momentos, pero no cabe duda que 1991 fue un año tremendo para la música popular. Primero, obviamente, el Grunge consolidó lo «alternativo» y «underground» como mainstream gracias a la irrupción del Nevermind de Nirvana. También llegaría a lo grande el Ten de Pearl Jam y más. Por otro lado, el Rock que se había impuesto en la década de los ochenta tendría casi su punto final con los dos Use Your Illusion de Guns N’ Roses, megalomanía a raudales para un ascenso tan brutal como su caída posterior. Por otro lado, U2 demostraban su talento con el giro estilístico de Achtung Baby, el mejor disco de los irlandeses y una forma de captar los cambios de su tiempo sin perder sus esencias. Michael Jackson llegaba al final de su etapa más gloriosa con Dangerous que, obviamente, no puede competir con todo lo anterior, pero es un cierre digno. Y qué decir de un Diamonds and Pearls de Prince que entraría en otra carrera con cambio de nombre incluido. Pero, con todo esto, para mí hay un momento determinante que es muy importante y que tiene que ver con el asalto de lo «underground» al mainstream. Ese momento es «Losing My Religion», una canción y un vídeo que fueron claves en 1991 y que cimentarían la popularidad de R.E.M. hasta límites insospechados. Michael Stipe, Peter Buck, Mike Mills y Bill Berry no eran unos jovenzuelos que venían de dormir en sótanos de casas de bandas de amigos en las ciudades en las que daban conciertos. No, cuando muchos descubrimos «Losing My Religion» vimos a cuatro tipos que superaban la treintena y no por poco. Tampoco sabíamos que el disco que enmarcaba «Losing My Religion», Out of Time, era el séptimo de una banda que se había fogueado el circuito independiente y universitario en los ochenta, que había logrado éxitos que les lanzaron a fichar por Warner (Green saldría en 1988 y tendría ventas millonarias) y que Out of Time se enmarcaba en la evolución de la banda de Athens. Eso, como he dicho, no lo sabías. Puede que «Losing My Religion» quede ensombrecida, entre comillas porque es muy grande, por todo lo ocurrido en ese año pero marcó también un hito. Hace unas semanas pude ver en Netflix el proceso de composición de la canción en el programa Song Exploder de Hrishikesh Hirway en el que se diseccionan canciones a través de capítulos independientes. Es muy emocionante ver a los cuatro integrantes de la banda recordar cómo surgió «Losing My Religion». El caso es que la canción es dura y, como bien dice Javier Castro, transmite pesadumbre y angustia, así como el vídeo, capturando también en parte el espíritu de su época. Vamos a recordar, por tanto, Out of Time, uno de esos discos imprescindibles de una época. Producido de nuevo por Scott Litt, que estaba con R.E.M. desde Document (1987) y que les acompañaría hasta el recientemente reseñado New Adventures in Hi-Fi (1996), es un trabajo ecléctico que está lleno de singles.

«Radio Song» es precisamente una muestra de ese eclecticismo, con una mezcla del sonido más tradicional y barroco de R.E.M. pero con la incorporación del rapero KRS-One y con un bajo muy Funk. Muy pronto se lanzan con «Losing My Religion» de la que no hay mucho que añadir, una melodía perfecta para una canción brillante con esa mandolina de Buck que será su seña de identidad, todavía recuerdo cuando la sacó y sonaron sus acordes en el concierto que dieron en la Feria de Muestras de Zaragoza en mayo de 2005. «Low» es una canción más arriesgada, oscura y sincopada, Stipe susurra por momentos y solo el contrapunto de la guitarra de Buck rompe el ritmo. Mills carga con la voz en la brillante «Near Wild Heaven» que es una canción muy de los R.E.M. de los ochenta, nostalgia para un tema muy Pop. «Endgame» es la canción que menos me gusta del disco, melancólica y barroca de nuevo, es un tema muy ensimismado. La anomalía es «Shiny Happy People», canción de Pop luminoso y muy adictiva, con su paisana Kate Pierson de B-52’s a las voces. R.E.M. siempre han renegado de esta canción que se convirtió en un gran éxito y que es un acierto, con esas cuerdas del comienzo.

Más Rock es «Belong», un sonido más potente y de guitarras, con un Stipe que canta poco y que casi se puede decir que se centra en una letanía. «Half a World Away» es melancólica y oscura, más en la línea del tono general del disco, con las cuerdas también como protagonistas y con la aparición de nuevo de la mandolina de Buck. «Texarkana» es una de mis canciones favoritas del disco, una canción Rock con Mills como voz principal, con su bajo también destacando, y con la melancolía inherente al disco como seña de identidad. En «Country Feedback» encontramos otra canción enorme, ambiental y crepuscular, muy crepuscular, un sonido contenido con Pierson a los coros. Y el cierre es para «Me in Honey» que es más Rock y en la que Pierson vuelve a cantar a dúo con Stipe.

Como decíamos anteriormente, con «Losing My Religion» y Out of Time, R.E.M. se convirtieron en una de las tres o cinco bandas más grandes del momento, hecho que confirmarían con Automatic for the People (1992), su obra cumbre. Luego, ya hemos contado la historia de R.E.M. muchas veces en Los Restos del Concierto. Una de las bandas de nuestra vida, sin duda alguna.