Van Morrison se escora al Jazz en Azkena 2018

Y regresábamos una vez más Javier Castro y un servidor a Vitoria – Gasteiz a nuestro querido Azkena, uno de nuestros festivales favoritos, con el objetivo de saldar una vieja deuda, esta vez con Van Morrison. El Azkena es una de esas cosas que no cambian, el público es fiel, acuden en masas y los años pasan, pero allí están ellos y ellas. Parte de los fieles, que van teniendo hijos e hijas, no dudan en llevárselos allí para socializarlos en el Rock & Roll. No verás, sin embargo, mucha gente de 20 a 30 años, no nos vamos a engañar. De nuevo Azkena destaca por su organización, aunque esta vez nos sorprendió que tuviésemos que hacer una larga cola para entrar. Como nos comentó un buen amigo, habitual también de Azkena, esto pudo deberse a que Van Morrison, cabeza de cartel, estaba previsto para las 20:15. Este hecho nos impidió poder ver a los recomendables canadienses de The Sheepdogs, con su rock setentero y que sin duda alguna cosechó las alabanzas del público, por lo que oíamos desde la cola. Una vez dentro, tampoco teníamos mucho interés en las otras propuestas hasta que comenzase Van Morrison, lo que nos permitió coger una privilegiada posición en torno a la fila seis frente a ese escenario principal.

Una vez allí, íbamos esperando con las ganas de ver cómo saldría Van Morrison, es decir, si iba a ser más huraño de lo normal o no, o si iba a ir por el camino de los Hits más rockeros y souleros o bien por los más jazzísticos de sus últimos trabajos. La cosa se escoró hacia la segunda alternativa, como veremos. Pero, mientras esperábamos debajo del cartel de Tom Petty, esos fantásticos homenajes de Azkena a los integrantes del Rock & Roll que nos dejan cada año (Tom Petty, ¡lo que hubiésemos dado tantos y tantas por verte en Azkena!), las pantallas, como de tapadillo, confirmaban el primer nombre para el 21 y 22 de junio de 2019 y no era otro que Wilco, tremenda y maravillosa sorpresa.

Mientras comentábamos este hecho, Van Morrison iba a hacer acto de presencia en el escenario. Primero salieron sus seis músicos, una formación de guitarra, bajo, batería, teclista y trompeta, percusionista y corista que también hizo su aportación con la guitarra acústica. Los seis músicos aparecieron a toda velocidad para comenzar el ritual del anuncio de Van Morrison que a los pocos segundos, y con el saxofón, hizo acto de presencia ante la algarabía del personal. Ya desde el comienzo se observó que iba a ir intercalando éxitos con temas menos conocidos, y más jazzísticos, que iban a dejar al público más frío. Igual ese no era el mejor escenario para ese tipo de set list, pero el que tuvo retuvo. La banda, esforzados músicos a los que también era interesante observar no sólo por sus habilidades y destrezas sino porque ellos y ellas estaban al dictado de Van Morrison, el cual les iba cantando el set list, y se notaba que había cambios sobre previsto, funcionaba perfectamente y todos/as tuvieron sus momentos de lucimiento. Eso sí, al comienzo se notaba que algo no iba bien, Van Morrison no estaba cómodo, tosía, se daba la vuelta continuamente, pero fue recuperando el tono y gano fuerza el concierto. Incluso sonrío en una ocasión.

En cuanto al set list, pues nos quedamos con sus éxitos, algunos de ellos revisitados, como por ejemplo «Jackie Wilson Said» que lo hizo en una clave Swing que, personalmente, me dejó frío. «Moondance» estuvo muy bien, al igual que «Baby Please Don’t Go», primer gran momento de la tarde-noche. Como uno es muy fan de «Days Like These» pues encantado, y lo mismo con «Wild Night». También gustó el «Precious Time» y tiró del «Real Gone». Dejó para el tramo final un «Brown Eyed Girl» a la que le cambió el tempo, perdió, y, por supuesto, «Gloria», el momento más esperado de la noche con el público ahora sí que lanzado. Y mientras el ritual seguía, Van Morrison se despedía dejando a la banda un rato más con el final de uno de sus clásicos imperecederos, nosotros pensábamos que sí, que muy bien, pero que me hubiese gustado verlo en la segunda mitad de los noventa.

Nos quedamos unas horas más en Azkena, aunque ya cansados, y esperamos a la Chris Robinson Brotherhood, con el recuerdo de The Black Crowes en la memoria y sus dos Azkenas. Robinson y sus compañeros se desataron en una interminable jam session, cuando llegamos a Logroño seguramente Neal Casal seguía a lo suyo con la guitarra, que a mí me dejó fundido. Regresamos contentos de ver a Van Morrison e ilusionados con Wilco en 2019, y es que Azkena se mantiene fiel y nunca defrauda.

Y Van Morrison aceleró en la segunda mitad de la década de los 90

Nuestra relación o vinculación con algunos de nuestros artistas y bandas favoritas suelen tener una historia detrás, ese día que escuchas por primera vez una canción, la persona que te pasa un disco de alguien, el sentimiento de grupo por los artistas y grupos que marcan a una generación, etc. En mi caso, Van Morrison me pegó con una fuerza inusitada en la segunda mitad de la década de los noventa, cuando estábamos en plena resaca del Grunge, nos creíamos alternativos e íbamos a los bares a saltar con las canciones de Rage Against the Machine, entre otros. Pero, a mí el Soul ya me había atrapado desde que vi la película de los Blues Brothers en 1990. Van Morrison era una referencia lejana para mí, sólo lo conocía de la versión que Danza Invisible habían realizado del «Bright Side of the Road» en 1988 y que titularon «A este lado de la carretera». Sinceramente, el Morrison que conocía y me atrapó también en la primera mitad de los noventa era Jim y The Doors, aunque también había visto en alguna revista la reseña de su retorno con Too Long in Exile (1993), así como recordaba un disco de homenaje que le hicieron. Pero, allí estaba yo en casa de mis padres un domingo de 1994 y Canal + tenía un programa de los 40 Principales en los que ponían vídeos. Y allí se coló una actuación de los Brit Awards de 1994 que finalizaba con un Van Morrison viniéndose arriba y que me impactó:

A partir de ese momento, Van Morrison entró de lleno en mi cabeza aunque ciertamente me costó pillarme un disco suyo un tiempo, sería con el Days Like This (1995), y a partir de ahí llegaría el fantástico, y ya señalado años atrás, A Night in San Francisco (1994), una barbaridad que daba lugar a entender la mayoría de los palos que tocaba Morrison y con una banda en un estado de gracia, acompañados por Georgie Fame, James Hunter, Brian Kennedy y la presencia como invitados de John Lee Hooker, Shana Morrison, Candy Dulfer, Jimmy Whitherspoon y Junnior Wells. De verdad, uno de los mejores directos que he escuchado en mi vida. Pues bien, desde 1995 hasta el año 2000, Van Morrison desarrolló una labor de grabación incesante con seis discos de estudio, un directo y otro de descartes, el colosal The Philosopher’s Stone, en el que nos detendremos también. Es decir, de 1995 a 2000, Van Morrison publicó ocho discos, ahí queda eso. De todos ellos, además de The Philosopher’s Stone, tres eran en solitario: el ya señalado Days Like ThisThe Healing Game (1997) y Back on Top (1999). Yo esperaba cada lanzamiento y me daba una rabia infinita no poder ir a sus conciertos en Vitoria o San Sebastián, en una época muy diferente pero con entradas también pronto agotadas. Estos son esos años tremendos de un Van Morrison que estará en Azkena el viernes 22 de junio, unos años que también acabaron por definir la iconografía de uno de los grandes genios de la música popular de todos los tiempos, vestido de negro, sombrero y gafas de sol, ya presentes poco antes.

Van Morrison había pasado unos ochenta al menos «raros». De las reminiscencias cienciológicas, ahí queda Inarticulate Speech of the Heart, a la colaboración con The Chieftains, no paraba de publicar discos de estudio aunque sería a comienzos de los noventa cuando su foco se pondría en mayor medida en el Blues, el R&B, el Soul y el Jazz. Por eso, cuando llegó en 1995 Days Like This pegó con fuerza. Ya destacaba una portada elegante en la que aparecía una foto de Van Morrison con su novia de entonces y luego esposa hasta su divorcio en 2018, Michelle Roca, paseando una pareja de galgos. La sobriedad del blanco y negro de esa portada acompañará a ese disco donde colaborarían James Hunter, Pee Wee Ellis, Brian Kennedy y Shana Morrison. El disco te encandila desde el comienzo con la fantástica y animada «Perfect Pit», la suave y elegante «Russian Roulette», la versión emocionante de «You Don’t Know Me» junto a Shana, la fantástica «No Religion», el estilo de «Days Like This», la intensísima (ese Hammond) «Ancient Highway», o la maravilla de cierre con la sutil «In the Afternoon». Era un Morrison en plena forma, con melodías que iban de los recuerdos del Astral Weeks o el Moondance a esos sonidos del R&B plenos de vientos. Además, uno de los mejores aciertos de esos discos es cómo se empastaban las voces de Morrison y Kennedy, tan diferentes y complementarias. No fue el único disco de Van Morrison ese año 1995, unos meses antes, y firmado con Georgie Fame, había publicado How Long Has This Been Going On en el que, de forma mayoritaria, revisitaban canciones de Jazz y del Bebop. En 1996 no dejaría la senda del Jazz para hacer frente a las canciones del pianista y músico de Jazz Mose Allison, junto al autor de las mismas, Ben Sidran y de nuevo Georgie Fame. Además, son años en los que los directos de Morrison, sustentados en una poderorísima formación, le convierten en uno de los atractivos de no pocos festivales, especialmente de Jazz.

1997 nos trae su apuesta más potente, en mi opinión, de esos años, The Healing Game, y de nuevo una portada que lo dice todo con esa fotografía borrosa en blanco y negro de un Van Morrison de negro, sombrero y gafas de sol.Ellis, Fame y Kennedy permanecen a su lado en su nueva apuesta, mucho más homogénea que Days Like This. Es un trabajo en el que se escora más hacia el R&B y las reminiscencias Soul. Los vientos son determinantes y se basa en grandes temas como el épico y emocionante cierre de un «The Healing Game» que, todavía hoy y han pasado más de dos décadas, me sigue poniendo la carne de gallina, con esa forma de cantar y ese in crescendo. Pero hay más cosas, hay una balada marca de la casa que va a marcar, «Sometimes We Cry», hay un comienzo melancólico y duro con «Rough God Goes Riding» (ese Brian Kennedy y los saxofones tremendos), y no hay que dejar de señalar canciones como la elegancia hecha canción en «Fire in the Belly» y esa sensación de jam session que se va más allá de los seis minutos en los que Van Morrison mezcla estilos. «This Weight» suena apesadumbrada y eso, paradójicamente, reconforta y alivia, canción para tiempos de heridas. «Waiting Game» va creciendo y creciendo con esa armónica en primera línea y el juego de las tres voces, en este caso a Morrison y Kennedy se une Katie Kissoon. El Astral Weeks reaparece en «Piper at the Gates of Down» así como los sonidos más celtas a cargo de la participación de Paddy Moloney de The Chieftains. «Burning Ground» es uno de los momentos más efervescentes de todo el disco, la batería suena poderosa, «It Once Was My Life» es una deliciosa «rareza» en el tono del disco con Morrison prácticamente fraseando, y los sonidos más clásicos se asoman en el baladón «If You Love Me».

Para 1998, Van Morrison depara una gratísima sorpresa para sus seguidores y seguidoras, una recopilación de descartes y nuevas temas de algunos de sus clásicos, veinticinco canciones que van de 1969 a 1988 y que se acercan más a los sonidos de un Morrison más ambiental, con esos toques de Folk celta, jazzísticos, etc. Hay de todo, obviamente, y es una maravilla acercarse a lo que tenía Morrison guardado en el cajón. Pero va a ser el aperitivo para un tercer disco exclusivamente propio en esos años, Back on Top en 1999. Van Morrison presenta un trabajo más intimista y a la par más luminoso, dejando un poco de lado los vientos (aunque todavía muy presentes) y dando más protagonismo a Kennedy en la que sería su última participación en un disco de Morrison. El disco comienza con fuerza, «Goin’ Down Geneva», pero entronca dos baladas imbatibles, «Philosopher’s Stone» y, especialmente, «In the Midnight» con esa guitarra del comienzo (una de mis favoritas), «Back on Top» es un R&B potente, la emoción regresa con «When the Leaves Come Falling Down», Kennedy lo borda en «Reminds Me on You» y la ascendente «New Biography» (y, aunque no esté Fame, el Hammond de Geraint Watkins sobresale junto al saxofón de Ellis), o el cierre de «Golden Autumn Day» que te lleva directamente a la nostalgia, y de nuevo con un Hammond excelso.

Van Morrison todavía tendría tiempo en 2000 de rendir homenaje al Skiffle, junto a Lonnie Donegan y Chris Barber, en un disco en directo de título The Skiffle Sessions – Live in Belfast 1998, así como de firmar un dúo con Linda Gail Lewis, You Win Again, un trabajo con más presencia de otra de las pasiones de Morrison, el Country, donde habría algunos temas propios pero también versiones de Hank Williams, John Lee Hooker u Otis Blackwell. Reconozco que los tres discos propios señalados marcaron mis expectativas con Van Morrison, que fueron cayendo a lo largo de la primera década del siglo XXI. En 2002 llegaría Down the Road, que ya mostraba lo que sería habitual en los años siguientes, el piloto automático. Pero seguía confiando en que Van Morrison recuperase la inspiración, Magic Time (2005) fue una pequeña luz. Mientras tanto, en directo seguía siendo un titán pero ya no llevaba aquella banda tan perfecta de la segunda mitad de los noventa, también iban descendiendo mis ganas de verlo en directo. Entraba en una dinámica de recopilatorios y también seguía con su producción propia, Keep It Simple (2008) me dejo frío pero acercarse a su revisitación del Astral Weeks en 2010 fue una bonita forma de mirar al pasado. Y no sería hasta 2015 cuando me reconquistó con Keep Me Singing, una joya menor pero joya al fin y al cabo. Van Morrison desde entonces no ha parado y en un año ha sacado tres discos, dos de ellos más jazzísticos. Y ahora llegar el 22 de junio al Azkena, en un gran acierto de la organización y allí estaremos para saldar una deuda. Claro que me hubiese gustado ver a aquel Van Morrison de mediados de la segunda mitad de los noventa, pero eso no fue posible. Los set lists de los conciertos anteriores a Azkena nos muestran que está tocando clásicos, que «Gloria» cierra, etc., por lo que las expectativas son altas. Me da igual que ponga el reloj para contar el tiempo que toca y que se muestre huraño, es Van Morrison, es un genio de la música popular.

 

 

The Sheepdogs, «Changing Colours»

Hace poco más de dos años nos hacíamos eco del quinto disco de los canadienses The Sheepdogs, Future Nostalgia (2015), un trabajo que sonaba al Rock más clásico con vínculos con el Southern Rock, el Blues, etc. Es decir, como salidos de los setenta aunque no es menos cierto que en aquel disco parecían avanzar hacia unos My Morning Jacket de sus comienzos. Llegó hace unas semanas su sexto disco, Changing Colours, un trabajo más canónico y que funciona mejor que Future Nostalgia, en el que los ecos de Crosby, Still, Nash & Young están presentes, y la sombra de Young es alargada también, junto todas esas formaciones de guitarras poderosas pero también con una fuerte presencia de los teclados, ese Hammond en algunos momentos queda fantástico, y la forma de cantar de Ewan Currie al que apoyan a lo largo de los temas el resto de la banda en unos coros que suenan muy bien. Además, incorporan instrumentos como la mandolina, el banjo o el pedal steel, lo que les hace todavía más deudores de esas formaciones de los setenta que van de los Allman Brothers a Lynyrd Skynyrd, sin olvidar también las reminiscencias más deudoras del Blues. El disco se escucha de un tirón y en ningún momento decae, al contrario.

El comienzo con «Nobody» ya entra muy bien, un tema clásico del Rock americano y con la voz de Currie en un primer plano, el Hammond funciona a la perfección y hay presencia del pedal steel. A continuación llega la todavía más contundente «I’ve Got a Hole Where My Heart Shoul Be», muy sureño con unas guitarras destacadas y unos coros que serán una de las señas de identidad de todo el disco. Enlaza directamente con «Saturday Night», siguiendo la misma línea, pero con «Let It Roll» entran en sonidos más sutiles, voces en falsete, siendo un tema delicioso. «The Big Nowhere» tiene una gran percusión al comienzo, muy setentero de nuevo, Hammond, guitarras y coros bien presentes. «I Ain’t Cool» es una de nuestras favoritas, ese inicio con vientos incorporados está muy bien, y los coros vuelven a brillar.

La segunda parte comienza con un retorno a la contundencia del comienzo a través de «You Got to Be a Man», Rock de raíces con un tono Blues. «Cool Down» es más suave, medio tiempo que tiene reminiscencias del Santana de los setenta, con una voz más alejada y que Currie va adaptando al tempo de la canción. «Kiss the Brass Ring» es instrumental y se vuelve más dura, guitarras casi llevadas al Heavy, un virtuosismo más claro al comienzo para regresar a la senda del conjunto del disco. En «Cherries Jubilee» adoptan un punto más cercano al Country al comienzo del tema, pedal steel incluido, mientras «I’m Just Waiting for My Time» adopta un tono más épico con un final de teclados muy interesante. El cierre, como en su anterior disco, vuelve a ser un medley de temas en los que mezclan sus diversas influencias, hay virtusiosmo guitarrero de nuevo, teclados y Hammond, mandolinas, Country, y esos coros que saben que les funcionan tan bien, especialmente en ese final que es «Run Baby, Run».

Muy buen trabajo The Sheepdogs, revisando los sonidos del Rock nortaemericano de los setenta pero sin caer ni el revivalismo ni en la nostalgia, ni mucho menos sonar impostados. The Sheepdogs estarán en el próximo Azkena, seguro que hacen un gran concierto.