De vuelta al Azkena

Recinto Mendizabala, Azkena 2017, Vitoria – Gasteiz, 24 de junio de 2017

Regresábamos el sábado 24 de junio a nuestro querido festival Azkena de Vitoria-Gasteiz, una cita ineludible para la parroquia más rockera que va camino de las dos décadas de existencia. De nuevo, fue un placer acercarnos a Mendizabala y comprobar cómo la organización se ha ido cada vez superando, haciendo un festival muy accesible y cómodo, y con novedades interesantes como las pulseras que se cargaban para acceder a barras y puestos de comida. Y, como siempre, el ambiente en Azkena era un lujo. Aunque también te da la sensación que el festival ya mezcla esos conceptos que hemos comentado en otras ocasiones, evento social y la motivación musical, aunque siempre primando la segunda. No es menos cierto que mucha gente ya va a Azkena sin mirar un cartel para el que, realmente, cada vez lo tienen más complicado. Incluso parece haberse especializado en una suerte de ‘revivalismo’ que, obviamente, funciona. Pero uno echa en falta, coincidiendo con un muy buen amigo conocedor de todo este mundo, un mayor riesgo y apuesta por novedades. Es cierto que la paleta estilística del festival es más limitada, no puede hacer gala de tanto eclecticismo como su hermano el mastodóntico BBK Live. Otra cosa es que las actuaciones funcionen, que los artistas y bandas tengan una calidad indiscutible, pero, en el día que nos tocó, la única ‘novedad’ era Michal Kiwanuka.

Vayamos con la jornada del sábado, una vez que John Fogerty había convencido el viernes mientras que Cheap Trick no, según nos decían amigos que habían estado el día anterior. Llegamos ya iniciada la tarde y no prestamos atención a grupos como Bloodlights o Inglorious, muy alejados de nuestros gustos. El primer plato fuerte era Loquillo, no hace falta mayor presentación. Arropado por una banda de lujo, tres guitarristas entre ellos Mario Cobo y un inigualable Igor Paskual, que aportaron una enorme contundencia, Loquillo se centró en temas clásicos coreados y seguidos por la mayor parte de los asistentes a Azkena, dejando pequeño el recinto en el segundo escenario. Por allí fueron cayeron ‘El hombre de negro’, ‘Feo, fuerte y formal’, Rock and Roll actitud’, ‘Rock and Roll Star’, ‘Quiero un camión’, ‘El ritmo del garaje’ o la imbatible ‘Cadillac Solitario’, entre otras, sabiendo a poco esa hora de actuación de Loquillo y su banda.

El escenario principal acogía a Michael Kiwanuka, que había sido nuestro principal motivo para ir a Vitoria. Kiwanuka cuenta con dos discos que le legitiman como una de las figuras emergentes del Neo Soul, especialmente Love & Hate (2016), que fue producido por Danger Mouse y en el que centró su concierto. Kiwanuka apareció en ese gran escenario con sus armas: su voz, sus grandes canciones y una banda minimalista pero eficaz. Sin embargo, y a pesar de que fue el mejor concierto de los que vimos el sábado por la noche, se convirtió en el momento en el que mucha gente aprovechó para cenar y era fácil llegar a las primeras filas para disfrutar de una música que, en nuestra opinión, no encuentra su mejor lugar en este tipo de escenarios. Kiwanuka triunfó gracias a temas como el maravilloso ‘Love & Hate’, con el que terminó el concierto, ‘Cold Little Heart’ con el que lo abrió, o ‘Black Man in a White World’, ‘One More Night’, entre otros. Pero canciones como ‘Falling’ o ‘Father’s Child’, también fantásticas, rompen el ritmo y son demasiado pausadas para un escenario de esas características. Kiwanuka se defendió perfectamente y nos regaló un buen concierto, y se convirtió en una apuesta de lujo de Azkena, y en un gran acierto a pesar de que no creemos que sea su espacio.

Aprovechamos el concierto de los suecos Union Carbide Productions, que consiguieron convencer y sonaron convincentes, para cenar. Siempre es uno de esos momentos difíciles en todo festival, toca elegir. Mientras tanto, en el tercer escenario los británicos Thunder concentraban a menos público. El cabeza de cartel era Chris Isaak, que retornaba a Azkena. El rockero californiano hizo gala de las esencias del Rock & Roll clásico norteamericano, arropado también por una gran formación que sonó con claridad, mientras que su voz seguía mostrándose en forma. Aunque para muchos Chris Isaak puede ser el ejemplo de ‘one hit wonder’ por ‘Wicked Game’, su carrera va más allá y, además del clásico popularizado por Corazón Salvaje (1990) de David Lynch, se agradecieron la fantástica ‘Blue Hotel’, ‘Graduation Day’ o ‘San Francisco Days’, además de versiones de Johnny Cash (‘Ring of Fire’), Roy Orbison (‘Pretty Woman’), James Brown (I’ll Go Crazy’) y en español hizo una canción de Los Invasores de Nuevo León. Pero, tengo que reconocer que la parte final del concierto, más intimista, se me hizo muy larga y pesada, especialmente para la hora que era y con el cansancio que iba haciendo mella, y es que daba la sensación que Isaak y los suyos habían lanzado los platos fuertes al comienzo. Dejamos para otro día lo del traje de espejos.

Ya eran las dos de la madrugada cuando tocaban The Cult. Los británicos tuvieron su momento en los ochenta y primeros noventa, alcanzaron una importante visibilidad y éxito, pero con Ceremony (1991) las tensiones entre sus dos cabezas visibles, Ian Atsbury y Billy Duffy, eran tan grandes que la banda solo sobrevivió un disco más, The Cult (1993) que no convenció, además de verse arrastrados por el Grunge. Tardarían casi una década en volver a grabar y, desde entonces, han publicado algunos discos que han pasado desapercibidos, pero el que tuvo retuvo y una parte del público estaba allí para ver a The Cult, que también repetían en el festival por cierto, como se podía observar por las camisetas. The Cult hicieron otro breve concierto sin descanso atronando con sus guitarras distorsionadas, con un Atsbury cuya voz ha vivido tiempos mejores (bastante mejores), y con un Duffy haciendo gala de virtuosismo y de tics rockeros. Tienen muchas canciones para elegir, desde aquellas de los ochenta que bebían de los sonidos de la época hasta las más contundentes de finales de la década y comienzos de la siguiente. ‘Fire Woman’, ‘Rain’, ‘Sweet Soul Sister’, ‘Lil’ Devil’, la muy celebrada ‘She Sells Sanctuary’ y ‘Love Removal Machine’ hicieron las delicias de una parte del público entregado (por cierto, me quedé con las ganas de ‘Wild Hearted Son’…). Sin embargo, no es menos cierto que su mejor época pasó hace tiempo.

Muy pasadas las tres de la madrugada dejábamos Azkena y Mendizabala con ganas de retornar pronto a uno de nuestros festivales favoritos. Un festival que, como decíamos al comienzo, está organizado de forma exquisita y que va creciendo en ese sentido cada año. Pero un festival que, como decíamos, tiene el riesgo de agotarse en su fórmula. La apuesta por Kiwanuka fue una buena elección, y estaría bien la combinación de este tipo de artistas con otros veteranos que son los que están copando el cartel. Sí, sé que es difícil, que el Rock & Roll está lejos de ser mayoritario, y que no son tantos los artistas y bandas que ocupan esa franja. Y sabemos del esfuerzo para mantener un festival como el Azkena, pero hay confianza. Mientras tanto, nos quedamos con el recuerdo de un Michael Kiwanuka que fue lo mejor de toda la jornada, con los mejores momentos de Chris Isaak, con la seguridad de Loquillo y con unos The Cult que, aunque muy menores, supieron encender a parte del público.

 

Dan Auerbach, ‘Waiting On A Song’

Arropado por un amplio y selecto ramillete de músicos de Nashville, ciudad en la que reside y a la que rinde homenaje el rockero de Akron en este álbum, Auerbach se apea del pedestal de The Black Keys y recupera su actividad en solitario en un tono muy diferente al que la inauguró hace diez años con el fantástico ‘Keep It Heed’. Lejos de la introspección y crudeza de aquel disco, en esta ocasión se divierte creando unas canciones de claras influencias soul, country o R&B en las que resuenan maestros como The Jacksons o Roy Orbison que, en manos de tan ilustres músicos de la actual escena de Nashville, suenan fantásticamente.

Grabado en su nuevo estudio Easy Eye, el disco contiene unos magníficos arreglos y sus canciones, aparentemente alejadas de toda pretensión, suponen también por ello un entretenimiento de primera calidad. Casi todo el disco ha sido coescrito por Auerbach junto a Pat McLaughlin y David Ferguson, y a ellos hay que añadir intervenciones de primer orden como las de John Prine, Mark Knopfler, Duane Eddy, el teclista Bobby Wood o el bajista Dave Roe entre otros que han participado en lo que debe de haber sido la fiesta de su grabación.

De inicio recupera el libreto del soul en Waiting On A Song, con magnífica línea de bajo y ligeros reminiscencias country, después lo hace con el R&B y le inyecta algo de vitalidad en Malibu Man. El ritmo y la fiesta crecen en Livin’ In Sin y Shine On Me, variadas celebraciones de guitarras, a las que sigue una pequeña pausa con King Of A One Horse Town, de bonitas cuerdas y que puede recordar a los últimos Black Keys, y la preciosa e íntima Never In My Wildest Dreams. Más percusiva y bailable Cherrybomb reactiva el ritmo mientras Stand By My Girl aporta luz a partir de una preciosa sección de vientos. Y para terminar, la bella orquestación a Undertow y unos preciosos arreglos de guitarra y cuerdas a la positiva Show Me.

Ya sabíamos que Auerbach es un alumno aventajado en esto del rock y el pop y vuelve a demostrar que absorve como pocos las enseñanzas de los más veteranos y extrae sus canciones directamente de las épocas más gloriosas de cada género. Con este delicioso homenaje rinde tributo a esos maestros en forma de meritorias piezas de manual y, sin inventar nada, cumple a la perfección con la principal aspiración de divertir.

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‘La fábrica de canciones. Cómo se hacen los hits’ de John Seabrook

Hemos devorado La fábrica de canciones. Cómo se hacen los hits (Reservoir Books) de John Seabrook, un libro que repasa la forma en la que se generan los grande éxitos del mundo del Pop en las últimas dos décadas. Un proceso interesante que vincula este libro con los soberbios y ya comentados Cómo dejamos de pagar por la música (Contra) de Stephen Witt y, en menor medida, Música de mierda (Blackie Books) de Carl Wilson, aunque no alcanza la profundidad de ambos. Seabrook se adentra en el terreno pantanoso de la composición de esos hits que se nos cuelan en la cabeza y que, especialmente en la última década y media se han convertido en los dominantes en las listas del Pop y de la música popular. Seabrook parte de la experiencia personal, ya que también se postula como ‘erudito’, al adentrarse en el mundo musical de su hijos pre y adolescentes. La motivación por entender qué hay detrás de esas canciones le llevará a investigar cómo las mismas llegan al público colectivo y aunque en algunos momentos, pero de forma muy sutil, sí que se observa una mirada por encima, en realidad realiza una labor empática. En este sentido, el libro sería un hermano menor del de Wilson, como lo sería del Witt en relación al proceso de la evolución de la industria musical, libro al que por cierto cita al final de su trabajo. Y es que sin ese contexto que se traza no sería tampoco posible comprender cómo unos equipos de productores y compositores han colonizado la música popular a través de una serie de ciclos.

Seabrook traza una historia a través de los grandes equipos de compositores/productores de la historia, desde el Tin Pan Alley hasta la Motown, pasando por Phil Spector. Su punto de partida en este proceso moderno será el protagonismo de los productores y compositores suecos, siguiendo la tradición de ABBA, con el malogrado Denniz Pop y Max Martin a la cabeza de Cheiron, de donde saldrán hits de Ace of Base, Backstreet Boys, Britney Spears, entre otros muchos. Martin será el que alcance el mayor reconocimiento, mientras que el Pop europeo y el R&B se van fusionando y compositores y productores buscan un nuevo hit a través de artistas que, en no pocas ocasiones, son prefabricados o modelados. En este punto, también entran en juego los concursos de covers que se convierten en la nueva cantera de intérpretes del Pop como Kelly Clarkson:

La lista de personajes que pasan por el libro es inmensa, de artistas que se ven superados por las expectativas de la industria a productores y disqueros como el veteranísimo Clive Davies, el controvertido Dr. Luke, los productores noruegos Stargate, o la maravillosa historia de la compositora Ester Dean y sus intentos por sobresalir en un mundo tan complejo. También vas aprendiendo a conocer cómo se articulan esas canciones, a través del ‘hook’ (el gancho) y la melodía, y entiendes esa cantidad de gente que aparecen como compositores de muchos temas. Encuentras, además, que incluso bandas como Bon Jovi han recurrido a gente como Max Martin en temas como, era fácil de adivinar, ‘It’s my Life’ (donde aparece como productor), o Coldplay a Stargate, aunque eso era más previsible:

Kate Perry, Taylor Swift y Rihanna, o la triste historia de Ke$ha con Dr. Luke, también tienen su recorrido en un libro donde aborda, aunque de forma casi como forzada, el fenómeno surcoreano del K-Pop como paradigma de la fabricación de artistas y hits, que llega hasta el punto de ir transformando los inicios de algunas carreras como las de Swift, centrada en el Country, y la de Perry, vinculada a Rock cristiano, hasta convertirlas en irreconocibles. Y es los principales perjudicados de todo el proceso son los cantantes y artistas, y el ejemplo de Ke$ha es un hecho. Hay también una crítica a un mundo predominante masculino como el de los productores, al hecho de que la presencia de la mujer se reduzca al ámbito de las melodistas, o a cómo la industria se ha hundido y cómo los servicios de streaming lo que hacen es perjudicar a unos interpretes que se van quedando con menos trozo de la tarta a la vez que la presión por alcanzar el siguiente número 1 no ceja, algo en lo que sin duda Max Martin es el campeón con 22 números 1 del Billboard donde están, entre otros, ‘…Baby One More Time’ (Britney Spears), ‘I Kissed a Girl’ (Kate Perry), ‘Shake It Off’ (Taylor Swift) o ‘Can’t Stop The Feeling!’ (Justin Timberlake), donde aparece tanto como productor como compositor, así como también en el ‘Send My Love (To Your New Lover)’ del 25 (2015) de Adele.

Y sí, no lo vamos a negar, esta gente tienen la habilidad y la capacidad de crear temas muy adictivos, ejemplos hay muchos como el ‘Tik Tok’ de Ke$ha, algunos fantásticos. Pero Seabrook transmite esa sensación de producción industrial, menciona incluso discos que se gestan a través de campamentos de compositores y productores con las funciones muy delimitadas. Curiosamente, buena parte de estos compositores y productores provenían del Rock duro, como el propio Martin. Y sí, es evidente que eso ha pasado en la historia de la música siempre, como decíamos al principio, pero hay como un halo que en este proceso se ha perdido. No vamos a dejar de bailar con temas como ‘Can’t Stop the Feeling!’, pero el mundo que describe Seabrook es ‘raro’.