Eels: «Wonderful, glorious»

Tres años después de completar la trilogía editada entre 2009 y 2010, Mark Oliver Everett se reencuentra con una energía que no abundaba en sus últimos trabajos. Sirviéndose de los variados mimbres que ofrece la música norteamericana conforma un sonido que parece nuevo sin necesidad de inventar nada. Una vez más no puede evitar sonar inconfundible.

En mi opinión estamos ante el disco más variado de una de las bandas más estimulantes del rock actual. Parecen volver a divertirse, juegan con sus instrumentos para extraerles el sonido de cuento que les ha brindado un hueco en tantas bandas sonoras (On the ropes, You´re my friend). Además en estas nuevas composiciones se siente menos la huella de la melancolía dejando paso a una ironía que resulta de la ausencia de pretensiones (Kinda fuzzy, Open my present).

Sin necesidad de recurrir a referencias posteriores al rock y el blues de los sesenta, como en sus dos primeros sencillos (Peach blossom y New alphabet), las guitarras  suenan enérgicas y limpias y la ronquera de Everett afina lo suficiente para transmitir como nunca; rapea, falsea, recita y grita hasta el desgarro (The turnaround) como siempre ha hecho, en definitiva extrae lo imposible de su limitada voz.

Parece que por fin Eels ha conformado una banda consistente. La mayoría de sus miembros repiten con respecto a sus últimos discos e incluso firman alguno de los temas junto a un E que imprime su inconfundible sello en cada una de las composiciones. Es difícil destacar alguno de los temas, todos  alcanzan un nivel alto y, pese a la variedad de registros, el disco resulta uniforme. Un gran disco, sin duda, con un sonido que Eels bordan y en el que E parece sentirse definitivamente cómodo, lo que no significa que en próximos trabajos no regrese a los juegos que tantas alegrías nos han proporcionado a sus seguidores durante su ya extensa y casi impoluta carrera.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Quique González, «Delantera mítica»

Vaya por delante: todo lo que uno pueda escribir en estas líneas ya está sobradamente dicho por el gran Fernando Navarro en dos impresionantes posts de La Ruta Norteamericana titulados «Encuentro con Quique González (I). Dios se ha largado sin pagar»«Encuentro con Quique González (II). Ídolos en el último sprint» Hace mucho que seguimos a Fernando Navarro y teníamos noticias de este encuentro, pero las expectativas han sido ampliamente superadas. Dicho lo cual, casi podría dejar de escribir, recomendar de nuevo que os leáis estos dos extensísimos posts y que podáis disfrutar de su conversación y sus reflexiones. Pero, por otra parte, tampoco puedo resistirme a comentar el noveno disco de uno de los artistas españoles que transmiten una mayor dosis de humildad y honestidad que uno pueda imaginar. Hace muchos años, cuando Quique González publicaba «La noche americana» (2005), leí que alguien decía que Quique González tenía nombre de jugador de 2ª B. No recuerdo el crítico o periodista que lo dijo, pero en aquel momento me pareció un comentario un poco injusto, aunque también sé que era una apreciación en un contexto elogioso y reivindicativo.

Sí, la música ha cambiado mucho desde 2005 y Quique González comenzaba entonces a despuntar como representante de ese sonido que se denominó Americana y que, en aquellos años, tenía como máximos exponentes a Ryan Adams, Wilco y otros nombres. Quique González sonaba a música de raíces norteamericanas, a rock, a country, a folk, etc. No, no era el típico cantautor al uso como los conocemos en España, era un «songwriter». Luego llegó el acústico «Ajuste de cuentas» (2006), un momento casi raro, pero que representaba el cierre de una etapa caracterizada por cierta desubicación, con cambios de discográfica, autoedición, etc. Lo siguiente, el bestial «Avería y redención» (2007), Quique González se supera, y el más difícil y melancólico, puede que también más irregular, «Daiquiri Blues» (2009).

Y, en 2013, llega «Delantera mítica», un disco que nos devuelve al nivel de «Avería y redención» pasando de nuevo por la producción de un clásico como Brad Jones (aquí ya pusimos a este hombre en un altar por su trabajo en «1972» y «Nashville» de Josh Rouse, entre otros) y grabado en Nashville con unos músicos de lujo. Quique González cumple con una nota muy elevada con el reto y presenta uno de los mejores discos de la temporada. Es difícil que la música española reconozca masivamente algún día a Quique González, cosas de este país, pero se ha labrado una legión muy fiel de seguidores.

Con una exquisita producción y un toque folk muy atractivo, junto con otra serie de canciones más urgentes y hasta alguna sorpresa como la ranchera «Dallas-Memphis», Quique González sigue evolucionando como letrista, con unos versos que evocan muchas sensaciones, en los que cabe hasta la denuncia de la situación actual, y que no pierden una fuerza cinematográfica de la que venía haciendo gala de siempre, y que el propio Quique reconoce en la entrevista con Fernando Navarro.

Comienza el disco con un golpe en el estómago, una de las mejores canciones de su carrera, «Tenía que decírtelo», una letra impresionante y muy metafórica. Le sigue «La fábrica», que no baja el nivel, y la ya señalada ranchera de «Dallas-Memphis». El cuarto corte es «¿Dónde está el dinero?», sin duda la canción más política y acelerada del disco, y mi favorita, por poco con respecto a «Tenía que decírtelo».

Con «Parece mentira» entramos en un terreno más meláncolico. La canción tiene unos versos muy destacables: «la primera vez que lo ves parece mentira, la segunda vez que lo ves te dan ganas de correr, la primera vez que lo ves parece mentira, la verdad es más difícil de creer». «Las chicas son magníficas» también es una bella y lenta canción, para insistir en esta línea a continuación con «Me lo agradecerás», otro de los momentos cumbre del disco, colaboración de Zahara incluida, y que me recuerda a Ryan Adams. En «Viejos capos» retoma la parte eléctrica, con otra letra de elevado nivel, en la que hace referencia al concepto de ídolo. El disco retorna a la melancolía con «No encuentro a Samuel», la muy melancólica y actual «No hagas planes», y el canto a la amistad que supone «Delantera mítica», otra gran canción con una letra muy emotiva. Finaliza el disco con la versión de «Is your love in vain?» de Bob Dylan, adaptada como «¿Es tu amor en vano?», un bonito regalo para cerrar un grandísimo disco.

Lo dicho, Quique González ha fimado un discazo, a la altura de las expectativas que viene generando con su ya dilatada carrera. Comenzábamos con un enlace al reportaje/entrevista/encuentro de Fernando Navarro, y cerramos con la entrevista de Manuel de Lorenzo en Jot Down.