Cuando nos enamoramos de Natalie Portman o el impacto en nuestras vidas de «Beautiful Girls»

Era otoño de 1996 y una película se coló en nuestras vidas, sin hacer ruido. Su título ya era sugerente: «Beautiful Girls». Una película coral, sobre la amistad y el tránsito a la vida adulta, a la de las responsabilidades, adelantando a una generación que se iba a mover en la disociación entre la juventud eterna y los desafíos imposibles. Cuando fui a ver «Beautiful Girls» a los extintos Cines Golem de Logroño tenía 23 años recién cumplidos, los protagonistas 27, hoy bordeo los 40. Pero observo muchas cosas que no han cambiado, y afortunadamente el impacto que me genera «Beautiful Girls» es una de ellas, de otras prefiero no hablar. Ha habido muchas películas sobre esta cuestión, y hasta que llegó «Beautiful Girls» mi favorita era «Los Amigos de Peter» (1992) de Kenneth Branagh. Pero «Los Amigos de Peter», magistral, ha envejecido muy mal, quizá influya en ello el ambiente victoriano y encorsetado típico de este cine, y también su banda sonora. Y es que las dos comparten una música bien elegida y bien puesta. Pero la BSO de «Beautiful Girls» es mucho mejor. Sí, a la gran mayoría de los que aparecen en la misma no los conocéis, pero tras escuchar la misma tendréis ganas de buscar más.

La película la dirigía Ted Demme, sobrino de Jonathan Demme (sí, el de «El Silencio de los Corderos» y numerosos y geniales documentales sobre Neil Young), siendo su obra cumbre ya que falleció en 2002. Como decíamos, la película es coral y nos muestra a su protagonista, Willie (Timothy Hutton), volviendo a su hogar en un pueblo perdido del interior de EEUU desde la cosmopolita y cool New York donde se gana la vida como pianista en bares. Viaje de penitencia y redención a un hogar deprimido por la muerte años atrás de su madre, en su pueblo nada atractivo y fríó están sus amigos de toda la vida. Willie es el bohemio, el soñador, el hombre que ha luchado por sus sueños pero que se encuentra en una encrucijada. En la historia arquetípica, vuelve a casa para encontrar respuestas. Su grupo de amigos parece anquilosado en el pasado y también responde a los estereotipos: Tommy, el guaperas del Instituto que se quedó en el camino (Matt Dillon), que tiene una novia, Sharon (Mira Sorvino) a la que engaña con su antigua novia, ya casada (Lauren Holly); también tenemos al freakie Kev (Max Perlich) y al pasado de vueltas (un impagable Michael Rapaport como Paul); y al que ha entrado en la madurez, con esposa e hijos, Mo (Noah Emmerich). La película cuenta con el inevitable bar, que regenta un antiguo amigo, Stinky, como punto de encuentro y reunión.

Pero el contrapunto perfecto lo aportan dos presencias femeninas de un calibre descomunal: Uma Thurman, en el papel de Andera, prima de Stinky, que acude al pueblo desde la también cool Chicago; y sobre todo Natalie Portman interpretando a Marty, una niña de 13 años y vecina de Willie, que se come literalmente a la película y al resto del reparto.

Natalie Portman ya tenía una carrera que había comenzado desde muy niña con «León» (1994), pero la dosificación de la misma y su acierto en los proyectos le llevaron a este papel que demostró la gran actriz que ha llegado a ser. No es mi intención destripar esta gran película pero en ella se dan todos los tópicos del salto a la madurez, muchas situaciones posibles y diversas escenas memorables, como la del baile del instituto, esa vuelta al pasado a la que nos hemos acostumbrado gracias al cine norteamericano. La película tiene un pulso y un guión fascinantes, no decae en ningún momento, al contrario, y la tensión narrativa entre el camino «correcto» y el camino «deseado» representado por el juego entre Willy y Marty llega a su clímax en la gran escena del patinaje sobre el lago helado. Willy tiene que elegir pero en el fondo le queda la duda, expresada en las escenas finales, también maravillosas, acompañado de su novia. Los diálogos son brillantes y casi veinte años después siguen vigentes.

Pero vamos a la BSO, que eso sí que lo puedo destripar y analizar. Y dudo que el impacto y el recuerdo de esta película, que me lleva a revisitarla de vez en cuando, serían el mismo, aunque sí muy alto, sin su BSO. Es una colección de canciones que en su mayoría son desconocidas para el gran público, y se incorporan a lo largo de la película otras que no aparecen en el disco, notable la ausencia «Fool to cry» de The Rolling Stones que se te cuela con esas imágenes de las calles nevadas en la noche. En la película, las canciones encajan como un guante. Cualquiera que haya visto la película o esté enamorado/a de ella lo comprueba.

No busquéis un hit, o esa canción hiperfamosa, no. Únicamente la popular «Sweet Caroline» de Neil Diamond formaría parte de esa lista, cerrando la BSO y convirtiéndose en protagonista del momento comunitario por excelencia, cuando el grupo de amigos la entona en el bar, es la canción del grupo (¿qué grupo de amigos/as no tiene canción?), tratando de impresionar a Andera. Pero hay mucho más, ninguna canción sobra y destaca la presencia de soul y de R&B. Para comenzar con el disco, Roland Gitf (Fine Young Canibals) se marca una poderosa versión del «That´s how strong my love is». The Afghan Whigs presentan una canción tremenda, «Be for real», que será otro momento cumbre de la película, cuando ellos actúan en un bar y esta canción la bailan Paul y Andera. La banda Howling Maggie aporta «Easy to be stupid», un medio tiempo precioso y nostálgico, que queda como un guante en la película.

Una de las canciones más destacadas de la BSO es el clásico de Billy Paul «Me And Mrs. Jones», una sofisticada y preciosa balada soul que suena de fondo en un momento de la película. Es maravillosa la inclusión de Chris Isaak, con la bella «Graduation Day», que nos muestra el final de un trayecto. Una canción con una fuerza tremenda. Y como no señalar la impresionante «Beautiful Girl» de Pete Droge & The Sinners, una delicia folk rock que te llega muy dentro, al igual que «Suffering» de Satchel, una banda de rock alternativo con una balada imponente. Y todo esto que describo es sólo la primera parte de la BSO, la mayoría grupos desconocidos o gente que no tuvo apenas éxito.

La segunda parte no le pierde brío, aunque para mi gusto desciende levemente con respecto a todo lo anterior, basándose en temas más clásicos que tienen en común con la primera parte su relativo desconocimiento. Ween apuntan la balada de aires country alternativo «I’ll Miss You». The Afghan Whigs repiten con una de mis canciones favoritas del disco, la eléctrica y genial versión del «Can´t Get Enough For Your Love Babe» de Barry White, y sé que es mucho decir, pero me gusta más que el original, siendo interpretada también por el grupo en la película. Unos clásicos del R&B y de los orígenes del soul, The Spinners, aportan «Could it be I’m falling in love», una deliciosa canción que nos transporta a otra época. También aparecen Kiss (?) con una de sus pocas baladas, «Beth». «Groove me», el gran hit soul de King Floyd, nos devuelve a la línea de esta segunda parte del disco, tras el paréntesis de Kiss. Y The Diamonds, otro antiguo grupo de doo wop, incorporan «The Stroll», un éxito de 1957, que aquí no desentona. Termina la fiesta con la ya mencionada «Sweet Caroline», que nos deja con la sonrisa en los labios.

Pocas BSO habrán tenido un impacto mayor con tantas canciones desconocidas, grupos que no alcanzaron el éxito o que si lo habían logrado estaban durmiendo un largo sueño. Excepto Neil Diamond y Kiss, el resto quedan en un segundo o tercer plano, o incluso fuera del foco, aunque alguno sea tan respetable como Chris Isaak. Sin embargo, la BSO de «Beautiful Girls» es una parte imprescindible de la película, y no cabe duda del acierto de Ted Demme y su amigo Greg Dulli, como productores de la BSO,  al elegir todos estos temas. Nos enamoramos de Natalie Portman, nos impactó Uma Thurman, nos identificamos con Timothy Hutton, etc., pero también se nos quedaron grabadas en nuestra conciencia las canciones de esta película, muchas de ellas pertenecientes al soul, y esto también nos alegra. Por cierto, ¿por dónde andará Marty?, seguro que ha hecho grandes cosas.

Josh Rouse, «The Happiness Waltz»

En losrestosdelconcierto.com hace muchos años que nos enamoramos de Josh Rouse, y lo contamos en nuestros inicios con «De Nebraska a Altea, o el largo viaje de Josh Rouse». Impactados por «1972» (2003) o «Nashville» (2005), y sus obras anteriores, siguió una errática carrera que comprendió discos notables «Country mouse city house» (2007) con otros aprobados como «Subtítulo» (2006) o «The Long Vacations» (2011), sin olvidar el fallido experimento de «El Turista» (2010). Adscrito en sus inicios al folk americano, luego al «americana», para convertirse en autor de canciones pop de aires soul, y capaz de crear temas tan redondos como «Sad eyes», «Love vibration», «Saturday» y un largo etc., Josh Rouse siempre ha estado en la sombra, lejos del reconocimiento y éxito que merece, pero sin duda que a gusto consigo mismo, controlando su destino y su trayectoria, y eso le honra y nos gusta. En 2013, cuando esperábamos que siguiese su última senda, la que le ha reportado más críticas y controversias, Josh vuelve al camino que le generó su reputación y casi completa una trilogía con «1972» y «Nashville», volviendo a recurrir al gran Brad Jones.

Y sí, «The Happiness Waltz» ya es uno de mis discos favoritos de 2013. Josh Rouse vuelve a componer sobresalientes canciones que reflejan toda la paleta de sonidos que le hicieron grande. Hay aires folk y country, los menos, pero hay muchos más ecos de pop sofisticado y ese soul tan característico que incorpora sutiles secciones de viento que se convierten en marca de la casa. El disco funciona en su conjunto y en la gran mayoría de los temas el nivel es enorme. El comienzo no puede ser mejor, «Julie (Come out of the rain)» es un tema perfecto, meláncolico y emotivo, destacando el pedal steel de Paul Niehaus, que se ha incorporado ya a la lista de grandes temas de Josh.

Mantener un comienzo así se antoja complicado, «Julie» es de 10, pero Rouse lo consigue con las animadas «Simple Pleasure» y «It´s good to have you», esta última comienza lentamente y va ganando. «City people, city things» desciende un poco pero ya quisieran firmarla otros muchos artistas. Y con «This movie’s way too long» llegamos a otra elegante y rápida canción pop, una de las mejores del disco. La más lenta y sofisticada «Our love» da paso a mi canción favorita, la maravillosa «A lot like magic», con la que Josh nos regala una excelencia soul que compite con «Julie» por ser el mejor tema del disco. En «Start up a family» se cuelan los ritmos latinos que le han marcado últimamente, pero aquí le quedan muy bien.

Cuando parece que no puede haber más sorpresas llega otra gran canción: «The Western Isles». De nuevo con ese toque soul, más unas guitarras juguetonas, Josh Rouse construye otro de los hitos del disco. El final es más pausado con las melancólicas «Purple and Beige», «The Ocean» y, especialmente, «The Happiness Waltz», una canción preciosa que culmina un disco redondo.

«The Happiness Waltz» es un acontecimiento musical, nos devuelve al mejor Josh Rouse con un disco de pop elegante, con numerosos matices. Como otros largos de Rouse, este disco tiene la enorme virtud de acompañarte y alegrarte el día. Hay melancolía y nostalgia, sí, pero en el fondo subyace una cierta tranquilidad y paz reparadora. Josh Rouse ha vuelto y nosotros lo celebramos con alegría, porque Josh es el amigo que todos queremos tener. Os dejamos con «A Lot Like Magic» pero en acústico y en un entorno impresionante.

Josh Ritter: «The beast in its tracks»

A lo largo de sus más de trece años de carrera y los cinco anteriores discos de estudio las canciones de Josh Ritter básicamente han sonado a lo mismo. Se puede decir que es un extraño caso de músico que encontró su cauce de expresión a las primeras de cambio y que lo ha ido reafirmando con cada trabajo. Si después de su extenso bagaje expuesto a críticos y audiencias apenas ha variado su sonido podríamos deducir que sus expectativas de éxito han sido satisfechas y que la sencillez que expresa su talento musical puede hacerse extensiva a otros aspectos de su carrera.

Este trabajo no es distinto de lo que esperábamos y nos alegramos de ello. La ausencia de pretensiones es una constante en la música de Ritter así como las reconocibles influencias de iconos de la música popular norteamericana. Muchos de sus temas recuerdan a otros que soy incapaz de identificar, probablemente porque nunca han existido o porque quedan diluidos entre los ecos de Dylan y de otros como James Taylor (A certain light), Paul Simon (Nightmares) o Cat Stevens.

The beast in its tracks es un trabajo homogéneo con una delicada tónica general; desnudas interpretaciones de cantautor (Lights, Evil eye), puro y añejo folk acústico (The appleblossom rag, In yours arms awhile) en unas ocasiones que en otras (Hopeful, New lover, Joy to tou baby), acompañado de percusiones y líneas de bajo, se aproxima a sonidos menos intimistas y que a buen seguro en el directo, y con el acompañamiento de una banda, desarrollará la energía que en el disco se encuentra más contenida.