«Nos vemos en el baño» de Lizzy Goodman

Nueva York, finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI, una serie de bandas comienzan a despuntar en Manhattan y ponen el Rock & Roll de nuevo en primera línea, especialmente gracias a The Strokes, lo que vendría a representar el último gran momento del Rock & Roll antes de su difuminación. Esa es la premisa de la que parte Lizzy Goodman, periodista y testigo de la época, para su voluminoso Nos vemos en el baño. Renacimiento y Rock and Roll en Nueva York, 2001-2011 (Neo Sounds), cuya traducción llega ahora a nuestras librerías. Siguiendo el modelo testimonial de otros libros sobre escenas musicales y dando la voz a sus protagonistas, por el mismo pasan decenas de músicos, periodistas, incipientes blogueros y blogueras de la época, gente de la industria musical, etc., para contar cómo fue esa escena que se generó en ese periodo, su influencia y su transformación en la segunda mitad del siglo XXI cuando se da el paso de Manhattan a Brooklyn y todo el proceso de hipsterización. Vaya por delante que el libro es atractivo en sí mismo y que Goodman lo traza de forma acertada, transmitiendo un movimiento o escena que consiguió posicionarse a la vanguardia del Rock & Roll pero que también tuvo una vida efímera y sobre la que tendríamos que valorar hasta qué punto tuvieron una trascendencia más allá de lo que entonces era el denominado «indie», además de tener que afrontar el cambio de modelo de negocio en la música con la irrupción de Internet.

La premisa de partida es cómo coincidieron en el Nueva York de finales del siglo XX y comienzos del XXI una serie de condiciones para que la creatividad volase y apareciese una nueva escena musical, a semejanza de la que se dio veinte años antes con Ramones, Blondie, Talking Heads, Television, Patti Smith, etc. Incluso, dentro de ese proceso también hay un momento de inflexión como es el 11-S en 2001. Pero realmente, desde el comienzo, te das cuenta que los mimbres de dicha escena, si es que podemos denominarla así, son reducidos y escasos. Vale que el comienzo con los olvidados Jonathan Fire*Eater tiene su punto pero la ascensión de The Strokes, que son lo verdaderos protagonistas del libro, se hace por momentos un tanto extensa. Junto a The Strokes, y el impacto que supuso su primer disco Is This It (2001), hay espacio para los otros hitos relevantes del momento como LCD Soundsystem, Interpol y Yeah Yeah Yeahs.

Y, de acuerdo, generaron unas expectativas que en gran medida no fueron alcanzadas, especialmente unos The Strokes que son justificados por la presión que sufrieron y por haber sido los primeros en llegar. También es interesante constatar cómo Goodman ahonda en las relaciones internas en los grupos: el culebrón en DFA y LCD Soundsystem, la personalidad de Karen O en Yeah Yeah Yeahs, o el desparrame de Interpol y de los propios The Strokes. Porque, lo que no falta en todo el libro es sexo y drogas (de ahí el título) con personajes muy tocados y desfasados, ese momento de Albert Hammond Jr. o un Ryan Adams que no aparece muy bien retratado, como tampoco la personalidad de un controlador James Murphy. Pero no hay que buscar ninguna interpretación en clave sociológica o política, no. Y es que en ese sentido dicha escena pues como que no funciona mucho. Sí, hedonismo y diversión toda, pero poco más, hecho que, como veremos al final del libro, alcanza su máxima expresión con Brooklyn y la gentrificación que ya había comenzado en Manhattan.

Una de los hechos más cuestionables del planteamiento de Goodman es la ampliación de la escena a bandas que no son de Nueva York pero que se vieron beneficiadas del éxito de The Strokes, y que son presentadas como deudoras del mismo. Por ahí pasan The White Stripes, Kings of Leon, The Killers e incluso Franz Ferdinand. Y también estaban por allí desde Ryan Adams a Moby. Aquí habría que profundizar más en la explicación de su inclusión, con independencia de que es una hipótesis que se puede valorar pero…Son interesantes los cambios que se van produciendo en la industria musical, el paso a Internet, la aparición de nuevos prescriptores (el caso de las blogueras es ilustrativo) y, en uno de los momentos más interesantes, el debate sobre al autenticidad a la hora de pasar a majors o aprovechar las oportunidades que ofrecía la industria. Y tampoco puede faltar, aunque de aquellas maneras, la variable del origen social de parte de sus protagonistas, clases acomodadas (Hammond y Casablancas de The Strokes como ejemplos más evidentes), y los argumentos empleados para justificarse, realmente no muy convincentes.

Los cambios en la industria y las dinámicas internas, así como el hecho de que no fuesen masivos, determina en parte su evolución, pero aquí hay que observar cómo Goodman liquida el tramo final del periodo (hasta 2011) rápidamente. Brooklyn adquiere el protagonismo de Manhattan pero la gentrificación y la hispterización será la corriente. El protagonismo para ese momento final es para unos Vampire Weekend que ya van de otro rollo, el eclecticismo es mayor y la sensación que deja es mucho más fría. De hecho, también es interesante observar la mirada de los protagonistas de la primera parte sobre la evolución de dicha escena, evolución de los que ellos son parte. En definitiva, un libro al que le sobran algunas páginas (¿daba para tanto?) y que nos plantea de nuevo sobre la tesitura de qué fue de la trascendencia del Rock & Roll. The Strokes no tenían la respuesta ni fueron sus salvadores, tampoco parece que lo intentaron (ni tenían por qué hacerlo).