Punch Brothers, ‘The Phosphorescent Blues’

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A menudo rehuímos las propuestas que nos exigen un mayor esfuerzo de atención por salirse de lo que escuchamos habitualmente, propuestas que, aunque pertenecientes a géneros populares, evitan los caminos más transitados para mezclar y experimentar con el objetivo de encontrar nuevos medios de expresión musical.

Los Punch Brothers son un quinteto de cuerda (banjo, mandolina, violín, guitarra y bajo) que parte del folk americano para, junto a delicados juegos de voces y aportaciones puntuales de percusión y guitarra eléctrica, conformar originales texturas y composiciones optimistas en las que combinan desde al folk al jazz con incursiones en la música clásica.  The Phosphorescent Blues es su quinto trabajo de estudio y debería hacer crecer su popularidad tanto por la cuidada producción a cargo del sabio T Bone Burnett como por la indudable calidad de las interpretaciones.

El disco incluye dos adaptaciones instrumentales de clásicos de Debussy (Passepied) y Scriabin (Prèlude) entre el resto de composiciones propias de lo más variado. Familiarity es la larga apertura del disco, dividida en tres tiempos, y muestra un amplio repertorio de sonidos y voces a la que sigue la risueña calma de Julep. La guitarra eléctrica y las percusiones aparecen en la más popera I Blew It Off y continúan en Magnet acompañando a la demostración de su destreza a las cuerdas. My Oh My vuelve a demostrar la suficiencia de las cuerdas y la voz de Chris Thile antes de la tradicional sureña Boll Weevil. Forgotten combina los juegos de voces y cuerdas con la percusión y Between 1st And A es una brillante pieza jazzy en la que vuelven a destacar las cuerdas antes de que Little Lights ponga el creciente punto final con su bonito colofón coral.

En la línea de lo propuesto por el veterano Bela Fleckeste quinteto se sirve de los elementos del bluegrass para evolucionar hacia nuevos ritmos empapados de variadas referencias. Si a ello se unen los logrados juegos vocales el resultado termina siendo de lo más agradable aunque inicialmente nos exija más atención de la acostumbrada, pero bien vale un pequeño esfuerzo por la alegría y calma que el conjunto transmite.

 

Sleater – Kinney, ‘No Cities to Love’

índiceSleater – Kinney es un trío femenino de punk rock que ha ocupado portadas y artículos de los medios especializados por su retorno en 2015 con el disco No Cities to Love. Sleater – Kinney se separaron en 2006, habiéndose formado en 1994 en Olympia (Washington), uno de los satélites de Seattle en el grunge de los 90, y ciudad clave de todo lo que desembocó en esa escena desde finales de los 80. Bien, yo no recuerdo a Sleater – Kinney, y mentiría si dijese que había escuchado algunos de sus discos, incluido su hipervalorado por la crítica The Woods (2005). Es más, me sonaba más Carrie Brownstein, una de las fundadoras de la banda junto a Corin Tucker, por la serie de televisión Portlandia, que tampoco he visto nunca pero de la que había leído por las apariciones, entre otros, de Eddie Vedder, J Mascis, Josh Homme o Jack White. En fin, que no podíamos acercarnos a Sleater – Kinney en plan de su retorno si no pensando en dónde estábamos para habernos perdido a Sleater – Kinney, que tampoco tuvieron una gran repercusión en su día. Resulta que la banda fue una de las abanderadas de las riot grrrl bands, muy posicionadas en las reividincaciones feministas, partiendo de la liberación de la mujer. Junto a Tucker y Brownstein, forma parte de Sleater – Kinney desde 1996 la baterista Janet Weiss, conformando un combo en el que priman el punk y el rock.

Y, por lo tanto, nos tenemos que ceñir a este No Cities to Love para valorar a Sleater – Kinney, nombre que remite a la carretera que unía estas dos localidades del Estado de Washington. Y hay que destacar este disco como un trabajo contundente, poderoso, en el que diez canciones urgentes que parten del punk, pero no dejan atrás la melodía, juegan al servicio de guitarras afiladas, baterías poderosas y las voces de Tucker y Brownstein, que se te clavan dentro. Como ocurre en tantas ocasiones, nos perdimos otra gran banda, pero hay tiempo para recuperarla, y más si es a través de un disco como el que nos ocupa.

En poco más de treinta minutos destilan una fortaleza que impacta, a través de un inicio de kilates con temas muy cañeros como ‘Price Tag’, ‘Fangless’ y ‘Surface Envy’, que desembocan en el homónimo ‘No Cities to Love’, la joya de este disco, una canción tremenda. Le sigue ‘A New Wave’, un tema más pop pero que también funciona. ‘No Athems’ mantiene el ritmo pero en ‘Gimme Love’ nos encontramos con una canción posiblemente más artificiosa, al igual que nos seduce un poco menos ‘Bury Our Friends’, aunque luego logra levantar en el estribillo. Comparada con todo lo anterior también se quedaría en un segundo plano la más power-pop ‘Hey Darling’, para recuperar fortaleza en el final la más épica ‘Fade’, el tema más diferente de todo el disco.

El retorno de Sleater – Kinney nos ha servido para descubrir la potencia de este trío que hace punk rock, con toques de pop, de alta graduación y muy recomendable.

Mi deuda con Van Morrison

fondo3Las últimas semanas han revidido un artículo que tenía pensado escribir hace mucho tiempo, el dedicado a Van Morrison. La lectura de la novela de Fernando Navarro Martha. Música para el recuerdo, donde Van Morrison tiene un papel importante, especialmente la canción ‘Astral Weeks’; la publicación de su nuevo disco de duetos Duets: Re-working the catalogue, donde reinterpreta algunas de las canciones menos conocidas de su cancionero junto a gente tan sugerente como Mavis Staples, Bobby Womack o Taj Mahal, además de regresar con Georgie Fame, entre otros muchos; y el tremendo reportaje sobre la figura del norirlandés de Diego A. Manrique en el Rolling Stone del mes de abril, me han recordado que tenía a Van Morrison aparcado hace muchísimo tiempo para este blog. Y es que Van Morrison está entre mis favoritos y debilidades, pero la ‘relación’ con él se ha visto sacudida por su errática discografía de la última década y media, y eso que lo he intentado, una y otra vez. También estaba en mi lista de conciertos pendientes, en la segunda mitad de los 90 siempre decía que tenía que verlo, y venía a los festivales de jazz de Donosti o Vitoria, pero las entradas se agotaban en pocas horas. Luego salió de la lista de citas pendientes cuando leías crónicas de conciertos fríos, de corta duración, o en los que el hombre se cabreaba porque alguien había hablado…Se te iba cayendo el mito, pero no puede caer porque su música es inmortal. No vamos a repasar aquí sus más de treinta discos, pero conviene rememorarlo y rendir homenaje al ‘León de Belfast’.

Llegué muy tarde a Van Morrison, concretamente en 1994. Hasta entonces, mi única referencia de Van Morrison era aquella versión que a finales de los 80 hicieron Danza Invisible de ‘Bright Side of the Road’. Ni que decir tiene que no le presté mucha atención, pero algo se me quedó. En primavera de 1994, en una de esas mañanas de domingo que el Canal + ponía en abierto un programa de vídeos de los 40 Principales, emitían una ceremonia de los Brit Awards, y en ella se reconocía la contribución de Van Morrison. Lo que me dejó sin aliento fue ver la actuación final con toda la banda, y mucha gente más, tocando ‘Gloria’ a lo bestia y con aquel tipo, de negro, con gafas oscuras, con sombrero, con una voz tremenda, y muy mal encarado. Allí estaba ‘Gloria’ en versión más que extralarga, con Van Morrison largándose antes de finalizar la actuación, dentro de su ritual. Impresionado, aquello ya no lo pude olvidar. Y es que ‘Gloria’ es una de las más grandes canciones de la historia de la música popular.

Por aquellos años estábamos en el grunge, aunque ya sabéis que aquí somos muy eclécticos, y que la música Soul, el R&B o el Blues ya estaban muy presentes. No tardaría un año en publicar Van Morrison un disco con material nuevo como fue Days Like This (1995), y ahí tuve que caer. Me encantó ese disco, era elegante, sobrio, aunque no está entre lo más celebrado de su carrera. Sin embargo, lo que me dejó sin respiración fue el disco en directo que había publicado un año antes, A Night in San Francisco, y que no tardé en adquirir en septiembre u octubre de 1995 en una de las extintas tiendas de discos de mi ciudad, a un precio que superó con creces las 3.000 pesetas de la época, no en vano era un doble. De todos los discos que tengo en directo, éste es mi favorito sin duda alguna. Un disco de más de dos horas con la participación de Georgie Fame, Brian Kennedy, James Hunter, Candy Dulfer, John Lee Hooker, Junior Wells y Jimmy Witherspoon, junto a una banda de siete músicos más, y presentando a su hija Shana Morrison. El disco es una locura, y eso que no incluye apenas sus ‘hits’, pero es escuchar su comienzo con ‘Did Yet Get Healed?’ y se me cambia la cara, o ese salvaje ‘Gloria’ del cierre que se inicia con ‘Shakin’ All Over’ y con la que enlaza, con los invitados dándolo todo, por no olvidar la sensación de escuchar ‘Have I Told You Lately’ en la voz de Brian Kennedy. En aquellos años, yo estudiaba y trabajaba a la vez, en un bar de la periferia de Logroño, donde grababa casetes de aquellos discos, otros tiempos muy distintos.

El siguiente paso llegó con el disco de 1997 The Healing Game, que me impactó todavía más que Days Like This, desde su sobria portada, y con ese tema que da título al disco y lo cierra. Aquí ya tuvo que caer el recopilatorio de turno, un disco feo de diseño como era The Best of Van Morrison (1990), que contenía grandísimas canciones y que luego daría paso a dos volúmenes más, el primero en 1993, y que caería años más tarde, y el segundo en 20o7. Por aquellos años de la segunda mitad de los 90, Van Morrison había vuelto a la actualidad y no paraba de sacar discos con gente. A tanto no se llegaba pero sus canciones ya formaban parte de mi biografía. Y en 1999 le tocó el turno a Back on Top, con canciones como ‘In the Midnight’ o ‘When the Leaves Come Falling Down’. Todavía desconocía el eclectismo del que hacía gala Van Morrison, sus lazos con el Jazz, el Country o el Folk, para mí era algo más cercano al Soul y el R&B, y con todas aquellas canciones como ‘Baby Please Don’t Go’, ‘Brown Eyed Girl’, ‘Sweet Thing’, ‘Bright Side of the Road’, ‘Jackie Wilson Said (I’m in Heaven When Yoy Smile)’, ‘Domino’, ‘Wild Night’, ‘You Make Me Feel So Free’…desconociendo todo lo que había detrás y a lo que llegaría años después, a través de discos como Astral Weeks o Moondance, dos de sus obras maestras de los 60. Pero lo que me llegaba entonces era, especialmente, ‘The Healing Game’:

El idilio continuaba en los años siguientes, adquiría las novedades de Van Morrison, a la vez que iba perdiendo mis ganas de verlo en directo cuando leía algunas crónicas. Pero también su música perdía fuerza. Frío me dejó su disco de 2002, Down the Road, y más todavía What’s Wrong With This Picture (2003), escorado al Jazz, que es algo con lo que no tengo mucho feeling. Magic Time (2005) me hizo levantar esperanzas, aunque sólo había algunos retazos, y no le pillé el punto al disco Country que fue Pay the Devil (2006). 2007 me dejó tocado con respecto a mi cascarrabias favorito, porque publicó varias recopilaciones, destinadas a hacer caja, todo muy legítimo pero…excesivo. Y en 2008 tiré la toalla, con su disco de estudio Keep it Simple del que no recuerdo una sola canción. Me reconcilió un poco el disco en directo del Astral Weeks (2009), pero no me atreví con Born to Sing: No Plan B (2012). A cambio, seguía escuchando su obra anterior, que no paraba de descubrirme canciones escondidas, como las que comprobé en el segundo volumen de su recopilatorio o en The Philosopher’s Stone (1998), adquirido años después de su publicación. La gran mayoría de sus nuevas composiciones languidecían ante muchos de aquellos temas.

Con los años, hemos leído mucho sobre Van Morrison, aunque como decía Diego A. Manrique, nadie se ha atrevido a escribir una biografía tipo las de Neil Young y compañía. Tarea titánica, y es que hay muchas sombras en la vida y carrera de Van Morrison, desde los ya comentados desplantes y actitudes en los conciertos, el trato a sus subordinados, sus vaivenes con la Cienciología, y el piloto automático que lleva puesto desde hace años, sin obviar que está en las antípodas de ser una persona de fácil trato. Pero siempre nos quedará su música, sus discos y sus canciones, a las que siempre volvemos, ese sello propio que fue capaz de crear bebiendo de numerosas fuentes, que nos sigue emocionando.