Sidonie: «El Fluido García»

Hay músicos capaces de absorver influencias hasta apropiárselas de un modo que, siendo reconocibles en sus composiciones, nunca se las podría calificar de imitaciones sino como resultado natural de una reposada cultura musical.

A lo largo de su carrera los trabajos de Sidonie han presentado diferentes versiones, desde la más bailable de sus inicios, pasando por las cuidadas melodías pop o la marcada huella stoniana, siempre con aceptables resultados fruto de esa capacidad a la que antes hacía referencia. En sus temas resuenan influencias evidentes, pero a la vez brillantes y adecuadas. En este último disco regresan al pop psicodélico, que en mi opinión es el estilo que mejor les sienta.

Estamos ante su disco más homogéneo, en el que la práctica totalidad de sus temas son destacables, sin ningún hit instantáneo como podrían haber sido Nuestro baile del viernes o El Incendio en sus anteriores trabajos, pero cuya calidad general es mayor y que les devuelve al sonido independiente del que se habían podido alejar en sus últimos trabajos, algo que no seremos nosotros quienes critiquemos. Si a esto añadimos la brillantez de las letras creadas por Marc Ros, como ya había demostrado desde que la banda comenzó a cantar en castellano, el resultado es un conjunto variado pero sin estridencias, producido con mesura y calidad y en el que, por destacar, destacaremos temas como El Aullido, Perros o su primer y evidente sencillo El Bosque.

 

 

De Nebraska a Altea, o el largo viaje de Josh Rouse

Nuestra historia con Josh Rouse comienza un 10 de septiembre de 2004. Aquel día, fuimos a nuestro primer Azkena en Vitoria. El festival cumplía su tercera edición y queríamos ver a Ryan Adams, al que dedicaremos posteriormente otro post. En el cartel también figuraban gente como Mark Lanegan, Urge Overkill y Fun Lovin’ Criminals. Es decir, había mucho y bueno que ver. Pero lo que más nos gustó de la jornada fue el concierto de Josh Rouse, un auténtico desconocido para nosotros y que tocaba entre las primeras actuaciones de la tarde, calculemos que de las 17:30 a las 18:20, en esta clase de festivales de las peores horas. Recuerdo que el programa lo anunciaba como uno de los representantes del rock americano de raíces. Pero ese concierto fue mucho más, nos descubrió a un cantautor ecléctico y con un repertorio muy interesante. Aunque la historia de Josh Rouse es la de un viaje de Nebraska a Altea, la ciudad alicantina de la costa mediterránea.

Un rato después de su concierto, vimos a Josh Rouse saludando a la gente por el recinto, la gente que le paraba para felicitarle por su concierto, porque seguía siendo un auténtico desconocido. Nosotros, que no somos muy mitómanos en ese sentido, no nos acercamos a charlar con él. Nos apuntamos su nombre y prometimos buscar sus discos. Meses después, las diferentes revistas musicales decían que Josh Rouse se venía a vivir a Altea porque su novia, Paz Suay, era española. Coincidiendo con esta noticia, nosotros ya estábamos locos por las melodías de Josh Rouse. Devorábamos sus discos y, cada vez que encontrábamos uno nuevo, más nos gustaba. Si bien es cierto que en sus orígenes su pop-rock estaba muy vinculado al folk y a lo mal llamado «americana», cuando se produce un salto cualitativo es a partir de «Under the cold blue stars» (2002). Pero el gran disco de Josh Rouse llega un año después, se titula «1972» y en él clava todos sus temas, destacando el vital «Love vibration». un disco que, sin olvidar sus orígenes, ahonda en las melodías pop, el soul, etc. Sin embargo, en 2005 casi se supera y entrega «Nashville». Curiosamente, coincide con su llegada a España y supone un cierre estilístico con grandes canciones como «Saturday», «Sad eyes», «My love has gone», «It´s the nighttime», «Winter in the Hamptons», etc.

A estas alturas, algunos de vosotros estaréis pensando, «¿pero quién es este tío?». Y, sí, Josh Rouse ya tenía para entonces un buen puñado de temas para haber conseguido asaltar las listas. Y eso que en todas las revistas especializadas y las críticas siempre aparecía como destacado. Pero Josh Rouse nunca ha tenido un éxito masivo, y sospechamos que tampoco lo ha buscado, a pesar de su música accesible. Volviendo a su historia, se asienta en España y publica «Quiet town» (2006), disco en el que rinde homenaje a su nueva ciudad, disco que refleja también un cambio hacia el pop y ritmos más «latinos», y que se resiente levemente en su calidad. Por cierto, recientemente se utilizó «Quiet town» para un anuncio televisivo. En 2007, parece retomar la senda anterior con el notable «Country mouse city house». Pero no, y ahora es cuando el camino se complica. En 2010 publica un disco, «El turista», cantado en parte en español y con influencias de la bossa nova, el son cubano, etc. El experimento no funciona, el disco es muy irregular, Josh cantando en castellano no funciona. La crítica fue bastante benévola con él, para lo que podía haber sido. Pero, como artista, uno tiene todo el derecho a tomar las decisiones que considere. En 2011 publica «Josh Rouse & The Long Vacations», un disco perezoso (¡solo dura 26 minutos!) en el que, afortunadamente, Josh abandona el español pero no las influencias latinas, más suavizadas.

Josh Rouse se ha asentado en España y es muy grande, al que apreciamos mucho en losrestosdelconcierto, pero que nos lleva a dos reflexiones. Una, la de aquellos grupos y artistas que, teniendo muchos puntos a favor, no han salido de un ámbito reducido. Es habitual ver a Josh Rouse tocar en salas pequeñas, aunque sus fans son bastante incondicionales. Y eso que, lo que nos lleva a la segunda cuestión, han superado o aceptado esos bruscos giros estilísticos, obviamente legítimos. Nosotros nos quedamos con el primer Josh Rouse pero, si alguna vez tenemos la oportunidad de volver a verlo en directo, no dudéis que esta vez iremos a hablar con él.

 

Del «Achtung Baby» y sus cercanías

A los dieciocho eres bastante impresionable y aunque la burocracia diga que te has convertido en adulto nuestra capacidad de asombro demuestra que no es así. Yo idolatraba a los U2 de finales de los ochenta, tanto «The Unforgettable Fire» (1984) como «The Joshua Tree» (1986) y en menor medida «Rattle & Hum» (1988) habían copado casi en exclusividad las horas de mi aparato de música, por lo que el lanzamiento en 1991 del «Achtung Baby» me provocó una expectación enorme. La incredulidad que me produjo su primera escucha sería del mismo calibre.

Ni rastro de la música de raíces ni del rock más clásico que les había caracterizado así como de las referencias políticas y existenciales de sus inicios. Habían llevado a cabo una reinvención absoluta de su concepto artístico; tanto su música como su mensaje y su imagen eran completamente nuevos y eso, después del enorme éxito de sus últimas obras, era difícil de entender inicialmente. Con el tiempo se revelaría como una arriesgada pero inteligente maniobra. Se habían propuesto ser la banda más grande de los noventa y lo consiguieron, en gran medida, al renunciar a su legado de los ochenta.

Es posible que Achtung Baby contuviera sus canciones menos radiables, pero también alguna de sus composiciones más memorables. Puede que no fuera su disco más influyente ni alcanzara el éxito de sus predecesores, pero a día de hoy, pasados veinte años, es el que menos acusa el desgaste del tiempo.  Todo ello culminaría con la gira ZOO TV Tour, en mi opinión, su gira más impresionante. Su impactante imaginería, su incesante torpedeo de mensajes así como la carta blanca al histrionismo de Bono, representando a The Fly en una serie de escenificaciones memorables, serían el germen de sus posterioes giras, que evolucionarían en tamaño y volumen pero que nunca volverían a sorprender como lo hicieron entonces.

En definitiva, los U2 de 1991 se negaron a vivir de las rentas y se arriesgaron creando la que hasta hoy ha sido su obra más perdurable, guardaron en un cajón la fórmula del éxito y se lanzaron sin asideros a componer su obra magna. En estos días se cumplen veinte años del lanzamiento del Achtung Baby, y al volver a verlo expuesto, junto a otras importantísimas reediciones de su generación, me he preguntado si dentro de veinte años se podría repetir este fenómeno, y no he tenido dudas. Al final  he decidido reservar la nostalgia para otro día, quizás para un artículo de orgulloso cuasi-cuarentón que narre la fortuna que supuso que sus dieciocho años coincidieran con esa privilegiada generación de músicos.  Próximamente…

 

J.C.S.