La actualidad del ‘Darkness on the Edge of Town’ de Bruce Springsteen

Se cumplen cuarenta años de la publicación de una de las grandes obras de Bruce Springsteen, el Darkness on the Edge of Town, así que toca hacer una revisión de un disco eterno y que no ha perdido vigencia ni fuerza. Al contrario, suena tan actual que es imposible no rendirse en cada escucha, y son muchísimas. Springsteen nos contó su vida en el muy recomendable Born to Run (Penguin Random House, 2016) y allí mostró alguna de las claves de su obra, aunque ya venían siendo muy estudiadas y analizadas tanto por sus seguidores como por muchas publicaciones. Springsteen era un tipo que había currado durísimo, que había luchado sin parar hasta conseguir su sueño y que tenía muy claros sus orígenes. En su tercer disco, Born to Run (1975) había logrado cristalizar el proceso de ascenso con otro clásico, un disco imprescindible ya desde esa portada mítica. El siguiente paso, y Springsteen no paraba, bien podría haber sido la continuación del mismo pero decidió mirar hacia esos orígenes y de nuevo desde la portada lo clava, al igual que en la contraportada. Allí aparece un Springsteen alejado del de Born to Run, en una casa de clase trabajadora, con esos papeles y esa mirada que dice tanto. En el libro cuenta la historia, creo recordar, pero es como si Springsteen quisiese decirse a sí mismo ‘ojo, no olvidemos nuestra procedencia’.

En el interior está la formación básica de la E Street Band que va a dar forma a un colosal disco a través de un sonido nostálgico, melancólico y épico, no hay muchos fuegos artificiales y sí rabia y fuerza en una voz de Springsteen que te lleva. Es la voz de la situación de esa clase trabajadora norteamericana desengañada por el ‘sueño americano’ y en el que seguiría profundizando en sus siguientes obras, ahí están The River (1980) y Nebraska (1982). A pesar de la fuerza que le dan Roy Bittan, Clarence Clemons, Danny Federici, Garry Tallent, Steve Van Zandt y Max Weinberg, es un disco que tiene un gran poso de tristeza aunque trates de agarrarte a esos acordes épicos, a esos teclados insistentes, a las guitarras que tratan de levantarte y un Springsteen desatado.

Ya con el comienzo de ‘Badlands’, uno de sus clásicos, la dirección queda clara, sonido alegre de comienzo con ese piano que deriva hacia una épica que no abandonará el disco, la épica del día a día, pero al servicio de una letra durísima como el título de la canción y que representa una especie de esperanza de no caer en un destino marcado. ‘Adam Raised a Cain’ es una canción dura y con estribillos comunitario con una letra donde de nuevo está esa clase trabajadora y ese destino. ‘Something in the Night’ tiene un comienzo maravilloso, con ese grito de Springsteen y otra letra demoledora con una estrofa final que no deja lugar a dudas. En ‘Candy’s Room’ la E Street Band explota para dar paso a una emotiva y nostálgica ‘Racing in the Street’, otra letra tremenda donde aparece de nuevo la redención y ese destino que parece les ata y es inamovible.

Cuando llega el turno de ‘The Promised Land’, esa armónica, ese órgano, ese saxofón de Clemons, esos coros, etc., todo acaba por explotar con esa esperanza en esa tierra prometida a la que alude Springsteen y esa rebelión ante ese destino en versos como ‘Sometimes I feel so weak I just want to explode’, entre otros, que Springsteen canta con fuerza en uno de sus mejores temas. ‘Factory’ es un tema triste, corto (apenas supera los dos minutos) y la letra es tremenda con respecto a la alienación del trabajo en la fábrica, pocos comentarios más en una canción en la que destacan los teclados de Bittan y Federici. Y ‘Streets of Fire’ sólo podía llegar tras este tema, ese órgano en la lejanía que va a dar paso de nuevo al estallido de un Springsteen que grita con más furia que nunca en el disco.

Pero el final todavía nos depara dos golpes más. Primero la más optimista ‘Prove It All Night’, que rompe un poco el sonido melancólico pero que no renuncia a la épica y a un mensaje de esperanza y en el que las guitarras están fantásticas. El cierre es para la tristeza de ‘Darkness on the Edge of Town’. Hemos llegado exhaustos al final del disco y Springsteen ofrece una de sus canciones emblemáticas, melancolía, épica y de nuevo ese destino que nos marca y esa necesidad de escapar del mismo, llegar a esos límites de la ciudad, y Springsteen lanzado como un torbellino llevado por una E Street Band demoledora.

Darkness on the Edge of Town es mi disco favorito de Springsteen. Es una muy difícil elección, sí, pero es el que más me gusta y el que más he escuchado de todos los suyos. Canciones como ‘Badlands’, ‘The Promised Land’, ‘Prove It All Night’ y ‘Darkness on the Edge of Town’ hacen que se me ponga la carne de gallina. Springsteen no dejó de trabajar tampoco esos años a un ritmo exagerado y, prueba de ello, en 2010 publicó el imprescindible The Promise, disco doble que ofrecía veintiún temas que grabaron en las sesiones del Darkness on the Edge of Town y que son una joya que mostraba la capacidad de un Springsteen en estado de gracia. Un disco que, como decíamos, no ha perdido vigencia ni actualidad, sólo hay que mirar a nuestro alrededor.

The Replacements, ‘For Sale: Live at Maxwell’s 1986’

El final de 2017 nos trajo la publicación del doble disco en directo de The Replacements For Sale: Live at Maxwell’s 1986. The Replacements es una de nuestras bandas ‘malditas’ favoritas en Los Restos del Concierto y ya hablamos de ellos ya que eran uno de los grupos que protagonizaban el fantástico Nuestro grupo podría ser tu vida (Contra, 2013) de Michael Azerrad. Y es que los de Minneapolis estuvieron a punto de ser una de las grandes bandas de los ochenta pero eligieron otro camino, el de la autodestrucción y los excesos. Con Paul Westerberg a la cabeza (precisamente con sus canciones en la banda sonora de Singles fue cuando supimos de su existencia hace ya más de dos décadas), Bobby Stinson (expulsado de la banda en 1986 por sus adicciones y fallecido en 1995), Tommy Stinson (que se ha ganado la vida posteriormente girando con Guns N’ Roses y Soul Asylum, entre otros proyectos) y Chris Mars a la batería, publicaron siete discos en la década de los ochenta, desde el underground y el sello independiente Twin/Tone a fichar por una major como vinculada a Warner. Su gran obra fue el Let It Be (1984), el último trabajo para Twin/Tone y en el que ya mostraban su evolución de sonidos más acelerados y Punk a otros más melódicos, emparentados con el Power Pop. Y, cómo decíamos, tuvieron su oportunidad, giraron con REM, etc., pero…pero no pudo ser. Siempre es una gozada escuchar sus discos y canciones y por eso celebramos este directo grabado en una pequeña sala de Hoboken (New Jersey) en 1986 donde nos encontramos con una banda en plena efervescencia, sonido acelerado y urgente, Westerberg cantando como si le fuese la vida en ello, y unas fotografías en el libreto interior que nos muestran la esencia de esos momentos.

Venían de haber publicado su cuarto disco, Tim (1985), el primero con Sire, y el primero de los dos discos ya es una locura en sí mismo. Primando los sonidos más Punk Rock que los melódicos, aunque no faltan, el desparrame es total desde el comienzo con ‘Hayday’, ‘Color Me Impressed’ y ‘Dose of Thunder’, Hay un breve interludio con el ‘Fox on the Run’ de Sweet y entran en el Power Pop con ‘Hold My Life’. Luego llega uno de sus clásicos, ‘I Will Dare’ que da paso al Punk más ramoniano con ‘Favorite Thing’. Otro de sus grandes temas es la más melódica es ‘Unsatisfied’ así como el fantástico Power Pop de ‘Can’t Hardly Wait’, otro de sus clásicos. Y el final del primer disco es un no parar: ‘Takin a Ride’, ‘Bastards of Young’, ‘Kiss Me on the Bus’ y la versión llevada a su terreno del ‘Black Diamond’ de Kiss que habían registrado en Let it Be. Toda la esencia de The Replacements en definitiva, especialmente en el tramo final.

El segundo disco no desmerece, comenzando con el medio tiempo, en sus parámetros, ‘Johny’s Gonna Die’. Pero el retorno a los sonidos más acelerados y Punk, incluso con un toque de Hardcore en el segundo caso, se produce con ‘Otto’ y ‘I’m In Trouble’. Imposible no reconocer la melodía del ‘Left of the Dial’ y retorno a los sonidos Punk con ‘God Damn Job’. En ‘Answering Machine’ comienzan Westerberg y la guitarra eléctrica, con una voz ya muy tocada, para a continuación meter toda la tralla. ‘Waitress in the Sky’ es uno de los temas que se sale de la norma, un ritmo juguetón y con ese punto más clásico que no les quedaba mal, aunque no tardan en regresar a lo suyo con ‘Take Me Down to the Hospital’, y de ahí no se bajan con ‘Gary’s Got a Boner’. Ponen la pausa con una sentida ‘If Only You Were Lonely’. Y llega una poderorísima versión del ‘Baby Strange’ de T-REX, otra del ‘Hitchin’ a Ride’ de Vanity Fare, y culminan esta tanda con la del ‘Nowhere Man’ de The Beatles, en su estilo obviamente y con un Westerberg al que por momentos la voz no le llega. El cierre del segundo disco es para ‘G0’, con un punto melódico y más oscuro, y para ‘Fuck School’, otro de los temas de su comienzo y que es un puñetazo Punk de menos de dos minutos.

Siempre es buen momento para recuperar a The Replacements y pensar lo que esta banda pudo llegar a ser, no tuvieron suerte o no la quisieron tener, pero nos quedan sus canciones y alguna que otra gira de reunión de Westerberg y Tommy Stinson que no acabó siendo muy satisfactoria. Una pena.

Noel Gallagher’s High Flying Birds, ‘Who Built the Moon?’

Prosigue con su carrera en solitario    a la par de su hermano    el (más) talentoso de los Gallagher con un nuevo disco cuyas pretensiones innovadoras han dado resultado. En manos de David Holmes, quien ya revitalizara a Primal Scream en su último trabajo, este ‘Who Built the Moon?’ suena de maravilla sin romper del todo con sus anteriores trabajos en solitario ni dejar que la producción sobresalga por encima de unas canciones que en general destacan por sí solas.

Como en un ejercicio de nostalgia noventera, Noel vuelve a armarse de referencias poprockeras (Beatles, T-Rex, Britpop) para revestir de efectividad su indudable capacidad melódica en una colección de canciones que contiene varias piezas valiosas. Sutiles elementos electrónicos y potencia sonora presiden esta tercera referencia del mayor de los Gallagher tras la disolución de Oasis, que vuelve a rayar a gran nivel.

Se abre con una electrónica contundente de inicio (muy Chemical Bros) en Fort Knox en la que ya despliega toda su energía, que se prolonga en el estupendo ejercicio de glamrock sin tregua de Holy Mountain y en una acelerada Keep on Reaching interpretada con vientos y coros a modo de soul duro. La primera pausa llega con el ritmo electrónico de It’s a Beautiful World antes de un nuevo arreón rítmico en la sugerente She Taught Me How to Fly y en la ácida y densa Be Careful What You Wish For (¿Come Together revisitada con descaro?, en cualquier caso brillante). De lo más destacado del disco es la psicodelia ligera de Black & White Sunshine, que precede a una nueva y bonita muestra de potente soul en If Love Is the Law que junto a la pieza central de intenso contenido instrumental The Man Who Built the Moon, cierran el álbum en lo alto entre interludios, créditos y el bonus en acústico de Dead in the Water.

Conserva el oficio y la puntería el músico de Manchester para acertar de nuevo con unas melodías efectivas que se sirven, con inteligencia y sin tapujos, de clásicos de diferentes tallas para sus composiciones. Vuelve a contar con ilustres colaboraciones, como Paul Weller o Johnny Marr, para sonar excelente y completar (junto a su debut homónimo y ‘Chasing Yesterday‘) una trilogía en solitario de un mérito por el que, dada la deriva de los últimos trabajos de Oasis, no todo el mundo apostaba.