‘Rockeros insurgentes, modernos complacientes: un análisis sociológicos del rock en la Transición (1975-1985)’ de Fernán del Val Ripollés

Fernán del Val Ripollés alcanzó el título de Doctor por la Universidad Complutense de Madrid con su tesis doctoral sobre los movimientos musicales de 1975 a 1985, un ámbito, el de la Sociología de la Música, todavía comenzando a despuntar en España. Cuando se publicó este Rockeros insurgentes, modernos complacientes: un análisis sociológico del rock en la Transición (1975-1985) (Fundación SGAE, 2017), allí que nos fuimos con mucho interés y lo cierto es que ha sido una lectura apasionante, superando las dificultades que supone el hecho de ser la plasmación de una tesis doctoral y la complejidad que implica. Pero del Val Ripollés lo resuelve de forma acertada con una estructura bien definida y una lectura ágil. Hay dos formas de acercarse a esta recomendable obra por mi parte. Por un lado, la sociológica, en la que entraría en la deformación profesional, y es la que sólo voy a apuntar ya que me parece que su construcción teórica está muy bien fundamentada y la metodología es la adecuada, a través especialmente de un trabajo cualitativo de primer orden. Por ese lado, nada que decir, al contrario, felicitar al autor. Por el otro lado, el interés de un aficionado de la música, e incluso los lejanos recuerdos que a uno le vienen a la cabeza desde la niñez y la adolescencia en una tierra tan lejana del foco como La Rioja, colma las expectativas también de sobra.

Y es que hacen falta muchas investigaciones y obras como la que nos ocupa, un Rockeros insurgentes, modernos complacientes que entra de lleno en el análisis de un periodo tan cuestionado como fascinante como la transición a la democracia en España y la interacción que se produce entre los diferentes procesos, centrándose del Val Ripollés en las escenas musicales, uno de los grandes aciertos teóricos del libro. A lo largo de casi seiscientas páginas, el autor nos lleva por un contexto como el de 1975 a 1985, las transformaciones que se van dando y la irrupción e institucionalización de las escenas musicales que se concretarán en dos fundamentalmente, aunque como bien dice del Val Ripollés hay más: la Movida madrileña y el Rock Urbano surgido de los barrios periféricos de la capital de España.

De esta forma, analiza ambos fenómenos, y lo hace desde la voz de los protagonistas y prestando especial atención, otro acierto, a la prensa musical, fundamental y definitiva en todo el fenómeno con toda su importancia como mediadores. Del Val Ripollés responde a través de un juego de espejos entre la Movida y el Rock Urbano a ciertas mitificaciones y cuestionamientos de ambos movimientos, demostrando que la realidad es más compleja y heterogénea de lo que parece. De esta forma, los representantes del Rock Urbano, como Leño, Asfalto, etc., se vieron de repente superados por los recién llegados de la Nueva Ola que, rompiendo muchos cánones y tabúes, y con mucho menos recorrido anterior, fueron convertidos por la prensa musical, junto a las instituciones, en la muestra de una vanguardia cultural de un país que trataba de dejar atrás su pasado reciente de cuatro décadas de dictadura, destacando bandas que se convirtieron en mainstream en pocos años como todas las encarnaciones de Alaska, Nacha Pop, Los Secretos, etc. En este proceso hubo que dejar a un lado a los cantautores, fantástica construcción del concepto de ‘pogre’ y sus significados, así como al Rock Urbano suburbial que muy pronto derivaría en el Heavy nacional, con Barón Rojo y Obús como máximos exponentes. Y ahí se producen los choques, los reproches y la construcción de mitos que se ven cuestionados, cuando no incluso derribados, por el trabajo de del Val Ripollés.

Y es que ambas escenas eran más heterogéneas de lo que parecen, ni todos los de la Movida eran ‘niños pijos’ o ‘hijos de papá’, ni todos los del Rock Urbano procedían del extrarradio, aunque es fundamental el análisis de los orígenes de clase y los diversos capitales que acumulan como colectivos e individuos. No cabe duda que parte de los representantes de la Movida se beneficiaron de una buena posición social, así como que parte de los del Rock Urbano procedían de entornos deprimidos como Vallecas. Otro de los mitos desmontados en este trabajo es el apoyo institucional, especialmente por parte del PSOE, a la Movida en detrimento de otras escenas, fundamentalmente el Rock Urbano, hecho que se produjo más adelante, cuando los grupos de la Movida ya habían llegado a ocupar el centro del panorama musical español aunque con más fuerza simbólica que real. Siendo uno de los argumentos más empleados en la cuestionada Transición, del Val Ripollés muestra cómo subieron al carro de la Movida las instituciones y matiza esa crítica. Igualmente, se cuestiona la dimensión política de ambas escenas que se ha realizado desde el presente: ni los de la Movida eran una panda de despolitizados y hedonistas, ahí queda todo lo relativo a cuestiones como la libertad sexual entre otros cambios culturales, ni tampoco los del Rock Urbano eran el paradigma de la reivindicación, como ejemplo las letras de Obús (por cierto, otro apartado clave el análisis de los mensajes de las mismas). Pero no cabe duda que, en ambos casos, hay mimbres para hacer esas lecturas desde el tiempo presente aunque resulten parciales. Y otro de los aciertos también es la construcción del concepto de modernidad y qué significaba ser moderno en España, una cuestión transversal a todo el estudio. Por no hablar del tratamiento a una cuestión como la autenticidad o la patrimonialización y repatrimonialización de la Movida desde diferentes ámbitos.

Finalmente, aunque daría para mucho más, también se ahonda en las contradicciones internas en las dos escenas (claves en su evolución, el estancamiento y victimismo del Rock Urbano y la rapidez en que se consumió la Movida), en sus relaciones y, fundamental, el papel de los medios de comunicación y, especialmente, esos periodistas musicales (de Ordovás a Manrique, pasando por otros muchos), que fueron determinantes en la construcción de esas escenas, su institucionalización y desarrollo. Y nos quedamos con muchas cuestiones, una de ellas la amarga sensación de esos rockeros, que no eran tan insurgentes, de ver cómo eran apartados del foco de los medios por unos recién llegados, esos modernos no tan complacientes, que sin su pericia musical y con otros postulados llegaban a lo más alto en un claro ejemplo de ‘estar en el momento y en el lugar adecuado’. Además, del Val Ripollés también acierta al plantear cómo hay un diálogo necesario entre los movimientos y el contexto, contribuyendo los primeros a construir el segundo, una interrelación que no puede negarse.

Te quedas con ganas de más, mientras recuerdas que eras un niño cuando veías La bola de cristal, que Paloma Chamorro hacía La Edad de Oro y que en la tele salía gente vestida ‘rara’ y con el pelo de colores. Deja muchas puertas abiertas del Val Ripollés en su trabajo, como reconoce, y a mí que queda una clara que es ¿cómo influyó todo este proceso en las escenas posteriores a 1985?, algunos apuntes ahí pero me parecería una línea para investigar fundamental. Gran trabajo de Fernán del Val Ripollés, esclarecedor.

 

Dos discos no tan menores: ‘Rattle and Hum’ y ‘Zooropa’ están de aniversario

Se cumplen treinta años de la publicación de ‘Rattle and Hum’ (1988) y veinticinco de ‘Zooropa’ (1993), dos discos muy diferentes que también encierran interesantes confluencias. Sucesores ambos de las indiscutibles obras cumbre de U2 y enmarcados en dos etapas creativas completamente distintas, al mirar atrás sorprenden las enormes diferencias estilísticas entre ellos a pesar de estar separados por tan solo cinco años; el primero fue escrito con la mirada puesta en el pasado y el segundo en el futuro, uno miraba a América y el otro a Europa. Por otro lado aunque ambos fueron considerados secundarios dada la forma en que se concibieron inicialmente (el primero como complemento a una ambiciosa película y el segundo como un EP que poco a poco se iría extendiendo) los dos han ido cobrando relativo valor por estar integrados en la época de mayor y más brillante productividad de la banda irlandesa.

Los cuatro dublineses nunca fueron precisamente un dechado de modestia (tampoco anduvieron nunca escasos de ambición) y desde sus inicios mantuvieron una clara referencia en el mercado norteamericano como objetivo a conquistar. Tras sus reivindicativos inicios fueron poco a poco adoptando sonidos y temáticas de la otra orilla del Atlántico y ya en ‘The Unforgettable Fire’ (1984) (y un año después en el EP en directo ‘Wide Awake in America’), y apoyados en la producción de Brian Eno junto a Daniel Lanois, pulieron e intensificaron una personalidad sonora que culminaría en su definitiva eclosión con ‘The Joshua Tree’ en 1997 (cuya gira de treinta aniversario también conmemoramos en este blog).

El éxito desmedido de ‘The Joshua Tree’ les proporcionó la capacidad de hacer una película de su gira por EEUU, que también sirviera de homenaje a la música popular norteamericana, y de posteriormente publicar un doble LP que incluyera algunas de estas interpretaciones junto a otras versiones, homenajes y nuevas canciones hasta completar una miscelánea que demostraría el gran estado de forma de la banda y su increíble capacidad para asimilar y desarrollar nuevos estilos musicales. Su resultado comercial fue espectacular (catorce millones de copias vendidas), no así el recibimiento de una parte de la crítica que los tachó de excesivamente pretenciosos.

Así fue que se atrevieron con versiones de The Beatles (Helter Skelter) o Dylan (All Along the Watchtower), junto a quien también interpretaron Love Rescue Me o Hawkmoon 69, grabaron junto a BB King (When Love Comes to Town) e incluyeron extractos de grabaciones callejeras e incluso de la famosa interpretación del himno nacional estadounidense por parte de Jimmy Hendrix en Woodstock en 1969, junto otros cortes grabados durante la gira norteamericana de ‘The Joshua Tree’ (Pride, Bullet the Blue Sky) o la versión de I Still Haven´t Found What I´m Looking For con el coro gospel The New Voices of Freedom. A ello añadieron diez canciones inéditas, entre las que una mayoría homenajeaba con sorprendente soltura a los maestros de la música norteamericana. Temas como Desire, Hawkmoon 69, Angel of Harlem, When Love Comes to Town, Silver and Gold, Love Rescue Me o God Part II, además de la primera interpretación vocal de The Edge en Van Diemen´s Land y el excelso cierre que suponía All I Want Is You, bebían directamente de las fuentes mencionadas y completaban un trabajo en su mayoría interpretado por una banda plena de forma e insolencia.

La concepción de Zooropa fue completamente distinta; inspirado y grabado durante la ‘Zoo TV Tour’ (gira de presentación del ‘Achtung Baby‘), lo que inicialmente fuera proyectado como un EP para su gira europea y pudiera haber parecido un simple remanente de la radical reinvención que acababan de llevar a cabo, fue creciendo hasta completar diez canciones que conservaban el espíritu inconformista e innovador de su predecesor. Su éxito fue menor para las cifras en las que se venían moviendo (cinco millones de unidades vendidas) pero hay que tener en cuenta que ‘Zooropa’ no contó con la previsión ni los desaforados medios de promoción de otros trabajos de la banda. La recepción de la crítica tampoco fue mala y supo apreciar la calidad y el riesgo de la propuesta aunque también dejó apuntes al respecto de la inconexión e irregularidad del listado final.

En manos por primera vez de Flood, que produjo el disco junto a Brian Eno y The Edge, y ya superado el efecto sorpresa con su anterior trabajo, continuaron experimentando si cabe más que entonces. La solemne apertura con los más de seis minutos de Zooropa, junto a una intrascendente Babyface, la sorprendente Numb (de nuevo en la voz de The Edge) y la extensa y chirriante Lemon conforman un inicio esclarecedor aunque, a mi parecer, menos inspirado que una segunda parte que contiene lo mejor del disco. Y es que Stay (Faraway, So Close) es palabras mayores y podría incluirse entre lo más destacado de su carrera, y la deshinibida Daddy’s Gonna Pay for Your Crashed Car o la oscura inspiración de Some Days Are Better than Others, The First Time o Dirty Day son aciertos indudables. El cierre a lo grande junto a Johnny Cash con The Wanderer también merece todos los elogios por el descaro de ambas partes y por la brillantez del resultado.

La banda acababa de escribir sus páginas más destacadas antes de publicarlos y, con el poder que les daba su reciente instalación en la cima, en ambos casos decidieron esquivar la lógica más inmediata. Escuchados en perspectiva cuesta reconocer a la misma banda tras las notas de ambos y eso engrandece aún más una trayectoria hasta entonces inmaculada, a la que aún quedaban cartuchos memorables, pero que rondaba la culminación de su etapa más memorable.

Varios lustros después (como no podía ser de otra forma) la historia ha cambiado mucho y la banda viene acumulando duras críticas a sus últimos discos (algo menos en el más reciente ‘Songs of Experience’ por lo que respecta a quien esto suscribe) en lo que puede considerarse un natural proceso de declive de complicada solución, pero no conviene olvidar que en su etapa de mayor efervescencia creativa, incluso en sus trabajos menos reconocidos, el cuarteto de Dublín era capaz de moverse por los terrenos más dispares con increíbles destreza y brillantez en unos años que exprimieron con generosidad hasta componer el grueso de un legado de enorme y duradero valor.