«This Mess We’re in» o cómo PJ Harvey reclutó a Thom Yorke

Incluida en uno de los más exitosos álbumes de Polly Jean Harvey, un «Stories from the City, Stories from the Sea» que posiblemente sea el más accesible de su carrera, esta colaboración se producía en el año 2000, cuando ambos músicos coronaban la cúspide de sus carreras.

Para la Harvey se trataba ya del sexto disco de una carrera bendecida por la crítica desde su debut en 1992 con «Dry», y su constante reinvención deparaba en esta ocasión un rock menos distante que le ofrecería la posibilidad de sonar en medios más convencionales con canciones como Good Fortune, A Place Called Home, The Whores Hustle and the Hustlers Whore o This Is Love. Por su parte Thom Yorke, que participaría también en los coros y teclados de otros temas, reinaba sin paliativos en la escena independiente desde que en 1997 Radiohead publicaran «Ok Computer» y se disponía a publicar «Kid A», su esperada y rupturista continuación en el mes de octubre de ese mismo año.

En su disco más pop, como ella misma lo definiría, con un sonido más limpio pero conservando la aspereza habitual de su música, rítmico y guitarrero, la británica narraba la ruptura de una relación a través de este dueto. «This Mess We’re In» se sostiene en la guitarra pero también en destacados ritmos y teclados y la voz de Yorke es protagonista hasta la parte final en la que se le une la alocución de Harvey, que también se encarga de los coros. Un perfecto complemento a la altura de los hits de un disco fantástico.

«Vives en las cintas que me grabaste» de Rob Sheffield

Vives en las cintas que me grabaste del periodista de Rolling Stone Rob Sheffield y publicado por Blackie Books, cuenta con uno de los títulos más atractivos que he visto. A continuación viene un subtítulo que te da la explicación: «Una historia musical de amor y pérdida». Y aquí te quedas hecho polvo. La sinopsis es la siguiente, y no destripo nada: Rob se enamora de Renée, comparten su afición por la música; Rob le graba cintas; se casan, llevan su vida de búsqueda de su sitio laboral y personal y, de repente, Renée fallece súbitamente. Vale, he sido muy explícito. La historia de la pareja y del dolor de Rob tiene un hilo conductor que es la música, especialmente esas cintas que Rob grababa. Hay que tener en cuenta que la historia transcurre, principalmente, en la segunda mitad de los ochenta y buena parte de la década de los noventa, aunque Sheffield también se centra en su infancia y juventud. Y todo tiene de fondo la música y gira alrededor de la música. Y es que la música tiene ese poder, esa fuerza de llevarte, de acompañarte en los buenos y en los malos momentos, de centrarte, de subirte y de bajarte. Las canciones nos recuerdan a las personas, los años, los hechos, los acontecimientos y esas cosas pequeñas de la vida cotidiana que son tan importantes. La música está vinculada a una mirada, a un olor, a una caricia, a un momento. Y es lo que transmite este delicioso libro.

La mayor parte del libro es optimista y vital, las canciones fluyen, vemos cómo transcurren los años y van cambiando los estilos musicales. Rob y Renée son fans de la música alternativa, hay muchos grupos de radios universitarias norteamericanas, desde REM hasta Pavement, sus favoritos junto a Big Star, fondo con el que se conocieron. Pero también hay espacio para el Pop y el eclecticismo que nos muestra que todas las canciones sirven para enmarcar recuerdos. Viven la irrupción del Grunge y cómo todos los grupos y artistas que les gustan alcanzan el mainstream, y lo viven como un triunfo. Van a conciertos, escriben de música, Rob tiene un programa de radio, compran discos, y Rob graba cintas para Renée, para fiestas, para fregar, etc. Por cierto, ¿alguien me puede explicar que hace en una de las cintas «En tu fiesta me colé»?, y es que todos los capítulos comienzan con la caratula de una casete. Pero llega el momento de la muerte de Renée y todo se torna muy sombrío. Asistimos a una parte de gran intensidad y emoción como es el del duelo pero los últimos capítulos, hasta que atisbamos que Rob comienza a recuperarse, son durísimos. Eso sí, siempre está la música de fondo.

Yo soy uno de aquellos que grababa cintas a las chicas que te gustaban, a amigos y amigas, para las fiestas. Recuerdo que en estas últimas siempre estaban tres temas de la BSO de The Blues Brothers: «Think», «Shake a Tailfeather» y «Everybody Needs Somebody to Love». Ahora recuerdo esas cintas, aunque realmente nunca las olvidas, y cómo establecías el orden de las canciones y las combinaciones, algunas estaban prohibidas, y también había que evitar repetir artista o banda. Todo un arte. Rob Sheffield nos recuerda esa época que ya se fue, en la que grabábamos cintas, pero nos muestra el gran valor y la importancia de la música. Emocionante.

Mad Cool, el gigantismo festivalero y las transformaciones de nuestro tiempo, aunque siempre nos quedará Pearl Jam

Valdebebas (Madrid), 12 al 14 de julio de 2018.

Y pasó el Mad Cool, tercera edición de un festival que se ha convertido en algo más que un gigante y que ha levantado una enorme polvareda en valoraciones, análisis y críticas. Acabas apabullado leyendo todo lo que está escribiéndose sobre el Mad Cool y, cuando hablas con alguien cercano a la música o no, te preguntan en el minuto uno por el tema y acabas teorizando sobre la cuestión. Las siguientes líneas pretenden, por un lado, reflexionar sobre el festival y todo lo que le ha rodeado y, a continuación, detenerse en la música, que es lo que nos importa aunque también se ve mediatizado por lo anterior. Vaya por delante que yo disfruté de grandes conciertos en el Mad Cool 2018 en Madrid y que fui consciente del lugar al que iba. Pero, eso no quita para que muchas cosas te sorprendiesen, o no. Un cartel en el que estaban Pearl Jam, ocho años sin verlos, Arctic Monkeys, Queens of the Stone Age, Depeche Mode, Eels, Franz Ferdinand…ya era muy atractivo. Sí, vale, música para viejunos/as lo que nos llevará a hablar de la variable edad y de ciertas cuestiones sociodemográficas vinculadas a este tipo de eventos, ¿un cierto tipo de elitismo?, no tan fácil. Pero vayamos por partes y por todo lo que se ha hablado de Mad Cool y lo que nosotros vivimos.

Lo primero que había que destacar era el gigantismo de todo, de todo, la verdad. 80.000 personas es una barbaridad y gestionar todo eso tiene muchos riesgos. En ocasiones dio la impresión de que no se estaba preparado para ello, y eso fue palpable en la polémica entrada de final de la tarde del jueves 12. Aquello fue un caos que no nos tocó, entramos en 40 minutos a las 17:00 horas tras una vuelta sorprendente al recinto de IFEMA bajo un sol de justicia, pero eso es una broma con lo que tuvieron que pasar miles de personas horas después. Ese fue un error gravísimo que no ocurrió los días siguientes. Dentro, todo era inmenso y de nuevo las quejas vienen marcadas por las colas de las bebidas y comidas. De acuerdo, tienes 80.000 personas y tendrás que esperar, eso lo asumes, pero no un sistema de pago primero y servir después además de muchos camareros y camareras que se notaba que no tenían experiencia, bastante hacían soportando el tema. Las vueltas al centro de Madrid, en nuestro caso, fueron fáciles y rápidas pero, por precaución cogimos el Metro, funcionó muy bien, en vez de las lanzaderas del festival en autobús que habíamos cogido en previsión cuando no se sabía si habría Metro, 6 euros por cabeza dilapidados. Lo de Massive Attack fue de traca, con gente bastante decepcionada, y aunque la culpa en mi opinión fue de la banda no es menos cierto que, con los precedentes, la organización podría haber previsto un escenario con menos riesgos. Insisto, la culpa de la banda pero Mad Cool tenía que haber velado más por sus asistentes. El gigantismo del festival, reitero lo de las 80.000 personas, nos lleva a un modelo de forma de ir a conciertos, o al menos una muy mayoritaria, que se basa en el festival. El concepto de las «experiencias» está presente pero lejos quedan esas experiencias cuando estás yendo de lado a lado para no perderte al grupo siguiente que toca en menos de cinco minutos. Todo se basa en el más grande, más rápido y más cosas, un no parar a toda velocidad no vaya a ser que te pierdas algo y que no puedas hacer la foto o el vídeo que tienes que colgar en las Redes Sociales…en fin. Por otra parte, Mad Cool ha dado un golpe fuerte en la mesa y se ha llevado a bandas y artistas muy atractivos que se llevan al público. Ese es un problema, el hecho de que para ver a algunas de ellas tengas que pasar por este tipo de eventos supone valorar el precio a pagar, por ejemplo ver a tu banda favorita, Pearl Jam, a 150 metros de distancia. Por otra parte, la competencia se va reduciendo y, como cantaban ABBA, «The Winner Takes It All». A pesar de todas las críticas, Mad Cool va por ese camino y su gigantismo apabulla. Es el signo de los tiempos, no en vano Uber estaba omnipresente como patrocinador desde las estaciones de Metro, y debemos ser conscientes de ello, otra cosa es qué podemos hacer frente a ello y habrá gente que me diga que no vaya o que hubiese ido a ver a Pearl Jam a Barcelona. Pero vayamos a la música que es lo más importante para nosotros aunque, en mi caso, como sociólogo aprendí, o confirmé, unas cuantas lecciones del mundo posmoderno en el que vivimos.

Pearl Jam arrasan en una noche épica (12 de julio, jueves)

Imagino que, como mucha gente, nosotros llevábamos marcados los conciertos a los que queríamos ir y que, otra cuestión a valorar, nos fastidiaban los solapamientos. No sufrimos muchos de las bandas que nos gustan, pero alguno hubo. Como llegamos pronto y no había mucha gente tuvimos la suerte de estar cerca, muy cerca en medida Mad Cool, en el concierto de Eels. Secundado por una banda potente, Mark E. Everett salió dando una sensación de fragilidad pero eso duró lo que le costó enfilar con los covers de «Out Of Street» (The Who) y la fantástica «Rasperry Beret» de Prince. Eels apabullaron en poco más de una hora con un set cargado de guitarras donde brillaron sus clásicos más potentes, desde «Novocaine for the Soul» hasta «Souljacker, Part I». Mientras dejábamos en el escenario principal a Fleet Foxes perdidos en su inmensidad nos íbamos a la otra punta del festival a ver a Leon Bridges, que dio un gran concierto demostrando carisma e intensidad combinando temas de sus discos y sacando a relucir que sus nuevas canciones, las del controvertido Good Thing funcionaban muy bien en directo. Se acercaba la hora de Pearl Jam pero antes Yo La Tengo atronaban con su ruidismo y su buen hacer a la par que Tame Impala se lanzaban a su viaje psicodélico. Pero nosotros estábamos ya en la fase buscar sitio lo cual era complicadísimo, horrible más bien. Pearl Jam dieron un concierto fantástico, con una honestidad tremenda y demostrando que son la mejor banda del mundo, en mi opinión. Predominando sus dos primeros discos, pero con casi todas sus etapas representadas, nos dejaron agotados y hubo momentos muy emotivos como un McCready desatado (esos momentos de «Eruption» de Van Halen), Vedder tocando en acústico «Just Breathe», la inclusión de «Hunger Strike» en «Better Man», una enérgica «State of Love and Trust», el «Can’t Deny Me» dedicada a las mujeres que cambiarán el mundo, o las infalibles «Why Go», «Animal», «Do the Evolution», «Porch», «Black», «Rearviewmirror», «Alive» y el cierre de «Rockin’ in the Free World»…en fin, no parar durante dos horas de emoción tras ocho años sin verlos por España. De allí ya tocaba irse a descansar porque, la verdad, Kasabian como que no.

Seguimos sin no parar (13 de julio, viernes)

El viernes 13 prometía de nuevo un carrusel de emociones y todavía quedaban fuerzas. Ese día mantuvimos el ir pronto para evitar males mayores y la entrada se produjo sin problemas. De nuevo rodeados por el gigantismo del festival, destacaba la enorme presencia de jóvenes británicos que venían a ver a Arctic Monkeys. Nos perdimos a Kevin Morby por ver a unos Real Estate en plena solina que hicieron un buen concierto de Power Pop. Los gritos de At the Drive In nos convencieron menos y la siguiente cita era en el escenario grande para ver a Snow Patrol. Snow Patrol cuenta con algunas canciones convincentes pero su show fue deslucido, nos dejaron muy fríos y nos fuimos a ver a Morgan en una de las carpas y, amigos de Massive Attack, ellos sí que tuvieron que lidiar con los sonidos del resto de escenarios. Jack White era uno de los platos fuertes del festival y el de Chicago no defraudó. Acompañado de una banda muy contundente, White hizo un alarde de virtuosismo guitarrero mientras que iba combinando canciones de su carrera en solitario, de The White Stripes, así como un par de guiños para The Raconteurs y The Dead Weather. Ni que decir tiene que los momentos más celebrados fueron «The Hardest Button to Button» y, como no, «Seven Nation Army», canción convertida (ufff) en himno futbolero. Es el concierto que vimos más lejano pero había que salir de allí para ver a unos Arctic Monkeys que nos hacían temer lo peor, es decir, que buena parte de su concierto fuese dedicado a su menor, siendo indulgente, último trabajo. Pero no, aunque Alex Turner y compañía no renunciaron al mismo, y algún tema ganó como el comienzo de «Four Out Five», a continuación se lanzaron a una explosión guitarrera que contó con «Brainstorm», «Teddy Picker», «Why ‘d You Only Call Me When You’re High», «Do I Wanna Know», «Arabella», «I Bet You Look Good on the Dancefloor» o el cierre tremendo de «R.U. Mine?». Por cierto, me encantó que tocasen «505», uno de sus grandes tremas escondidos, y me sorprendió que saliesen ellos cuatro y tres músicos más. Por cierto, que el solapamiento de Arctic Monkeys con Alice In Chains fue sin duda el que más me dolió. Mientras se sucedía lo de Massive Attack, Franz Ferdinand no defraudaban con un breve concierto que nos puso a bailar con las pocas fuerzas que quedaban. Kapranos, inmenso, y compañía se basaron en su disco de debut de aquel lejano 2004 («The Dark of the Matinée», «Jacqueline», «Michael», «Take Me Out» y «This Fire») sin descuidar su notable último trabajo con temas como «Always Ascending» y «Feel the Love Go» que encajaban muy bien entre sus clásicos. Fue un no parar que se vio ensombrecido por las caras que se les quedaron a los que fueron a ver a Massive Attack a la vuelta al centro de Madrid.

No nos quedaban fuerzas pero había más (14 de julio, sábado)

De verdad que no, no quedaban muchas fuerzas para volver a Valdebebas el sábado por la tarde. Apabullados como estábamos, veíamos el recinto bajo el sol de las seis de la tarde y te lo pensabas. Hurray for the Riff Raff convencieron con su concierto, Alynda Segarra tiene mucho carisma y por momentos se transmutó en Debbie Harry. A continuación, Jack Johnson (que no ha envejecido nada) hacía un concierto transmitiendo buenas sensaciones pero monótono y también un tanto perdido en un escenario tan grande como el segundo del festival. Claro que luego llegaría la tormenta de fuego y furia de Queens of the Stone Age con un Josh Homme desatado y poniendo el recinto patas arriba. También le dio un fuerte ataque en relación a la zona VIP aunque esto también daría lugar a otra reflexión más amplia, y me quedo con el tweet de Alex Kapranos. El caso es que Homme amenazó con dejar de tocar si no se dejaba entrar a la gente a la zona VIP. El concierto siguió con una banda que en poco más de una hora y cuarto te dejó sin aliento. Homme y los suyos pasaron del Stoner a su Rock más melódico actual, siempre con esas guitarras pesadas y punzantes, que resonaron con fuerza en la noche madrileña con «A Song for the Dead» con la que cerraron, «Go With the Flow», «Little Sister», «Burn for the Witch» o las recientes «The Way You Used to Do», «My God Is the Sun», «The Evil Has Landed» o «Feel Don’t Fail Me». Con un par de minutos hubo que desplazarse unos metros para ver a Depeche Mode que contaban con muchísimos seguidores y seguidoras. Dave Gahan demostró ser un espectáculo aunque no es menos cierto que el concierto de Depeche Mode fue más efectista que efectivo, con mucho saber hacer, pero pero un tanto descompensado. Claro que, si cierras con «In Your Room», «Everything Counts», «Stripped», «Personal Jesus», «Never Let Me Down Again», «Walking in My Shoes», «Enjoy the Silence» y «Just Can’t Get Enough», pues apaga y vámonos, una barbaridad en definitiva. Pero nosotros no podíamos más y dejamos a mucha gente viendo a Nine Inch Nails.

Domingo por la mañana, agotados tratando de digerir tres días de música en Valdebebas y reflexionando y debatiendo sobre Mad Cool, los festivales y el modelo que se ha impuesto. Si miro atrás, me costaría mucho volver, la verdad, pero todo dependerá de nuevo del cartel. ¿Es el modelo que me gusta?, no, creo que es excesivo y que hay muchos grupos y mucha gente, que la sensación que te queda es de agotamiento y de haber disfrutado de algunas de tus bandas y artistas favoritos, mientras que la organización tiene que mejorar bastantes cosas. Pero, mientras voy pensando en Pearl Jam y «Corduroy» no dejo de ver el anuncio de Uber y a los chicos y chicas de Uber Eats…y pienso en el camino que llevamos. Y me diréis que soy un cínico porque Uber es un patrocinador que pone pasta para que venga Pearl Jam, porque puedo irme a otros festivales y salas, porque nadie me ha obligado a ir, porque estoy sosteniendo y pagando ese sistema…Vale, lo dejo para otro día.