Bon Iver, ’22, A million’

592617e90a52c31a1e815e4b7fb37891-1000x1000x1No se detiene la evolución de la música de Justin Vernon en este su proyecto más reconocido, que hace ya tiempo se desmarcó de etiquetas preestablecidas para crear un sonido propio. Obviando los gustos de cada cual, son de reconocer la originalidad y el riesgo de unos ejercicios que expresan una extraña sensibilidad sirviéndose de la experimentación y la técnica.

Tomados con calma cada uno de sus lanzamientos (cuatro y cinco años separan sus tres únicos trabajos), no hay que olvidar que su música partió del folk en su debut de 2007 y hoy se codea con las tendencias más innovadoras. Sin duda que de esos orígenes le llega parte de la calidez que transmiten sus canciones, así como de la cercanía de la voz del propio Vernon, utilizada como un elemento instrumental más.

Bautizados con extraños símbolos numéricos, imposibles de reproducir y que dificultan mucho su identificación, los diez cortes del disco son intensos en un tono general relajado si exceptuamos algunos pasajes en que la percusión cobra protagonismo. Pero lo que más sorprende es el tratamiento electrónico de algunas voces e instrumentos para producir, sin desentonar, efectos y giros artificiales.

La primera pista es una sugerente y relajada combinación de sonidos y programaciones que dará paso a la rabia y la energía de una percusión que sostiene la armonía de la pista dos y a la voz de Vernon, tratada y aislada, buscando transmitir emoción en la tres. El piano abre la pista cuatro para rodearse poco a poco de un desorden rítmico conformado por sonidos graves y percusivos, también protagonistas de la pista seis. La que más recuerda a sus inicios es la quinta, con destacados piano y guitarra a la cabeza de un resultado más crudo. La séptima tiene menos historia, intensa y contaminada por variados efectos que se enredan a medida que avanza, al igual que la novena, que suena a experimentales ejercicios vocales. La ocho se apoya en los vientos para ganar paulatinamente en emoción y los sugerentes ecos de la última, a modo de moderno canto espiritual, emocionan igualmente.

No hay duda de que Bon Iver sabe llegar al corazón por vías novedosas, y ese es un mérito indudable. Se agradece la serenidad que transmite su música, la cual conserva a pesar de las numerosas transformaciones y de los inhabituales medios de los que se sirve, y que lo convierte en una más que agradable compañía.

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