Cass Mccombs, ‘Mangy Love’

a3797049378_10Puede que las canciones de Cass Mccombs, pese a nacer de las fuentes más clásicas de la música norteamericana, ofrezcan una pequeña resistencia en las primeras escuchas por su aparente desidia, también es cierto que pueden pecar de algo repetitivas. Pero igualmente cierto es que, una vez adentrado en su delicado universo, uno queda de sobra satisfecho al descubrir exigentes matices y sensaciones familiares en las que el autor californiano viene insistiendo desde su debut en 2003.

En este octavo disco no varía especialmente su dirección, que continúa tratando con cuidado las letras así como los temas e historias de sus canciones, con un mayor contenido de crítica sociopolítica si cabe. Asimilado a artistas como Elliott Smith, Bon Iver o Sam Beam (Iron & Wine), Mccombs camufla el origen tradicional de su música entre sutiles capas de los más diferentes estilos, lo que le sitúa en un terreno muy personal. En ‘Mangy Love’ suena un poco más convencional que en otras ocasiones, con riffs y líneas de guitarra y bajo que lo animan y lo hacen más cercano, y su voz sigue entonando y fraseando lineal y suavemente.

De inicio, en Bum Bum Bum, que critica el racismo y la industria armamentística estadounidense, ya destacan las preciosas cuerdas. Rancid Girl es un blues-rock en el que Mccombs frasea sobre un insistente riff antes de ampliar el acompañamiento con vientos y teclados en Laughter Is The Best Medicine. La sutil instrumentación continúa en Opposite House, precioso soft-rock que cuenta con Angel Olsen a los coros, y en la relajante y evocadora Medusa’s Outhouse.

Low Flyin’ Birds contiene un bonito estribillo coral y es más movida, al igual que la más funky Cry, ambas de lo mejor del disco. Más acelerada aún y también más rítmica, Run Sister Run critica el machismo/sexismo que aún impera. Una lograda línea de bajo y graves cuerdas sostienen el fraseo en In A Chinese Alley antes de la más cálida y emocionante It, que incluye voces líricas. Switch se mueve en el soul y es más bailable y rítmica, y I’m A Shoe cierra con un sabor narcótico y triste, casi de derrota.

Parece menos íntimo y distante el Cass Mccombs de este ‘Mangy Love’ que vuelve a ofrecer un variado muestrario de recursos musicales y que, con un sonido a menudo setentero que mide su energía, contiene algunas de las canciones más accesibles de sus últimos discos.

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