David Gray, «Gold In a Brass Age»

Con ritmo pausado pero constante, Gray ha ido componiendo una carrera coherente que ya se acerca a los treinta años (veinte desde el «White Ladder» que le dio a conocer mayoritariamente) y que, sin aspavientos ni renovaciones excesivas, se ha venido granjeando la admiración y fidelidad de un respetable número de seguidores, ya lejos de sus momentos de mayor popularidad pero estable dentro de la modestia. Los discos posteriores a su mayor éxito (aún es fácil, veinte años después, recordar el estribillo de Babylon) fueron, en mi opinión, sus mejores trabajos, pero ya en «Mutineers» dejaba entrever un agotamiento que intentó resolver con nuevos sonidos que no funcionaban del todo; aún así aquel disco contenía momentos destacados aunque algo esquivos.

Desgraciadamente la deriva que se adivinaba en su anterior disco se ve potenciada en este «Gold in a Grass Age» y su último ejercicio evolutivo tampoco termina de funcionar. En lo que parece un trabajo escaso de inspiración, de entre estas nuevas once canciones apenas algunos pasajes nos recuerdan sus pasados empuje y emoción, y en general no terminan de destacar los arreglos sintéticos añadidos junto al productor Ben de Vries más allá de unas posibles intenciones ambientales. En cualquier caso el compositor británico vuelve a demostrar una extraordinaria y variada capacidad vocal y, por momentos, muestra destellos del enorme talento con el que transcurrió por sus años dorados.

El inicio no está nada mal, con una The Sapling que, además de la discreta electrónica a que nos hemos referido, incluye excelentes vientos y voces, así como los coros de Gold in a Grass Age, que pueden acercarlas a un delicado R&B. Pero a continuación baja el nivel con la oscura, densa y bastante insulsa Furthering, los lineales toques de groove de Ridiculous Heart o el ritmo inapreciable de It’s Late. Algo más ligera y reconocible en la melodía, el conjunto se calienta en A Tight Ship, en los bellos y pausados teclados de Watching the Waves y eleva algo las pulsaciones y el tono en la ácida Hall of Mirrors. Más ambiental, casi chill out, en Hurricane Season se entrega a la sección rítmica, así como en Mallory al piano y la voz, para acabar con un poco más de emoción en If 8 Were 9.

Puede que no hayamos sido capaces de entender el concepto sonoro que ha resultado de esta última experimentación, pero lo cierto es que nos quedamos con la versión más acústica (siempre ha incluido ingredientes electrónicos en sus discos) y cercana de los clásicos de Gray. Reconocible en esas pequeñas estructuras repetidas de sus canciones y en la intimidad y belleza de sus letras, así como en la fuerza y sensibilidad de su voz, aunque sus dos últimas referencias no hayan respondido a lo que cabía esperar, a riesgo de equivocarnos, nos agarramos a los destellos apreciables en alguna de estas nuevas canciones.