Neil Young & Crazy Horse, «Colorado»

Con Neil Young se es consciente de que no se sabe por dónde saldrá, pero que saldrá con novedades continuamente. A sus setenta y cuatro años, el canadiense no para porque no sabe. Vale que no aplique el filtro de calidad, que en ocasiones sus obras se resienten, pero no suele dejar indiferente. Y es que se hace difícil seguirle con la cantidad de material que publica, directos, discos que no salieron en su momento, etc. En esta ocasión, y tras dos discos con The Promise of the Real, regresa con Crazy Horse, con los que no grababa desde el un tanto fallido Americana y el notable Pysechedelic Pill (2012). Es interesante esta vuelta con su banda de referencia, que también presenta la novedad de la salida en 2014 del guitarrista Frank «Poncho» Sampedro. Su sustituto no ha sido otro que el gran Nils Lofgren, que ya estuvo en un breve periodo en la formación a comienzos de los setenta. Con Billy Talbot y Ralph Molina en la sección rítmica, y con Lofgren a la guitarra, Young presenta su treinta y nueve disco de estudio, un Colorado (2019) que ha sorprendido por mostrarnos al grupo en mejor forma de la esperada, incluso supera los trabajos que grabó con Promise of the Real. No descubren nada, siguen con su sonido característico, aunque es un disco más pausado que la tónica habitual de Young con Crazy Horse. Por cierto, el disco está dedicado a la memoria de Elliot Roberts, fallecido en 2019, que fue mánager de Young y figura clave en su carrera.

Comienzan con una destacadísima «Think of Me», en los cánones de Young, pero con un tono más melancólico, con un poso más acústico y con la incorporación de la armónica. En «She Showed Me Love» tira de más electricidad, con ese sonido más corrosivo, fraseando Young al comienzo, lo hará en más canciones, aunque no abandona el tono melancólico, aquí volviéndose todavía más expansivos para irse a los casi catorce minutos de canción. La melancolía no abandona el disco en «Olden Days», un sonido también envolvente y con la voz de Young manteniendo su tono habitual, destacando aquí las guitarras de fondo. Más épicos y contundentes se muestran con «Help Me Lose My Mind», las guitarras aquí llegan más lejos y con Young de nuevo fraseando al comienzo. Más intimistas se muestran en «Green Is Blue», el principal acompañamiento viene con el piano, aunque luego parece querer despegar.

Con «Shut It Down» vuelven a sonidos más corrosivos y eléctricos, más pesados incluso, con Young fraseando otra vez al comienzo, subiendo el tono y apostando por la épica. Como contraste, «Milky Way», de nuevo el tono más intimista con una instrumentación suave, la guitarra en primer plano y la voz de Young de fondo, una canción que igual queda menos lograda. Diferente es la juguetona «Eternity» merced al piano acústico, rompe con el conjunto del disco, y «Rainbow of Colors» es una de las canciones más destacadas, con un comienzo muy espiritual, casi gospeliano, muy de exaltación y con el tono crítico presente en parte de la discografía de Young. El cierre es para «I Do», intimista en su comienzo y con la voz de Young de fondo, también pausada.

Neil Young volverá a Los Restos del Concierto este año porque hay aniversarios de discos que celebrar. Mientras tanto, este Colorado es un notable trabajo que nos muestra como Young sigue en forma, recuperando en este caso a unos Crazy Horse con Nils Lofgren.

 

«Comes a Time» o uno de los discos más bellos de Neil Young

Cuando comienzas a profundizar en la carrera de un artista o banda, sueles hacerlo primero con el recopilatorio de turno. En mi caso, Neil Young no fue una excepción y eso que la publicación de discos recopilatorios en el repertorio de Young, son una rara excepción. Yo me compré el limitadísimo Greatest Hits (2004) que sólo abarcaba dieciséis temas…dieciséis temas…Sin comentarios. Allí estaban todos sus clásicos, incluido «Comes a Time». Posteriormente, en el documental fantástico Heart of Gold (2006) de Jonathan Demme, en el que presentaba su notable Prairie Wind (2005), apareció de nuevo el «Comes a Time» en una interpretación enorme con numerosos invitados/as, además de «Four Strong Winds». Esa actuación hizo que me fijase en esa canción a la par que en los siguientes años iba llegando a la obra de Young. Empezaba a incorporar sus discos clásicos como Harvest (1972), Tonight’s the Night (1975), ya tenía el Harvest Moon (1992). Pero luego irían cayendo otros como Mirrorball (1995), Freedom (1989) o Ragged Glory (1990), a la vez que me iba haciendo con sus novedades prácticamente desde el ya citado Prairie Wind. De ahí a que fuesen entrando otros como After the Gold Rush (1970), On the Beach (1974), Zuma (1975) o Rusts Never Sleeps (1979) pasaron muy pocos años, y entre ellos también entró el Comes a Time (1978), que rápidamente se convertiría en uno de mis favoritos. Además, con los libros sobre Neil Young y los de sus memorias ibas entendiendo cómo se habían gestado esos trabajos, así como se veía la volcánica y compleja personalidad de un Young que no ha tenido filtros y que ha hecho siempre lo que ha considerado oportuno. Hay que insertar el Comes a Time en su contexto, con un Young en modo muy hiperproductivo (¿cuándo no?), consolidado como figura clave de la escena musical del Rock ‘N’ Roll, con un estilo característico mezcla del Country y el Folk. También era una figura clave de aquel estilo denominado Laurel Canyon en California, lo que también representaba que el Young de los finales de los setenta también era prácticamente ya un «dinosaurio» de la música pero que seguía haciendo unos discos de una altísima calidad. Venía Young de hacer American Stars ‘n Bars (1977) con sus infatigables Crazy Horse cuando, tras publicar el recopilatorio Decade (1977), se trasladó a esos sonidos más intimistas, basados en las acústicas, en los sonidos del Folk y el Country, con su voz aguda característica, acercándose incluso a Nashville para afrontar parte de la grabación de Comes a Time. Allí contó de nuevo con Crazy Horse, que en esta ocasión no tendrían la oportunidad de desatar su furia como Sampedro, Talbot y Molina acostumbran y que intervinieron en dos temas, además de con músicos de altura como el habitual y maestro del pedal steel Ben Keith, J.J. Cale, Spooner Oldham o una Nicolette Larson que será una parte fundamental del disco con su delicada y preciosa voz, haciendo de contrapunto en buena parte de los temas a Young. El disco es una maravilla y cuatro décadas después no ha perdido ninguna vigencia, sigue sonando fresco, campestre, vital, una gozada en definitiva.

El comienzo es una delicia, una «Goin’ Back» acústica, con ese sonido tan característico, con la voz aguda de Young y con unos coros donde entra una Larson fantástica, con el contrapunto de unas cuerdas que también serán características en el disco. Y es que luego llega un clásico, «Comes a Time», esos violines impresionantes, para un tema que lo tiene todo, una canción muy Country con las acústicas, la melodía, la letra, las voces de Larson y Young que se conjugan a la perfección, sigue emocionando. «Look Out For My Love» es la primera de las canciones en las que están presentes Crazy Horse, tiene el tono épico de Young pero en acústica aunque también hay entrada para la eléctrica. Y Crazy Horse también aparecen en la genial «Lotta Love», un sonido con matices diferentes, incluso en algunos momentos puede haber también un tono lejano de Soul, con un tempo diferente y que también te marca, siendo grabada posteriormente sería grabada por Larson en solitario.

Tras un comienzo tan poderoso no baja el nivel con «Peace of Mind», un tema más intimista y con menos presencia instrumental con una voz que Young que estremece. «Highway Man» es una joya escondida, un tema muy del Country- Folk, con una presencia destacada del banjo, una melodía preciosa y con Larson de nuevo sobresaliente. En «Already One» Larson precisamente adquiere un mayor protagonismo con otro tema de tono delicado. Por su parte, «Field of Opportunity» pertenece al Country más clásico, esos violines tan en primera línea, y con un Young cantando de forma diferente. En «Motorcycle Mama» le dota de un tono más Blues con esas guitarras eléctricas del comienzo y con Larson de nuevo dándolo todo. El cierre es para la emocionante «Four Strong Winds», Young y Larson haciendo de nuevo un dueto fantástico, y con esos violines fascinantes.

Emociona regresar a Comes a Time, para mí uno de los mejores y más bonitos discos de Neil Young. Sí, luego haría grandes trabajos pero no alcanzaría la intensidad de este disco de 1978, claro que Harvest Moon (1992) es un buen disco (y en él estarían también Larson, Keith, Oldham, Drummond…) y que, para mí, Praire Wind es especial, pero no son Comes a Time. Una obra maestra del gran Neil Young, un disco que te llega muy dentro.

Neil Young and the Promise of the Real, ‘The Visitor’

No para y no tiene intención de hacerlo. Hablamos de Neil Young y su nuevo disco, el número treinta y ocho de su carrera, en esta ocasión de nuevo con la banda de Lukas Nelson, Promise of the Real, con los que ya firmó el acertado The Monsanto Years (2015) y el disco en directo Earth (2016). Y viene de emocionarnos con la recuperación de uno de sus discos perdidos, del que también dimos cuenta en Los Restos del Concierto, como es Hitchhicker (2017), y no hace mucho tiempo que publicó el más irregular Peace Trail (2016). Claro que, como hemos comentado en no pocas ocasiones, tanta productividad también se realiza sin mucho control de calidad y en ocasiones se nota que la cosa no está muy pulida, cuando no cae en el desastre, de los últimos tiempos destacan en esa dirección tanto Storytone (2014) como los dos primeros volúmenes de sus memorias, para el tercero que no cuente con nosotros. Pero somos muy de Neil Young en Los Restos del Concierto y siempre nos gusta escuchar materiales nuevos, aunque luego nos deje un poco de aquellas maneras. Vale que seguramente su último disco más recomendable con material nuevo fuese el que publicó con Crazy Horse en 2012, Pyschedelic Pill, seguido del ya mencionado The Monsanto Years, pero esperábamos con ganas si Young iba a lanzarse a por Donald Trump, y parece que por momentos quiera emular el Living with War (2006) con el que criticó las políticas de George W. Bush, pero aquel trabajo tenía mucha más enjundia que este The Visitor que tiene algunos aciertos pero que te deja un poco indiferente por momentos, y que no llega al punto de su primera aventura con Promise of the Real.

Y eso que el comienzo no es malo, aunque tampoco para volverte loco, ‘Already Great’ va a por Trump tomando en consideración el lema de su campaña, ‘Make America Great Again’, con un tono épico, guitarras corrosivas y un estribillo con el ‘No wall, No hate, No fascist USA’. La apuesta sigue en esa dirección, con un sonido épico, con coros poderosos, con un Young que frasea, en ‘Fly by Night Deal’, que casi se acerca al Living with War. Pero el tono desciende en una intrascendente ‘Almost Always’, canción pausada basada en una melodía reconocible, armónica incluida. El tono reivindicativo y épico sube de nuevo con ‘Stand Tall’ pero no acaba de ganarte. Y en ‘Change of Heart’ es otro medio tiempo que tampoco te acaba de llenar.

La segunda parte comienza con la extensa ‘Carnival’, más de ocho minutos, donde se muestra más experimental, incluso suenan algunas reminiscencias diferentes, pero tampoco es un tema redondo, puede que incluso lo alargue demasiado, aunque también tiene algunos destellos, especialmente al comienzo. En ‘Diggin’ a Hole’ se encamina hacia el Blues en una canción que apenas supera los dos minutos y medio y con una letra que no está entre lo mejor de Young. ‘Children of Destiny’, tema bastante crítico y político de nuevo y que presentó a comienzos de julio, es más complejo, tira de toda la fanfarria posible con sección de viento, cuerdas y coros, ritmo incluso marcial en algunos momentos, consiguiendo uno de los mejores cortes del disco a pesar de un cierto barroquismo. En ‘When Bad Got Good’, tema con mensaje, parece retornar a esos tonos Blues anteriores pero tampoco convence, quedándose en los dos minutos. Menos mal que se guardaba para el final un tema como ‘Forever’, aquí sí que encontramos a un Young mucho más inspirado, con ese tono confesional sustentado en sonidos acústicos.

En fin, no le quitamos mérito a Neil Young y se agradece la capacidad que tiene de estar siempre dispuesto a dar guerra, aunque en este caso le haya quedado un disco irregular que, eso sí, va ganando algo de poso con las escuchas. Seguro que no tarda mucho en sorprendernos con otra novedad.