Rufus Wainwright, «Unfollow The Rules»

Han pasado ocho años desde que Rufus Wainwright presentara su última colección de canciones propias; fue en 2012 cuando publicó «Out Of The Game», antes de terminar su segunda ópera «Hadrian» y  ocuparse en dos trabajos para el sello de música clásica Deutsche Grammophon. En su primer trabajo para BMG regresa con el que para muchos es su disco más accesible hasta la fecha, perfilado con gusto y tan elegante como todo lo que el artista neoyorquino hace y en el que atina más que a menudo con melodías y arreglos brillantes. Cantado con la fluidez y sutileza que acostumbra, se ha rodeado de excelentes músicos de sesión (Blake Mills, Matt Chamberlain, Rob Moose, Randy Kerber) para vestir unas canciones en las que vuelve a imponerse su depurado estilo sobre unas presumibles intenciones folk, con resultados más evidentes unas veces que otras, de las que acaba por resultar un fantástico trabajo.

Dividido el cedé en tres actos de cuatro piezas cada uno, en el primero comienza imponiendo su exquisita voz en la animada y clásica Trouble in Paradise antes de introducir las guitarras en Damsel in Distress, a la que coros y palmas aportan tintes poperos. Abren el piano y las cuerdas la otoñal Unfollow The Rules, que sube el tono y la fuerza en la segunda parte, seguida del blues ligero y con sabor a taberna que es You ain’t Big.  El acto central es el más logrado, con la maravillosa sencillez de Romantical Man, las agradables guitarras de la más folkie Peaceful Afternoon y, en la misma línea, la preciosa pausa romántica de Only The People That Love, antes de cerrarlo con los teclados y programaciones y el acompañamiento femenino de This One’s For The Ladies. El último acto lo forman la breve interpretación de piano y voz My Little You, la más densa y cabaretera Early Morning Madness, el dramatismo ascendente de la también destacada Hatred (con coros de su hermana Martha Wainwright) y la perla en solitario Alone Time como colofón.

Un placer para los oídos y un ejercicio de sensibilidad que no solo te alcanza desde la privilegiada capacidad vocal de Wainwright (que se encarga de la mayoría de los coros también) sino que también deleita a partir de una variedad de estilos que lo hacen difícil de clasificar y fácil de digerir; elementos de pop, folk, de clásica o musical que conforman un generoso conjunto sonoro que ensancha a la vez que afirma la marcada personalidad de su autor.