Te dejo

Hace unas semanas, me encontré con un viejo amigo. Uno de los puntos en común que tenemos es nuestra pasión por Pearl Jam. Fan de los de Seattle hasta decir basta, mi amigo había acudido a numerosos conciertos, tiene todos los discos, incluso muchos Bootlegs, los discos en directo que editan Pearl Jam y que ahora están en la web. Mi amigo llevaba un tiempo un poco mosca con Pearl Jam, ya el «Pearl Jam» (2006) no le había parecido gran cosa y «Backspacer» (2009) menos. Cuando nos vimos, «Lightning Bolt» no había salido todavía y habíamos escuchado «Mind Your Manners» y «Sirens». Esta es parte de la conversación, más o menos:

– ¿Qué te ha parecido lo nuevo de Pearl Jam?, a mí, que quieres que te diga, un poco frío, y «Sirens»…- Yo estoy pensando en no comprármelo cuando salga – me respondió
– Hombre, ¡qué son Pearl Jam!
Pearl-Jam

Mi sorpresa fue mayúscula y mi amigo estaba convencido de lo que decía. Había llegado a un punto en el que Pearl Jam, o sus discos nuevos, ya no le gustaban. Si me hubiese dicho que había cambiado de equipo de fútbol o que se había hecho de una secta, seguramente me hubiese quedado menos sorprendido.

Hace unos pocos días, coincidí con mi amigo Sergio Pérez de Heredia ( Fast Fun Bizarre), una de las personas que conozco que más sabe de música, y comentábamos brevemente nuestras impresiones sobre «Lightning Bolt» y señalaba que había que tener cuidado porque hay mucha gente muy talibán de estilos, grupos y músicos que no consienten una mala crítica. Sergio venía a decir, con buen criterio, que en esto de la música había mucho de emocional, y es verdad. Con todos estos materiales había que hacer un post porque es cierto, somos muy talibanes y emocionales con todo esto de la música y, ¿qué pasa cuando te «separas» o te «divorcias» de tu grupo o artista favorito?

El comienzo del fan

La música forma parte de nuestras vidas, en mayor o menor medida. Eso es un hecho, hay gente que lo vive más y gente que lo vive menos. Para muchas personas, la música forma parte de una etapa de su vida, la de la adolescencia y la juventud, cuando nos adscribimos a determinados grupos, artistas o estilos. Es la época que identificamos como el fenómeno de fans, especialmente en el caso de las chicas, y que vamos abandonando a medida que vamos creciendo. Son aquellas canciones que bailabas en el Instituto y en la Universidad, muchas de las cuales te pueden dar vergüenza ajena en la actualidad, como la ropa que te ponías en la década de 1980, pero que guardas en tu corazoncito.

Pero también es cuando, una parte de esos jóvenes, se agarran a estilos, grupos y artistas que se salen de la mayoría, o al menos eso piensan ellos. Son los raros, los freakies que diríamos hoy. Nos sentimos diferentes, distintos, no escuchamos lo mismo que todos y todas las demás, e íbamos cayendo en una marginalidad autoimpuesta en la que nos sentíamos a gusto, allí estábamos los «buenos», los «que sabíamos». Y nos cabreaba que nuestros grupos fuesen copando espacios más amplios, como cuando se popularizaron gente como Guns N’ Roses, Aerosmith y Nirvana, entre otros muchos. Eso se curaba, afortunadamente, con la edad. Sin embargo, las bases del «fan talibán» ya están sembradas.

La especialización

Pero por el camino que avanzas durante esos años te vas dando cuenta que te vas quedando cada vez más solo. Tus compañeros de viaje empiezan a caer, como en «The Walking Dead». Ya no están interesados en la música, no escuchan nuevos discos ni grupos, desconocen qué ha sido de esa banda a la que ibáis a escuchar al bar de turno. Tú, sigues en tu senda y te vas especializando. Buscas y descubres viejas bandas y grupos que han inspirado a tus ídolos, como aquella vez que Pearl Jam grabó un disco con un señor mayor del que apenas habías oído hablar en tu vida, Neil Young y su «Mirrorball»:

Y entras en una dinámica donde te asignan, y aceptas de buen grado (por supuesto) el rol de experto. Has crecido en la marginalidad y ahora estás en la especialización. Dominas las tendencias, sabes muchas cosas de tus grupos y artistas favoritos, sigues buceando e investigando. Cuando te juntas con alguien como tú, es una gozada, pero con el resto de la gente eres un rollo.

La talibanización

Para entonces, tu carrera no tiene fin. Has desarrollado un vínculo emocional con la música, con estilos, con grupos y artistas que supera lo racional, que va más allá, es algo religioso, una cuestión de fe, una sacralización que convierte la música en una parte de tí. Compras discos, libros, lees revistas, vas a los conciertos de tus grupos favoritos y de otros muchos, llevas las camisetas de tus grupos, etc. Incluso, a la chica que te gusta le grabas discos y cintas de cassette con tus canciones favoritas, que afortunadamente en la mayor parte de los casos no serán las suyas. Si ya es duro con un talibán, imaginaros con dos. Nunca nos pudimos sentir tan identificados como con «Club de Fans de John Boy» de Love Of Lesbian:

Casi no hay vuelta atrás. Para mucha gente, la que ha seguido el «camino correcto», te has quedado anclado en aficiones juveniles. Para otra, sigues siendo el raro y el freak, y a mucha honra. Tus grupos y artistas son sagrados, y entonces puedes llegar a un punto tipo Coronel Kurtz en «Apocalypse Now». Son tan sagrados que no admites la crítica, y todo lo que hagan te parecerá genial. Incluso, si tienes hijos, puedes acabar viendo a Bruce Springsteen en las primeras filas con un niño de 3-4 años, o con el carrito de bebé en festivales donde los decibelios no son los más adecuados, aunque lleves cascos. Todo muy racional, como podéis ver.

También es víctima de su necesidad y de la industria, que sabe aprovecharlo, aunque la última elección depende de él o de ella. Se puede comprar la edicion Deluxe del disco que salió hace unos meses y que incorpora las demos, unos temas extras, un directo, un documental, etc. Y si te compras la versión con añadidos cuando sale el disco, que suele ser un concierto o algún documental de la grabación, descuida que puede que ni la veas porque no tienes tiempo. Nadie como The Rolling Stones supieron aprovechar todo esto, encardinando en un más difícil todavía la publicación de disco oficial, directo tras la gira de ese disco, recopilatorio, incluso DVDs con ¡cuatro tipos de concierto! Te podías dejar un presupuesto.

Además, en tu afán por descubrir, acumulas más discografía de la gente que te gusta y que ya era veterana cuando asumiste la fe. Completar discografías es divertido y caro, pero tienes una ventaja, se conoce lo que es mejor y peor. Puedes pasar de discos de Neil Young, The Rolling Stones o Bruce Springsteen que sabes que no merecían mucho la pena. Sin embargo, si eres fan desde los orígenes, la irracionalidad es mayor. Son casi más tuyos tuyos, no te van a fallar, porque los sigues desde el principio. De los veteranos, si te compras el disco malo antiguo es tu problema, pero de los que has seguido desde sus inicios, es un riesgo con cada nueva entrega.

El «fan talibanizado» justifica lo injustificable, esos deslices y errores que acaban con la carrera de gente. Hay casos sangrantes, como por ejemplo lo sería defender los dos peores discos de Bruce Springsteen, que además tuvo el valor de publicarlos a la vez en 1992, «Human Touch» y «Lucky Town». También hay que estar muy fanatizado para justificar y tener algún tipo de empatía con tipos como Axl Rose, por mucho que en 1991 nos gustaba llevar el pañuelo en la cabeza como él. ¿Alguien recuerda alguna canción de «No Line on the Horizon» (2009) de U2? Y muchos más ejemplos. Pero, existir existen, y es que el «fan talibanizado» es acrítico, aunque te encuentres con el peor concierto de su vida, siempre podrá decir que fue un gran concierto porque no llovió, por ejemplo.

La ruptura

Por muy «fan talibanizado» que seas, siempre mantendrás algún punto de racionalidad. Es posible que aceptes que «Backspeacer» es un disco flojo, que aquel concierto de Madrid en 2007 sonó de pena, y que los muchachos han perdido fuelle. También entiendes que son humanos, que un tropezón lo tiene cualquiera. Al final, estos grupos y artistas nos han dado tanto que, un mal día es un mal día. Aparte los cambios de estilo de las bandas y artistas, esos que descolocan a muchos. Sin embargo, llega un segundo tropezón, otro disco malo o regular seguido, en ese momento la fe puede comenzar a flaquear, como a mi amigo. Esto no es normal, ¿se les habrá acabado la inspiración? El «fan talibanizado» lo negará y se agarrará hasta un disco de versiones disco de polkas de su artista favorito. Pero, en algunos/as se habrá abierto una herida, difícil de supurar, que llevará a la ruptura: «no me compro su disco».

Hay gente que hace méritos de sobra para que les abandones. Un caso paradigmático fueron Oasis, que tras dos discos clásicos, «Definitely Maybe» (1994) y «(What’s the Story) Morning Glory» (1995), perdieron todos sus fans a medida que sus siguientes cinco discos eran cada vez peores, y eso sí que tenía mérito. Otros casos son más raros, aunque responden al «fan talibanizado» hasta puntos insospechados. Por ejemplo, la fidelidad de los de Radiohead tiene su punto de estudio, porque es gente que no se cuestiona los giros de la banda sino que los alaba.

No temáis, ni Eddie Vedder y el resto de Pearl Jam, ni Bruce Springsteen, ni U2, ni gente así, van a venir a buscarnos desesperados a casa porque no hayamos comprado su último disco. No, aunque tú tengas esa duda moral de comprarlo o no ya que, ¡es que son de los míos! Reconozco que me pasó con REM, a los que admiro y son de los míos. Tras «New Adventures in Hi Fi» (1996), derraparon con «Up» (1998). Fue el mal día, pero no, llegó «Reveal» (2001) y fue peor, aunque los muy pillos habían sacado un single para que no perdieses la fe: «Imitation of Life». Y luego siguió con «Around the Sun» (2004), horrible. Pero aguanté el tirón y me quedé con ellos. No me pasó lo mismo con otra gente como Red Hot Chili Peppers (¿cómo podías seguir con ellos después de aquello que era «Stadium Arcadium» de 2006?), Van Morrison (lamentablemente, demasiado piloto automático), Sheryl Crow (una pena, pero…), o iconos de tu juventud que se fueron quedando atrás y que, por supuesto, iban haciendo discos cada vez peores, como el «Just Push Play» (2001) de Aerosmith (algo terrible, de verdad), o «Have a Nice Day» (2005), de Bon Jovi.

Pero estamos muy «talibanizados», sólo hay que ver lo que ocurre ahora con las exiguas listas de ventas de España. Cada vez que un grupo o artista con base de seguidores muy fiel saca un disco, éste llega a los primeros puestos, cuando no a la cabeza. Algo inconcebible hace unos pocos años. Esto también es lo bonito de la música, esa fidelidad, esa pasión y ese sentimiento, sin eso tampoco podría haber música, bueno, ni música ni nada. En definitiva, sentir la música es sentir la vida.

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