McEnroe, «La distancia»

De manera inesperada para la mayoría, a dos años del fantástico ‘Esperanza’ de Ricardo Lezón en solitario, tres del ‘Lluvia y truenos’ en colaboración con The New Raemon y cuatro de ‘Rugen las flores’, el quinteto de Getxo ha encontrado espacio en «la distancia» que los mantenía separados para componer y grabar otra maravillosa colección de canciones que les confirma necesarios y sin parangón en nuestro panorama musical.

De nuevo apoyado Gonzalo Eizaga en Raúl Pérez para la producción, conceden mayor protagonismo al piano situándolo a la par de su característica pericia con las guitarras y de la ineludible presencia vocal de Lezón, para apropiarse de un conjunto que transmite un curioso y melancólico placer. Las letras vuelven a ser brillantes y determinantes a la hora de contagiar ese fuerte sentimiento poético, así como muestran otra vez una enorme habilidad para comedir los pasajes más intensos de sus canciones sin caer en el sentimentalismo.

Desde Seré tú ya avanzan el papel del piano y los delicados arreglos, para a contnuación presentar su particular belleza épica en la enorme La distancia del lobo y una calmada calidez en la preciosa Asfalto (libres los animales). Aligeran el tempo en La gran belleza, con mayor protagonismo guitarrero y un emocionante final, y lo suavizan en la desnuda Luz de gas, cerrada con un bello pasaje instrumental. En Cerezas obedecen a la sección rítmica y al piano para ir ganando luego gravedad e intensidad y en la romántica La vereda contrastan las sombrías guitarras con la luminosidad lírica. Luciérnagas retoma la calma y la intimidad con acierto antes de la acogedora El buen invierno, sugerente y ágilmente extendida hasta el final.

De nuevo oscilantes entre el desamparo y la esperanza y tan románticos como siempre, vuelven a esconder múltiples matices bajo una superficie de apariencia sencilla. A destacar la aportación vocal de Jimena Lezón como complemento femenino a la voz de su padre y, una vez más, la sensibilidad que destila todo el disco. Un logro más de esta banda que, con pasos en apariencia pequeños, va completando una trayectoria particular y de admirable calidad.

La Casa Azul, «La gran esfera»

Con La Casa Azul nos ha pasado algo curioso. Los llevamos siguiendo desde un lejano 2005 cuando veíamos sus vídeos en la versión española de la MTV (sí, todo esto suena raro ahora), y nunca hemos dejado de estar atentos a lo que hacían. Guille Milkyway siempre ha demostrado ser un tipo inquieto y talentoso, no se ha acomodado en zonas de confort que le han funcionado, y su evolución ha sido interesante. Del Pop naif de sus comienzos a la música electrónica de la actualidad, ha ido quemando etapas. Pero, a mí me han gustado mucho, y lo siguen haciendo, canciones pero no acababa de decidirme por sus discos, los escuchaba en Internet, y no me decía. Y he tenido en la mano para comprar varios, así como a un click de ratón. Hay muchas canciones que encantan de La Casa Azul y que sigo escuchando. De su primera etapa, aquella en la que Milkyway se «escondía» tras un grupo y que representaba su lado más Pop, es imposible no quedarse con «Como un fan», «El sol no brillará nunca más», «Superguay», etc. Son canciones redondas en las que las letras de desamor y melancólicas ya tienen su presencia. Luego hizo un salto con «La revolución sexual», posiblemente su mejor canción, una evolución hacia sonidos más bailables que, posteriormente iría acercando a la electrónica. Milkyway dio la cara, aquel vídeo de «La revolución sexual», y sumó canciones como la elegantísima «Esta noche sólo cantan para mí». Y no cejaría en los años siguientes con la sofisticada «La polinesia meridional» o la no menos destacada «Todas tus amigas». Por el camino, ganó un Goya en 2010 por su rumba «Yo, también», una canción que compuso para la película del mismo título, otra de mis canciones favoritas de Milkyway con una letra fantástica. Luego, hubo salto televisivo, fue profesor en Operación Triunfo y en la edición de 2017 «La revolución sexual» fue una de las canciones que cantaron los concursantes, recordando que hablamos de la edición que ganó Amaia. Sin embargo, La Casa Azul se resistían a publicar un anunciadísimo nuevo disco desde hace años, el que nos ocupa La gran esfera, a pesar de ir dando adelantos como «A T A R A X I A», «Podría ser peor», «El momento» y «Nunca nadie pudo volar». En todas ellas había un salto más electrónico en el sonido de La Casa Azul, con sonidos más Eurodance y con resonancias de Daft Punk incluidas. Adelantaban un trabajo grande, todas son grandes canciones. Las letras ahondaban en una cierta desesperanza de la rutina y lo cotidiano, lo que situaba a Milkiway en modo cronista. Ciertamente, es difícil no sentirse identificado con algunas de esas letras, arrastrados por las urgencias diarias. Por lo tanto, cuando por fin se anunció la publicación de La gran esfera, las expectativas eran muy elevadas merced a esos adelantos. Sin embargo, el disco tenía muy difícil cumplirlas y lo hace a medias, es un disco notable pero en algunos momentos se muestra irregular, y se entiende que Milkyway haya tardado tiempo en perfilarlo. Es un disco que me gusta, y con unas cuantas canciones que están entre sus mejores composiciones, de eso no hay duda, pero le ha faltado algo. También es un disco sombrío, de nuevo esas letras, aunque no es menos cierto que tiene su punto de esperanza, como veremos en cada canción. Milkyway no cierra las puertas al amor y a los lazos y lealtades fraguadas en la batalla, a pesar de las dificultades y de acercarse al precipicio, quién sabe si caer por el mismo, pero las canciones, a pesar de su melancolía, también dejan un halo de luz, por dónde vayamos es otra cosa y en ocasiones no sabes a qué carta se ha quedado el propio Milkyway. Pero bueno, todo esto son interpretaciones de un sábado muy pronto, vamos con las canciones.

Comienza La gran esfera con una canción que marcará el ritmo del disco, una soberbia «Podría ser peor», canción muy del Eurodance y con sonido festivo pero con una letra amarga y melancólica. En la misma línea, pero con un Pop más electrónico y con la letra en el mismo tono, llega «El final del amor eterno». Y «A T A R A X I A» es más compleja en su sonido, cuesta entrar en un sonido mucho más electrónico, con ese ritmo machacón, y con una letra que tampoco deja lugar a dudas. «El colapso gravitacional» baja un tanto el ritmo, el sonido es más festivo y melódico incluso, aunque no de lado un ritmo machacón. Y «El momento» se convierte en uno de los hitos del disco, una canción muy en la línea de unos Daft Punk atenuados y con una letra brutal, de esas de puntos de inflexión y de crisis que no tiene un final feliz, no en vano Víctor Lenore la eligió entre las diez canciones de desamor para San Valentín.

La segunda parte del disco llega con otra canción fantástica, «Nunca nadie pudo volar», una letra reinvidicativa para una canción donde vuelven a primar los sintetizadores y un ritmo muy marcado que funciona de locura. «Ivy Mike» llega con un punto de sofistificación mayor, rompe con el ritmo y es una canción «lenta» aunque luego crece con fuerza. El tercio final del disco cae bastante, se nota que no alcanza la altura de las canciones anteriores. En «Hasta perder el control» incorpora vientos y tiene un sonido más verbenero, siendo obviamente una canción de desamor. Aumenta más ese grado en la más electrónica y acelerada «Saturno (todo vuela)» y «Gran Esfera» es seguramente la canción que más se acerca, aunque de lejos, al tono más Pop y naif de los inicios de La Casa Azul.

Hay muy buenas canciones en este La gran esfera y Guille Milkyway demuestra ser un gran compositor, y un tipo que evoluciona hacia sonidos cada vez más electrónicos. Un disco duro en sus letras que, en el tramo final, se cae en cierto sentido. Pero, cuidado, deja un trabajo notable y con algunas canciones que no te las puedes quitar de encima.

 

Del indie británico en su esplendor: «The Fidelity Wars»

Sería en 1998 cuando estos jóvenes londinenses iniciaron una breve andadura que dejaría cuatro álbumes para el recuerdo (uno por cada año de existencia) además de varios epés. Con escasez de medios ese año grababan y presentaban ‘Breaking God’s Heart’ en el pequeño sello Too Pure y presentaban unas sencillas credenciales, cercanas al lofi, que se basaban en la clásica paleta del pop y el folk británicos. Encabezados por Darren Hayman, compositor principal y fundador junto a su compañero en la Escuela de Artes de Kent y batería Antony Harding, no sería hasta el disco que nos ocupa que sumarían a John Morrison al bajo y las colaboraciones puntuales del multiinstrumentista Jack Hayter para la causa.

Y efectivamente sería en este segundo trabajo cuando Hefner perfeccionarían su propuesta y completarían su entrega más exitosa y brillante, con la que alcanzarían el número uno de las listas independientes y se situarían a la cabeza de las nuevas bandas del indie británico. En sus siguientes trabajos, los también fantásticos ‘We Love the City’ y ‘Dead Media’, evolucionarían la esencia de su sonido, pero sería en el primero que la establecerían y en este ‘The Fidelity Wars’ que la llevarían a su esplendor.

Así se presentaban asistidos por Miti Adhikari, uno de los productores más solicitados del momento que venía de trabajar con importantes bandas tanto de la nueva hornada británica como del floreciente grunge norteamericano, para delinear un sonido algo más complejo que en su anterior disco pero de resultado igualmente sencillo, de tintes clásicos con ligeros toques sintéticos, que dejaba el protagonismo a los componentes básicos de la banda.

El característico rasgueo de Hayman abría el álbum en The Hymn for the Cigarettes, uno de sus temas más populares, de rítmica contundente y estribillo eléctrico, y continuaba con la oscuridad y sencillez inicial pero final intenso de May God Protect Your Home y el reencuentro narrado en la triste The Hymn for the Alcohol, slide incluido. También puntera es I Took Her Love for Granted, con su genial línea de bajo y una vitalidad en progresión, a la que sigue la bella e íntima Every Little Gesture y la reacción rítmica de la desatada y folkie The Weight of the Stars, otro logro pop de animado final.

Hayman empuña la guitarra casi en solitario en I Stole a Bride antes de abrir en falsete una We Were Meant To Be realzada por los vientos del final, y continuar con la densidad del tempo de Fat Kelly’s Teeth y su intensidad paulatina, para alcanzar el cierre en la cúspide que suponen la maravillosa y coreable Don’t Flake Out On Me, en compañía de Gina Birch (The Raincoats), y una I Love Only You en constante ascenso emocional que culmina en cima rockera.

Maravilloso disco que alterna sabiamente la melancolía con el humor. Colección de encuentros y rupturas, muestrario de amores y desamores que supuso sin duda la cima creativa y de popularidad de esta banda que en tres años se disolvería dejando un escueto y exquisito legado. La carrera de Hayman continuaría en proyectos tanto propios como ajenos sin alcanzar la resonancia de su primera banda, y Hefner aún editaría algunos recopilatorios y ediciones conmemorativas de unas producciones que se negaban a caer en el olvido, especialmente este ‘The Fidelity Wars’ que, recuperado veinte años después, conserva la frescura del mejor indie noventero británico.