Low, «Double Negative»

A ningún seguidor del trío de Minnesota debería haber pillado por sorpresa esta enésima reinvención. Siempre fieles a una filosofía inquieta que les lleva a agitarse cada no demasiado tiempo, y habida cuenta de que en sus últimas referencias se habían movido en terrenos de una cierta convencionalidad, era previsible un volantazo de estas características más pronto que tarde. Tras desarrollar ‘The Invisible Way‘ (2013) y ‘Ones and Sixes‘ (2015) desde los preceptos del folk y el rock respectivamente y con excelentes resultados, y a pesar de repetir grabación en el estudio casero de Bon Iver y fiar de nuevo la producción a BJ Burton, de entrada no deja de sorprender el fruto de esta nueva apuesta sonora.

Ruido, interferencias, autotune… son algunos de los ingredientes que introducen hasta provocar reacciones que por momentos superan lo estrictamente auditivo, experimentos que en general enfrían el conjunto pero que no se desvían tanto de los rasgos melódicos habituales de la banda como puede parecer en las primeras escuchas. De inicio ya quedan establecidas algunas de las coordenadas por la que se moverá el disco: gravedad, profundidad, intensidad, distorsión o ruptura protagonizan tanto Quorum como Dancing and Blood, con algo más de calidez la segunda. El protagonismo de los graves y la voz de Mimi Parker aportan cuerpo melódico a Fly y a golpes de emoción transcurre la distorsionada Tempest antes de romper en las voces que avanzan la delicadeza de Always Up. Contundencia rítmica y melodía se alternan entre pinceladas de ruidismo en Always Trying To Work It Out para, tras el inciso atmosférico de The Son, The Sun, serenarse desde las cuerdas de la guitarra y la voz calmada de Alan Sparhawk en la brumosa Dancing and Fire antes de reactivar la distorsión en la fluida y contagiosa Poor Sucker. Agresivas emociones protagonizan Rome (Always in the Dark) para dar paso al cierre que compagina la potencia rítmica con la melodía vocal en Disarray.

Exigente pero no tanto, nada insalvable para sus seguisores y quizás no tan indicado para un primer contacto con la banda, su escucha sin duda termina por recompensar. Sin perder de vista la línea de su anterior trabajo introducen un plus de riesgo experimental, que resuelven con éxito, e insisten en la característica profundidad de un sonido que puede resultar más frío debido a los nuevos efectos pero que igualmente emociona y, veinticinco años después de su debut, les mantiene en la vanguardia del rock con otra muestra de grandeza.

Suede, «The Blue Hour»

Los que seguís Los Restos del Concierto habréis observado que llevamos un otoño muy de Suede. Primero fueron las muy recomendables memorias de Brett Anderson, Mañanas negras como el carbón (Contra), en las que narraba su vida hasta que Suede comienzan a despegar. Después, abordamos su carrera que está claramente dividida en tres etapas. Y, ahora por fin, nos metemos de lleno con su octavo disco de estudio, The Blue Hour, tercero tras su retorno en 2013 al estudio con Bloodsports y continuación del fantástico Night Thoughts (2016). Y The Blue Hour nos ha parecido una maravilla, un disco tremendo en el que Suede siguen evolucionando con esa personalidad propia que han ido construyendo y lejos de acomodarse en repeticiones intrascendentes. Este es un disco más complejo que los anteriores, tiene una vocación de conjunto y hay una teatralidad y grandilocuencia que no se disimula y que encuentra en la forma de cantar de Anderson su canalización pero también en unos arreglos barrocos en ocasiones y oscuros. La composición recae en Anderson, compartida con Richard Oakes y con Neil Codling. A su lado, Simon Gilbert y Mat Osman siguen conformando la base rítmica mientras que en la producción entra Alan Moulder que en sus casi tres décadas de carrera como tal y como ingeniero, técnico de estudio y en otras labores se las ha visto con The Jesus and Mary Chain, My Bloody Valentine, The Smashing Pumpkies, Nine Inch Nails, The Cure, U2, Depeche Mode, The Killers, Arctic Monkeys, Wolfmother, Placebo, Foo Fighters, Interpol, Queens of the Stone Age, entre otros muchos. Suede han creado un disco muy potente, que va enlazando las canciones sin solución de continuidad. Y no es que sea un disco fácil, al contrario, precisa de varias escuchas pero te gana muy rápidamente.

El disco comienza con un tema como «As One», sonidos muy épicos con ese comienzo casi operístico, con unos coros brutales y con Anderson cantando en falsete en partes del tema. «Wastelands» es un medio tiempo ambiental y melancólico, una línea más clásica pero de gran intensidad. Y en «Mistress» siguen por la misma línea, ampliando la épica y Anderson cantando de nuevo de forma muy teatral y con unas cuerdas maravillosas. El comienzo del disco se cierra con un tema tremendo, «Beyond the Outskirts», un sonido épico con las guitarras y una canción muy emocionante. «Chalk Circles» es un tema corto que no deja la épica pero funciona como un interludio, ese órgano suena espectral y Anderson casi se podría decir que recita. Con «Cold Hands» recuperan el tono anterior, otra de las grandes canciones del disco, más rockera y de los pocos temas que pueden vincularse a los Suede más clásicos. Y llega «Life Is Golden», la mejor canción del disco, y para nosotros estará entre lo mejor de todo el 2018, un tema emocionante, emotivo, nostálgico, melancólico, con un melodía brillante y acompañado de un vídeo fantástico rodado en la ciudad ucraniana abandonada de Pripyat en Chernóbil.

La segunda parte comienza con la menor «Roadkill», Anderson de nuevo casi recita, y es una canción que da un poco de mal rollo pero con «Tides» el disco vuelve al nivel anterior, una canción que tiene un punto dramático, las guitarras están excelentes y el final es estruendoso. En «Don’t Be Afraid if Nobody Loves You» tienen un arrebato rockero y las guitarras suenan muy afiladas. «Dead Bird» es un interludio que da paso a un tramo final muy atmosférico, de hecho la instrumentación se reducirá en no pocas ocasiones a la sección de cuerda. Pasa claramente en «All the Wild Places» donde destaca de nuevo la voz de Anderson, y se enlaza con «The Invisibles», un tema impregnado de nuevo por la melancolía y la teatralidad. Tras estos dos temas más pausados, el final es para «Flytipping», una canción que comienza de nuevo con ese protagonismo de las cuerdas pero explota a mitad del tema con la incorporación al final de los coros del comienzo, lo que le da un cierto sentido circular.

Grandes Suede de nuevo, un disco que no se deja de disfrutar y que va ganando con las escuchas. Los británicos siguen estando en plena forma y ahora nos queda que vengan por aquí en los próximos meses. Brillantes.

 

«Live» o cómo Willy DeVille triunfó en España

Último tramo del año 1992 y recuerdo que era un otoño frío y oscuro, acababa de llegar a Bilbao a estudiar Sociología en la Universidad del País Vasco, en Leioa. Todo era nuevo y diferente. Aquel otoño, la versión de «Hey Joe» de Willy DeVille se convertiría en una de las canciones centrales de ese comienzo de una nueva etapa en mi vida. Además, aquel año también me había hecho con una recopilación de Jimi Hendrix por lo que la sorpresa que daba escuchar «Hey! Joe» en clave mariachi era mayúscula. Pero aquella versión de Willy DeVille era, y sigue siendo, una canción excepcional. Pero, ¿quién era Willy DeVille?, la verdad es que entonces no tenía ni idea. Allí estaba él, con esa clase sacada de caballero sureño y medio pirata con un buen disco, Backstreets of Desire, y ese single que pegó muchísimo en España. Luego descubrí que DeVille había sido el líder de Mink DeVille, formación de los setenta y primeros ochenta que hacía bandera del Rock & Roll más clásico y de otras influencias que iban desde el Soul hasta el sonido Cajún de New Orleans y un sentido cabaretesco que nunca faltaría en la carrera en solitario de DeVille. No tuvieron suerte los Mink DeVille a pesar de estar en una compañía como Atlantic pero no era el sonido de los ochenta, siendo más reconocidos en Europa que en Estados Unidos. Willy DeVille comenzó su carrera en solitario con Miracle (1987), producido por Mark Knopfler, para desplazarse luego a New Orleans ciudad con la que sería identificado en no pocas ocasiones, pero tampoco su carrera lograría despegar en los noventa y su estrella se iría apagando hasta fallecer por una terrible enfermedad en 2009 y tras haber pasado también por diversas adicciones. DeVille no sólo era un grandísimo compositor sino que también era un cantante sobresaliente, apasionado y con una voz inconfundible. Y con mucho estilo, desde esa imagen cuidada y elegante que hemos señalado, hasta evidentemente su música. Sin embargo, en esa primera mitad de los noventa del siglo XX, Willy DeVille consiguió triunfar en España con un directo del que se cumplen veinticinco años, Live (1993), y que le otorgó un hit como «Demasiado Corazón», cabecera durante muchos años de un famoso programa sobre el mundo del corazón (perdón) en Televisión Española. Aquel Live sólo se publicó en Europa a través de FNAC y la portada de mi CD tiene impresa la leyenda «Larga duración» (¿era necesario?). Grabado en el Olympia de París, abarrotado, y en el The Bottom Line de New York, el disco es una barbaridad, un cancionero imbatible y acompañado por una banda en estado de gracia con inevitable sección vientos incluida (por cierto, en la que estaba el mítico Tom «Bones» Malone de The Blues Brothers), con un Willy DeVille enorme repasando los mejores temas de Mink DeVille, con toda su paleta de sonidos disponibles. Por cierto, que en el disco la banda se llama Mink DeVille Band, en recuerdo a su formación primigenia. Un disco eterno, como el propio Willy DeVille que recordamos en Los Restos del Concierto.

«Lilly’s Daddy’s Cadillac» da el inicio con una mezcla Soul y R&B fantástica que tiene su continuación con «This Must Be the Night», toques springsteenianos en un medio tiempo ascendente en el que canta DeVille de forma excelente y con el saxofón de Mario Cruz tomando un protagonismo que no abandonará en buena parte del disco. «Savoir Faire» sigue en la línea del comienzo, no bajan el ritmo y aquí los sonidos se acercan al Rock & Roll más clásico en el que abundan con la versión de «Cadillac Walk» que habían realizado los Mink DeVille años atrás, una canción a la que DeVille le da su toque. Tras un comienzo apabullante, llega uno de los tres temas que tocarán de la carrera en solitario de Willy DeVille, «Bamboo Road» que pertenecía a su disco de 1992 ya señalado, y que es un medio tiempo de corte latino. Con «Mixed Up, Shook Up Girl» introduce un punto baladístico que aquí le queda impecable y emocionante, el contrapunto de la guitarra española le otorga una elegancia al tema donde sobresale de nuevo su voz. «Heart and Soul» es una canción con el tono latino de nuevo y en la que destaca el acordeón, un tema de los mejores de su carrera, demostrando que se movía muy bien en toda clase de registros. «Can’t Do Without It» es una canción también de su carrera en solitario y es también sobresaliente, escorada hacia el Soul y realizándola a dos voces con uno de sus coristas, The Valentine Brothers.

«Maybe Tomorrow» nos recuerda de nuevo al Springsteen de sus inicios, con Mario Cruz tomando el protagonismo en el saxofón una vez más, siendo una de mis canciones favoritas. «I Must Be Dreaming» tiene el punto Pop de los ochenta pero DeVille canta con una gran intensidad y en «Heaven Stood Still» te pone la carne de gallina, un tema muy desnudo y emocionante con ese violín de acompañamiento. El cierre del disco es una barbaridad, una sucesión de cuatro canciones que comienza con la interpretación canónica de «Demasiado Corazón», un tema de Salsa en la que se salen con esa percusión y el solo de trompeta como momentos cumbre. Le sigue, en una mezcla de Rock & Roll y sonidos latinos, la impresionante «Spanish Stroll» y le toca el turno a la versión de «Stand By Me» de Ben E. King que Willy DeVille borda con su forma de cantar. Y no podía haber otro final que «Hey! Joe» en clave mariachi, un fin de fiesta inolvidable para un disco que también lo es.

Músico más valorado por los propios músicos, Willy DeVille mostró en este disco en directo su clase. Poco después, su discografía se iría espaciando en unos años en los que no pasaba un buen momento. Con el viento a favor todavía, Loup Garou (1995) mostraba su gusto por el mestizaje y Atlantic aprovechaba en 1996 para sacar un interesante recopilatorio bajo el título Love & Emotion: the Atlantic Years, en el que se repasaba la carrera de Mink DeVille en ese sello. Desde entonces, DeVille sólo publicó tres discos de estudio y algún directo. Las imágenes del último tramo de su vida nos muestran a un Willy DeVille con una estética diferente, de corte nativo americano, y con las huellas de la enfermedad reflejadas en una extrema delgadez. Lejos quedaba el dandy con pinta de pirata que se paseó por las televisiones españolas de 1993 a 1994 y cuyo hit «Demasiado Corazón» sigue siendo reconocible. No tuvo suerte el bueno de Willy DeVille y por eso también no hay que dejar de recordar sus enormes canciones.