Cuando Quique González fue pasando a otras ligas

Con la visita de Quique González a Actual, comenzamos los aniversarios de 2020 con Vidas cruzadas, el disco que publicó el madrileño en 2005. Desde entonces, Quique González ha cimentado su carrera pasando por varias etapas y, en la actualidad, es uno de los artistas más consolidados de nuestro país con un último disco como Las palabras vividas, con letras del poeta Luis García Montero. Ha sido una trayectoria que merece una retrospectiva pero volvamos a 2005, cuando Quique González era más reconocido entre la crítica que por el público y sacaba sus discos con su propio sello Varsovia Records!!!, creada en 2003, tras salir del ámbito de las grandes discográficas en un momento en el que Operación Triunfo reinaba en las listas. Pero González no era un recién llegado y Vidas cruzadas era su quinto disco. Ya había pasado por Universal Music donde había publicado tres discos: Personal (1998), Salitre 48 (2001) y Pájaros mojados (2002). A pesar de la presencia de nombres como Carlos Raya, y de haber compuesto para Enrique Urquijo «Aunque tú no lo sepas» inspirado en un poema de Luis García Montero, González no salía de un circuito reducido y encajaba en ese modelo que representaban el propio Urquijo, su referencia Antonio Vega, entre otros. Sin embargo, el ascenso del Country – Folk representado por el «Americana» y de artistas como Ryan Adams dieron a Quique González otra visibilidad vinculada a ese estilo, del que también era deudor. Ya con su discográfica propia, publicó la que sería una de sus obras de referencias, Kamikazes enamorados (2003), disco mayúsculo que, al hilo de esas tendencias que señalábamos, lo alejaba de esa imagen inicial e incidía en el intimismo y la parte acústica. Quique González había logrado casi lo más difícil y las comparaciones con el propio Adams e incluso con gente del calibre de Tom Petty no se hicieron esperar. Tocaba refrendarlo y para ello publicaría de nuevo en su sello un disco que incidía más en las raíces sonoras norteamericanas. Con el título de la mítica película de François Truffaut y con González volviendo a apostar por Carlos Raya y José Nortes en la producción, la querencia por esos sonidos se refleja en unas canciones que muestran a un Quique González lanzado y con unas letras en las que va profundizando, parte de las mismas basadas en un personaje creado por él llamado Kid Chocolate. Y es que, con los años, uno de los aspectos en los que mejor ha evolucionado Quique González ha sido en sus letras, especialmente en discos tan destacados como Delantera mítica (2013) y Me mata si me necesitas (2016), aquí no podemos dejar de recordar su concierto en Logroño en noviembre de ese mismo año, inapelable. La noche americana nos muestra a un Quique González más inocente si se quiere, más espontáneo incluso, en un disco que sigue emocionando por unas canciones que te atrapan.

El comienzo no puede ser más explícito, «Vidas cruzadas» tiene la épica y el desconsuelo con un sonido claramente del llamado «Americana», esas guitarras crepusculares muy «Western» y una letra muy conseguida. En la misma línea se asienta «Justin y Britney» aunque cuenta con un ritmo más juguetón, desmarcándose de la melancolía, destacando el sonido de fondo del Hammond. «El campeón» por su parte acelera el tempo aunque aquí sí que regresa a esa nostalgia que siempre ha estado presente en Quique González. «Alhajita» es un punto de inflexión en el disco, con las acústicas en primer plano, se reducen los sonidos más norteamericanos para ofrecer una canción con un gran estribillo. Pero retorna con «Kid Chocolate» a la melancolía y a unas guitarras que parecen inspirarse en Tom Petty & The Heartbreakers. En cuanto a «Los motivos», nos encontramos con una canción intimista y melancólica, más acústica. La primera parte se cierra con «Me agarraste», otra ruptura en parte con el «Americana» de la época, una canción en la que colabora Jorge Drexler y cuyo ritmo es más dinámico, habiéndose convertido en uno de los temas imprescindibles de Quique González.

La segunda parte se inicia con el retorno a la melancolía y a las guitarras crepusculares con «Días que se escapan», la letra es más críptica envuelta en una austeridad instrumental. «Hotel Los Ángeles» acelera, el protagonismo es de nuevo de las guitarras y los sonidos son más norteamericanos, pero en «Hotel Solitarios» hay otra vuelta al intimismo, con una instrumentación más suave y con el piano ocupando el primer plano. En «73», González fuerza la voz al cantar, trata de llevarla un punto más allá para darle más épica y dramatismo, y cierra con un gran poderío eléctrico con las guitarras al final. «Nunca escaparán» es más acústica e introspectiva y «Se equivocaban contigo» cierra de forma intimista pero con el tono crepuscular que caracteriza al disco.

La noche americana es uno de mis discos favoritos de Quique González, aunque ahora nos parezca muy lejano con la trayectoria del madrileño que ha publicado desde entonces otros cinco discos de estudio. En 2006, González regresó a una major, en este caso DRO (Warner), y realizó un acústico como Ajuste de cuentas que tiene un punto extraño ya desde el traje blanco que llevaba González, aunque es un trabajo muy interesante de resumen de su trayectoria hasta entonces, con la colaboración de Iván Ferreiro, Bunbury, Miguel Ríos y Jorge Drexler. Desde entonces, González, ha ido consolidando una carrera que parece haber retornado a una línea más de cantautor, aunque sin dejar de lado su querencia por sonidos norteamericanos. En Actual veremos Las palabras vividas, su ya comentada última propuesta. Mientras tanto, Quique González será siempre uno de nuestros favoritos, por sus apuestas, por su trayectoria y por lo que transmite, honestidad y autenticidad.

 

Quique González y Luis García Montero, «Las palabras vividas»

Ahora que los poemarios de cantantes pop invaden los estantes antes dedicados en exclusiva a los poetas y que la televisión y la prensa ligera parecen los medios más directos y efectivos para alcanzar el éxito tanto en literatura como en música, es especialmente bienvenido este ejercicio reposado de creación que revaloriza la hermandad entre poetas y músicos. Ciertamente no es un disco al uso de Quique González, aunque el madrileño afincado en Cantabria siempre ha cuidado con mimo sus letras y puede considerarse un excelente letrista, ni es una adaptación de poemas previos del granadino Luis García Montero, como ocurriera en 1998 cuando Quique adaptó para Enrique Urquijo su poema ‘Aunque tú no lo sepas’, sino que se trata de un proyecto común y original, iniciado hace cuatro años, en el que cada parte ha creado nuevo material en su parcela para luego fusionarlo en estas nuevas canciones.

Sería difícil señalar un protagonismo entre las letras y las notas, si acaso esa es la mayor diferencia con respecto a otros trabajos de Quique, es decir, ambos componentes lo comparten en un equilibrio que pretende resaltar la belleza de las palabras con una cuidada orquestación que las acompaña discretamente. Podría equipararse al trabajo de un cantautor que musicara artesanalmente y con especial cuidado unas letras creadas para la ocasión o de un poeta que escribiera para un músico cuya obra previa conoce y admira y utiliza como referencia.

En lo musical podría definirse como un trabajo de folk clásico que destaca por la íntima calidez y la pausa de las interpretaciones, como en el inicio de La nave de los locos, una de las mejores piezas que va ganando empaque a medida que progresa. Bienvenida (dedicada a la hija de Quique) también brilla en su delicado desarrollo y en Canción con orquesta destaca la calidez que aportan la calma y calidez de la mandolina y el violín. Más ligera y sonora El pasajero está estupendamente resuelta, al igual que el medio tiempo suave de Mi todavía. Guitarra, piano y voz completan la desnudez de Qué más puedo pedirte y Canción del pistolero muerto es folk en crudo sin apenas percusión. Las nuevas palabras, con sabor a salón, va ascendiendo emocionalmente y la lenta Todo se acaba es la más triste y oscura antes de recuperar la calidez acústica de las guitarras en el breve cierre de Seis cuerdas.

En un recíproco servicio letra y música se complementan en este ejercicio que no abunda en el panorama cultural actual y completan un escaparate de canciones sencillas que no necesitan de requiebros melódicos para considerarse completas. Se me ocurren paralelismos con discos en solitario de maestros como Bruce Springsteen o Jeff Tweedy, que a veces se apartan de su banda para dedicarse a proyectos más personales o desarrollar un espacio más propio, como el que en este caso comparte Quique con su buen amigo, que resulta ser uno de los mejores poetas de la actualidad. Un lapso en la carrera de ambos, quizás contracorriente, quizás arriesgado, pero igualmente afortunado y bello.