«Pure McCartney» o el talento indiscutible

En la historia de la música popular, uno de los principales motores creativos es la combinación de una pareja de artistas de un nivel estratosférico. Lennon y McCartney y Jagger y Richards son los ejemplos que brillan a más altura, pero también cabrían aquí la formada por Morrissey y Johnny Marr en The Smiths o Gary Louris y Mark Olson en la etapa que compartieron en The Jayhawks. No son relaciones plácidas, al contrario, y las historias de desencuentros son recurrentes, además de que uno suele despertar mayores simpatías o reconocimientos que otro, dentro del ya logrado, aunque detrás de ello suele haber mucho mito y leyenda. Keith Richards es la esencia de los Rolling Stones mientras que Mick Jagger aparece como alguien más controlador. Y, en el caso que nos ocupa, McCartney siempre parece haber tenido que vivir a la sombra de un Lennon mitificado hasta límites insospechados. Incluso tenía a un tapado en la figura de George Harrison. Por lo que fuera, el caso es que al bueno de Paul McCartney se le ha etiquetado de forma menos favorable que a Lennon e incluso a Harrison. Puede que su imagen no fuese tan poderosa como la de Lennon, y este acumuló más capital simbólico, pero McCartney desarrolló una carrera muy incuestionable, con discos mejores y peores obviamente. Y es que son diecisiete discos en solitario a los que hay que sumar los siete con Wings, junto a otros trabajos más experimentales, The Fireman con Youth de Killing Joke, clásicos, etc., desde que The Beatles finalizaron su carrera allí por 1970. Muchos discos que también dejan la sensación de que pudo haber unos cuantos flojos. Buena parte de su carrera con su mujer Linda McCartney, fallecida en 1998, cosechando éxitos en las décadas de los setenta y ochenta especialmente. Allí están discos que son tan reconocibles como Ram (1971), Band on the Run (1973) con Wings, McCartney II (1980), Tug of War (1982), Pipes of Peace (1983) o Flowers in the Dirt (1989) en el que colaboró Elvis Costello. A partir de ese momento, la discografía de McCartney se va espaciando, desde 1993 con Off the Ground Egypt Station en 2018 publica ocho discos, dos de versiones mayoritariamente (Run Devil Run en 1999 y Kisses on the Bottom en 2012). En 1997 publicaría Flaming Pie producido por Jeff Lyne y George Martin y en 2005 Chaos and Creation in the Bacykyard contaría con la producción de Nigel Godrich, el de Radiohead. Su trabajo anterior a la recopilación que nos ocupa es New (2013), que tuvo buenas críticas, y luego llegaría el ya señalado Egypt Station.

Pure McCartney es una recopilación de 2016 que cuenta en la versión que vamos a comentar con treinta y nueve canciones. Un CD doble que se basa en los grandes años y discos de los setenta y de los ochenta, aunque hay espacio para algunas pinceladas de discos a partir de los noventa. Se quedan fuera discos como los señalados Flowers in the Dirt o el Off the Ground. Los discos no siguen un orden cronológico, se van mezclando las canciones, y te vas encontrando hits con sorpresas. Queda claro que el estilo de los setenta está muy definido con Wings, ese Pop que se expande hacia otros estilos que van del Rock al Folk, mientras que en los ochenta apuesta por un sonido más comercial si cabe. Son años de canciones que son parte también del imaginario colectivo como las colaboraciones con Michael Jackson, Stevie Wonder y otras que señalaremos. Otro de los aspectos que destacan de McCartney es que no parecía seguir los estilos o las modas imperantes, no le hacía falta ya que el era parte de The Beatles, y no hay muchas concesiones a sonidos que imperaban en un momento u otro, aunque no faltan las incursiones en la música Disco y otras aventuras. Por otra parte, creaba medios a través de los que canalizaba sus otras inquietudes, sean más experimentales y electrónicas o clásicas. Cierto que algunas de sus canciones no han envejecido del todo bien, son muy de la época, pero también creo que con McCartney se han dado ciertos prejuicios que lo situaban como la parte más comercial de The Beatles, que no resistía la comparación con la beatificación de Lennon, o también por su propia imagen, más alejada de una estrella del Rock. Ciertamente, estas cuestiones no se sostienen mucho. A gente como Paul McCartney parece que les marca su leyenda, y si eres un Beatle más, y compiten contra sí mismos. Pero es posible que la historia no haya sido muy justa en algunos momentos con un Paul McCartney que ha tenido la sombra de Lennon e incluso de Harrison detrás.

La recopilación cuenta con treinta y nueve canciones y tampoco sigue un orden cronológico exacto. Hay discos que no aparecen, como hemos señalado, y otros cuentan con varias canciones como Ram (3), Band on the Run (5) y Tug of War (3). También es interesante constatar cómo aparecen composiciones, que están muy bien como veremos, de la mayor parte de sus discos desde 1997 con Flaming Pie, que aporta dos canciones, así como de Chaos and Creation in the Backyard de 2005. Es como una especie también de reivindicación de sus trabajos que han contado con menos visibilidad. No faltan los grandes clásicos de McCartney, algunas de ellas deudoras de una época, como la maravillosa «No More Loney Nights» (de la que siempre recordaré aquel vídeo tan victoriano), «Pipes of Peace», «Ebany and Ivory» con Stevie Wonder, el «Say Say Say» con Michael Jackson. Y, por supuesto, «Maybe I’m Amazed», «Band on the Run», «Live and Let Die», que son algunas de esas canciones que nunca tampoco deben faltar.

Pero también nos permite refrescar la expansiva «Jet» con su tono de Power Pop o «Listen to What the Man Said» que es otra joya Pop de mediados de los setenta. Las influencias Funk se cuelan en una maravilla como es «Silly Love Songs» y la nostalgia se hace más presente en «Uncle Albert/Admiral Halsey». El Folk de «Another Day» nos lleva a «Elanor Rigby» y «Mrs Vandebilt» al tono festivo del Music Hill que también es una presencia habitual en su discografía. Recordaba la emoción del «Mull of Kintyre», esa canción Folk con las gaitas escocesas que van creciendo. La música Disco también aparece en una gran «Nineteen Hundred and Eighty Five». Por su parte, en «Arrow Through Me» se atisban unos vientos Soul. Son solo algunos ejemplos de canciones que siempre te van a sonar.

De los discos desde mediados de los noventa, el Pop épico de «The Song We Were Singing» (Flaming Pie) es una gozada, lo mismo que «The World Tonight» de ese mismo disco. Lo mismo que la electrónica «Sing the Changes» con Youth en The Firemen, aquí de 2008. «Save Us» es un tema rockero del New que demuestra la vitalidad de un McCartney en su última etapa. En «Too Much Rain» hace una grandísima canción de Pop orquestal con tono nostálgico, ya en Chaos and Creation in the Backyard, que me parece una de las grandes sorpresas del disco. En «Dance Tonight» del disco de 2007 Memory Almost Full demuestra que sigue siendo ecléctico y aquí retorna al Folk. Son algunas muestras de la capacidad de McCartney en unas décadas en las que no dejó de publicar.

Paul McCartney es uno de los más grandes, no hace falta que lo digamos. Como hemos señalado, seguramente su capital simbólico sea algo menor que el de algunos de sus compañeros de banda o de otros coetáneos, pero vaya colección de canciones que es capaz de reunir en este Pure McCartney. 

«Abbey Road», la última grabación de The Beatles

Curiosamente, en Los Restos del Concierto no hemos escrito nunca, o casi nunca, de The Beatles. Siempre les hemos tenido un enorme respeto y, la verdad, abrumaba enfrentarse a obras maestras que están comentadas, analizadas y diseccionadas, así que tampoco te lanzabas a recordar por ejemplo el aniversario del Sgt. Peppers Lonely Hearts Club Band (1967) hace un par de años, que genero una ingente cantidad de artículos y reseñas. The Beatles siempren han estado ahí, nunca dejarán de hacerlo. Sus canciones nos acompañan siempre, lo que hicieron no tienen parangón y su influencia sigue presente. Su historia, sus personalidades, su impacto, etc., han sido analizados y expuestos por activa y por pasiva. Y llega en este momento el cincuenta aniversario del penúltimo disco de estudio de la banda, último que grabaron, antes de su dolorosa separación. Abbey Road (1969) fue una de sus obras maestras, de tantas, cuando las relaciones entre John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr estaban ya rotas. Tirando de tópicos, fue «el canto del cisne» o el «vamos a hacerlo, una vez más», que dejó un disco de diez. Y es que The Beatles habían ido encadenando disco tras disco una cima. Si con el Sgt. Peppers habían revolucionado la música (más todavía), con The Beatles (The White Album) (1968) demostraron lo que eran capaces de avanzar, aunque en un entorno entre ellos cada vez más viciado, y con Abbey Road aportarían un último clásico. Antes, había habido tiempo para la banda sonora de Yellow Submarine (1969)un divertimento muy psicodélico del que nunca podremos olvidar ese vídeo de la canción que da título al disco, compuesto por Starr. Luego llegaría Let It Be (1970), un peldaño inferior a Abbey Road, pero esa es otra historia.

Lennon, McCartney, Harrison y Star regresaban con su productor de siempre, George Martin, ya que en las sesiones que darían lugar a Let it Be habían contado con Phil Spector. Abbey Road ya te gana desde la icónica portada, una de las más importantes de la Historia de la música popular. La fotografía de los cuatro Beatles en el paso de cebra de Abbey Road, en las afueras de los estudios EMI, fue tomada el 8 de agosto de 1969 por Iain Mcmillan y su composición, encuadre, disposición e incluso la vestimenta de los cuatro beattles dicen mucho. Caminan con paso firme, como si fuesen a algo de suma importancia, van decididos, no dudan. Lennon encabeza el grupo, de blanco totalmente, es el más decidido, tiene las manos en los bolsillos, va más erguido, desafiante incluso. Starr viste un traje negro sobrio, lleva corbata, su rostro de trasluce serio. McCartney va más desaliñado, va descalzo (lo que sirvió para alimentar aquella delirante teoría de que estaba muerto), lleva traje pero desabrochado y sin corbata, un cigarrillo en la mano y más relajado que sus antecesores. Y Harrison es el que viste de manera más informal, pantalón y camisa vaqueras, cierra el grupo con gesto también trascendente. Las fotografías interiores, que no pertenecen a la misma sesión, muestran a unos Beatles serios, en una de ellas se permiten sonreír, parece que les han pillado en un descanso, pero Harrison siempre muestra una imagen muy seria, incluso en alguna de las imágenes parece pensar «¿qué hago yo aquí?», y es que Harrison había tenido ya encontronazos por su lugar en la banda. No había mucho tiempo para más, The Beatles ya estaban en su tramo final.

Musicalmente, el disco es un clásico incontestable como hemos señalado. Están todas las señas de identidad de los de Liverpool, tiran de sus estilos y es un trabajo muy maduro. La segunda parte está compuesta por un fantástico medley de pequeñas canciones en su duración pero grandes en su calidad. McCartney aporta siete canciones, Lennon cinco (aunque en una de ellas aparecen también contribuciones de McCartney y Harrison), Harrison dos, Starr hace su contribución, y los cuatro comparten la autoría de «Carry That Wheight» mientras que los tres primeros realizan «Because». Como ya ocurría en el disco blanco, se notan las diferentes visiones musicales de la banda, hay un estilo propio en el que iban profundizando.

«Come Together» (Lennon) abre el disco. No se puede decir nada de este clásico, una canción oscura, anticipada a su tiempo, el sonido del bajo y la forma de cantar de Lennon, una canción muy rockera en la línea que seguiría Lennon en solitario. Hablar de «Something» (Harrison) es hacerlo de otra barbaridad, Harrison reclamaba más protagonismo en la composición y con «Something» daba una lección, una melodía inmensa, creciente y nostálgica, apoyada en la orquestación y la producción de George Martin. La mirada al pasado es para «Maxwell’s Silver Hammer» (McCartney), el Music Hall siempre había estado presente en algunas composiciones de la banda, y aquí McCartney crea un ritmo juguetón. Y en «Oh! Darling» (McCartney) tira de los orígenes del Rock & Roll a través de una intensa canción de Doo Wop, muy de los cincuenta y con una interpretación de McCartney soberbia. «Octopus’s Garden» (Starr) es el turno de Ringo Starr, una canción también juguetona y divertida, que también tiene el sabor añejo del Music Hall. Una de las canciones más conseguidas del disco (todas, pero esta no es tan conocida popularmente) es «I Want You (She’s so Heavy)» (Lennon), casi ocho minutos de una canción más compleja y con una clara influencia del Blues aunque en el tramo final de la canción también adopta un punto más progresivo, y es que Lennon estaba marcando en parte el terreno en el que se desenvolvería.

La segunda parte comienza con la otra gran barbaridad de Harrison, «Here Comes the Sun», deliciosa y optimista canción Pop muy influenciada por la luminosidad de los sonidos que venían de California y otros lugares. En «Because» (Lennon, McCartney, Harrison) cantan los tres compositores, es una canción minimalista, la música queda en un segundo plano frente a las armonías de sus voces. Y llega el turno del medley, ocho canciones que comienzan con la más larga, «You Never Give Me the Money» (McCartney) que dura cuatro minutos, nostálgica en su inicio, con esa forma de cantar de McCartney, solo acompañado por el piano, para dar paso a la exaltación y la festividad con claras influencias de nuevo del Music Hall. En «Sun King» (Lennon, en colaboración con McCartney y Harrison) retoman la línea armónica y melódica de «Because». «Mean Mr. Mustard» (Lennon) es más rockera  y «Mean Mr. Mustard» (Lennon) apuesta por unos sonidos más psicodélicos típicos de esos años. «She Came in Through the Bathroom Window» (McCartney) sorprende porque McCartney se transmuta en Lennon para crear una breve canción aguerrida y muy rockera. En «Golden Slumbers» (McCartney) retornan a la melancolía, McCartney se apunta a la pausa y va creciendo a medida que avanza el tema, destacando de nuevo la producción orquestal, con McCartney casi desgañitándose al final. En cuanto a «Carry the Wheight» , es una canción de los cuatro y tiene un tono festivo y de celebración, con los cuatro a los coros y con un punto melancólico por lo que se veía venir, el fin de la banda. Y es que «The End » (McCartney) es un cierre muy potente, la batería de Starr se impone, las guitarras son poderosas, pero el final es absolutamente melancólica. Y llega la canción escondida de McCartney, «Her Majesty», que interpreta él solo con su guitarra, veintitrés segundos que rezuman de fondo el toque del Music Hall.

Fue casi el punto final de The Beatles, al menos su última grabación. The Beatles habían quemado etapas a tal velocidad que nadie lo volvería a hacer de forma similar. No hay nada más que decir de ellos, sólo disfrutar de sus canciones y discos.

 

 

La rota amistad de Michael Jackson y Paul McCartney y su resultado: «The Girl Is Mine» y «Say Say Say»

Puede que sorprenda que en nuestra sección de colaboraciones haya espacio para la que protagonizaron dos iconos de la música popular como Michael Jackson y Paul McCartney a comienzos de los ochenta, pero también nos dejamos llevar por la nostalgia y los recuerdos de nuestra infancia. Vaya por delante que no considero a «The Girl Is Mine» ni a «Say Say Say» como entre lo mejor de uno y otro. Esta es una historia de una amistad, de unas canciones que llegaron muy lejos y del final de una relación que culminó cuando Jackson se hizo con los derechos de los temas de The Beatles, casi nada. Pero volvamos al momento de su idílica amistad y colaboración. Michael Jackson venía del salto que había dado con Off the Wall (1979), un disco ya producido por Quincy Jones y se estaba preparando para facturar Thriller (1982). En cuanto a Paul McCartney, el ex Beatle había finiquitado a los Wings con los que había funcionado a lo largo de los setenta y en 1980 estaba de nuevo en solitario con McCartney II. En 1982 publicaría Tug of War, disco que contaba con otra de las colaboraciones más conocidas de McCartnety, el «Ebony and Ivory» con nuestro admiradísimo Stevie Wonder, todo un hit al que el tiempo le ha sentado muy mal y que fue un número 1 mundial. Pero regresemos con Jackson y McCartney.

Parece que los dos artistas se profesaban una auténtica admiración por su trabajo y se decidieron a colaborar juntos a través de la composición y grabación de algunos temas para sus siguientes discos. Primero le tocó el turno a «Say Say Say», escrita por ambos, y que no vería la luz hasta el disco de McCartney de 1983 Pipes of Peace, donde también entraría otra colaboración con Jackson como «The Man». Por su parte, McCartney colaboraría, aunque no compuso, «The Girl Is Mine» que entraría en el imbatible Thriller. Ambos temas, como hemos comentado, fueron singles, de hecho ambos los primeros de sus respectivos discos y alcanzaron los puestos más elevados en las lista, especialmente «The Girl Is Mine».

«The Girl Is Mine», que insistimos fue el primer single de Thriller, es un medio tiempo dialogado entre Jackson y McCartney en el que ambos se disputan el amor de la misma chica. En estos tiempos chocaría mucho el uso del posesivo, algo tendría que decir la chica en cuestión cuyo papel en la letra parece ser ya no el de observadora sino el de la paciente espera, en fin, otros tiempos. La producción de Quincy Jones tiene ese tono Pop suave y no es de las canciones de Jackson que mejor ha envejecido. Además, si lo comparamos con lo que venía en Thriller, pues poco que decir ante la propia «Thriller», «Wanna Be Startin Somethin'», «Billie Jean», «Beat It» o «P.Y.T. (Pretty Young Thing)».

Más cariño le tengo a «Say Say Say», puede que también mediatizado por el recuerdo del vídeo de esos primeros ochenta en el que McCartney, Jackson y Linda McCartney eran los protagonistas. La canción fue producida por el gran George Martin, que le da diferentes toques para crear un tema adictivo desde el estribillo, aunque también aparecen elementos como la armónica, un cierto aroma disco y la presencia de una sección de vientos.

Pero la amistad entre ellos no duraría mucho más ya que, en 1984, tras una compleja historia que cuenta en este artículo Julián Ruiz, Jackson se hizo con los derechos de las canciones de The Beatles. Aquello dejó muy tocado a McCartney, obviamente, que se sintió traicionado por un Jackson que mostraría en su vida muchos episodios complejos. Esa amistad dejó las dos canciones que hemos comentado, que son muy fruto de la época también, y que nos remiten a la nostalgia. Jackson no dejaría de incorporar colaboraciones de lujo en sus discos, aunque siempre en un lugar secundario, y McCartney comenzaría en los siguientes años una fructífera colaboración con Elvis Costello. El resto, es historia.