«De la piel del diablo. La colección definitiva» de Tino Casal, un icono del Pop español

Para una generación, la imagen que guardamos de Tino Casal es la del vídeo de «Eloise» y sus actuaciones en los programas de música de la época, con bastón incluido. Después, la noticia de su fallecimiento el 22 de septiembre de 1991 en accidente de coche en Madrid. Y no, no era hermano de Luz Casal. Por nuestra edad, no estábamos familiarizados con su obra, posiblemente eclipsada por los grupos de Pop, incluidos los de «la Movida», que obtuvieron más visibilidad, aunque Casal logró también grande éxitos. En aquellos años, Mecano, Radio Futura, El Último de la Fila, Alaska y Dinarama, La Unión, Héroes del Silencio al final de la década…todos ellos contaban con más visibilidad. Casal era mayor que todos ellos, su primer disco Neocasal era de 1981 con treinta y un años, era polifacético y contaba con carreras paralelas como productor, escultor, etc. En «la Movida» se había movido muy cómodo y tenía una imagen poderosísima, no dejaba indiferente. Algunas de sus canciones fueron sintonía oficial de La Vuelta Ciclista a España, como «Pánico en el Edén» (1984) y «Oro negro» (1990). Eran los ochenta y aquello era un escaparate fantástico, ¿cómo olvidar «Me estoy volviendo loco» y «Con los dedos de una mano» de Azul y Negro en 1982 y 1983 respectivamente? Esos sintetizadores como banda sonora de esos resúmenes de La Vuelta con los ciclistas subiendo puertos…¡éramos unos niños!

Pero, volvamos a Casal. A veces te da por recuperar a gente a la que no le hiciste mucho caso, y eso me pasó con Tino Casal hace unos meses. Yo recordaba perfectamente «Eloise», «Embrujada» y «Champú de huevo». A diferencia de otros artistas y bandas, Casal no fue especialmente reivindicado en las décadas siguientes a nivel mainstream, a pesar de que la crítica le respetaba y su figura despertaba un aura de respetabilidad. Es decir, a otros artistas y bandas se les cuestionaba más pero a Casal, no. También estaba aquella anécdota, parece ser que no era cierta, de que David Bowie acudió a su entierro. Y es que la admiración de Casal por Bowie era muy reconocible así como la influencia del Glam en su música. De hecho, Casal fue denominado incluso el «Bowie español».

La forma que elegí para acercarme a la obra de Tino Casal fue una recopilación de 2016 titulada De la piel del diablo. La colección definitiva, coincidiendo con el vigésimo quinto aniversario de su fallecimiento.De acuerdo, esos adjetivos que se suelen poner en las recopilaciones…pero es lo que toca como veremos. En este caso, es un doble que cuenta con un primer CD titulado «Los imprescindibles» y un segundo «Los olvidados». Sin ser un conocedor, ni mucho menos, de la obra de Casal, me parece un planteamiento interesante porque hay una primera parte que aborda todos los éxitos y canciones que puedan sonarte, siempre que seas de esa generaciones porque, a las posteriores, no les llegó la obra de Casal. Los dos discos son fantásticos, con esa presencia de sintetizadores ochenteros, el Glam Rock y, especialmente, la voz de Casal, menudo registro. Casal publicó cinco discos en los ochenta, producidos por el radiofónico Julián Ruiz, tras regresar de Londres unos años antes, donde se había empapado de ciertas corrientes y las había llevado a su terreno. Las canciones de Casal transmiten una vitalidad y una explosión que en pocas ocasiones se tiñen de melancolía, aunque también se aprecia en algunos toques vinculados a los «nuevos románticos».

El primer disco aborda sus éxitos, como hemos señalado. Ahí están «Embrujada», la versión de «Eloise» del Barry Ryan que antes harían The Damned, «Champú de huevo»…Las tres son icónicas en la carrera de Casal. «Embrujada» es una barbaridad, una canción atemporal, a pesar de su ubicación en una época tan concreta. «Eloise» es pura orfebrería Pop con esos arreglos orquestales y la voz de Casal elevándose con esos falsetes. Y «Champú de huevo» es hija de su época, en plena «Movida», publicada en Neocasal (1981), y con una letra que es también fruto de su tiempo. Impresionante es «Billy Boy», esas guitarras eléctricas, y también para apuntar «Pánico en el Edén», que ya hemos comentado que fue sintonía de La Vuelta Ciclista a España, como «Oro negro», más electrónica. No podía faltar una «Histeria» que representa el sonido ochentero con esos sintetizadores sin pausa. Y hay espacio para la versión del «Killing Me Softly with His Song» de Roberta Flack revisitada como «Tal como soy». Por su parte, en «Sex o no sex» adopta un tono muy del Glam Rock. Hay también dos maxis de «Pánico en el Edén» y de»Eloise», en una época en la que estas canciones eran inevitables en las discotecas.

En la segunda parte, hay espacio para versiones, sonidos que recuerdan a Prince y el Tecno Pop de los ochenta, con alta dosis de barroquismo. Es una selección que comienza con la una versión de «Life of Mars» de Bowie a la que le da un tono más épico, una diferente lectura de «Tal como soy» con una cadencia más sutil y menos dramática, y destaca la de «White Room», titulada «Blanca estancia», de Cream, a la que le da otro tono diferente, con esas guitarras que sirven de contrapunto. Me gusta mucho la relectura de «Don’t You Want Me» de The Human League, «No fuimos héroes», que es fantástica para uno de los grupos que se acercaban al sonido de Casal, con ese comienzo tan electrónico. Del resto, muy del momento y con una producción bien conseguida es «Stupid Boy»; Julián Ruiz destaca en el libreto «Azúcar moreno», por la influencia clara de Prince y porque de ahí surgió el nombre del popular dúo; «Degeneración» suena al Glam Rock en el que tanto basó su sonido y su estética; la huella de Prince aparece de nuevo en «Santa Inquisición» y en «Miedo», una canción más experimental en la que mezcla el Tecno Pop con el futurismo del de Minneapolis. Se cierra el disco con «La piel del diablo», un Pop melódico muy bien construido, y con «The End», donde el peso se lo llevan los teclados.

A Tino Casal le han perseguido la pregunta de «¿qué hubiese pasado si no hubiese fallecido?» y la etiqueta de que fue «un adelantado a su tiempo». En cuanto a la primera pregunta, Julián Ruiz señalaba en una entrevista que se habría retirado a la escultura seguramente, no creo que los primeros noventa le hubiesen tratado bien a un Casal que no encajaría en la deriva que se llevó en esa década. Adelantado, puede ser pero sí que se percibe cómo Casal fue haciendo su sonido y su personalidad a partir de numerosas influencias, pero sí que es cierto que iba más adelantado que lo que sonaba en los ochenta en España. La dificultad para convertirse en una referencia más destacada en las tres décadas siguientes es una muestra de ello. Cierto que ha tenido algunos homenajes como la publicación, pero financiada vía Verkami del libro Oro negro: 25 años sin Tino Casal (2016) y que hace unos meses salió una caja con toda su discografía, muy colorista e difícil de acceder para todos los bolsillos (supera los 130 euros). ¿Por qué Tino Casal no tuvo más influencia en la música española o no ha sido más reivindicado?, seguramente los estilos que se impusieron en los noventa y el hecho de que su carrera fuese tan «hija de su tiempo» pueden haber influido, junto a otros prejuicios. Pero, no cabe duda que estamos ante un artista mayúsculo, una figura que merece un mayor reconocimiento. Un icono.

Prince, «1999» (Remastered)

Prince siempre había sido muy celoso de su producción, recordemos aquello de los vídeos de YouTube, que no permitía que se compartiesen. Su prolija productividad, treinta y nueve discos de estudio (treinta y nueve), llevaban a pensar que Prince no había parado en sus casi tres décadas de carrera. Y, desde su fallecimiento en 2016, sus herederos y encargados de custodiar su legado, han ido dosificando sus lanzamientos. Si comenzaron con la reedición y los materiales extra de Purple Rain (2017), siguieron con las demos de Piano and a Microphone (2018) y el brutal Originals (2019), le ha tocado el turno a 1999, que sigue el mismo camino que Purple Rain. No sabemos qué pensaría Prince de todo este movimiento, pero no creemos que le hubiese gustado mucho, parece que era muy celoso de su obra. Sin embargo, como contrapunto, un artista, un genio, con esa capacidad no es menos cierto que hace indicar que en Paisley Park tienen que quedar muchas cosas guardadas. Vale, desde la segunda mitad de los noventa no fue fácil seguir al de Minneapolis. Discos que aparecían por sorpresa, cambiando de sello distribuidor, y sin apenas canciones reconocibles o grandes hits. De hecho, sería Musicology (2004) uno de los discos que le volvería a situar en la senda comercial, pero sin comparación con lo logrado en los ochenta y primeros noventa. Pero ahí quedaba su directo, todavía brutal como se pudo ver en el descanso de la edición de 2007 de la Super Bowl, considerada entre las mejores de la historia de este partido, incluso la más destacada. Prince se salió en apenas doce minutos que resultaron arrebatadores. Pero toca volver a los ochenta y a la reedición de una de sus obras cumbre, 1999, publicado originalmente en 1982. No sabría valorar los discos de Prince por su categoría, me parecen brutales unos cuantos, pero está claro que Purple Rain, 1999 Sign o’the Times (1987) serían los más destacados.

La capacidad compositiva de Prince era impresionante y 1999 era su quinto disco en cinco años, a toda velocidad. Con el anterior, Controversity (1981), había expandido su eclecticismo a través de la mezcla de Funk, Soul, Rock y todo lo que haga falta. Prácticamente haciéndose cargo de todos los instrumentos en sus discos, como siempre, Prince daría un salto más con 1999. Allí también estaban por primera vez su banda The Revolution, aunque no firma el disco con ellos a diferencia de Purple Rain, otra máquina en directo, con parte de sus integrantes como Lisa Coleman, Wendy Melvoin y Dez Dickerson, cuyas aportaciones, junto a las de Jill Jones y Vanity se limitan en gran medida a las voces y coros. Prince da un salto futurista en 1999, con canciones donde priman sonidos electrónicos, sintetizadores y percusiones producidas de forma electrónica. Prince estaba proyectando su sonido hacia un 1999 que parecía en 1982 lejano y confuso, pero Prince quería hacer bailar ante la llegada de lo que fuese que iba a pasar ese año. Y le salió una verdadera obra maestra. Además, ojo, destaca que es el primer disco en el que no aparece en la portada, sustituido por un diseño colorista y psicodélico.

Ya su inicio con «1999» es brutal, esos sintetizadores proyectan y Prince da juego a las voces de Coleman y Dickerson, una canción que es un hit tremendo y que sigue las bases Funk pero electrónicas. Y ese comienzo, que cumple su función de anunciar que viene algo muy grande. Una de las canciones canónicas del disco es «Little Red Corvette» donde Prince aparca momentáneamente en parte las bases electrónicas para hacer una canción de Rock más clásica con un Prince desatado tanto a las voces como en la guitarra eléctrica. «Delirious» es una canción adictiva, que tiene su base en el Rock & Roll de los cincuenta, aunque con el sonido que Prince quería darle al conjunto del disco. Los sintetizadores regresan a primera línea con «Let’s Pretend We’re Married», Prince canta en falsete, impresionante de nuevo, con varias fases a lo largo de la canción que se va por encima de los siete minutos y que juega de nuevo a la provocación. No baja el ritmo con «D.M.S.R.», una canción que también se expande más de ocho minutos y en la que destacan los sintetizadores pero en la que también hay un bajo Funk predominante así como una interpretación vocal de Prince impactante. Casi diez minutos cuenta «Automatic» en la que toda la exuberancia musical de Prince queda recogida.

«Something in the Water (Does not Compute)» mezcla el futurismo y el sonido Pop mientras que «Free» es muy sugerente, Prince vuelve a tirar de falsete y no abandona la grandilocuencia y la épica que le caracteriza en algunas canciones. En «Lady Cab Driver» apuesta de nuevo por una canción extensísima, casi nueve minutos, con un bajo al comienzo que vuelve a ser protagonista, con una forma de cantar como sólo Prince podía hacerlo, rapeando incluso, con su toque de provocación explítica, lo que haría las delicias de los/as guardianes de la moral, y con un tramo final en el que Prince demuestra de nuevo que era un guitarrista excepcional. Cuentas pendientes tenía para «All the Critics Love U in New York», canción con un ritmo machacón a través de esos sintetizadores, con una letra muy minimalista. El cierre es para un tema de corte más clásico, «International Lover», en la que Prince mezcla Soul y R&B, con la presencia del piano como protagonista instrumental, y su voz de nuevo caracterizada por el falsete.

La reedición de 1999 que salió a finales de 2019 presenta otro disco que apenas cuenta con novedades, más allá de versiones promocionales de buena parte de las canciones del disco, además de tres caras B de los singles. La primera es «How Can U Don’t Call Me Anymore?», una canción que explora la línea de «International Lover» con el piano y el falsete de Prince y que también es tremenda. Siendo la cara B de «1999», podría haber entrado perfectamente en el disco. «Honey Toad» pertenece al single de «Delirious», más con el sonido del disco, es más festiva y animada y cuenta con la mezcla de sintetizadores y otros más clásicos, siendo notable. Menos lograda, en comparación con el anterior desparrame de talento, es «Irresistible Bitch» que salía como cara B de «Let’s Pretend We’r Married». De título explícito, el sonido está más metalizado y sigue apoyándose en el falsete. No nos hemos hecho con la versión «Super Deluxe» que comprende cinco discos y un DVD en directo en Houston. Dos de esos discos cuentan con temas extras, pero a tanto ya no llegamos.

Uno se puede quedar en bucle en bastantes discos de Prince y 1999 es uno de ellos. Prince era un genio que dos años después daría un nuevo golpe en la mesa con Purple Rain, del que ya hemos hablado en Los Restos del Concierto. La heterodoxia y deriva de Prince a partir de la segunda mitad de los noventa hasta el final de su carrera le restó visibilidad y reconocimiento, de forma muy injusta. No cabe duda que era un visionario y un artista total. Y, mientras tanto, ya se anuncian nuevas reediciones precisamente de discos menos conocidos. Veremos.

Brittany Howard, «Jaime»

Hace unos años, 2012 concretamente, Javi me alertaba sobre un grupo que acababa de surgir. Se llamaban Alabama Shakes, hacían una mezcla de Soul, Blues, Rock sureño, etc., con la personalidad de su cabeza visible, Brittany Howard, dueña de una voz tremenda. «Hold On» era su canción más destacada del fantástico Boys & Girls (2012). En 2015, lejos de acomodarse subieron la apuesta con Sound & Color, donde se abrían a nuevos sonidos y matices. La apuesta les salió muy bien pero, desde entonces, las noticias sobre Alabama Shakes eran cada vez menores. No así las de Howard, que se lanzó en solitario con Jamie, buscando otras perspectivas que en su banda matriz igual encajaban menos, lo cual no quiere decir que Alabama Shakes hayan dejado de existir. Por lo tanto, había importantes expectativas para el debut de Brittany Howard y hay varias consideraciones: no lo ha puesto fácil, no es un disco que entra a la primera escucha, precisa de tiempo; es uno de los discos de la temporada, Howard ha demostrado su clase y talento; y la sombra de Prince se alarga también en esta propuesta (aunque en algunas entrevistas ha mantenido que no se sintió influenciada por él, pero reconociendo su importancia en su carrera), lo cual es una garantía. Howard sigue saliendo de sus zonas de confort (por tirar de tópico) y se muestra poderosa y sensible, empoderada y arriesgada. Howard no es sólo una voz de primer nivel, ya lo demostró en Alabama Shakes, sino una compositora de altura. En su disco ha contado con Robert Glasper, procedente del Hip Hop, y con Nate Smith, del Jazz, así como con la colaboración al bajo de su compañero en Alabama Shakes, Zack Cockrell. Las influencias se notan en un disco que está dedicado a su hermana, Jaime, fallecida cuando era niña por una enfermedad.

El comienzo es poderoso, «History Repeats» tiene un punto experimental, más jazzístico si se quiere, y la voz de Howard es tremenda. Pero sube la apuesta con «He Loves Me», un medio tiempo que te conquista y en el que la presencia de la influencia de Prince es una realidad. Sigue en esa línea con «Georgia», una canción también ecléctica y de tono experimental pero que rezuma Soul. En «Stay High», Howard vuelve a demostrar que es una cantante de altura, es una canción con una instrumentación más sutil que también convence. En cuanto a «Tomorrow», en ella lleva más allá la mezcla de Jazz y Hip Hop con unas bases muy conseguidas y de nuevo destacando su voz. «Short and Sweet» es más tradicional, tiene incluso un trasfondo de Góspel, por su emoción e intensidad, no cuenta con apenas instrumentación, más allá de unos toques sutiles de la guitarra eléctrica.

La segunda parte no es que esté a la altura de la primera, es que la supera. Prince vuelve a hacerse presente con «13th Century Metal», una canción también más ecléctica y experimental pero de gran fuerza. Preciosa es «Baby» en la que regresa a la elegancia del comienzo del disco, una de las mejores canciones de todo el disco. Y el Jazz y el Spoken Word aparecen en «Goat Head», donde Howard demuestra que no tiembla al tomar riesgos. El cierre es para «Presence», una canción de corte mas clásico, y a fuerza de repetirme diré que vuelve a haber una sombra de Prince, siendo otra de esas canciones que se quedan con las escuchas, y «Run to Me», una canción con un sonido más duro y profundo, es la única vez que Howard apuesta por un tono más dramático, destacando las texturas más experimentales. Las dos canciones de cierre también estarían entre lo más relevante del disco.

Jamie está llamado a ser uno de esos discos del año, de esos que permanecen. Brittany Howard ya demostró al mando de Alabama Shakes que podía coger el testigo de las grandes voces de la música negra. No sabemos si Alabama Shakes regresarán, estaría muy bien, pero a Howard hay que seguirla.