Egon Soda, ‘El rojo y el negro’

Con merecida entidad propia dentro de las carreras de sus talentosos miembros, Egon Soda supera el concepto más común de «súperbanda» para sonar con una solidez y una conjunción por encima de muchas bandas a tiempo completo. Con un sonido crudo y directo, que bebe más que nunca de la música afroamericana, en este ‘El rojo y el negro’ vuelven a sobresalir las letras de Ferran Pontón, sorprendentes protagonistas entre tanto músico brillante (¿qué fue primero, la letra o la música? Ambas grandes en cualquier caso).

Más batalladores que nunca, se plantan frente a los medios, los políticos, la propia lectura de la historia o lo que haga falta, pueblan el disco con mensajes más directos que en su anterior trabajo (‘Dadnos precipicios’ 2015) y los alternan con otros de tono sentimental (los menos) que suavizan el conjunto en una ajustada combinación por momentos agresiva, por momentos desolada, pero nunca derrotista. Una vez más el sexteto barcelonés no da puntada sin hilo y vuelve a acertar con precisión y sin rodeos en el objetivo.

De entrada suenan estupendos a fuego medio en Lucha de clases, antes de revolver las guitarras y dar un paso al frente en Espíritu de la Transición, más rabiosa y rockera. En Glasnost, cantada a dos voces junto a Goncal Planas (Mi Capitán) se deslizan con acierto por las proximidades del funk antes de partirla con Mi famoso gancho de izquierda, brillante y guitarrera. Te pierdo es un blues tan bello como desgarrado, una de las concesiones al sentimiento antes mencionadas, y Matanza prolonga el dolor y la rabia con un sabor latino. Más electricidad y rock sureño en Nuevos horizontes y nuevas cotas de contundencia en Corre, hijo de puta, corre, que crece poco a poco hasta tomar cuerpo. El corazón de un mundo sin corazón pone algo de sentimiento soul antes de echar un calmado cierre que prolonga la batalla en El testigo.

A diez años de su debut los barceloneses se muestran tan sólidos como siempre (rojos y negros como nunca) y entregan la cuarta referencia de un proyecto cuya fuerte personalidad reclama y merece más espacio en las respectivas carreras de sus componentes. Una apuesta ganadora y fiable, por desgracia cara de ver en concierto, que confiamos se prodigue más para poder escuchar este nuevo disco (y los fantásticos anteriores) en un directo que promete y mucho.

«Nos vemos en el baño» de Lizzy Goodman

Nueva York, finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI, una serie de bandas comienzan a despuntar en Manhattan y ponen el Rock & Roll de nuevo en primera línea, especialmente gracias a The Strokes, lo que vendría a representar el último gran momento del Rock & Roll antes de su difuminación. Esa es la premisa de la que parte Lizzy Goodman, periodista y testigo de la época, para su voluminoso Nos vemos en el baño. Renacimiento y Rock and Roll en Nueva York, 2001-2011 (Neo Sounds), cuya traducción llega ahora a nuestras librerías. Siguiendo el modelo testimonial de otros libros sobre escenas musicales y dando la voz a sus protagonistas, por el mismo pasan decenas de músicos, periodistas, incipientes blogueros y blogueras de la época, gente de la industria musical, etc., para contar cómo fue esa escena que se generó en ese periodo, su influencia y su transformación en la segunda mitad del siglo XXI cuando se da el paso de Manhattan a Brooklyn y todo el proceso de hipsterización. Vaya por delante que el libro es atractivo en sí mismo y que Goodman lo traza de forma acertada, transmitiendo un movimiento o escena que consiguió posicionarse a la vanguardia del Rock & Roll pero que también tuvo una vida efímera y sobre la que tendríamos que valorar hasta qué punto tuvieron una trascendencia más allá de lo que entonces era el denominado «indie», además de tener que afrontar el cambio de modelo de negocio en la música con la irrupción de Internet.

La premisa de partida es cómo coincidieron en el Nueva York de finales del siglo XX y comienzos del XXI una serie de condiciones para que la creatividad volase y apareciese una nueva escena musical, a semejanza de la que se dio veinte años antes con Ramones, Blondie, Talking Heads, Television, Patti Smith, etc. Incluso, dentro de ese proceso también hay un momento de inflexión como es el 11-S en 2001. Pero realmente, desde el comienzo, te das cuenta que los mimbres de dicha escena, si es que podemos denominarla así, son reducidos y escasos. Vale que el comienzo con los olvidados Jonathan Fire*Eater tiene su punto pero la ascensión de The Strokes, que son lo verdaderos protagonistas del libro, se hace por momentos un tanto extensa. Junto a The Strokes, y el impacto que supuso su primer disco Is This It (2001), hay espacio para los otros hitos relevantes del momento como LCD Soundsystem, Interpol y Yeah Yeah Yeahs.

Y, de acuerdo, generaron unas expectativas que en gran medida no fueron alcanzadas, especialmente unos The Strokes que son justificados por la presión que sufrieron y por haber sido los primeros en llegar. También es interesante constatar cómo Goodman ahonda en las relaciones internas en los grupos: el culebrón en DFA y LCD Soundsystem, la personalidad de Karen O en Yeah Yeah Yeahs, o el desparrame de Interpol y de los propios The Strokes. Porque, lo que no falta en todo el libro es sexo y drogas (de ahí el título) con personajes muy tocados y desfasados, ese momento de Albert Hammond Jr. o un Ryan Adams que no aparece muy bien retratado, como tampoco la personalidad de un controlador James Murphy. Pero no hay que buscar ninguna interpretación en clave sociológica o política, no. Y es que en ese sentido dicha escena pues como que no funciona mucho. Sí, hedonismo y diversión toda, pero poco más, hecho que, como veremos al final del libro, alcanza su máxima expresión con Brooklyn y la gentrificación que ya había comenzado en Manhattan.

Una de los hechos más cuestionables del planteamiento de Goodman es la ampliación de la escena a bandas que no son de Nueva York pero que se vieron beneficiadas del éxito de The Strokes, y que son presentadas como deudoras del mismo. Por ahí pasan The White Stripes, Kings of Leon, The Killers e incluso Franz Ferdinand. Y también estaban por allí desde Ryan Adams a Moby. Aquí habría que profundizar más en la explicación de su inclusión, con independencia de que es una hipótesis que se puede valorar pero…Son interesantes los cambios que se van produciendo en la industria musical, el paso a Internet, la aparición de nuevos prescriptores (el caso de las blogueras es ilustrativo) y, en uno de los momentos más interesantes, el debate sobre al autenticidad a la hora de pasar a majors o aprovechar las oportunidades que ofrecía la industria. Y tampoco puede faltar, aunque de aquellas maneras, la variable del origen social de parte de sus protagonistas, clases acomodadas (Hammond y Casablancas de The Strokes como ejemplos más evidentes), y los argumentos empleados para justificarse, realmente no muy convincentes.

Los cambios en la industria y las dinámicas internas, así como el hecho de que no fuesen masivos, determina en parte su evolución, pero aquí hay que observar cómo Goodman liquida el tramo final del periodo (hasta 2011) rápidamente. Brooklyn adquiere el protagonismo de Manhattan pero la gentrificación y la hispterización será la corriente. El protagonismo para ese momento final es para unos Vampire Weekend que ya van de otro rollo, el eclecticismo es mayor y la sensación que deja es mucho más fría. De hecho, también es interesante observar la mirada de los protagonistas de la primera parte sobre la evolución de dicha escena, evolución de los que ellos son parte. En definitiva, un libro al que le sobran algunas páginas (¿daba para tanto?) y que nos plantea de nuevo sobre la tesitura de qué fue de la trascendencia del Rock & Roll. The Strokes no tenían la respuesta ni fueron sus salvadores, tampoco parece que lo intentaron (ni tenían por qué hacerlo).

 

Eels, ‘The Deconstruction’

Después de publicar cinco discos entre 2009 y 2014 se nos ha hecho largo (y también extraño) este silencio de cuatro años solo interrumpido por el directo grabado en el Royal Albert Hall de Londres (2015). Después de la serie antes mencionada, mayormente introspectiva y cuyo sonido pocas veces abandonaba el mismo tono tradicional e íntimo, resulta sorprendente (sin excesos) la recuperación de parte del sonido de sus orígenes veinte años atrás, de esos seminales ‘Beautiful Freak’ y ‘Electro-shock Blues‘ con los que se daban a conocer e iniciaban una larga y variada trayectoria, que en este ‘The Deconstruction’ parece hacer una alto evolutivo que evita la innovación pero resulta más que suficiente para contentar a la audiencia. Quince canciones que conforman un carrusel de emociones, un sube-baja sonoro entre sentimientos positivos de diferente intensidad, principalmente romántico y optimista, y que recupera técnicas y elementos (sampleados, programaciones) que parecía haber abandonado hace años para mezclarlos con pasajes más propios de sus discos más recientes y maduros. De hecho este ‘The Deconstruction’ parece dividir sus canciones entre estas dos facetas, una más tranquila y despojada y otra más impulsiva y poblada, en un resultado menos conjuntado y de digestión más inmediata cuyo desgaste será previsiblemente más rápido.

Abre el disco la canción homónima cuyos oscuros arreglos empiezan a volver la vista hacia sus inicios, que junto a la contundente sección rítmica de Bone Dry, los delicados samples de hondura clásica de Rusty Pipes, el optimismo convencido de Today Is the Day y los golpes de ritmo de la bailable You Are The Shining Light, conforman la cara más movida del conjunto. También optimista aunque a baja intensidad, Premonition abre la sección íntima del disco que también componen The Epiphany, solemne homenaje a su perro Bobby Jr recientemente desaparecido y las delicadas cuerdas de la romántica Sweet Scorched Earth y la positiva intimidad de Be Hurt, además del cierre al teclado también romántico de There I Said It, la pequeña nana para su hijo Archie Goodnight o la solemnidad del órgano en Our Cathedral.

Reconocibles en la voz y las letras a corazón abierto de su genial líder Mark Oliver Everett, puede que este no sea su mejor disco, el más inspirado ni homogéneo, pero es una alegría recuperar la música de esta banda que, tras lo que parece haber sido un largo período de reflexión, han retomado su cara más accesible y efectiva para intentar contagiarnos (por variados medios) sus esperanzadoras conclusiones, y eso siempre es de agradecer.