Eran muchas las expectativas puestas en el octavo disco de estudio de los Foo Fighters después del excelente Wasting Light que los aupó a liderar sin discusión el rock americano actual. Son veinte los años que han pasado desde que el exbatería de Nirvana colgó las baquetas para ponerse al frente de su propio proyecto, dos décadas en las que la banda de Seattle ha ido creciendo y conquistando más y más público hasta su álgido momento actual consecuencia de un anterior trabajo de cuya estela han conseguido no desviarse demasiado.
Para este Sonic Highways se propusieron lanzar «una carta de amor a la historia de la música norteamericana», para lo que contaron con el mismo productor de su último trabajo (Butch Vig) con la intención de grabar en ocho emblemáticos estudios de otras tantas ciudades (Chicago, Washington, Nashville, Austin, Nueva York, New Orleans, Seattle y Los Ángeles) cada una de las canciones que lo componen. Lo cierto es que este original y ambicioso proyecto inicial de Grohl, que viene acompañado de una serie de televisión de otros tantos capítulos que también dirige, ha quedado en anécdota dada la escasa influencia de las localizaciones en el resultado final de un disco cuyas canciones suenan bastante uniformes, sin salirse en ningún momento del sonido al que nos tienen acostumbrados, y sin asomo de influencias locales más allá de algunas colaboraciones puntuales. Tampoco contiene la frescura ni la variedad del disco anterior cuyas directrices evidentemente han seguido, aunque sí que evita con acierto la potencia desmedida de la que han adolecido en otros trabajos.
El disco lo abre Something From Nothing, primer y acertado sencillo con un destacable cierre de rock sinfónico. La energía del rock duro continúa en The Feast And The Famine antes de la brillante pieza pop que es Congregation y el pop-rock de What Did I Do?/God As My Witness que insiste en el cierre sinfónico. La línea de bajo cobra protagonismo en la potente Outside que da paso a InThe Clear, una de los puntos álgidos del disco con un épico final junto una Jazz Band de Nueva Orleans. La canción más pausada es Subterranean, grabada en Seattle con la colaboración a los coros de Ben Gibbard (Death Cab For Cuttie). El disco termina con I Am A River, canción grande con creciente apoteosis.
Ni este octavo disco de Foo Fighters es una mera banda sonora para la serie documental grabada para HBO ni un estricto homenaje a la música norteamericana; más parece una honrosa y original celebración de los veinte años de una banda en la cima de su carrera, un trabajo de desiguales resultados marcado por la fuerte personalidad de unos músicos que han intentado grabar un disco menos ambicioso de lo habitual y cuyas canciones no sorprenden pero tampoco defraudan.