«Orange», el asalto a la cima de la Jon Spencer Blues Explosion

Para muchos su mejor disco, en cualquier caso enmarcado en su época más prolífica y exitosa, «Orange» supuso para la Blues Explosion de Jon Spencer el salto definitivo del underground neoyorquino a una escena de mayor alcance y les posicionaría como abanderados de una corriente garajera que aún colea. Para ponerlo en situación habría que indicar que se trataba del cuarto álbum del trío formado en 1991 por Jon Spencer (voz y guitarra) junto al guitarrista Judha Bauer y el batería Russell Simins, segundo en el sello Matador tras el también exitoso «Extra Width», y que supondría su consolidación y el inicio de su época dorada, que podría considerarse la formada junto al «Now I Got Worry» de 1996 (mi preferido) y el «ACME» del año siguiente.

Inmediatamente acreedores de la titularidad de un sonido que bebía del blues más añejo y del garaje más cool, su sonido y composición allanaron el camino a bandas que años más tarde los llevarían a nuevas dimensiones (como The White Stripes o The Black Keys) en una vía que aún es transitada por otras más jóvenes y menos laureadas como Japandroids o Royal Blood. Prescindiendo del bajo y extrayendo una increíble variedad de sonidos de sus dos guitarras, aventajados ideadores de grooves y riffs de lo más infeccioso así como la desafiante e instintiva actitud vocal de su líder, igualmente provocativa en sus directos, son rasgos definidores de una identidad que en esencia han sabido conservar a lo largo de sus casi treinta años de carrera, pero que sin duda vivía su efervescencia en los años en torno al disco que nos ocupa.

Sería su segunda colaboración con Jim Waters, que ya había trabajado con gente como The Posies o Sonic Youth, y se convertiría en productor fetiche y estrecho colaborador en los años referidos. Juntos introducirían algunos elementos poco habituales en sus anteriores discos, como violines, pianos, armónicas y componentes hiphop, ampliando la paleta de sonidos sin alterar la esencia de la banda. De esta forma sofisticaban su propuesta con un pulimento extra que en absoluto reducía la frescura de un sonido que seguía siendo directo, crudo e inconfundible.

El listado lo abre la fantástica Bellbottoms, primeros violines y actitud rock que alterna las partes aceleradas con las más intensas sin perder la efectividad. En Ditch Spencer hace una de sus sobreinterpretaciones características en compañía de un ácido riff y en la garajera Dang suena urgente la armónica. La esencia soul (y los teclados) aparece en Very Rare, primer remanso del listado, antes de Cowboy, que rompe la dulzura inicial a base de guitarrazos, así como en Orange también alterna energías rock.

Brenda suena clásica y cantada como en lamentos y el riff central es de lo mejor, la mayor contundencia rítmica llega con Dissect, que pone los tambores al frente y las guitarras les siguen. En Blues x Man Spencer cuela su perorata entre crudas notas de blues y los coros de su mujer (y también compañera en otros proyectos) la española Cristina Martínez, y Full Grown es puro ritmo a base de gritos, tambores y una guitarra más que suficiente para pintar el estribillo. Flavor es una pieza de imparable ritmo y ácidas guitarras en cuya parte final rapea Beck, y Greyhound un imbatible colofón instrumental de irrefrenable ritmo.

Su primer discazo en una cúspide creativa a la que aún quedaba cuerda, quizás hasta entrada la primera década de este siglo en que perdieron cierto fuelle e inquietud innovadora y, aunque aún publicaron excelentes canciones, dejaron de excitar como lo habían hecho hasta entonces. Así, sus dos discos de esta última década son sus peores referencias sin duda, tanto en «Meat and Bone» (2012) como en «Freedom Tower» (2015) costaba destacar motivos más allá de la pericia y el músculo de una banda de su talla.

A principios de este año presentó Jon Spencer «Spencer Sings the Hits», su único trabajo en solitario hasta la fecha (de propuesta muy similar a la del trío al completo), con el que obtuvo la resonancia justa y con el que volvía a quedar lejos del nivel de esos años dorados en los que incendiaban giras y festivales con su sonido. No hay noticias de que se hayan disuelto, podrían encontrarse en un simple lapso como ya han hecho en otros momentos de su carrera, pero lo cierto es que hace tiempo que no se sabe nada de ellos en conjunto, por ello es un momento idóneo para celebrar los ya veinticinco años de un «Orange» que da la perfecta medida de lo que entonces fueron capaces.

Jon Spencer, «Spencer Sings the Hits»

Como consecuencia y demostración de la arrolladora personalidad de su líder baste comprobar que la Blues Explosion suena a Jon Spencer y este suena a la Blues Explosion, viniendo a ser lo mismo pero por separado. Rondando los treinta años de recorrido junto sus compañeros Judah Bauer y Russell Simins (cuatro desde su última referencia) el bueno de Spencer decidió el año pasado estrenarse en solitario, para lo que escogió parecidos mimbres pero con diferentes nombres. Con el fin de refrescar su sonido decidió teñirlo con una suave electrónica de la mano de una nueva sección rítmica compuesta por los sintetizadores de Sam Coomes (Quasi) y la batería de M. Sord y el resultado son estas once buenas canciones que funcionan sin diferir en exceso de lo que venía haciendo hasta ahora: enfangado y austero, rítmico y groovy, contagioso y retador.

Superados los cincuenta años sigue recurriendo a la distorsión para oscurecer la atmósfera desde el principio, como con Do the Trash Can, e introduce los sintetizadores a continuación en Fake, siniestra y desnuda desde el riff inicial. Dan un paso adelante las guitarras en Overload, más Blues Explosion, sucia y excitante antes de recuperar los ritmos sintéticos con Time 2 Be Bad. También suena tenebrosa Ghost, al igual que la más directa y acelerada Beetle Boots. Infecciosas y groovies tanto Hornet como Wilderness (más contundente la segunda) antes de dos muestras simples y efectivas como Love Handle y I Got the Hits. Para acabar agita el conjunto con el enredo potente y oscuro de Alien Humidity antes de echar el cierre sin complicaciones y a un buen nivel con el blues Cape.

De inconfundible sello, una vez más Jon Spencer contagia su ritmo y su actitud en un viraje menor de su carrera cuyo resultado vuelve a verse acaparado por su desbordante personalidad interpretativa, tanto a la guitarra como en esos inconfundibles gritos y dicciones. No da lugar a la sorpresa, quien le busca le encuentra y, aunque cambie de nombre y pretenda sonar algo más sintético, sigue exudando ese blues empapado de calle con el que creó escuela en los noventa y que aquí prolonga su recorrido natural bajo parecidas señas.