The Long Ryders, «Psychedelic Country Soul»

Son The Long Ryders uno de esos grupos que tuvo la mala suerte de no estar en el momento adecuado en el lugar preciso. Y es que The Long Ryders pueden situarse como uno de los pioneros del luego llamado «Americana» aunque su sonido tiene más matices, con presencia del Power Pop y muy vinculados al californiano Paisley Underground. De 1983 a 1987 fue su momento cumbre y dejaron el poso de una banda mítica que influiría en numerosas formaciones posteriores. Durante las siguientes décadas, salvo algunas reuniones puntuales, la banda no funcionaría y la carrera en solitario de su líder, Sid Griffin, tendría un mayor recorrido. Pero su regreso se ha producido tras muchísimo tiempo sin material nuevo con este Psychedelic Country Soul, un disco luminoso que a través de doce canciones nos lleva del Power Pop al Country Rock pasando por otros estadios. Nosotros no estábamos nada familiarizados con los angelinos pero nos han convencido de sobra con este disco donde priman las melodías, los juegos de voces y las guitarras.

Comienzan potentes con «Greenville», una canción que empieza con un sonido más de raíces pero que deriva hacia el Power Pop con un estribillo fantástico. En «Let It Fly» mantienen la apuesta, es un medio tiempo más clásico del sonido de raíces, recuerdan a unos Jayhawks inspirados y cuentan Debbi y Vicki Peterson de The Bangles a los coros, también siendo relevantes las cuerdas. En «Molly Somebody» retornan a sonidos más de Power Pop, también de forma destacada, y en «All Aboad» se deslizan hacia el Rock, con unas guitarras más punzantes que nos recuerdan a Tom Petty and the Heartbreakers. «Gonna Make It Real» es un medio tiempo de Country Rock donde destaca la melodía e «If You Want to See Me Cry» es una canción casi acústica con el apoyo de unas cuerdas de fondo.

La segunda parte se inicia con la más rockera, aquí el protagonismo es para las guitarras eléctricas, «What the Eagle Sees». «California State Line» es más acústica de nuevo, muy del «Americana» y con presencia destacada del pedal steel. En «The Sound» vuelven a imprimir más aceleración siendo una de las mejores canciones de la segunda mitad del disco, sonido más rockero con contrapuntos a cargo de nuevo del pedal steel. Llega el turno para la relectura del «Walls» de Tom Petty and the Heartbreakers, de su disco de 1996 que era la banda sonara de She’s the One, donde vuelven a participar a los coros las hermanas Peterson y que está muy ajustada. En el cierre aparece «Bells of August», un tema de nuevo del «Americana», un medio tiempo intimista, y termina el disco con «Psychedelic Country Soul», una canción que mezcla el Power Pop y el «Americana», de nuevo con un sonido que nos recuerda de nuevo a The Jayhawks.

Destacado disco de The Long Ryders, un regreso muy celebrado y que nos ha dejado una importante colección de canciones. Esperemos que no se queden en un hecho puntual.

«The Dirt» o los excesos de Mötley Crüe

Netflix ha estrenado el biopic de la banda angelina Mötley Crüe, clásicos del Rock and Roll y Heavy Metal ochentero y uno de los máximos exponentes del lema «sex, drugs and Rock and Roll» con una carrera de destrucción y autodestrucción que contaron en sus memorias, The Dirt. Confessions of the World’s Most Notorious Rock Band (2001) y aquí tituladas Los trapos sucios y publicada por Es Pop. Escrita por Nikki Sixx, Mick Mars, Vince Neil y Tommy Lee, junto a Neil Strauss. Es en ese libro en el que se basa el biopic de Netflix, una película que no pasará a la Historia del cine pero que se deja ver, aunque también con sus momentos, algo habitual con las películas basadas en grupos musicales y artistas del Rock y el Pop. Eso sí, si el objetivo era transmitir el descontrol de Mötley Crüe, está más que conseguido con unos excesos que seguramente se quedan cortos para lo que tuvo que ser aquello. Sin grandes nombres conocidos en el reparto, hay que reconocer que los cuatro protagonistas se caracterizan perfectamente como los integrantes de la formación. Uno de los aciertos narrativos también es la primera persona compartida entre los cuatro miembros de la banda, aunque el protagonismo caiga en Sixx y, en menor medida, en Tommy Lee, además de los comentarios de otros personajes secundarios.

La película se puede dividir en las tres partes de turno de esta clase de películas. La primera, la más interesante, ahonda en los inicios de la banda, con una breve referencia a los diferentes orígenes familiares de Sixx y Lee, ahí quedan más desdibujados Mars y Neil. Cómo se crea la banda, la elección del nombre, primeros conciertos y el ambiente de Los Ángeles en esos primeros años de los 80, quedan reflejados y ahí ya comienza el desfase de Sixx, Lee, Simon y Neil. La segunda parte corresponde al éxito, aupados por la MTV y el paso de los locales angelinos a los grandes estadios y a las ventas millonarias. Aquí ya el desfase se desmadra con momentos como la fiesta en la que a David Lee Roth (Van Halen) se le cae un espejo encima, o la ya mitificada escena de Ozzy Osbourne esnifando hormigas. Es en esos momentos cuando aparece también el accidente de coche de Vince Neil que le cuesta la vida a Razzle de los Hanoi Rocks y cuando los Crüe comienzan procesos de desintoxicación tras el «falso fallecimiento» de Sixx por sobredosis. Con Dr. Feelgood (1989) llegarán a lo más alto pero es una escena que comenzará a ir cuesta abajo con el Grunge, al que no se hace referencia. Sin embargo, las tensiones internas de la banda ya dejan ver la crisis que vendrá con la salida de Vince Neil en 1992, sustituido por  John Corabi.

La tercera parte, típica también en estos casos, es el de la redención. Es la más floja de la película, muy atropellada, situando como punto de inflexión el fallecimiento de la hija de Neil por enfermedad. La reunión de la formación original con Neil en 1996 cierra la película, dejando de lado el resto de los años de historia de Mötley Crüe, años en los que también hubo un periodo en el que no estuvo Tommy Lee.

En definitiva, una película muy para fans de la banda y de aquel Heavy Metal de los 80. Obviamente, con esa estructura de auge-caída-redención, se produce una reivindicación de la formación. Canciones y vídeos que igual ahora no tendrían cabida, pero no cabe duda que Mötley Crüe, junto a Van Halen y compañía, fueron bandas tremendas de los ochenta. En la segunda mitad llegaron Guns N’ Roses para, desde premisas no muy alejadas, poner todo aquello patas arriba y, luego, el Grunge los barrió. Por cierto, en la película, ¿alguien ha contado cuántos minutos no aparece Mars con una botella en la mano?

«Orange», el asalto a la cima de la Jon Spencer Blues Explosion

Para muchos su mejor disco, en cualquier caso enmarcado en su época más prolífica y exitosa, «Orange» supuso para la Blues Explosion de Jon Spencer el salto definitivo del underground neoyorquino a una escena de mayor alcance y les posicionaría como abanderados de una corriente garajera que aún colea. Para ponerlo en situación habría que indicar que se trataba del cuarto álbum del trío formado en 1991 por Jon Spencer (voz y guitarra) junto al guitarrista Judha Bauer y el batería Russell Simins, segundo en el sello Matador tras el también exitoso «Extra Width», y que supondría su consolidación y el inicio de su época dorada, que podría considerarse la formada junto al «Now I Got Worry» de 1996 (mi preferido) y el «ACME» del año siguiente.

Inmediatamente acreedores de la titularidad de un sonido que bebía del blues más añejo y del garaje más cool, su sonido y composición allanaron el camino a bandas que años más tarde los llevarían a nuevas dimensiones (como The White Stripes o The Black Keys) en una vía que aún es transitada por otras más jóvenes y menos laureadas como Japandroids o Royal Blood. Prescindiendo del bajo y extrayendo una increíble variedad de sonidos de sus dos guitarras, aventajados ideadores de grooves y riffs de lo más infeccioso así como la desafiante e instintiva actitud vocal de su líder, igualmente provocativa en sus directos, son rasgos definidores de una identidad que en esencia han sabido conservar a lo largo de sus casi treinta años de carrera, pero que sin duda vivía su efervescencia en los años en torno al disco que nos ocupa.

Sería su segunda colaboración con Jim Waters, que ya había trabajado con gente como The Posies o Sonic Youth, y se convertiría en productor fetiche y estrecho colaborador en los años referidos. Juntos introducirían algunos elementos poco habituales en sus anteriores discos, como violines, pianos, armónicas y componentes hiphop, ampliando la paleta de sonidos sin alterar la esencia de la banda. De esta forma sofisticaban su propuesta con un pulimento extra que en absoluto reducía la frescura de un sonido que seguía siendo directo, crudo e inconfundible.

El listado lo abre la fantástica Bellbottoms, primeros violines y actitud rock que alterna las partes aceleradas con las más intensas sin perder la efectividad. En Ditch Spencer hace una de sus sobreinterpretaciones características en compañía de un ácido riff y en la garajera Dang suena urgente la armónica. La esencia soul (y los teclados) aparece en Very Rare, primer remanso del listado, antes de Cowboy, que rompe la dulzura inicial a base de guitarrazos, así como en Orange también alterna energías rock.

Brenda suena clásica y cantada como en lamentos y el riff central es de lo mejor, la mayor contundencia rítmica llega con Dissect, que pone los tambores al frente y las guitarras les siguen. En Blues x Man Spencer cuela su perorata entre crudas notas de blues y los coros de su mujer (y también compañera en otros proyectos) la española Cristina Martínez, y Full Grown es puro ritmo a base de gritos, tambores y una guitarra más que suficiente para pintar el estribillo. Flavor es una pieza de imparable ritmo y ácidas guitarras en cuya parte final rapea Beck, y Greyhound un imbatible colofón instrumental de irrefrenable ritmo.

Su primer discazo en una cúspide creativa a la que aún quedaba cuerda, quizás hasta entrada la primera década de este siglo en que perdieron cierto fuelle e inquietud innovadora y, aunque aún publicaron excelentes canciones, dejaron de excitar como lo habían hecho hasta entonces. Así, sus dos discos de esta última década son sus peores referencias sin duda, tanto en «Meat and Bone» (2012) como en «Freedom Tower» (2015) costaba destacar motivos más allá de la pericia y el músculo de una banda de su talla.

A principios de este año presentó Jon Spencer «Spencer Sings the Hits», su único trabajo en solitario hasta la fecha (de propuesta muy similar a la del trío al completo), con el que obtuvo la resonancia justa y con el que volvía a quedar lejos del nivel de esos años dorados en los que incendiaban giras y festivales con su sonido. No hay noticias de que se hayan disuelto, podrían encontrarse en un simple lapso como ya han hecho en otros momentos de su carrera, pero lo cierto es que hace tiempo que no se sabe nada de ellos en conjunto, por ello es un momento idóneo para celebrar los ya veinticinco años de un «Orange» que da la perfecta medida de lo que entonces fueron capaces.