De «Héroes: silencio y Rock & Roll» a «Héroes de leyenda»

Las últimas semanas han supuesto una revitalización del fenómeno Héroes del Silencio por dos motivos. Primero, el más visible y reseñado en medios de comunicación es el documental estrenado en Netflix de Héroes: silencio y Rock & Roll que dirige Alexis Morante. El mismo ha conseguido una gran repercusión mediática por lo que supone además de un trabajo documental sobre un grupo de Rock icónico. El segundo motivo es el libro de Antonio Cardiel Héroes de leyenda, publicado por Plaza Janés. Antonio Cardiel es el hermano del bajista de la banda, Joaquín. Hay un tercer aspecto añadido que es la banda sonora del documental, a modo de recopilación de las mejores canciones de los aragoneses. No vamos a descubrir a Héroes del Silencio, una de las grandes bandas de la música en español con una historia que es bien conocida y que libro y documental narran y cuentan, aunque con matices. Vaya por delante que consideramos que estos trabajos son fantásticos, y que ojalá puedan darse con más bandas y artistas españoles. Héroes del Silencio, cuya vida fue corta en términos de las bandas de Rock, poco más de una década, y con una producción de cuatro discos de estudio, junto a otros trabajos como el Rarezas de 1998, algunos EPs y directos. Yo recuerdo la primera vez que escuché, y vi, a Héroes del Silencio una fría mañana de comienzos de invierno de 1989 en casa de mis padres. Era un programa musical de la mañana, sería Rockopop de Televisión Española y tendrían que haber tocado alguna canción de El mar no cesa (1988), posiblemente «Flor venenosa». Recuerdo que toda la imagen de la que se habla en el documental y en el libro, de un grupo de Pop Rock destinado a fans, estaba presente. Como también recuerdo la potencia de un Enrique Bunbury que ya destacaba. Sin embargo, no era yo muy fan de Héroes del Silencio, aunque el impacto de Senderos de traición (1990), me compré el casete, estaba ahí. Y, luego, asistir a la evolución más Hard Rock de El espíritu del vino (1993) y destacar la potencia de su Avalancha (1995), junto con la sorpresa y el impacto que causó su separación en 1996. Posteriormente, la carrera de Bunbury está siendo tremenda y la he seguido más, pero con Héroes del Silencio me ha pasado que con los años han ganado protagonismo en mis gustos y recuerdos, así como en mi propia valoración. Fue con Canciones 1984-1996 (2000), que adquiriría a mediados de la primera década de los dos mil, cuando esas canciones, que las tenía interiorizadas, fueron cogiendo más fuerza. Recuerdo también la gira multitudinaria de regreso en 2007, todo un hito que supuso ver cómo la influencia de Héroes del Silencio había crecido en España y América Latina.

Tanto el documental como el libro inciden en que el fenómeno de Héroes del Silencio es de una trascendencia mayor de la que se podía prever en su día. Una especie de «rara avis» en varios sentidos. El primero, su procedencia, una Zaragoza con el adjetivo de «provinciana» (en el sentido más peyorativo), destacando la fidelidad de Enrique Bunbury, Juan Valdivia, Joaquín Cardiel y Pedro Andreu a sus raíces aragonesas y zaragozanas. Luego, esos inicios que están marcados por la evolución de los sonidos de los ochenta, del Pop y la New Wave al Post Punk, que se aprecia en las primeras grabaciones. El fichaje por EMI Hispavox, la producción de Gustavo Montesano de Olé Olé y Roberto Durruty, y todo lo que conllevó en los conflictos con la compañía y los artistas. La llegada de Pito Cubillas, su mánager y un personaje clave, en el sentido negativo, como veremos posteriormente. El endurecimiento de su sonido, la llegada de Phil Manzanera para producir Senderos de traición. La perseverancia y el trabajo duro, tremendo, las giras interminables y una habilidad para crear himnos. El insospechado triunfo en Alemania y Europa, todo un hito que hizo que en España se fuese cambiando la imagen de la banda por parte de unos críticos que, en no pocos casos, les machacaron, hecho que todavía duele por lo que se dice en las dos obras. El cierre de la banda con el ambicioso, y sobresaliente, Avalancha que produce el mítico Bob Ezrin en Los Ángeles. Los conflictos, luchas de egos y excesos con las drogas y el alcohol que desbaratan a una banda que no puede parar, uno de los grandes aciertos del libro de Cardiel es reflejar ese proceso y compararlo con un barco que va a chocar. En fin, todo esto da para mucho así que vamos con el documental y el libro.

Comenzando con Héroes: silencio y Rock & Roll, nos encontramos con un documental muy bien desarrollado y con imágenes de archivo, personales, etc., así como con la presencia de los cuatro integrantes de Héroes del Silencio. Producido con la financiación de entidades aragonesas, en su contra juega el tiempo, una hora y media, y que en muchos aspectos nos quedamos con ganas de más. No se rehúyen ciertos aspectos como las drogas o algunos conflictos internos, pero debido al tiempo disponible da la sensación de que se quedan cosas pendientes. También destaca la presencia de algunas voces controvertidas en la carrera de Héroes del Silencio. Primero, los productores de sus primeros trabajos, con las polémicas recurrentes. Segundo, Pit0 Cubillas que tanto en el documental como en el libro, especialmente en el segundo, no sale bien parado, con problemas tanto de drogas como legales. Y, en tercer lugar, la presencia de Alan Boguslavsky que fue fichado en 1993 para La gira del exceso. El guitarrista mexicano tiene un protagonismo diferente en el libro de Cardiel, una figura mucho más controvertida y que no despierta unanimidad entre los integrantes de la banda. Su incorporación como guitarrista rítmico era necesaria por la complejidad que había adquirido el sonido de Héroes del Silencio. Recordemos que en la gira de reunión de 2007, sorprendió que Boguslavsky no entrase en la formación, siendo sustituido por Gonzalo Valdivia, muy revelador. También aparecen otras figuras como Phil Manzanera, Diego A. Manrique, etc., que analizan el papel de la banda. Las imágenes son reveladoras del significado de Héroes del Silencio y te queda ese regusto de dónde habrían podido llegar de no haber sido por su abrupto final.

Todo lo que el documental no te aporta, lo hace el libro de Cardiel. Antonio Cardiel vivió toda la historia en primera línea como hermano de Joaquín. Cardiel incide en los puntos que no son tan claros en el documental y reparte responsabilidades, además de señalar los errores cometidos por la banda. Hay que destacar que Cardiel contaba con la participación de los cuatro integrantes de la banda en el libro pero, a última hora, se cayó Bunbury. Este hecho le hizo pensar si seguir con el proyecto pero, afortunadamente, decidió que sí. Cardiel realiza un trabajo muy honesto, con también una gran profusión de fuentes. Las voces de los protagonistas se centran en Valdivia, Joaquín Cardiel y Pedro Andreu. Me parece muy interesante la estructura cronológica del libro, un gran acierto. Hay también aspectos musicales que también son claves para entender la evolución del grupo. Las dinámicas internas quedan bien reflejadas. Por un lado, la ya señalada fragilidad de las relaciones interpersonales, especialmente entre Bunbury y Valdivia que acabarán con el grupo, en procesos de falta de comunicación y en medio de una carrera sin parar por dar más conciertos, ser más grandes, evolucionar musicalmente, etc. Hay claros y oscuros. La figura de Bunbury sale reconocida por su talento y capacidad, pero tampoco ahorra Cardiel las referencias a las polémicas sobre las apropiaciones en las letras de Bunbury, así como otros aspectos más mesiánicos de un líder que quería serlo pero que, especialmente, lo fue por dejación de los otros tres que también aceptaron ese rol. En cuanto a Valdivia, Cardiel reconoce el talento y fuerza motor musical del guitarrista, pero en el otro lado queda su carácter, excesos y un sentido de perfeccionamiento que también les llevó a otros sonidos, otra guerra interna. Al final, hay un cúmulo de circunstancias que llevan al final de la banda y todas relacionadas. Joaquín Cardiel y Pedro Andreu aportan más equilibrio y también se les reivindica en lo musical. El tramo final es trepidante, la destrucción de una banda mítica con unos egos ya en combustión en una nueva gira mostrando la mayor potencia de Avalancha. Con un Bunbury ciclotímico y con nuevas apuestas musicales, más electrónicas; con un Valdivia con su enfermedad de las manos que le marca claramente; con un Andreu, también enfermo, y con un Cardiel que observan todo lo que está pasando; y con un Boguslavsky que no actúo de forma muy leal, todo se desmorona en aquel momento de la carta de exigencias de Bunbury al resto de la banda. Aquí hay una cuestión que añadir y es que se echa de menos una profundización en los siguientes años y en el retorno de 2007, más allá de lo señalado al inicio del libro. Podría haber quedado bien reflejar esos aspectos.

Un documental y un libro absolutamente complementarios y que sirven para reivindicar el legado de una banda mítica e histórica de la música popular española. Es cierto que, en ambos casos y como se ha señalado desde algunos artículos, hay una ausencia de ciertas voces, como por ejemplo seguidores y seguidoras de la banda, u otros actores. En definitiva, Héroes del Silencio o una de esas historias de la música popular española que trasciende.

 

 

«Todos vuelven», el espectáculo de Rubén Blades y Seis del Solar en directo

La Salsa y Rubén Blades son indisociables. Hablamos de un género musical que hunde sus raíces en varias influencias, fruto del cruce entre los ritmos latinos y caribeños, especialmente cubanos y de Puerto Rico, y los sonidos más norteamericanos. Que Nueva York fuese su punto de difusión a partir de la década de los sesenta del siglo XX no es una casualidad. Como nos ocurre con no pocos géneros, solemos pasar superficialmente por ellos, pero siempre hay algo que nos atrae. En el caso de la Salsa, esas percusiones y ese ritmo bailable se te clava. Si hay un nombre que brilla siempre que se habla de Salsa ese es Rubén Blades. Está Johnny Pacheco como su figura primigenia, o por supuesto Héctor Lavoe, Willie Colon. En mi caso, yo descubrí el género no solo a través de las canciones que todos conocemos, desde la «Pedro Navaja» a «Desapariciones» (muy popular por las versiones que hicieron Fabulosos Cádillacs o Maná), sino porque hace muchos años me fascinó la historia de la Fania All-Stars. Recuerdo que El País puso a la venta unos CDs de diferentes músicas y una de ellas era sobre la Fania. Allí descubrí un «Plástico» de Blades que me impactó. La Fania estaba compuesta por figuras de la música latina, naciendo en Nueva York a finales de los sesenta y llegando hasta la actualidad, siendo los setenta su época de máximo esplendor. Por allí pasaron, o pasan, los nombres citados y artistas como Celia Cruz, Cheo Feliciano o Ray Barretto. Fania, recuerdo que leí en algunos artículos sobre su historia, quería ser una especie de Motown latina, con esquemas similares. También cabe destacar que hay un fuerte componente de identidad, desde el punto de vista de esos latinos en Estados Unidos que defienden su cultura y su idioma. Inmigrantes y descendientes en una tierra de oportunidades pero dura. Sonidos que se convertirán en los del barrio y de la calle. Festivos pero también cotidianos y reivindicativos. Rubén Blades se convirtió en una de esas figuras claves de la música popular, aunque para muchos la Salsa también se identificaría con toda una Celia Cruz que tocaba muchos palos. Blades ha hecho de todo. Músico determinante, como hemos señalado, actor, político, activista, el panameño no ha parado. Primero, en los setenta dentro de esa Fania All-Stars, luego en solitario con discos como Buscando América (1984), y girando sin parar en conciertos que deben ser una fiesta. El disco que nos ocupa es un doble de 2011 que se publicó cuando se reunió con su banda Seis del Solar. Es un disco en directo que muestra la potencia y la fuerza de una música imperecedera. Una percusión que te va llevando y un Blades que no deja de contar historias que nos llevan tanto a lo cotidiano como a los grandes procesos sociales, económicos y políticos. Yo tenía anotado este disco desde hacía tiempo y fue el año pasado cuando me hice con él. Y es un no parar. Grabado en 2009 en San Juan de Puerto Rico, recoge toda la intensidad del directo de una enorme banda y de un Rubén Blades que convence y que no para de interactuar con el público. Veintiuna canciones en los que la percusión  y los vientos te ganan, con canciones de grandes letras que se van alargando.

El primer CD cuenta con temas del calado de «El Padre Antonio y el Monaguillo Andrés», uno de sus grandes éxitos y reflejo de la realidad de Latinoamérica en un periodo concreto. También fascina la nostálgica «Cuentas del Alma». Emocionante es «Amor y Control» con una letra que te llena de nuevo. La percusión y el piano se imponen en la grandísima «Decisiones» y «Buscando Guayaba» es uno de los momentos más celebrados con esos vientos como protagonistas. «Plantación Adentro» mantiene el altísimo nivel y en «Te Están Buscando» ya entran en un sonido más urbano sin dejar la Salsa. Llega «Plástico», una barbaridad que se va a la celebración con ese tono de inicio Disco y luego esa letra tan fascinante. Y el final con la lista de países, sin palabras. «Ligia Elena» es otra gran canción con esa historia que cuenta y Blades se pone político mencionando a Barack Obama, estamos en 2009. El cierre del primer CD es para «Juan Pachanga», otro clásico, aquí con Cheo Feliciano, con los vientos y los timbales lanzados.

El segundo CD se inicia con la gran «Pablo Pueblo», sin comentarios, con un ritmo ascendente. La letra social regresa a «Maestra Vida», con los vientos ya lanzadísimos. Siguen en la festiva «Caminando», con los coros también como elemento central de la canción. En «Adán García» cambia el registro con un tono acústico. Pero llega otro momento importante, la gran «Desapariciones», una canción de letra tan impresionante que te sigue poniendo los pelos de punta. Blades se reivindica en la misma señalando que cantaba la misma en esos países. En «Patria» adoptan un tono más contenido y los instrumentos van entrando poco a poco, siendo de nuevo la percusión clave. «Muévete» retorna a la fiesta, presenta a la banda y es un no parar. En el cierre se ha guardado un trío de canciones tan imbatibles. La primera, «Pedro Navaja», nada que decir, su gran hit. Luego, «Todos Vuelven» que tiene un tono nostálgico que funciona de maravilla. Y termina con «Buscando América», comienza con el piano y luego va creciendo con fuerza y potencia, otro clásico.

Rubén Blades es un grande. Unas canciones que hay que reivindicar. Seguramente fue también fruto de un contexto y de un escenario en el se dieron diferentes factores. Pero, nos hacen falta más Rubén Blades y más en momentos como los actuales. Y menuda rabia no haberlo visto en directo…

 

Haciendo Historia: «What’s Going On» de Marvin Gaye

Hace unos meses, la revista Rolling Stone revisó y actualizó la lista de sus mejores quinientos discos de la historia. Obviamente, recalcamos lo de «sus» porque esto de las listas da para escribir y debatir. Lógicamente, Rolling Stone aplica su canon pero también está bien que se actualicen y que pueda haber revisiones. Si en 2003, cuando hicieron esa lista, el primer puesto era inevitable para Sgt. Peppers Lonely Hearts Club Band (1967) de The Beatles, el segundo para Pet Sounds (1966) de The Beach Boys y el tercero era de nuevo para los de Liverpool con Revolver (1966), por cierto que The Beatles metían en los diez primeros otros dos discos, mientras que Dylan contaba con dos y The Rolling Stones, The Clash y Marvin Gaye con uno, en 2020 había un vuelco. Gaye y su What’s Going On (1971) se alzaban con el primer puesto, mientras que Beach Boys repetían en el segundo y Joni Mitchell aparecía en el tercero con Blue (1971), antes en el 30. The Beatles perdían todos los discos anteriores de los diez primeros, apareciendo con el debutante en ese intervalo Abbey Road (1969). También Bob Dylan se quedaba con una referencia, Blood on the Tracks (1975), y desaparecían los Rolling Stones. Entre las novedades, Stevie Wonder en cuarto lugar con Songs in the Key of Life (1976), Nirvana con Nevermind (1991) en el sexto, seguido de Fleetwood Mac y su Rumors (1977) y de Prince con Purple Rain (1984), cerrando en el diez la gran Lauryn Hill con el seminal The Miseducation of Lauryn Hill (1998). Cambios sobresalientes que rompían con algunos aspectos como que en la lista de 2003 eran todos grupos o artistas blancos, salvo Gaye, con una gran mayoría de discos de los sesenta; la ausencia de voces femeninas en 2003 por dos y Fleetwood Mac en 2020; y una mayor relevancia a la música negra, cuatro discos, tan fundamental. Además, había dos discos de la década de los noventa, lo que también es una muestra de la incorporación de críticos más jóvenes. También el reconocimiento de un Prince o de unos Fleetwood Mac incide en la influencia en generaciones más recientes de artistas de este calibre. No está en nuestra intención valorar estas listas ni señalar si son justas o no. Son listas, cada uno… Lo que está fuera de toda duda es el calibre de un disco como What’s Going On que pasa por ser una cima tanto de su creador, un Marvin Gaye en estado de gracia, como de la música popular.

Marvin Gaye ya ha aparecido en Los Restos del Concierto en dos ocasiones. Primero, hace poco más de un año con la edición en directo precisamente de What’s Going On Live (2019), intenso y emocionante. Segundo, con un artículo reciente sobre un recopilatorio completo de sus dúos con Tammi Terrell, claves en el sonido Motown. Su historia es bien conocida, su voz y su talento, su papel en la disquera de Detroit, su sensualidad, su giro más social y comprometido, su trágico final cuando fue fue asesinado casi a los cuarenta y cinco años por su propio padre. Marvin Gaye es una de las grandes figuras de la música popular, y eso que competía con gigantes de la talla de Otis Redding y Sam Cooke, paradójicamente con finales también muy trágicos, el propio Stevie Wonder, y, en los límites de su sonido, con otras luminarias como Ray Charles y James Brown. Ya hemos contado cómo llega Marvin Gaye a realizar What’s Going On, un momento de su vida complicado y cómo funcionará de modo catártico. Gaye venía de un momento muy duro como fue el fallecimiento a los veinticinco años de Terrell, un durísimo golpe. A la vez, el ambiente sociopolítico en Estados Unidos era el que era, con la guerra de Vietnam, la lucha por los Derechos Civiles, etc. Gaye, que había destacado con canciones de Soul tan canónicas como «I Heard It Through the Grapevine», «That’s the Way Love Is» y los dúos con Terrell, entre otros temas, cambió de rumbo hacia un disco más conceptual e introspectivo. Es muy conocido que Barry Gordy Jr., dueño de Motown y cuñado de Gaye, estuvo en contra del mismo porque entendía que no iba a ser comercial y que rompía la imagen de un Gaye que reflejaba esa América de clase media. Pero Gaye se impuso en esa obra centrada en un veterano de Vietnam que regresa a casa y reflexiona sobre su mundo. Sin duda alguna, un clásico instantáneo y una obra que se abre en los setenta de forma rotunda. Ya desde esa portada tan impactante, con el busto de Gaye mirando hacia arriba, elegante y sobrio, reflexivo y con un punto sombrío, con la lluvia en su abrigo negro. Es un Gaye diferente al trajeado de las canciones de la década anterior. No hay esa sonrisa luminosa pero está la misma elegancia. Y transmite el compromiso de unas canciones que pasarán a la Historia. No hay impostura en la mirada, al contrario.

Con la colaboración de algunos nombres de Motown, por ejemplo Renaldo «Obie» Benson (The Four Tops), pero llevando el peso de la producción y la composición, Gaye se lanza a un disco ambiental e hipnótico, que te atrapa. Primero, con los poco más de veinte minutos de las seis primeras canciones que se van enlazando hasta formar casi una unidad con ese tempo característico, que mece la voz de un Gaye que va del falsete a tonos más graves, incluso fraseando. Esos seis primeros temas son una barbaridad que comienza con el mítico «What’s Going On» en el que Gaye comienza con ese saxofón imprescindible y en el que la percusión marcará un ritmo que no te suelta. El bajo Funk de «What’s Happening Brother» lleva a un punto más psicodélico con un fraseo de Gaye que acelera el tempo. En «Flyin’ High (In the Friendly Sky)» sigue con un punto más progresivo y con el bajo de nuevo como protagonista. Muy emocionante e intensa resulta la continuación de «Save the Children» que va creciendo. La llamada de «God Is Love» se vincula con la trascendencia y una religiosidad que está presente en el tono más de celebración de una canción que no llega a los dos minutos. Pero es un «descanso» para otra de las cimas del disco, la referencial «Mercy Mercy Me (The Ecology)», hermana de «What’s Going On» en su estructura y desarrollo y con mensaje ecológico, acelerando con la guitarra y con un saxofón de nuevo fantástico.

Hace una pequeña pausa para lanzarse con «Right On» que se va por encima de los siete minutos. Es una canción diferente y más compleja, tiene de nuevo un punto progresivo con la incorporación de la flauta y también de unas percusiones latinas, junto con un mayor protagonismo de las cuerdas. En el tramo final retorna por unos momentos al tono intimista pero es una pausa de nuevo para un final más festivo. Brutal resulta «Wholy Holy» que Aretha Franklin llevará a la cumbre en su versión Góspel. En la versión original de Gaye vuelve a sobresalir el saxofón y se observa el tono espiritual, que es seña de identidad. El cierre del disco es para la más actualizada en relación al momento «Inner City Blues (Make Me Wanna Holler)» que se puede vincular con la Blaxplotitation, ese bajo poderoso y el falsete de Gaye, pero en el tramo final retorna al comienzo del disco para cerrar el círculo, y con una de las letras más explícitas del disco, muy reivindicativa y social. El CD en el que nos basamos cuenta con dos extras de la versión de 2002. El primero, una versión alargada de «God Is Love» que supera los tres minutos y en la que apuesta por un Soul más clásico y escorado al Pop con un punto orquestal, y «Sad Tomorrows» que sigue la misma clave de Soul de Motown pero también en la línea del disco.

Como decíamos, afortunadamente Gaye se impuso a Gordy y What’s Going On se convirtió en la obra referencial de un Gaye que atravesaría los setenta con grandes discos como Let’s Get It On (1973), I Want You (1975) o su disco de divorcio Here, My Dear (1978). Luego llegaría su viaje a Bélgica, la salida de Motown y su último disco, ya en Columbia, Midnight Love (1982), con un hit como «Sexual Healing». Y, finalmente, su tráfigo final, ya señalado. Uno de los más grandes, Marvin Gaye, y un disco que es de obligada escucha y que sigue siendo actual pese a las cinco décadas pasadas desde su publicación: What’s Going On.